EPISTEMOLOGÍAS OTRAS
Conocimientos y saberes locales
desde el pensamiento complejo
Pablo Alarcón-Cháires
2017
EPISTEMOLOGÍAS OTRAS
Conocimientos y saberes locales
desde el pensamiento complejo
Pablo Alarcón-Cháires
2019
1
Tercera edición, 2019.
Alarcón-Cháires, P. EPISTEMOLOGÍAS OTRAS: Conocimientos y saberes locales desde el
pensamiento complejo. Tsíntani, AC/ /IIES, UNAM. México.
Temática: epistemología, conocimiento y saberes locales o tradicionales, decolonialidad,
epistemologías del sur, descolonialismo, etnoecología.
Distribución mundial
Diseño de portada: Pablo Alarcón-Cháires
Instituciones participantes: Tsintani AC/UNAM.
Morelia, Michoacán, México.
Comentarios: palarcon@iies.unam.mx
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la
anuencia por escrito del titular de los derechos.
Impreso en México * Printed in Mexico.
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CONTENIDO
Capítulo 1
Introducción
Hacia una epistemología de segundo orden (7)
La complejidad (11)
Ciencia al desnudo (14)
Las nuevas epistemologías (17)
Los saberes paganos (19)
Capítulo 2
Cultura y Naturaleza
Diversidad cultural (23)
Lenguas como expresión de la diversidad cultural (25)
El lenguaje en el constructo social (28)
Evaluando la diversidad cultural (29)
Pérdida de la diversidad cultural (32)
Diversidad biológica: el caso de México (37)
Articulación de la cultura y la Naturaleza: domus complexus (38)
Diversidad cultural y la Naturaleza (40)
Bioculturalidad (41)
Pueblo originarios y conservación de la Naturaleza (42)
La otra cara de la moneda (45)
Manejo adaptativo y apropiación de la Naturaleza (48)
Complejidad y apropiación indígena de la Naturaleza (50)
Pensar complejo el sistema indígena/campesino (55)
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Capítulo 3
Conocimientos y saberes
Conocimientos (58)
Saberes (63)
Conocimientos y saberes en la etnoecología (68)
Sabidurías (70)
Verdad y ciencia (75)
Tradición (76)
Evolución de la investigación de los conocimientos y saberes locales (82)
Entre la polinomia y la polisemia (84)
¿Por qué conocimientos y saberes “locales”? (90)
El carácter oral del conocimiento y saber locales (92)
Componentes del sistema de conocimientos y saberes locales (94)
Ciencia, conocimiento y saberes (106)
¿Cuál es la opinión de los pueblos originarios? (113)
Repensar el quehacer científico (115)
La memoria: sustento ancestral de la cultura (118)
La etnociencia (124)
La rebeldía epistémica (131)
Capítulo 4
La etnoecología
Introducción (147)
Origen de la etnoecología (148)
¿Qué es es la etnoecología? (150)
Etnoecología ¿Hibridación etno-antropológica y ecológica? (158)
Etnobiología y etnoecología (170)
4
Diálogo y ecología de saberes (174)
Multi-, inter- y transdisciplina en la perspectiva etnocológica (177)
La etnoecología y los puentes inter- y transdisciplinarios (186)
La construcción de la perspectiva etnoecológica (190)
Cosmovisiones en la etnoecología (194)
La persistencia de la cosmovisión indígena (197)
La praxis (204)
El tiempo (207)
Espacio y territorio (209)
Las instituciones (214)
Comunalidad (217)
Estrategia(s) en la investigación etnoecológica (220)
La etnoecología en acción (233)
Los desafíos de la etnoecología (235)
CONCLUSIONES (236)
REFERENCIAS (240)
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6
CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN
Hacia una epistemología de segundo orden
Cuando Urlich Beck (1998) habló de la ‘sociedad del riesgo’ cuestionando la viabilidad de
la civilización humana no sólo por su relación con el entorno natural, sino principalmente
con ella misma, invocó a su vez la crisis del conocimiento que Leff (2011) plantea desde la
perspectiva de la complejidad ambiental. Y es que la debacle del ambiente -entendido éste
más allá de un atrincheramiento ecológico- merece ser reconceptualizada como un
problema de la relación de la sociedad humana consigo misma, donde el empobrecimiento
del concepto de Naturaleza -como refieren Sotolongo y Delgado (2006)- es esencial para
definir el reajuste de las bases espiritual y material de nuestra sociedad1. Estos autores
mencionan que el problema ambiental ha sido uno de los más relevantes desde los puntos
de vista epistemológico y social, pues ha demostrado las fallas de los modelos de
conceptualización y los modos de articulación de los social y lo cognitivo.
Lo real ha rebasado a nuestra realidad lo que debería llevar a cuestionar los
argumentos fundacionales de nuestra civilización, particularmente en estos últimos siglos.
Para filósofos como Edgar Morin (2011, p. 34) “el replanteamiento debería ser más
profundo, incluso, que el del Renacimiento”. Hay que repensarlo todo. Debemos volver a
empezar. Además de las nuevas formas de producir y concebir el saber humano, “debería
1
Zent (2014a, 2014b) realiza un análisis de los constructos lógicos que la humanidad ha tenido en
torno a la naturaleza. Menciona que en los pueblos originarios parece que no existe un término
equivalente que traduzca naturaleza en términos occidentales. Más bien existe un énfasis dado “a la
continuidad de los espacios de vida, es decir a la esfera donde se mueven y coexisten las dinámicas
existenciales, el espacio percibido o no donde suceden las cosas” (Zent, 2014b, p. 1). Para Zent, el
concepto de naturaleza en estos pueblos es más cercano al de “biósfera”. Desde los argumentos del
giro ontológico, no hay una única naturaleza dado que se tiene acceso a ella “mediante una variada
multiplicidad de representaciones parciales y siempre contingentes de la misma”, según Ruiz Serna
y Del Cairo (2016, p. 202). Entonces, los acuerdos sobre el mundo(s) serían más ontológicos, que
epistémicos.
7
darse un salto cualitativo que acerque la comprensión del sentido y alcance del
conocimiento y su relación con los valores humanos; las relaciones entre ciencia y moral,
subjetividad y objetividad en el saber” (Delgado Díaz, 2010, p. 27). Repensar el quehacer
científico es una tarea impostergable. Leer y describir el mundo tamizando crítica y
constructivamente las teorías científicas y su producción, permitirían descubrir otras
realidades que abjurarían del modo selectivo, exclusivo, homogéneo, estático y positivista
que acorralan al potencial humano (véase Saavedra, 2009). Por ejemplo, la consideración
del contexto social histórico en el conocimiento científico y el redimensionamiento del
papel del observador-conceptuador, permitirían transitar de la epistemología de la
objetividad a la epistemología de la reflexibilidad, asumiendo que la inducción y la
verificación no prueban lógicamente nada y que la ciencia no posee una metodología
infalible (Poper, 1967); que no existe un método no condicionado históricamente y libre de
prejuicios (Gadamer, 1981); que detrás del conocer están el interés y el poder (Foucault,
1968 y la Escuela de Franfurt); que ya no es posible mantener la idea de una metodología
científica universal, clara y distinta, ni tampoco un método de demarcación entre ciencia y
metafísica, y que la ciencia no es suprahistórica.
Es por ello que a contracorriente de la hegemonía cimentada por la epistemología
clásica y como producto de una crítica surgida en el propio seno de la ciencia, diferentes
“rebeliones epistémicas” están cuestionando el paradigma científico actual . De hecho, esto
no es nuevo dado que la visión newtoniana relacionada a la construcción de un universo de
leyes absolutas y eternas como único medio de explicación, realmente empezaron a ser
cuestionadas desde hace al menos dos siglos por la filosofía crítica y la filosofía existencial.
Se trata pues de ‘conocer el conocimiento’ desde una perspectiva teolológica y ontológica
facilitando con ello las críticas y precisiones al mecanicismo y determinismo. Por ejemplo,
Gragson y Blount (1999) señalan que si la ciencia es definida y validada a partir del uso del
método científico, sería una paradoja que llevaría a cuestionarla. Esto es así, porque a
medida que el método es más preciso, es mayor nuestra ignorancia acerca de la totalidad
del fenómeno contenido en el sistema de interés (Funtowickz y Ravetz, 1991). Delgado
(2012, p. 4) señala que la ciencia está basada en la
“...aplicación de un código de racionalidad ajeno a cualquier tipo de
inferencia externa. La herramienta intelectual responsable de productos
científicos como la genética de poblaciones o la teoría cinética de los
8
gases, es el llamado ‘método científico’. Este consiste en un algoritmo o
procedimiento reglamentado para evaluar la aceptabilidad de enunciados
generales sobre la base de su apoyo empírico y, adicionalmente, su
consistencia con la teoría de la que deben formar parte. Una particular
cualificación de la ecuación ‘lógica + experiencia’ debía proporcionar la
estructura final del llamado ‘método científico’, respaldando una forma de
conocimiento objetivo sólo restringido por una virtudes cognitivas que le
garanticen coherencia, continuidad y una particular hipoteca sobre el
mundo de la experiencia.”
Pero también se trata de desandar los pasos dados, como decía M. Foucault (en
Osorio-Rojas, 2007, pp. 7-8):
“Hay que desembarazarse de todo lo que fue descrito como el camino del
día que disipa la noche y percibir, en el curso del siglo XVIII, algo bastante
diferente; un inmenso y múltiple combate no entre conocimiento e
ignorancia, sino entre los saberes mismos: saberes que están en recíproca
oposición, en su morfología específica, a través de la relación entre los
poseedores, enemigos uno de los otros y por sus efectos de poder
intrínsecos.”
Por otro lado ¿Qué hace relevante abordar el tema de diversidad y complejidad al
inicio de una disertación sobre los conocimientos y saberes locales? Éstos traen implícitos
dos temas torales sin los cuales difícilmente se pueden comprender diferentes procesos que
determinan nuestra realidad social: la diversidad biológica y la diversidad cultural
(biocultural2). Reconocer la complejidad de las relaciones existentes entre éstas implica el
acercamiento a la descripción y comprensión integral de diferentes fenómenos humanos. Si
cada una por separado –naturaleza y cultura- tienen importantes connotaciones (simbólicas,
cognitivas, espirituales, productivas, etc.), su integración ofrece una trama de causas y
efectos que implican procesos, propiedades y consecuencias de fondo. Llegar a
2
El término “biocultura” ha sufrido una serie de decantaciones que lo ha llevado a ser utilizado en
la antropología, la sicología, la perspectiva de género, la evolución, la filosofía, la educación, la
espiritualidad y la aplicación de la justicia. En años reciente ha evolucionado hacia la relación
sociedad-naturaleza acuñándose a partir de este concepto otros términos como territorio biocultural,
conservación biocultural, patrimonio biocultural, protocolo biocultural y memoria biocultural, entre
otros.
