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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

El rescate de Maloo en el Annapurna o el milagro basado en un negocio suicida

La dinámica de comercialización de los ‘ochomiles’ demuestra que tiene pies de barro tras la recuperación con vida de un montañista indio atrapado en una grieta

Rescate del alpinista indio Anurag Maloo, que aterriza en Katmandú (Nepal). Foto: NARENDRA SHRESTHA (EFE) | Vídeo: EPV

Siendo un milagro en sí mismo, que un equipo haya rescatado con vida a un montañero indio que llevaba tres días atrapado en el fondo de una grieta, podría resultar anecdótico. Hablando del Annapurna (8.091 metros), escenario de esta resurrección inesperada que ha conducido a Anurag Maloo desde su tumba de hielo hasta la cama de un hospital, el verdadero milagro es que las muertes no se cuenten a estas alturas de la primavera con los dedos de ambas manos. Por paradójico que parezca, el primer ochomil escalado por el ser humano es también el más mortífero, el que mayor ratio de muertos por cima observa: hasta 2018 se habían registrado 266 cimas y 72 muertes, 37 a causa de avalanchas. Su ruta normal, en la cara norte, es una suerte de ruleta rusa en la que no solo hay que esquivar los campos de grietas, sino torear las frecuentes avalanchas que barren la parte inferior de la montaña. Hace dos semanas, un alud enorme sepultó todo lo que encontró a su paso entre los campos 3 y 2. Fue una suerte (o un milagro) que nadie estuviese en ese momento en la montaña.

El alpinista indio Anurag Maloo.
El alpinista indio Anurag Maloo.

El Annapurna cambió para siempre el 16 de abril de 2021, cuando un pelotón de 67 alpinistas se coló en su cima a rueda de un despliegue de medios preparado por las agencias nepalesas de guías: ese día hubo tantas cimas como en los primeros 40 años desde la conquista de la montaña. Ese día, el legendario guía y alpinista francés Marc Batard se retiró, horrorizado por lo que vieron sus ojos: cuerdas mal instaladas que podían ceder bajo el peso de varios escaladores, guías sin conocimientos serios de alpinismo, clientes enchufados a botellas de oxígeno y sin ningún control sobre lo que hacían, montañeros enrolados en expediciones comerciales sin el mayor atisbo de autonomía en el medio… y proclamó que “una catástrofe de enormes proporciones” llegaría más pronto que tarde.

Pudo haberse dado anteayer, cuando un grupo formado por los sherpas Lakpa Nurbu, Tashi, Chepal, Dawa Nurbu, Lakpa y los polacos Adam Bielecki y Mariusz Hatala se asomaron a la grieta donde había caído el montañero indio con la idea de tratar “de recuperar un cadáver”, según explicó en sus redes Bielecki. Por fortuna, ninguna avalancha se desencadenó mientras trabajaban para izar a Anurag Maloo en un lugar en el que permanecieron varias horas cuando lo razonable es pasar por ese punto las veces justas y a la carrera.

El indio había caído ante la mirada de otro escalador, el brasileño Moeses Fiamoncini, cuyo relato de los hechos en explorersweb pone los pelos de punta y suscita no pocas preguntas: “Maloo se encontraba muy débil, seguramente afectado por mal de altura, así que decidí ir detrás de él o a su lado, siempre a escasos metros. También bajaba con él su sherpa, así que nunca estuvo solo”, enfatiza el brasileño. “Al llegar a un escalón vertical de hielo de ocho metros equipado con cuerdas fijas, Maloo me pidió que bajase yo primero, así que me aseguré bien de escoger la cuerda buena y descendí. Al pie del resalte miré hacia arriba y ví a Maloo rapelando pero me di cuenta de que había escogido una cuerda vieja de apenas dos metros de longitud y que no llegaba hasta el suelo: le grité para advertirle pero no me oyó y cayó a plomo, se estrelló a un metro de donde yo estaba y se deslizó hasta el fondo de una grieta, donde no se le podía ver. Quedé horrorizado”, confía Fiamoncini. El sherpa de Maloo disponía de una cuerda y se asomó atado a ella hasta el borde de la grieta: “Estuvimos mucho tiempo llamándole, asumiendo un grave riesgo y viendo cómo las avalanchas se sucedían a no mucha distancia. Encontrarle vivo era una opción diminuta, así que seguimos bajando hasta llegar al campo base”, señala Fiamoncini.

Maloo había contratado los servicios de una de las agencias más poderosas de Nepal, Seven Summit Treks, cuyos elevados precios pretenden garantizar la seguridad de los clientes y es una manera de desmarcarse de las agencias de bajo coste que operan en el país. Por estos motivos resulta chocante que el sherpa que acompañaba a Maloo no advirtiese el tremendo error que cometió su cliente al colocar su descendedor en la cuerda errónea, más a sabiendas de su estado físico y cognitivo. Tampoco ha explicado dicha agencia qué longitud de cuerda llevaba el sherpa y qué le impidió descolgarse al interior de la grieta: los polacos encontraron al escalador indio a menos de 50 metros del borde de la misma, y no a 300 o a 100 como se comunicó en un principio. Tampoco se sabe con exactitud qué labor realizó el equipo de sherpas enviado a posteriori por Seven Summit Treks para tratar de dar con el desaparecido. Finalmente, la insistencia de la familia de Maloo, sus peticiones a los gobiernos de India y Nepal y la garantía de que los costes de un rescate serían cubiertos por la compañía aseguradora permitieron reunir a un equipo solvente y a un piloto excepcional, Sobit Gauchan, para obrar el milagro. El polaco Adam Bielecki firmó en 2013, en compañía de tres compatriotas, la primera invernal del Broad Peak (8.047 m). Pero dos de sus compañeros, Maciej Berbeka y Tomasz Kowalski nunca regresaron. Una parte de la comunidad alpinística polaca recriminó a Bielecki no haber esperado a sus compañeros durante el descenso, siendo el más fuerte del equipo. Desde entonces, Bielecki ha protagonizado dos rescates sonados: el de Maloo y el de Elisabeth Revol en el Nanga Parbat, en el invierno de 2018.

Guiar en una montaña de 8.000 metros, tal y como se entiende en Occidente, exige al guía una altísima cualificación y la presencia constante junto al cliente. A falta de guías solventes (son muy pocos los que tienen una titulación certificada), las agencias locales lo fían todo a las cuerdas fijas, al oxígeno embotellado y al trabajo de los servicios aéreos de rescate, lo cual en montañas tan comprometidas como el Annapurna parece claramente una apuesta tan controvertida como disparatada. Con peligros objetivos tan serios como grietas, roturas de seracs (masas de hielo colgantes) y aludes, no parece la mejor idea mover montaña arriba y abajo a clientes sin pedigrí, lentos y dependientes. El indio Maloo, en su primera incursión en un ochomil, parece una víctima más de la reciente fascinación que suscitan las montañas más elevadas de la Tierra entre la clase media-alta de la India. Según explica el alpinista norteamericano Mark Synnot en su libro El tercer polo (ediciones Desnivel), el rédito de colarse en la cima de uno de los 14 ochomiles es tremendo en términos de reconocimiento social, y el hecho de coronar el Everest ha concedido a varios indios puestos vitalicios de relevancia en la Administración del país. Maloo se encuentra en la UCI de un hospital de Nepal en estado crítico. Por supuesto, los intentos de cima se suceden en el Annapurna, donde solo se han registrado dos muertes esta primavera.

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