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Hassan o la muerte en directo en el K2: a la caza de una oportunidad de mejorar su vida

El porteador de altura fallecido fue víctima tanto de la indiferencia de los que le rodeaban como de su necesidad de extraerse de la miseria

K2 Himalayas
A still from a video uploaded to Instagram by Sherpa Mingma G, showing a queue of climbers on K2 on July 22, 2022.

La banalización de la muerte en directo ha llegado, también, al mundo de la montaña. La viralizada tragedia del porteador de altura Muhammad Hassan no es, sin embargo, una primicia. Antes se dieron casos muy parecidos en el Everest, y en otros ‘ochomiles’, sin nadie que lo grabase y lo colocase en la pira de leña de las redes sociales. Con todo, cabe recordar el caso de David Sharp, con circunstancias similares en su desgracia: en el Everest decenas de personas pasaron sobre sus piernas mirando hacia otro lado, camino del techo del planeta. Contemplada la evidencia, es decir el gesto repetido de pasar por encima del cuerpo de un ser humano que agoniza, solo falta conocer cómo es posible alcanzar tamaño desapego. Y aún así, puede que lo inexplicable siga siéndolo después de darle la vuelta a las circunstancias que han traído imágenes tan descorazonadoras.

El pakistaní Hassan era porteador de altura por circunstancias de la vida. Muy pocas personas en Pakistán sueñan con ser alpinistas: sueñan, eso sí, con salir de la pobreza. Y el dinero de los turistas de montaña es un atajo estupendo si estás dispuesto a trabajar y a perder eventualmente la vida en el empeño. La alternativa para Hassan era de sobra conocida: trabajar la tierra, cortar y portear leña, recoger y poner a secar albaricoques y pastorear un humilde rebaño de cabras. Tenía 27 años, mujer y tres hijos. Y, según han recalcado varios testigos, su experiencia en alta montaña era exigua. Una circunstancia que puede explicar ciertas cosas.

En el arte de rentabilizar divisas extranjeras, los nepaleses le han comido la tostada en un visto y no visto a los pakistaníes, casi unos intrusos en sus propias montañas. La fiebre de cumbre del Everest se ha quedado pequeña para los trabajadores de la etnia sherpa y estos llevan un lustro abriendo nuevos mercados. El K2, la segunda montaña más elevada del planeta, la más respetada, donde Hassan lo ha perdido todo, es el nuevo patio de recreo oneroso de las empresas de guías de Nepal.

El pasado 27 de julio, un centenar de personas se colaron en la cima del K2. Una barbaridad, si se tiene en cuenta las exiguas estadísticas históricas de ésta montaña y el mal tiempo que asolaba esa jornada la montaña. Antes, solo los alpinistas pisaban la cima del K2. A veces acompañados por porteadores locales o sherpas. Ahora, los turistas son legión, dato que también contribuye a explicar el desesperante caso de Hassan acontecido ese mismo día.

Durante décadas, una realidad se impuso en el discurso de los himalayistas: por encima de los 8.000 metros, en la zona de la muerte, nadie podía ayudar a nadie. Había que ser autónomo y aceptar su destino. El paso del tiempo ha alterado notablemente este axioma y, también, los gestos de los que nunca lo aceptaron como tal. Así que lo que se veía como realidad inmutable se ha tornado en media falacia: sí se puede ayudar a alguien en apuros por encima de los 8.000 metros. Solo hace falta tres cosas: voluntad de hacerlo, medios humanos y, en ocasiones, dinero (aunque valdría con que se diesen solo las dos primeras circunstancias). Hassan sufrió un accidente en uno de los peores lugares posibles: en la travesía bajo el gigantesco bloque de hielo que domina el Cuello de Botella del K2.

En un principio, nadie se puso de acuerdo sobre qué fue lo que causó su desgracia: ¿Una avalancha? ¿el impacto de un bloque de hielo? ¿su oxígeno artificial agotado? ¿Una caída? ¿todo casi al mismo tiempo? En cualquier caso, algo dejó postrado a Hassan, quien, se dijo, estaba es ese lugar para colaborar en la colocación de las cuerdas fijas, enviado por la agencia que le había contratado. “Al parecer”, explica Luis Miguel Soriano, alpinista y cámara de altura (un asiduo en las expediciones de Carlos Soria) “lo que ocurrió realmente es que sufrió una mala caída y quedó colgado boca abajo de la cuerda fija. La huella era muy estrecha bajo el gran serac y si pisabas fuera de ella resbalabas peligrosamente. El peso de las bombonas de oxígeno hizo, presumiblemente, que al caer quedase colgado cabeza abajo sin poder reincorporarse. Así estuvo un rato hasta que un sherpa con el que hablé me explico que le ayudó a regresar a la huella. Al día siguiente, cuando pasé por ese lugar de noche camino de la cima no advertí que el bulto arrinconado en mitad del flanqueo fuese una persona: solo lo descubrí a la luz del día, durante el descenso y en ese momento llevaba horas muerto”.