9
comprenderlas desde una perspectiva compleja conlleva necesariamente a desarrollar
nuevas metodolologías y conceptos.
También se desliza hacia el imperativo ético relacionado con los pueblos
originarios, indios o indígenas3 referentes a la diversidad biocultural íntimamente
relacionada a la supervivencia planetaria. Conduce hacia el camino de la comprensión
humana en aras de construir una sociedad más justa a través del respeto hacia todas las
formas de expresión humana –muchas comúnmente olvidadas y colonizadas- y al
reconocimiento de nuestro papel como socio-especie (Figura 1.1).
Además, como señala Hviding (1996), el estudio de los pueblos originarios y la
naturaleza debe incluir investigación sobre sus fronteras ontológicas y sus criterios
epistemológicos y no estacionarse en la identificación de estructuras culturales. Es decir, se
necesitan considerar los fundamentos profundos de la práctica humana en el mundo.
Resumiendo la importancia de los conocimientos y saberes locales: existen al menos
dos vertientes importantes referidas a la contribución epistemológica de éstos, donde el
cuestionamiento básico sobre diferenciación artificial entre cultura y naturaleza sigue
presente4. También conlleva replantearse el quehacer científico frente a otros
conocimientos y saberes. Por otro lado, existe la vertiente ética frente a una sociedad en
crisis, que implica establecer otras formas de organización y relación de lo humano con lo
humano y lo no humano, en formas horizontales que ponderen la importancia de este
fenómeno como referente universal, en sus multiples manifestaciones.
3
La definición de los pueblos originarios ha evolucionado de lo claramente étnico, a lo político.
Según Rendón (2003, p. 35) “se usa el término indio para referirse al individuo o pueblo que
resiste las formas de dominación y opresión. Indígena se deja para los descendientes biológicos de
los pueblos prehispánicos pero que no tienen el ánimo de resistir.” Otras denominaciones son
aborigen, tribus, autóctono y nativo. En este caso se usa “pueblos originarios” como forma de
reafirmar la identidad originaria del lugar frente a un hecho histórico colonial que implica despojo
de tierras. Su uso se ha generalizado y se le considera una manera políticamente correcta de referise
a las comunidades indígenas (véase: http://www.survival.es).
4
Philipe Descola (2012) y Viveiros de Castro (2013) pusieron nuevamente a discusión el dualismo
cultura(sociedad)-naturaleza por su encuadre antropocéntrico y racionalista, carácterístico del
pensamiento occidental. En cambio, evocan naturalezas otras y relaciones otras desde un análisis
ontológico, no culturalista.
10
Epistemológica
¿Sociedad/naturaleza?
Crisis socio-ambiental
Quehacer(cien+fico(
Comprensión(
Otras(conocimientos(y(saberes(
Horizontalidades
Ética
Figura 1.1 Importancia del conocimiento y saber locales
La complejidad
El tema de la complejidad alude un paradigma que confirma la dinámica del desarrollo de
la ciencia a partir de las revoluciones científicas que menciona Kuhn (2005). Edgar Morin,
en obras como El Método (1999), El Paradigma Perdido (2005) y Ciencia con Conciencia
(1984), ha plasmado contribuciones seminales para el desarrollo del pensamiento complejo.
Fritjof Capra (1998) en su obra La Trama de la Vida daría más argumentos de que las
interacciones humanas entre mente, materia y vida resultan más complejas y determinantes
de lo supuesto.
La complejidad se puede concebir en tres direcciones: como ciencia (de la
complejidad), como método y como cosmovisión. Se habla también de ciencia“s” de la
complejidad (véase Espina, 2007). Esto significa que se le puede abordar desde las
11
vertientes epistemológica, sistémica, bio-ecológica y humana, al menos. La complejidad es
un campo de frontera. Sus fundamentos teleológicos y ontológicos han sido nutridos por
diferentes líneas de pensamiento e investigación desde las matemáticas, la física, la
biología, la ecología y la sociología. Para Morin (2000), la complejidad es “lo que está
tejido en conjunto” (complexus). Reconoce que dicho tejido está conformado por
componentes heterogéneos que representan la paradoja de lo uno y lo múltiple. Lo
complejo se caracteriza por el azar, las interacciones, las retroacciones, las determinaciones
y el enredo. Ante ello, la complejidad afronta lo entramado, la solidaridad de los
fenómenos, la bruma, la contradicción, lo inextricable, el desorden, la ambigüedad y la
incertidumbre. Morín discute la relación entre dialéctica y dialógica, así como el concepto
del cosmos frente al caosmos, tratando de ampliar la visión de Heráclito, quien decía:
“Todos los cambios de la naturaleza se activan por las discordias.” Según esta visión, sería
el conflicto el que hace que las cosas estén en continua apetencia de cambios. Pero
realmente la complejidad es mucho más que dialéctica y la dialéctica es más que conflictos
surgido de atrincheramientos opuestos. El mérito del pensamiento complejo está en
desenmascarar la ceguera del orden surgido de la ley única y los procesos simplificadores.
La complejidad amalgama interacciones, oculta constricciones y emergencias, se
autocuestiona y acepta la integración del determinismo, las distinciones y la separación. Su
apuesta es a una comprensión de la vida como auto-eco-organización. Iglesias (1994, p. 97)
dice que “la naturaleza de por sí no nos da leyes, nos da un caos, un desorden, un azar.
Vemos a la naturaleza ordenada en la medida que la conocemos; si no la conociéramos, la
seguiríamos viendo desordenada”.
Para Romero (2003), la complejidad se opone a la visión entrópica de la realidad de
la misma manera que el pluralismo metodológico del paradigma de la complejidad se
opone al monismo científico de la ciencia paradigmática o ciencia analítico-mecanicista.
Menciona (p. 8-9) que “si la ciencia mecanicista aspiraba al conocimiento de lo universal,
la ciencia de la complejidad aspira al conocimiento de la diversidad y lo particular”. La
idea de la complejidad es, en resumen: dialogicidad, interacción-organización, ordendesorden, simplicidad-complejidad, imperfección, imposibilidad de la unificación y del
logro, incertidumbre, indecibilidad e irreductibilidad. La complejidad trata de articular
física-biología-antroposociología a través de un circuito, enraizando primeramente la esfera
antroposociológica con la esfera biológica, continuando con la esfera viviente y la phisis,
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para terminar enraizando lo físico y biológico con lo cultural. Es decir, la complejidad es el
desafío, no la respuesta.
La obra de Edgar Morin -al igual que El Espíritu del Valle - se ha nutrido de
diferentes teorías:
1. Teoría de la información, desarrollada por Claude E. Shannon (1948). Refiere a las
leyes matemáticas que rigen la transmisión y el procesamiento de la información.
Proponen un modelo en el que la comunicación inicia de una fuente de información a
través de un transmisor que emite una señal, la cual viaja por un canal, pero a lo largo
de su viaje puede ser interferida por algún ruido.
2. Teoría Cibernética, propuesta por Norbert Weiner (1948), que sustenta la
retroacción de los sistemas introduciendo la curva causal (acción causa-efecto y
acción efecto-causa) que rompe con la concepción lineal de la dinámica de los
sistemas.
3. Teoría de los sistemas, que aborda el fenómeno de autoorganización. Ha sido
nutrida por diferentes investigadores: John Von Neumann (1966) y su desarrollo
teórico sobre la auto-reproducción autómata; Heinz Von Foerster (1960) y su
principio de “el orden a partir del ruido y perturbación”; Henri Atlan (1987) con su
teoría del azar organizador; e, Ilya Prigogine (1999 y 2009) con la teoría de las
estructuras disipativas.
Esto le ha permitido a Morin (1984, 1994, 1999, 2002a y 2002b) formular sus
principios metodológicos como una guía para “el pensar complejo” que refiera aspectos
organizacionales y estructurales:
1. Principio sistémico u organizacional. Implica la necesidad de relacionar el
conocimiento de las partes con el todo, y relacionar el conocimiento del todo al
conocimiento de la partes. Detecta la estructura funcional y organizacional. Una de
sus premisas es que “el todo es más que las suma de sus partes y a la vez menos que
la suma de estas partes”, refiriendo a la emergencia e inhibición de propiedades en
niveles de organización superiores. El reconocimiento de las jerarquías naturales
implica que lo simple no es contraparte de lo complejo sino su estado inicial.
2. Principio hologramático. Reafirma el hecho de que en ciertos sistemas no sólo la
parte está en el todo, sino que el todo está en las partes.
13
3. Principio de retroactividad: la causa actúa sobre el efecto, pero el efecto también
actúa sobre la causa.
4. Principio de recursividad. Retoma el principio de la retroactividad pero trasciende
su concepto hacia el reconocimiento de procesos recursivos caracterizados porque sus
productos son necesarios para la continuación de dicho proceso, lo que implica una
dinámica auto-productiva y auto-organizacional.
5. Principio de autonomía/dependencia. No hay posibilidad de autonomía sin
múltiples dependencias.
6. Principio dialógico. Relaciones antagónicas que deberían repelerse resultan ser
indisociables e indispensables. Cursa hacia la dialéctica de la interrelación sobre la
dialéctica de la contradicción.
7. Principio de reintroducción del cognoscente en todo conocimiento. Es preciso
devolverle al sujeto el papel protagonista en todo conocimiento considerando que es
él quien construye la realidad.
8. Principio de auto-eco-organización. La explicación de los fenómenos debe
considerar tanto la lógica interna del sistema, como la lógica externa de la situación o
entorno. El pensamiento complejo debe ser un pensamiento ecologizado.
9. Principio de la complejidad. Procesos de ida y vuelta, certezas e incertidumbres,
interacción entre lo elemental y lo global, lo separable y lo inseparable, delimitación
y transgresiones.
10. Principio de emergencia. En las realidades organizadas surgen cualidades y
propiedades nuevas.
11. Principio de borrosidad. El pensamiento razona con enunciados y conceptos
inciertos e indecibles.
Ciencia al desnudo
Repensar el quehacer científico es una tarea impostergable. Leer y describir el mundo
tamizando crítica y constructivamente las teorías científicas y su producción, permitirían
descubrir otras realidades que abjurarían del modo selectivo, exclusivo, homogéneo,
estático y positivista que acorrala el potencial humano. Implica una ciencia repensada sobre
sí misma percibiéndose, re-concediéndose y reconceptualizándose. Repensar la ciencia
implica repensar un proyecto civilizatorio. Las implicaciones de ello, como menciona
14
Delgado (2012a) serían, por ejemplo, dejar de ser cosa para comenzar a ser relación. Ya
Sherrington (1984, p. 273, trad. pers.) decía que “si aceptamos que el objeto de la ciencia
natural es distinguir lo verdadero de lo falso, y no el bien del mal, asumimos un principio
que hace del hombre de ciencia un hombre fraccional, no el hombre total; no al ciudadano
total, sino una fracción de este.”
La racionalidad5 del paradigma de Occidente6 se concibe a sí misma como un
conocimiento privilegiado por su valor de orden superior, siempre en correspondencia con
el fragmento de la naturaleza que estudia, pero no más. Es una racionalidad que no
reflexiona sobre sus propios límites y se proyecta con la pretensión de alcanzar el
conocimiento universal. Por eso no reconoce la diversidad de los conocimientos y saberes.
El agotamiento de dicho paradigma se centra en que: a) Toma procesos naturales en
el marco de un pequeño número de leyes relacionado al determinismo, la simetría y la
simplicidad7; b) Explica fenómenos naturales exclusivamente por procedimientos lineales
basados en la repetición y la predictibilidad; c) Sostiene la idea de reductibilidad de un
universo fragmentado; d) No reconoce a la irracionalidad, al azar, la libertad, la autonomía
y la espontaneidad; e) Tampoco reconoce que la irreversibilidad y la determinación son la
regla; f) Basa la objetividad de su conocimiento de la realidad a través de la frenética
5
“La racionalidad es un sistema de reglas de pensamiento y comportamiento de los actores
sociales que legitiman acciones y confieren un sentido de organización social” (Leff, 2011, p. 42).
6
Occidente refiere una civilización homogenizada y globalizadora determinada por las siguientes
instituciones, creencias y prácticas (Huntington, 1997): a) Herencia de culturas clásicas (Grecia y
Roma); b) Cristianismo occidental; c) Lenguas; d) Laicidad; e) Gobierno de la ley; f) Pluralismo
social y la sociedad civil; g) Individualismo; y, h) Cuerpos representativos. Occidente representa la
absolutización del valor de cambio surgido del fetichismo de la mercancía desarraigada de su valor
de uso y de la base social que la constituye adquiriendo dimensiones especulativas. El valor de uso
sustentado en la base material y social de la mercancía es sustituído por el valor de cambio
representado cuantitativamente y fundamentado en simples relaciones de equivalencia. Las
investigaciones sobre pueblos originarios frecuentemente hablan de valor de uso. Pero esta
aseveración resulta incompleta y demasiado utilitarista si no se dimensiona el trabajo y sus
productos desde un punto de vista simbólico, más allá del utilitario.
7
Desde el pensamiento complejo, nuevas perspectivas hacen evidente que el descubrimiento o la
formulación de leyes obedece también a un grado de depuración y generalización de los
conocimientos. Todo en la sociedad es único, cultural e históricamente condicionado, pero eso no
significa que en determinado momento no puedan esforzarse y establecerse leyes. Por otra lado, hay
otras maneras y conceptos para acercarse mediante niveles de generalización que destacan aspectos
o que se basan en estudio de dinámicas, como pueden ser regularidades, patrones de interacción,
etc.. No son leyes, pero son conceptos que permiten captar regularidad allí donde aparentemente
solo exista algo único e irrepetible. Y lo hace no través de la búsqueda de un conocimiento
estandarizado, regularizado y determinista, dado que los fenómenos que estudia están
históricamente determinados, culturalmente condicionados y ambientalmente definidos (C.
Delgado, 2015, com. pers.).
15
medición; g) No reconoce que toda teoría contiene al menos una expresión que, aún siendo
verdadera, no puede ser probada; h) Olvida que, al final, la ciencia va más allá de
formulaciones teóricas y metodológicas para constituirse en un producto social e histórico
por lo que está permeada de tradiciones, racionalidades, motivos e intereses extra-teóricos
de diverso orden. Para Morin (1999), el “Gran Paradigma de Occidente” está relacionado al
“Paradigma de la Simplicidad”, donde el conjunto de principios de inteligibilidad propios
de la cientificidad clásica reducen el universo físico, biológico y antropo-social. Dichos
principios son: a) Principio de universalidad8 (expulsión de lo local y de lo singular como
contingentes o residuales); b) Eliminación de la irreversibilidad temporal y de todo lo
histórico; c) Reducción del conocimiento de los sistemas al conocimiento de las partes
simples o unidades elementales; d) Reducción del conocimiento de las organizaciones a los
principios de orden inherentes a esas organizaciones; e) Causalidad lineal, superior y
exterior a los objetos; f) Soberanía explicativa absoluta de orden y determinismo universal
e impecable; g) La inteligibilidad se reduce al conocimiento de las leyes generales y
necesarias que gobiernan las unidades elementales; h) Aislamiento/separación del objeto
con relación con su ambiente; i) Separación absoluta entre el objeto y el sujeto9, el que
percibe/concibe10; j) Eliminación de toda problemática del sujeto en el conocimiento
científico; k) Eliminación del ser y de la existencia por medio de la cuantificación y de la
formalización; l) La autonomía es de carácter no concebible; ll) Principio de confiabilidad
absoluta de la lógica para establecer la verdad intrínseca de las teorías; m) Toda
contradicción es un error; n) Se piensa inscribiendo ideas claras y distintas en un discurso
monológico; y, o) La racionalidad instrumental, que determina los medios que permiten
conseguir fines razonables.
8
La universalidad de la ciencia es una universalidad limitada por el contexto sociocultural, en su
forma histórica y en su alcance en el tiempo, dado que no depende de su aceptación sino de los
ideales paradigmáticos que la definen (Delgado, 2012d).
9
Delgado (2007), desde el marxismo y, concretamente, desde la escuela de la actividad (heredera
de la concepción relacional), plantea la artificialidad de lo humano como superación de la división
rígida entre el sujeto y el objeto. La ciencia es más que empiria y teoría, dado que incluye un nivel
superior de “bases” conformadas por los ideales y normas de la ciencia, el cuadro científico del
mundo y el estilo de pensamiento científico.
10
Para Nicolescu (1996), la continuidad, la causalidad local (lineal) y el determinismo llevaron a
concebir todo conocimiento diferente al científico como subjetivo, lo que transformó al sujeto en
objeto (véase Espinosa, 2014).
16
El gran dilema de la Ciencia señala Santos (2012), es que su rigor aumenta en
proporción directa a la arbitrariedad con que compartimenta lo real11. Su carácter
disciplinado conduce a la organización de su saber orientado a vigilar las fronteras
disciplinares12 y reprimir de posibles invasiones transfronterizas. La consecuencia de ello,
según este autor, es que se hace del científico un ignorante especializado. Más aún, la
semiconciencia de los errores que comete profundiza la reducción aún más al tratar de
resolverlos creando nuevas disciplinas. Como menciona Delgado (2012a), la ciencia
disciplinaria termina siendo un dispositivo disciplinario, es decir, una articulación
específica en el discurso de un saber y un poder. Esto se traduce en que el concepto
“disciplina” transita entre la circunscripción del saber científico hacia una forma de control,
que en términos epistémicos es relevante dado que emana un canon que se constituye en el
sine qua non de la validación del conocimiento, además de trascender su dominio a las
esferas del poder político y económico. Esta institucionalidad en las disciplinas no sólo
determinadesde http://www.eoearth.org/view/article/151926ados que deben y pueden ser
gestados en su interior y determina la forma de las proposiciones que pueden engendrarse
dentro de ellas (Rojas, 2007).
Por ello es por lo que el monismo y el canon metodológico, la explicación causal, la
razón instrumental, la objetividad y la experimentación como rasgos distintivos de este
paradigma necesitan ser revisados y redimensionados desde una epistemología crítica que
preste atención a los rasgos del sujeto, como es el caso de la cibernética de segundo orden
también denominada epistemología de segundo orden (conocer el conocimiento). El
entendimiento del proceso científico debe ser reflexivo y autocrítico, principalmente si se
considera que el aspecto sistémico de la transformación ambiental y social es complejo y
requiere de la colaboración de la disciplina y sus procesos de interacción (mono, inter- y
trans-) y de agentes dispuestos a dirigir adecuadamente las preguntas generadas, a
cuestionar los resultados y sus procesos, y a incluir ‘epistemologías ajenas’.
11
Desde la transdiscilinariedad el rigor, la apertura y la tolerancia son propuestas fundamentales en
la práctica de la complejidad y la transdisciplina. Por lo tanto no se trata de excluir el enfoque
disciplinar, sino redimensionarlo.
12
“Una disciplina se define como un dominio de objetos, un conjunto de métodos, un cuerpo de
proposiciones consideradas como verdaderas, un juego de reglas y definiciones, de técnicas y de
instrumentos.” Foucault (1999, p. 32).
17
Las nuevas epistemologías
El quehacer científico pretende ser re-construido, re-pensado y re-evolucionado por
perspectivas surgidas, por ejemplo, desde el pensamiento complejo de Edgar Morin (1999,
2004); la ciencia post-normal de Silvio Funtowicz y Jerome M. Ravetz (2003); la
complejidad ambiental de Enrique Leff (2004; 2009; 2011); la contribución a la teoría de
los sistemas complejos de Rolando García (2006); las epistemologías del sur de Boaventura
De Sousa Santos (2012); la pedagogía crítica de Paulo Freire (2005); la bioética global de
Van Rensselaer Potter (1998); y, la ciencia para la sustentabilidad de Clark, Cruzen y
Schellhuber (2005), entre otras.