Según los testimonios recabados, en la larga cola de aspirantes a cima y trabajadores había oxígeno embotellado suficiente y personal cualificado para improvisar un delicado rescate. Pero, al parecer, había otros asuntos en juego: fijar la cuerda que permitiese a los clientes progresar, satisfacer sus exigencias, regresar al campo base lo antes posible. Es decir, salvo un par de excepciones que trataron de reanimar a Muhammad, el resto no creyó que tuviese que involucrarse en su ayuda. O no consideró que el esfuerzo mereciese la pena dado el lugar del accidente y las escasas posibilidades de sobrevivir que presentaba el herido. Pero cabe recordar que varios alpinistas han sido rescatados prácticamente de la cima del Everest, conducidos hasta un campo de altura inferior y extraídos en helicóptero. En Pakistán, en cambio, no existe un servicio de rescate aéreo y los helicópteros del ejército solo vuelan en situaciones muy especiales . ¿Cómo puede ser una persona rescatada del techo del planeta? Con la promesa de un buen dinero capaz de movilizar a media docena de sherpas bien surtidos de oxígeno artificial, empleando con sabiduría las cuerdas fijas e improvisando descuelgues en la nieve. Lento, costoso, peligroso… pero posible. Nadie, al parecer, pudo o quiso desde el campo base ofrecer dinero a cambio del rescate del desafortunado. Nadie vio motivo alguno para ponerse manos a la obra de motu propio.

Una de las descripciones más repetidas de Hassan, hechas por sus colegas de campo base, dejaba claro que carecía de pedigrí no ya como alpinista sino como porteador de altura: que si llevaba ropa anticuada, material vetusto y poco adecuado para la tarea, que si su ropa era de otra época… “Sí, esto lo puedo corroborar”, explica Soriano: “estaba muy mal equipado y no llevaba buzo de pluma, como lo hacemos todos, y a al caer, además de provocarse heridas con los crampones, se dañó la espalda y la parte de arriba de la ropa cedió y quedó casi con el tronco al descubierto, lo cual a esa altitud por encima de los 8.000 metros era más que grave. Enseguida empezó a convulsionar y no sé lo que pudo tardar en morir” ¿Habría cambiado algo si un cliente adinerado hubiera sufrido el accidente? El turismo de montaña funciona así: algunos pagan por escalar una montaña, y al hacerlo creen adquirir un derecho sobre fenómenos tan incontrolables como la enfermedad, los accidentes o la meteorología. Así que presionan a las agencias, a los trabajadores e insisten en que tienen derecho a lanzar un ataque a cima. Hace apenas una década, nadie en su sano juicio hubiese buscado la cima con un peligro latente de avalanchas.

El 27 de julio, varios testigos aseguran haberse dado la vuelta tras verse envueltos en aludes. La cuerda fija les salvó: unos renunciaron y otros siguieron. Habían pagado por una cima y nada les iba a separar de su destino, ni aunque tuviesen que alargar la zancada para sortear un bulto negro y amarillo. Antes, los que más arriesgaban para alcanzar el punto culminante de una montaña, se decían poseídos por la ‘fiebre de cima’. Solían ser expertos. Ahora, esa misma fiebre de cima, de una cima mil veces conquistada y apenas un premio para enmarcar en el salón de casa, parece legitimar el egoísmo de unos cuantos. “Hassan tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir tras su accidente, y un rescate en esa situación era realmente complejo, lo que no quita, bajo mi punto de vista, que habría que haber intentado algo, por condenado que estuviese.

Después, ver las imágenes de la gente pasando por encima de su cuerpo cuando aún vivía es muy chocante y no quiero disculparlos pero es cierto que van como zombis y solo ven un paso tras otro. Van muy justos físicamente y caminan como autómatas. Esa gente no estaba preparada ni física ni técnicamente para intentar un rescate y los sherpas que iban con ellos tienen que cuidar de sus clientes, garantizar que no les pase nada y eso deja poco margen para ayudar a otros… lo que no quita que habría que haber intentado salvar a Hassan porque su vida era más importante que cualquier cima”, opina Soriano.

Pero la falta evidente entre los turistas de autonomía en el medio o de una auténtica cultura de montaña tampoco explica lo sucedido. Expertos alpinistas han dejado atrás a compañeros amparándose en la media verdad de que no era altura para implicarse en un rescate. Otros en cambio, como el rumano Horia Colibasanu, prefirió exponerse a morir antes que abandonar a Iñaki Ochoa de Olza. De haber sufrido el mismo 27 de julio un accidente Kristin Harila, por citar al personaje más mediático de la comitiva, ¿hubiese habido un rescate? ¿hubiese merecido más atención que Hassan? “Hassan estaba encuadrado al grupo de Seven Summits Club, con el que yo viajaba”, explica Soriano. “Curiosamente, Alex Abramov, el jefe de expedición dio la orden dos días antes del accidente a todos los porteadores de altura pakistaníes de regresar al campo base porque los sherpas del equipo se estaban quejando de que enfermaban, su trabajo no resultaba productivo y consumían recursos como el oxígeno embotellado o el gas para cocinar. Todos los pakistaníes descendieron salvo Hassan: para él era muy importante porque tenía muy poca experiencia y en su caso alcanzar la cima le hubiera permitido subir varios peldaños en la jerarquía social y laboral del país. Cuando falleció no estaba trabajando”.

En última instancia, su destino vino condicionado por sus orígenes humildes, un simple hombre a la caza de una oportunidad de cambiar su vida gracias al negocio cada vez más cruel del turismo de montaña en el Himalaya y el Karakoram.

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