Diferentes campos están confluyendo en la adopción de un nuevo concepto de
racionalidad científica, de un nuevo paradigma epistemológico (Martínez, 2007). Pero no es
suficiente, dado que los lastres conceptuales y metodológicos siguen acompañando a estas
nuevas racionalidades. Santos (2012) señala que, por su carácter global, esta nueva
racionalidad científica sigue siendo un modelo totalitario debido a que niega el carácter
racional a otras formas de conocimiento alejadas de sus principios. Pero Santos insiste en
leer estos replanteamientos del quehacer científico desde una postura científica clásica. No
dimensiona los giros que provocan las reflexiones surgidas por esta nueva racionalidad
relacionada al valor de otros conocimientos y saberes, así como su papel emancipador y sus
aportaciones en las cinco ecologías (de los saberes, de las temporalidades, de los
reconocimientos, de las transescalas y de las productividades) que Santos (2012) identifica
en su sociología de las ausencias y de las emergencias.
Sin duda, estos refrescantes y nuevos horizontes manifiestan la necesidad de
dinamizar y reconfigurar la ciencia desde su propio territorio, derribando fronteras que
todavía la acotan y que impiden su diálogo con otras esferas de la realidad. Las
revoluciones epistemológicas no únicamente deben basarse en aspectos cognitivos, sino
considerar la dimensionalidad compleja para constituirse en verdaderas evoluciones de la
conciencia humana (véase De la Herrán, 2011).
Desde el exterior, pujantes fuerzas y sistemas de conocimiento no científicos piden
su apertura y diálogo. Esta nueva ciencia intenta establecer un diálogo con esas otras
formas de conocimiento dejándose penetrar por ellas (Santos, 2012). Es un intento por
tender puentes entre ciencias y humanidades, entre sabidurías y conocimientos, entre el
pasado, presente y futuro, entre la realidad teórica y el pragmatismo de la cotidianidad
18
propia de su contexto entre ciencia y la ética y la moral, entre humanidad y naturaleza,
convenientemente disgregados en la actualidad. González (2012) enfatiza que la
construcción del nuevo saber desde la ética implica: a) La integración del conocimiento
científico y los valores humanos; b) La sabiduría del cómo, por qué y para qué del
conocimiento; c) La redimensión de la condición humana en el seno de la naturaleza; d) La
apertura de la ciencia hacia la subjetividad y de la ética hacia la naturaleza y el futuro, es
decir, reconocer que todo conocimiento tiene un referente exterior, pero implica
subjetividad; e) Reconocer la responsabilidad como principio moral y cognitivo básico que
trascienda el hecho de que la ciencia como instrumento legitimador de toda actividad
humana, está incapacitada para pensar científicamente el problema de la responsabilidad; f)
Asumir que lo moral consiste en un ejercicio constructivo y no reproductivo; g)
Dimensionar el papel de la relación entre ciencia, política y ética que regule sabiamente el
saber y reconozca el valor que tiene la naturaleza en sí misma; y, h) Re-pensar la moral.
¿Qué hacer entonces? La posibilidad de un mismo proyecto humano de
conocimiento ha sido cristalizada por el acceso a nuevas formas de comprensión y
aprehensión de la realidad, pero ello sólo pudo haberse realizado a partir del advenimiento
de la posmodernidad, como crítica de base al proyecto de modernidad13, y el agotamiento
de la razón instrumental cartesiana, sobre todo aquella que hace referencia a la relación con
la naturaleza y las críticas hechas en este sentido por la ecología política (Ramírez, 2001).
Los saberes paganos
Como veremos posteriormente, todos los conocimientos y saberes son útiles, legítimos,
válidos, necesarios, con mucha frecuencia verdaderos y acordes a las necesidades vitales
(véase Rist y Dahdouh-Guebas, 2006). El encuentro de la sociedad humana con la
naturaleza –o sea, consigo misma- conduce, entre otras cosas, a la necesidad de conocer
cómo funciona y cómo está constituida ésta última para poder crear, recrear, producir,
modificar y adaptarse a un ambiente, incluyendo la organización social y el saber de sí
misma (Ramírez, 2001). Desde esta perspectiva, entonces, no existe ningún pueblo
13
Toledo y Barrera-Bassols (2008) mencionan que la actual falla nodal del modelo de desarrollo
[proyecto de modernidad] responde a su intolerancia hacia toda forma premoderna, la cual es
calificada de arcaica, obsoleta, primitiva e inútil, que la desprovee de conciencia de especie y de
conciencia histórica. Situación similar ocurre con el arte, dado que quienes determinan lo que éste
es y sus reglas, están inscritos en una relación de poder que legitima (o no) expresiones artísticas
desde referentes occidentales (véase Price, 1993).
19
ignorante. Estaríamos hablando de un conocimiento pertinente y contingente que responde
al momento histórico y con solidaridad generacional, dado que el futuro está implícito en su
razón de ser. La intrincada relación entre sociedad y naturaleza ha favorecido el desarrollo
de diversas estructuras y contenidos dentro del conocimiento y saber: complejidad,
versatilidad, pragmatismo, patrones distintivos de interpretación referidos en perspectivas
del mundo específicas14. Ello ha derivado en sistemas locales (o tradicionales) como
matrices de conocimiento, saberes, prácticas y representaciones que guían la aventura
sociedad-naturaleza, los cuales tienen una antigüedad de miles de años mientras que el
conocimiento científico se remonta a no más de 300, lo que permite redimensionar la
construcción mental de dichos sistemas locales.
Pero ¿Cuáles son algunos de esos otros saberes y actores epistémicos que tendrían
un papel trascendental en la construcción del nuevo conocimiento científico o no científico?
Como producto de una interacción continua y constante con la naturaleza, los pueblos
originarios poseen un sistema de conocimientos y saberes sobre su entorno natural de
carácter dinámico, estructurado, relacionados entre sí, con un fuerte carácter utilitario, que a
través del tiempo han sido transmitidos de generación a generación15. Para el caso de
nuestro país dichos pueblos forman parte del México Profundo, eje irrenunciable de la
sociedad mexicana pero que ésta se ha empeñado en negar emprendiendo reiteradamente un
proyecto de sustitución, más que de desarrollo (Bonfil, 1989). Las culturas milenarias
realmente son custodias, portadoras, revitalizadoras y practicantes de conocimientos,
saberes, cosmovisiones, prácticas, formas de organización social, sistemas de producción,
instituciones, territorialidades, etc., aunque frecuentemente son vituperadas y minimizadas
por el paradigma occidental.
14
Esta aproximación desde el relativismo cultural contiene y expresa la validez y riqueza de todo
sistema cultural frente a valoraciones absolutistas de corte moral o ético. Concebir de esta manera
los conocimiento y saberes locales es una oposición al etnocentrismo y al universalismo cultural
que pretende imponer a la humanidad valores, juicios morales y comportamientos con valor
absoluto. Sin embargo, resulta inevitable que se planteen temas torales de interés humanista,
especialmente en el tema de los derechos humanos, ahora concebidos, reconocidos y aceptados
“universalmente”. ¿Qué pasa, por ejemplo, con algunas prácticas locales de impartición de justicia
aceptadas y sustentadas en usos y costumbres? ¿Qué con los ritos de paso y otras pautas de
comportamiento señaladas como violatorias a dichos derechos humanos, pero que forman parte
fundamental de determinadas prácticas que definen la identidad colectiva e individual en los
pueblos originarios? Este tema sigue en el aire y sólo se plantea como una inquietud que escapa al
objetivo de esta investigación.
15
Son un sistema complejo cuyos componentes interactúan entre sí y ante determinadas
circunstancias; incluyen el kosmos y la praxis de Toledo (2001).
20
Actualmente, estas actitudes hacia el sistema de conocimientos y saberes locales
están siendo replanteadas. Reconocer su importancia permite enriquecer a su vez el
conocimiento científico de disciplinas como la botánica, zoología, forestería y agricultura
(Posey, 2000). Con la redimensión de los conocimientos y saberes locales16, la artificial
hondura que separaba lo social de lo ecológico, lo abstracto de lo concreto, lo espiritual de
lo material, la religión del conocimiento, la cultura de la naturaleza y lo racional de lo
“irracional”, está siendo cruzada por puentes que nuevos campos del saber humano están
construyendo. Su mérito principal es que están potenciando la transición epistemológica
hacia novedosas formas de construcción del conocimiento, sin abdicar de la visión y
bondades que las disciplinas clásicas poseen. El progreso en la ciencia se ha dado cuando se
han tendido puentes entre disciplinas, dirían Clayton y Radcliffe (1996).
Como se ha mencionado, la tradición intelectual de los pueblos originarios está
fuertemente vinculada al entorno natural. La principal enseñanza de estos pueblos está mas
cerca del concepto de ambiente como articulación de órdenes ontológicos y
epistemológicos diferenciados, como refiere Leff (2011). Naturaleza y cultura (lo eco- y lo
etno-) son integradas superando su desmantelamiento teórico que las alejó conceptual y
funcionalmente de la realidad. Permite entender a la sociedad humana actual como una
entidad compleja, facilitando acercarla al mundo natural que también está determinado por
flujos energéticos, de materiales y de información17 dentro de un contexto histórico y
evolutivo18, y en un espacio apropiado. Este redimensionamiento ha favorecido que, como
acto de blasfemia, el “paganismo epistémico” -conocimientos y saberes locales- que se
creía exorcizado de la razón científica que devino conocimiento (científico), esté
floreciendo y siendo revalorado en sus justas dimensiones (epistemológica, política y
biocultural, al menos). Se apuntala el concepto de Tierra-Patria de Morin y Kern (1993)
16
Conocimientos y saberes locales será utilizado como lo que comúnmente se denomina
conocimiento y saberes tradicionales; la explicación a ello será abordada posteriormente.
17
El tema de la información debe dimensionarse. Solé (2009, p. 21) menciona que “todo sistema
complejo posee elementos que, en una forma u otra, intercambian información entre sí a través de
algún medio. Este flujo de información es generado por los elementos constituyentes y a su vez
cambia el estado de los últimos, en un círculo lógico que no podemos romper.”
18
Para Hornborg (1996), la construcción de la sociedad moderna está basada en la
descontextualización originada desde sistemas abstractos y totalizantes como la ciencia o el
mercado diseñados para resolver los problemas básicos de la supervivencia humana. Es necesario
conocer estas limitaciones no en un intento místico, sino para recontextualizar la producción de
conocimiento. Para Morin (2000), es necesario ubicar las informaciones y los elementos en su
contexto para que así adquieran sentido, ya que percibirlos aisladamente resulta insuficiente. La
palabra necesita del texto que es su contexto y el texto requiere del contexto donde se enuncia.
21
como imperativo que permite el acercamiento de lo humano con la naturaleza y lo humano
con lo humano. Se reafirma que aún sobreviven esas apelaciones, interpretaciones y
explicaciones fundamentales de la vida, del cosmos y de lo natural, a pesar de haber sufrido
un proceso de resistencia (contrahegemónico) todavía doloroso y complejo, producto del
inacabable choque de civilizaciones. Le toca a la sociedad humana en estos reajustes
epistémicos repensarse como parte de la naturaleza. La ruptura del diálogo que tuvo con
ella en los albores de la ciencia tiene que redimensionarse urgentemente y darle el sentido
natural que los conecta. Se debe pues dejar a un lado la concepción que dice que la
naturaleza es tan sólo concebida como extensión y movimiento, pasiva, eterna y reversible,
mecanismo cuyos elementos se pueden desmontar y después relacionar bajo las formas de
leyes, sin tener otra cualidad o dignidad que nos impida revelar sus misterios, develamiento
que no es contemplativo, más bien activo, ya que apunta a conocer la naturaleza para
dominarla y controlarla (Santos, 2009).
La nueva racionalidad científica está íntimamente ligada a la ética. Los retos que le
tocará enfrentar están a la par de las contradicciones que caracterizan nuestra sociedad.
Pero deberá estar consciente que estos pueblos originarios han enfrentado, manejado y
resuelto problemas complejos por mucho más tiempo que la sociedad occidental, por lo que
disponen de valiosos conocimientos y saberes para hacer frente a los problemas
socioambientales contemporáneos. Para ello, es necesario una gestión diferente del
quehacer científico alejada de la coordinación centralizada y más bien dirigida hacia una
filosofía de orientación, no de control (Apgar, Argumendo y Allen, 2009). Se debe
considerar que el conocimiento científico por sí sólo no puede solucionar los problemas
complejos permeados de incertidumbre y particularidades (Thompson, 2012). Es necesario
entonces una contextualización que implique el derribamiento de las barreras entre ciencia
y sociedad facilitando la integración del conocimiento científico y el conocimiento
socialmente robusto en la esfera del debate público. Solo así se podrá arribar a la adopción
del nuevo concepto de racionalidad científica, es decir, hacia el nuevo paradigma
epistemológico que señala Martínez (2007). De otra manera, cuando las circunstancias
sociales, culturales y tecnológicas no son consideradas, surge discrepancia a menudo crítica
entre el conocimiento y la práctica.
22
CAPÍTULO 2
CULTURA Y NATURALEZA
Difícilmente podemos concebir la evolución humana ajena a su contexto natural. Lejos del
culturalismo y el determinismo ambiental, es claro que la relación entre cultura y naturaleza
implica procesos recíprocos de dependencia, independencia y exclusión que han
determinado ecológicamente a nuestra sociedad y culturalmente a nuestro entorno natural.
De hecho, la separación entre lo que implica el ser social y el ser natural debería ser más
ampliamente cuestionada, debido a que es un artificio producto de las corrientes
progresistas que surgieron a la par de la revolución industrial. Y es que a pesar de que las
sociedades históricas dan la sensación de haberse liberado de las coacciones planteadas por
el ambiente, la dependencia de dichas sociedades al entorno natural ha sido y sigue siendo
ineludible, a pesar del despliegue tecnológico y científico de los últimos decenios. Aún
cuando en muchas ocasiones la naturaleza ha actuado como limitante para la galopante
expansión humana, también es cierto que son muchos casos en los que sus interacciones
(sociedad-naturaleza) han configurado relaciones mutualistas y simbióticas que derivaron
en la diversificación cultural y la biológica. Con ello,
“…de repente se hunde el antiguo paradigma que oponía naturaleza a
cultura. La evolución biológica y la evolución cultural son dos aspectos, dos
polos de desarrollo interrelacionados e interferentes, del fenómeno global de
hominización. La evolución biológica, partiendo de un primate inteligente y
de su compleja sociedad, viene seguida por una morfogénesis técnicosociocultural que reanuda y estimula una evolución juvenilizante y
cerebrizante.” (Morin, 2005, p.105).
23
Diversidad cultural
Según Sobo (2003), la aparición de la cultura humana trastocó la evolución de nuestra
especie, dado que el proceso de selección natural se conjuntó con un ayudante proactivo: la
cultura, que dió lugar a una mayor diversidad entre grupos humanos. Así, la evolución
biológica y la evolución cultural determinaron el fenómeno global de hominización,
seguida de una morfogénesis técnico-sociocultural que reanuda y estimula una evolución
juvenilizante y cerebrizante (Morín, 2005).
Pero ¿Qué es la cultura? La Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) define cultura como: Conjunto de rasgos
distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una
sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de
vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y
las creencias.19
Una definición de la cultura desde la termodinámica la proporciona Tyrtania (2008):
un nuevo género de complejidad en un ambiente idóneo para incluir sistemas de distinta
naturaleza en sistemas disipativos sociales. Morin la define como “el conjunto de saberes,
saber-hacer, reglas, estrategias, hábitos, costumbres, normas, prohibiciones, creencia,
ritos, valores, mitos, ideas, adquirido, que se perpetúa de generación en generación, se
reproduce en cada individuo y mantiene, por generación y regeneración, la complejidad
individual y la complejidad social” (en Delgado, 2012b, p. 4). Quizá sea más preciso decir
que no existe “cultura” sino “culturas”, lo que permite reconocer que la humanidad se ha
expresado en diferentes formas, rasgos, características y modos de vida. Una simple vista
hacia diferentes latitudes da testimonio de esta diversidad cultural.
Para entender la diversidad cultural precisa subrayarse que la cultura es integradora
y compleja per se. Por eso, su abordaje debe trascender las perspectivas convencionales
permitiéndonos así arribar a los campos de las inter- y transdisciplina. Contiene por sí
misma atributos que definen la praxis humana: conocimiento, valores y comunicación,
integrando lo físico, lo biológico y lo social. Esta complejidad de la cultura se expresa en
fenómenos emergentes. Y es que la intensidad de las relaciones favorece la complejidad
inscrita en una lógica y racionalidad determinante y jerarquizada, donde la diversidad juega
19
Fuente: www.unesgo.org/culture.
24
un papel trascendente como riqueza inapreciable, factor potencial de conflicto y de
dificultades (véase Díaz-Polanco, 2010).
Así, la diversidad cultural se define como el conjunto de las culturas tradicionales
asentadas en marcos ecológicos concretos y cuya reproducción material, social y cultural,
depende de la interacción (uso, conocimiento, aprovechamiento, gestión, organización y
conservación) con ese medio, a la vez natural y creado por el mismo grupo social que
ocupa ese espacio, y también condición de su supervivencia como grupo diferenciado
(Gómez, 1995). Esta coexistencia de sistemas culturales diversos en el que conviven
enfoques doctrinales de carácter comprensivo (filosóficos, religioso, políticos, etc.), facilita
construir y mantener conviviendo diferentes cosmovisiones, según Díaz-Planco (2010).
Este investigador se pregunta si la diversidad no es más bien un rasgo pasajero que define
la infancia histórica de la sociedad humana o si es, en rigor, una corriente imbatible y
consustancial a la sociedad humana, dado que la sociedad humana es una formidable
maquinaria que fabrica incesantemente diversidad cultural, por lo que ésta no es una
anomalía.
La definición de los elementos que conforman la diversidad cultural no es sencilla.
Conceptos como “cultura”, “civilización” y “pueblos” se usan en diferentes sentidos o bien,
como sinónimos. Por ejemplo, “cultura” también es referido como aquellas entidades que
suelen definirse una con respecto a otra, mientras que “civilización” se refiere a las culturas
que afirman sus valores o visiones del mundo como universales y asumen una actitud
expansionista hacia quienes no los comparten. Para la UNESCO, la civilización es un
proceso en curso de construcción encaminado a conciliar todas las culturas del mundo
sobre la base del reconocimiento de su igualdad, en el marco de un proyecto universal
continuo.20
Lenguas como expresión de la diversidad cultural
Si se pretende realizar un análisis cuantitativo y actual de esta diversidad cultural, sin duda
alguna las poblaciones originarias o indígenas21 son el mejor referente. Es decir, la
20
Informe Mundial de la UNESCO. Invertir en la diversidad cultural y el diálogo intercultural.
De acuerdo conl Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo de 1990, un pueblo
es considerado indígena “por el hecho de descender de poblaciones que habitaban en el país o en
una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista, de la colonización o
de las actuales fronteras estatales, y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conserva sus
21
25
expresión numérica del número de pueblos originarios a través de sus lenguas22 es un
medio para evaluar dicha diversidad. Es importante advertir que de ninguna manera las
lenguas deben ser utilizadas como sucedáneo de la diversidad cultural, dado que se corre el
riesgo de reducirla drásticamente. La lengua es un recurso representativo que tiene
implicaciones, bases y formaciones más complejas. Así, la tradición finalmente es una
forma de lenguaje dado que representa un conjunto de valores, actitudes y de creencias que
permite una determinada relación en el mundo, con los otros hombres y consigo mismo.
Poseer un lenguaje implica, entonces, poseer un mundo, una historia y hasta una verdad;
conlleva a estar ya en una relación con el mundo y tener un saber de él (Teodoro-Ramírez,
2003). Maturana (2009, p. 12) refiere que el lenguaje,
“…surge evolutivamente en algún momento hace más de un millón de años
en la historia del hombre, cuando los participantes de un dominio
lingüístico usan palabras (coordinación conductual primaria) al coordinar
sus acciones sobre las distintas circunstancias que sus coordinaciones
conductuales primarias configuran, las que así aparecen como por primera
vez señaladas como unidades independientes, es decir, como objetos. De
esto resulta, por un aparte, la producción de un mundo de acciones y
objetos que solo tienen significado en el dominio social en el que surgen, y,
por otra parte, la producción de la autoobservación, que nos lleva a
distinguirnos como objetos a nosotros mismos y a nuestras circunstancias,
en la reflexión que constituye la autoconciencia como fenómeno que
también sólo tiene existencia y sentido en el dominio social”.
propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas. Además, la
conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un criterio fundamental para
determinar los grupos.” Tal definición implica el reconocimiento de su identidad cultural, pieza
fundamental en sus derechos humanos como colectivos diferentes, su participación ciudadana
basadas en la diversidad y el pluralismo culturales. Sin embargo, el contenido de dicho Convenio
perpetúa el paternalismo y olvida la posibilidad de objetar las políticas institucionales estatales.
22
Lengua es el sistema complejo de asociaciones entre las ideas y los sonidos o gestos (lenguajes de
señas) que cada sociedad humana posee sin excepción. Esta lengua, sea escrita o no, tiene
forzosamente un sistema gramatical propio. La palabra idioma suele referirse a una lengua que tiene
un corpus literario o que se utiliza en foros nacionales e internacionales que tiene un número mayor
de hablantes o que se ha estandardizado de alguna manera formal (http://www.sil.org). Por su lado,
grosso modo, la diferencia entre lenguaje y lengua es que el primero es la capacidad entre dos y más
personas de comunicarse, basándose en un conjunto de signos y normas que conforman cada
lengua.
26
La aparición del lenguaje representó un salto cualitativo y cuantitativo en las
relaciones interindividuales y familiares, en la sociedad y entre sociedades, que finalmente
culminó en la nucleación noológica23 del ser humano (Morin, 2005). Implicó una particular
manera de percibir, concebir, conocer y apropiarse del mundo. Maturana (2009, p. 16)
señala que “el lenguaje da al ser humano su dimensión espiritual en la reflexión, tanto de
la autoconciencia como de la conciencia del otro. Pero el lenguaje es también la caída del
ser humano, al permitir las cegueras al ser biológico que traen consigo las ideologías
descriptivas de lo que debe ser.” Echeverría y Álvarez (2008) reflexionan diciendo que las
lenguas desempeñan múltiples funciones con relación al conocimiento individual y
colectivo. Según estos autores, dicho en la terminología de la economía del conocimiento,
no sólo sirven para generarlo, también para representarlo, codificarlo, comunicarlo,
difundirlo, distribuirlo, compartirlo, usarlo y, last but not least, para recordarlo y atesorarlo.
Las lenguas son un recurso estratégico del conocimiento, puesto que gran parte del
conocimiento humano fluye a través de expresiones lingüísticas. Así, el uso de este
conocimiento contenido en las lenguas no implica su deterioro o disminución, sino más
bien su incremento, es decir, el conocimiento no se consume, solo se transforma. Para la
UNESCO, las lenguas son los vectores de nuestras experiencias, nuestros contextos
intelectuales y culturales, nuestros modos de relacionarnos con los grupos humanos,
nuestros sistemas de valores, nuestros códigos sociales y nuestros sentimientos de
pertenencia, tanto en el plano colectivo como en el individual.
La diversificación de las lenguas -cuyos inicios la ubican hace cien mil añosaumentaría con el proceso de expansión y colonización humana desde África hacia el resto
del mundo, lo que culminó con la diferenciación genética y cultural de la cual hoy
conocemos sólo una parte, dado que se calcula llegó a ser de doce mil culturas hace cinco
mil años (Toledo, 2009). Existiría pues un tipo de ocupación física y funcional en forma de
“nichos bioculturales”24 presentes en el camino por la conquista planetaria humana. De
acuerdo con Toledo, pareciera que la especie humana respondió a la diversidad biológica y
a la heterogeneidad de paisajes del planeta, fragmentándose en miles de culturas, cada una
adaptada a una situación única. Por ello es posible afirmar que la diversificación de los
23
Una definición simple coloca a la noología como el estudio completo del espíritu como principio
del conocimiento.
24
Para Toledo y Barrera-Bassols (2008), el complejo biológico-cultural se pone en manifiesto en
los estrechos vínculos existentes entre varios procesos de diversificación, particularmente entre la
diversidad biológica, genética, lingüística, cognitiva, agrícola y paisajística.
27
seres humanos se fundamentó en la diversificación biológica, agrícola y paisajística
(Toledo y Barrera-Bassols, 2008).
La diversidad está relacionada con la complejidad: cuanto mayor es la autonomía de
la que goza un sistema vivo, mayor es su dependencia con relación al ecosistema (Morin,
2005). Así, a mayor dependencia dentro del orden ecosistémico, más apto es éste para
proporcionar a la sociedad riqueza y diversidad de objetos y productos para alimentar la
riqueza y diversidad del orden social, o sea, su complejidad. Ello significa profundizar en el
proceso de coevolución entre cultura y naturaleza que puede ser abordado desde el manejo
adaptativo, que se analizará posteriormente. En este proceso,
“…el papel del ecosistema natural no desaparece; por el contrario, el
desarrollo de la complejidad social establece relaciones cada vez más
amplias, profundas y complejas con el ecosistema natural. Toda economía
social depende cada vez en mayor grado de la ecología, todo cambio
ecológico repercute en la economía y hace que la modificación económica
revierta sobre la sociedad toda.” (Morin, 2005, p. 106).
El lenguaje en el constructo social
Para Maturana (2009, p. 11) “el mecanismo fundamental de interacción en el operar de los
sistemas sociales humanos es el lenguaje. Más aún, el lenguaje, como característica del ser
humano, surge con lo humano en el devenir social que le da origen”. Según dicho autor, lo
significativo de la reflexión en el lenguaje es que nos lleva a contemplar nuestro mundo y el
mundo del otro, y hacer de la descripción de nuestras circunstancias y las del otro, el medio
en que conservamos identidad y adaptación. Las lenguas no son solamente un medio de
comunicación, sino que representan la estructura misma de las expresiones culturales y son
portadoras de identidad, valores y concepciones del mundo. La importancia de la lengua
para Alonzo (1982), es que su propia estructuración sintáctica expresa una cosmovisión
única y particular que le da identidad y relación con el mundo. La lengua está en el corazón
de lo que significa ser humano (Sinha, 2009). Es el principal instrumento cultural utilizado
para mantener y transmitir el conocimiento generado en la praxis cotidiana y, en el ámbito
ecológico, para usar y transformar los ecosistemas, de acuerdo con Boege (2008). Fornet
(2007, p. 65) menciona:
28
“…el lenguaje es nuestra manera de articular la razón. […] El saber
nombrar las cosas es un acto de poder y no solamente metafísico. Eso crea
centros de cultura, porque decide, en el fondo, el carácter de la cultura. Los
nombres de las cosas representan límites que se le ponen a la experiencia,
porque la experiencia que podamos tener de las cosas va a estar mediada por
el mismo lenguaje o los nombres con que nombramos. La palabra también
media la experiencia en su manera de expresarla. […] por y con el lenguaje
razonamos, pero además imaginamos”.25
El lenguaje implica que, más allá de ser definido como un simple medio de
comunicación, es constitutivo del pensamiento y es condición de la conciencia, igualmente
es constitutivo de la experiencia social, de la interacción humana donde se articula la
experiencia y comprensión del mundo (Ramírez, 2003).
Pero el lenguaje, referido a su máxima expresión como medio a través del cual se
puede establecer comunicación, también comprende el lenguaje corporal y el visual, que
junto con el oral constituyeron los primeros medios de transmisión de experiencias
colectivas, que a su vez facilitaron heredar los conocimientos adquiridos a las siguientes
generaciones. Por lo tanto, es una creación colectiva encaminada a transmitir la historia del
propio pueblo, que además es continua, reflexionada y reconstruida por los actores y
colectivos de la historia (Florescano, 1999).
Evaluando la diversidad cultural
Antes de tratar de realizar esta evaluación, precisa señalarse que cualquier intento de
representar cuantitativa a las culturas existentes es un acto que comprime un proceso de
evolución acuñado durante miles de años que liga íntimamente los genes y las lenguas
(véase Cavalli-Sforza, 1994).
Una aproximación a la cuantificación de la diversidad cultural es a través del
lenguaje como ya se ha dicho. “Las unidades lingüísticas identificadas por lo común
coinciden con un cierto arreglo genético, de tal forma que normalmente los árboles
genéticos coinciden con las taxonomías lingüísticas confirmando de paso la validez de un
proceso histórico”, dice Toledo (2009, p. 31). El problema inicial para determinar la
25
La imaginación es entonces una facultad de inventiva que actúa como otro órgano del pensar
(Fornet, 2007)
29
diversidad cultural a partir de la lengua es la ausencia de información confiable y
actualizada a escala nacional, dado que los censos poblacionales generalmente implican una
suerte de etnocidio estadístico. En muchos casos, la falta de reconocimiento de las
poblaciones originarias por las instituciones oficiales obedece a viejos resabios coloniales
excluyentes que tratan de “esconderlas”. Por ejemplo, hasta hace algunos años, en El
Salvador los censos oficiales no reconocían la existencia de estos pueblos, siendo que otras
fuentes académicas no oficiales reconocían la existencia de al menos tres pueblos
originarios (lenca, pipil y cacaopera), con una población estimada a los 5 millones.
Pero también se presentan casos en lo que los sesgos en los censos poblacionales
indígenas son por otras circunstancias. En México, por ejemplo, se ha registrado un
aumento significativo en la población indígena: de acuerdo con INEGI (2000; 2010), para
el año 2000 se tenía registrado un total de 10,253,627; para 2010 fue de 16,102,646,
mientras que para 2015, se registraron 25.7 millones según la Encuestra Intercensal,
pudiendo también aumentar a 56 grupos étnicos como producto de la movilización de
identidades colectivas (véase Barrera-Bassols, 2008). La variación de la población
originaria ha tratado de ser explicado por diferentes causas: 1) Modificaciones
metodológicas de los censos; 2) Reconfiguración identitaria26 de estos pueblos encaminadas
hacia la auto-reivindicación; 3) Enmascaramiento de la condición indígena que
anteriormente ocurría por el estigma que representaba serlo en una sociedad racista; y, 4)
Acceder a oportunidades para acceder a programas gubernamentales, de agencias
internacionales y de ong’s al reconocerse como pueblos originarios.
Según Toledo y Barrera-Bassols (2008), la población indígena actual a escala
planetaria está representada por unos 300 a 500 millones de seres humanos (“núcleo duro”;
7% de la población mundial), más 1,300 a 1,600 millones de campesinos, pescadores, pastores
y pequeños productores familiares (“núcleo débil”). Para Latinoamérica se calcula la
existencia de 30 millones de indígenas, representados por 400 grupos étnicos (BarreraBassols, 2008). Según Toledo y Barrera-Bassols, aproximadamente 12,000 culturas
26
La identidad étnica está basada en el poder de las relaciones dentro del poder social y de las
interacciones con otro grupo. Edad, género, relaciones profesionales y sociales participan en su
construcción. El origen y pasado común, cosmovisiones y sistema de valores, así como la
adscripción a un territorio y la codificación colectiva de símbolos, signos y significados son la base
para distinguir el “nosotros” del “ellos”. Pero esta identidad está en proceso continuo de
construcción a través de la hibridación cultural de un mundo globalizado que a la par ha generado el
culturalismo aparentemente autoconsciente de su propia identidad y herencia (véase BarreraBassols, 2008).
30
aprendieron, experimentaron y memorizaron relaciones diversas con la naturaleza,
ocupando miles de micro-habitats, cada uno en condiciones ambientales específicas.
Según Lewis et al. (2013), en la actualidad existen aproximadamente 7,105 lenguas
vivas. De acuerdo con esto, un primer cálculo indica que los pueblos originarios
representan entre el 80 y 90% de la diversidad cultural del planeta. Habitan 75 países y casi
el 20% de las tierras emergidas del planeta, cuya presencia se remonta a milenios de años
(Alarcón-Cháires, 2010).
Cuadro 2.1 Agrupaciones lingüísticas en México.
Akateko (familia maya)
Awakateko (familia maya)
Cora (familia yuto-nahua)
Cuicateco (familia oto-mangue)
Chichimeco jonaz (familia oto-mangue)
Chocholteco (familia oto-mangue)
Chontal de Tabasco (familia maya)
Ch’ol (familia maya)
Huasteco (familia maya)
Huichol (familia yuto-nahua)
Ixil (familia maya)
Kaqchikel (familia maya)
Kiliwa (familia cochimí-yumana)
Ku’ahl (familia cochimí-yumana)
Lacandón (familia maya)
Matlatzinca (familia oto-mangue)
Mayo (familia yuto-nahua)
Mazateco (familia oto-mangue)
Mixteco (familia oto-mangue)
Oluteco (familia mixe-zoque)
Paipai (familia cochimí-yuman)
Pápago (familia yuto-nahua)
Popoloca (familia oto-mangue)
Qato’k (familia maya)
Q’eqchí’ (familia maya)
Seri (familia seri)
Tarasco (familia tarasca)
Tepehua (familia totonaco-tepehua)
Tepehuano del sur (familia yuto-nahua)
Tojolabal (familia maya)
Triqui (familia oto-mangue)
Tlapaneco (familia oto-mangue)
Tsotsil (familia maya)
Amuzgo (familia oto-mangue)
Ayapaneco (familia mixe-zoque)
Cucapá (familia cochimí-yumana)
Chatino (familia oto-mangue)
Chinanteco (familia oto-mangue)
Chontal de Oaxaca (familia chontal de
Oaxaca)
Chuj (familia maya)
Guarijío Familia yuto-nahua)
Huave X (familia huave)
Ixcateco (familia oto-mangue)
Jakalteko (familia maya)
Kickapoo (familia álgica)
Kumiai (familia cochimí-yumana)
K’iche’ (familia maya)
Mam (familia maya)
Maya (familia maya)
Mazahua (familia oto-mangue)
Mixe (familia mixe-zoque)
Náhuatl (familia yuto-nahua)
Otomí (familia oto-mangue)
Pame (familia oto-mangue)
Pima (familia yuto-nahua)
Popoluca de la Sierra (familia mixe-zoque)
Q’anjob’al (familia maya)
Sayulteco (familia mixe-zoque)
Tarahumara (familia yuto-nahua)
Teko (familia maya)
Tepehuano del norte (familia yuto-nahua)
Texistepequeño (familia mixe-zoque)
Totonaco V (familia totonaco-tepehua)
Tlahuica (familia oto-mangue)
Tseltal (familia maya)
Yaqui (familia yuto-nahua)
31
Zapoteco (familia oto-mangue)
Zoque (familia mixteco-zoque)
Fuente: Diario Oficial de la Federación de fecha 14 de enero del 2008
Según Dasman (1982), son también conocidos como “ecosystem peoples”, debido a
que viven dentro de un ecosistema o en sus zonas adyacentes y dependen de los recursos
ahí presentes para su existencia y persistencia cultural.
En su Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales, el Instituto Nacional de las
Lenguas Indígenas (INALI), señaló que para México existen once familias lingüísticas
dispersas en todo el territorio. De ellas se desprenden 68 lenguas y 364 dialectos. Para
Lewis et al. (2013), en México existen 289 lenguas (véanse agrupaciones lingüísticas en
Cuadro 2.1). Esto lo coloca en un lugar privilegiado con relación a su riqueza y diversidad
cultural. Junto con otros ocho países concentran más de la mitad de las lenguas registradas
(3,635): Papúa Nueva Guinea (839), Indonesia (701), Nigeria (510), India (417), Camerún
(275), República Democrática del Congo (205), Brasil (201) y Australia (207).
Pérdida de la diversidad cultural
Esta diversidad lingüística, sin embargo, pasa por una crisis que anuncia su drástico
descenso. Diferentes procesos disruptivos hacia el interior de estas poblaciones en las que
el coloniaje cultural y económico se hacen presentes están contribuyendo a su desaparición.
Dicha perdida es una deriva del actual proceso de occidentalización que tiende a
desintegrarlas. Existen evidencias a escala planetaria que apuntalan el hecho de que la
diversidad cultural está declinando más rápido que la diversidad biológica, al grado de que
se predicen la desaparición del 90% de las lenguas en el presente siglo, mientras que, en el
peor de los escenarios, solo el 50% de la diversidad biológica (Zent, 1999). Maffi (2001)
señala la relación entre pérdida de las lenguas, del conocimiento y saber locales, de tal
manera que la pérdida de la diversidad lingüística y la diversidad cultural es frecuentemente
corolario de la pérdida de la práctica y conocimiento ecológico.
Nos alarmamos justificadamente por la extinción de la diversidad biológica, pero
poca preocupación mostramos por la desaparición de lenguas. Así como los biólogos se
enfrentan a la extinción biológica, los antropólogos encaran la erosión lingüística y de otras
prácticas culturales (Drew y Henne, 2006). Y ambos -biólogos y antropólogos- están
lidiando con el rápido e irreversible cambio de los sistemas naturales que están causando
cambios complejos y no lineales en las sociedades humanas. La solución a estos problemas
32
deberá primero superar las dificultades de comunicación, las diferencias culturales y los
diferentes orígenes de ambas ciencias.27
Las lenguas están más amenazadas de extinción que las aves y los mamíferos
(Sutherland, 2003). Maffi et al. (2000) predijeron que mientras la extinción de plantas con
semilla para los próximos 3,000 años será del 50%, la extinción de lenguas en los próximos
100 años será de 90%. La pérdida de una lengua trae implícita la pérdida de los
conocimientos y saberes locales sobre plantas, animales, clima, agua, suelo, las relaciones y
dinámicas ecológicas y bioculturales de un territorio (véase Alarcón-Cháires, 2004).
A la par de especies y ambientes, los sistemas tradicionales de manejo también
están desapareciendo o siendo paulatinamente sustituidos por una visión centralizada de la
sociedad dominante (véase Berkes, 1999). También la pérdida de lenguas se presenta por la
imposición de ideologías y filosofías como la evangelización religiosa que sustituyen la
cosmovisión local, en la que percepciones y concepciones panteistas son arrancadas y
sustituidas por totems monoteistas, con efectos importantes en el manejo de los
ecosistemas.28
Cruz-Marín (2011) especifica que la UNESCO ha alertado de que cada día fallecen
3,000 personas que hablan alguna de las diferentes lenguas existentes; el 96% de las
lenguas son habladas por un 4% de la población mundial y más del 80% de los idiomas son
endémicos y confinados a un sólo país. La mitad de la población mundial se expresa en una
de las ocho lenguas de mayor difusión. Este desequilibrio lleva a prever la desaparición de
95% de las lenguas vivas en el Siglo XXI. Algunos estudiosos sostienen que cada semana
muere una lengua (Cruz-Marín, 2011). El drama africano se expresa en que 200 lenguas
cuentan con menos de 500 hablantes.
Existe otro proceso que esta influyendo en la disminución de la diversidad cultural.
Puede vincularse con lo que Díaz-Polanco (2010, p. 161) denomina como etnofagia:
“…proceso global mediante el cual la cultura de la dominación busca
engullir o devorar a las múltiples culturas populares, principalmente en
27
Fox et al. (2006) especifica las barreras que dificultan la integración de las ciencias sociales en
áreas específicas de las ciencias naturales como la conservación: 1) Carencia de un lenguaje común;
2) Los sistemas de evaluación que minimizan la investigación interdisciplinaria y aplicada; 3) La
ausencia de fondos de colaboración; y, 4) Oportunidades limitadas para la investigación
interdisciplinaria, además de que solo se involucran al final de proyectos, es común la falta de
respecto o se sacrifica los esfuerzos de integración en aras de la “buena ciencia”.
28
Berkes (1999) menciona que el decline de la visión del mundo que identifica a la humanidad con
la naturaleza está relacionada con la desaparición del panteismo.
33
virtud de la fuerza de gravitación que los patrones ‘nacionales’ ejercen
sobre las comunidades étnicas. No se busca la destrucción mediante la
negación absoluta o el ataque violento de las otras identidades sino su
disolución
gradual
mendiante
la
atracción,
la
seducción
y
la
transformación.”
De acuerdo con dicho autor, esto ha implicado nuevas políticas menos persecutorias
basadas en imanes socioculturales y económicos desplegados para atraer, desarticular y
disolver a los grupos diferentes. El problema de la desaparición de una lengua está en que
se destruye todo ese vagaje histórico y cognitivo acumulado por cientos de años y decenas
de generaciones suscrito en la memoria biocultural. Se pierde un tipo de conocimiento
basado en la experiencia y con aportes importantes a las actividades de manejo y
conservación de la naturaleza (Júnior y Sato, 2005). La tragedia de la pérdida de lenguas se
hace evidente con Maturana (2009, p. 13) quien señala que “nuestra individualidad como
seres humanos es social, y al ser humanamente social es lingüísticamente lingüística, es
decir, está inmersa nuestro ser en el lenguaje”.
De acuerdo con la UNESCO, en México no se ha extinguido ninguna lengua desde
mediados del siglo XX. Pero de las existentes, 21 están en situación crítica, 33 en peligro,
38 en serio peligro y 52 vulnerables, para un total de 144 (Pastrana, 2012). El catálogo de
lenguas Ethnologue29 refiere que en México 87 lenguas están en desarrollo, 75 son
vigorosas, 87 presentan problemas y 33 están muriendo).
Florey (2001) enlista las amenazas que inciden en la pérdida del conocimiento y
saber locales: 1) Cambios sociopolíticos; 2) Conversión religiosa; 3) Cambios ecológicos;
y, 4) Pérdida de lenguas. Al respecto, Alarcón-Cháires (1999) menciona dentro de las
principales causas de la extinción de lenguas: 1) La carencia generacional de transmisión de
la lengua; 2) Racismo y limpeza étnica; 3) Conflictos étnicos “modernizados”, en los que
factores políticos, económicos recrudecen las diferencias entre pueblos; 4) Migración hacia
nuevos espacios y/o transformación del ambiente, lo que disminuye las posibilidades de
recreación de la lengua; 4) La evangelización, que conduce a la transformación de la
percepción cósmica; 5) Proliferación de armamento moderno, que lleva a radicalizar los
conflictos interétnicos; 6) Enfermedades con un enclave geográfico definido (i.e. el SIDA);
29
www. ethnologue.com
34
7) La esterilización forzada y sin consentimiento; y, 8) Las fuertes diferencias sociales entre
los diferentes sectores de la población, lo que conduce a trágicas hambrunas.
El tema del avasallamiento y opresión por parte del Estado hacia las poblaciones
originales, merece especial antención. La historia de sojuzgamiento hacia las etnias
“minoritarias” no es nueva. Por desgracia, las etnias y concretamente los pueblos
originarios están en desventaja social y económica con respecto al resto de la sociedad
(véase Cuadro 2.2), convirtiéndolos en un sector pauperizado de la sociedad occidental.
Para Hunn (1999), son estas comunidades del “cuarto mundo”30 las que están encapsuldas
entre las naciones de los otros tres mundos según la teoría de los “Sistemas-Mundo” de
Immanuel Wallerstein.
Cuadro 2.2 Porcentaje de la población por debajo de la línea de pobreza.
PAÍS
INDÍGENAS
NO INDÍGENAS
Bolivia
64.3
48.1
Guatemala
86.6
53.9
México
80.6
17.9
Perú
79.0
49.7
Fuente: Pirttijävi, 1999.
Entonces ¿Cuáles son las opciones para los pueblos originarios? Es preciso aclarar
que existen evidencia en diferentes partes del mundo, de que cuando estas comunidades
tienen oportunidad, escogen alternativas distintas a las ofertadas por nuestra cultura
occidentalizada lo que está llevando a la revitalización de muchas comunidades indígenas
(Hunn, 1999). Seguramente muchas otras han caído en la seducción del mundo moderno y,
aunque quisieran, difícilmente podrían librarse de él.
Por su lado, Berkes (1999) señala que lejos de estas dos opciones (regresar o
abandonar a sus formas de vida “tradicionales”), mas bien están respondiendo de otra
manera: reteniendo los elementos culturalmente significativos de su estilo de vida
tradicional, combinando las formas nuevas y viejas que mantienen y mejoran su identidad,
lo cual permite su evolución económica y como sociedad. Todo ello obliga a que uno de los
imperativos etnoecológicos sea la urgente necesidad de documentar y conservar el
conocimiento ambiental o local y los sistemas de manejo antes de que desaparezcan (Zent,
30
Otras denominaciones para los pueblos originarios es pueblos de base, primeros pueblos,
sociedades premodernas, sociedades tradicionales y “ecosystem peoples”.
35
1999). Ante esta situación de devastación cultural, se sugiere una aproximación más
holística a la conservación del conocimiento etnoecológico y su integración a modelos de
conservación biocultural, cuyo énfasis sea la conservación in situ tanto de la diversidad
biológica como de la cultural, bajo el entendido de que ambas son interdependientes.
La discusión acerca de si la globalización está conduciendo a la reducción de la
diversidad cultural, continúa. Díaz-Polanco (2010, p. 10), señala que es necesario replantear
esta aseveración dado que “la globalización no solo provoca la uniformidad cultural
esperada o anunciada, sino que implica el hecho cultural de que en su seno se registra un
fuerte renacimiento de las identidades, acompañado de luchas reivindicatorias en
crecimiento; se trata de aprovechar la diversidad en favor de la consolidación del sistema
y, específicamente, de los grandes negocios corporativos”. Pero debemos considerar que la
pérdida de la lengua no implica necesariamente la pérdida de identidad, dado que también
en lenguas dominantes como el castellano, los pueblos originarios están resistiendo.
Cuadro 2.3 Diversidad biológica en el mundo y en México.
GRUPO
Animales
Plantas
Mamíferos
Aves
Reptiles
Ranas y sapos
Peces
Ciempiés y milpiés
Arañas y alacranes
Insectos
Cangrejos y
camarones
Estrellas y erizos
Caracoles, almejas y
pulpos
Lombrices y gusanos
marinos
Rotíferos
Gusanos planos
Medusas y corales
Esponjas
Magnolias y
margaritas
Palmeras y pastos
ESPECIES ESPECIES
EN EL
EN
MUNDO
MÉXICO
4,381
535
9,271
1,096
8,238
804
7,780
361
27,977
2,692
15,200
585
92,909
5,579
915,350
47,853
44,920
5,387
%
12.1
11.82
9.76
7.55
9.62
3.85
6.00
5.23
11.99
7,000
93,195
503
4,100
7.19
4.40
16,500
1,393
8.44
1,800
20,000
10,000
5,500
199,350
303
550
318
268
19,065
16.83
2.75
3.18
4.87
9.56
59,300
4,726
7.97
36
Otros
Cícadas y pinos
Helechos
Musgos y hepáticas
Algas
Hongos
Total de especie
descritas
Fuente: Llorente y Ocegueda, 2008.
980
13,025
19,900
27,000
70,000
150
1,067
1,482
2,702
7,000
15.31
8.19
7.45
10.01
10.00
1,666,576
108,519
6.5
Diversidad biológica: el caso de México
Aún con todo el avance tecnológico y científico, hoy por hoy, la humanidad necesita de las
especies biológicas y procesos ecológicos que, concatenados, permiten su existencia. Sobre
el tema de la diversidad biológica se ha escrito mucho. En general refiere a la cantidad de
especies (o riqueza) existentes en determinado espacio.31
De acuerdo con la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la
Biodiversidad (Conabio), a la fecha existen 1.72 millones de especies descritas en el
mundo. Para las plantas superiores -uno de los grupos mejor conocidos- se tienen
registradas 250,000 de las 300,000 que se estima existen32. Además, hay 4,381 especies de
mamíferos; 9,271 de aves; 8,238 de reptiles, 4,780 de ranas y sapos, y; 27,977 de peces
(Llorente y Ocegueda, 2008). Mesoamérica -y por consiguiente México- es una zona rica
desde el punto de vista biológico (Cuadro 2.3). Se calcula que alberga el 8% de la
diversidad planetaria (Alarcón-Cháires, 2007). Además, la construcción, mantenimiento y
mejoramiento de la diversidad es de principal importancia para la producción y
reproducción de estrategias por parte de las culturas originarias y de las familias
campesinas. Dicha diversidad incluye espacios relacionados con importantes centros de
domesticación de plantas. Para México, se tienen registradas 7,000 especies de hongos,
31
Los avances en la investigación ecológica han desarrollado una concepción más amplia de esta
diversidad inscrita bajo el nombre de “biodiversidad”. Trascendiendo el concepto clásico,
biologicista y taxonómico, esta propuesta conceptual surge de un enfoque complejo de la realidad
natural. La biodiversidad es un reconocimiento a las interacciones y propiedades emergentes que en
diferentes niveles de organización biológica y ecológica se presenta la vida. Identifica al menos
cuatro escalas de la biodiversidad que van desde los genes, las especies, los ecosistemas y los
territorios o regiones. Para Nazarea (2006, p. 317), “los conceptos de biodiversidad como
construcción social y discurso histórico, del conocimiento local como una representación cargada
y tradición inventada, y de la memoria cultural como selectiva reconstrucción y la conciencia
política colectiva han sido el foco de reflexión crítica recientemente.”
32
Fuente: http://www.biodiversidad.gob.mx/biodiversidad/que_es.html
37
4,184 de algas, musgos y hepáticas, 1,067 de helechos, 150 de cícadas y pinos, y 19,065 de
magnolias y margaritas (Llorente y Ocegueda, 2008).
A escala mundial, México ocupa el primer lugar en riqueza de especies de reptiles,
el segundo de mamíferos, el cuarto de anfibios. Sobre plantas y hongos, nuestro país
contiene el 9% de la diversidad mundial. En cactáceas, agaváceas, nolináceas (palmas),
pináceas (pinos) y fagáceas (encinos), ocupa el primer lugar.
Pero como ocurre con la diversidad cultural, en la diversidad biológica también está
presente una acelerada tasa de extinción de especies. Muchas de ellas seguramente se
extinguirán antes que tengamos la oportunidad siquiera de percatarnos de su existencia. Al
respecto, estimaciones señalan que, a escala mundial, el 86% de las especies terrestres y el
91% de las marinas no se han descubierto.
México está a la cabeza de la lista de países con más zonas donde habitan especies
en peligro de extinción. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza
señala que nuestro país ocupa el quinto lugar entre aquellos con mayores niveles de
extinción en el mundo. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales reconoce
más de 2,500 especies vegetales y animales en algún grado de amenaza.33
Los Defensores de la Vida Silvestre-México (Defenders of Wildlife), identifican
que, en el país, el 40% de las especies de vertebrados están peligro de extinción: reptiles:
55; anfibios: 54; mamíferos, 39; peces: 38; y, aves, 26. Estas amenazas y extinciones están
relacionados con el cambio de uso de suelo, la caza, la deforestación y la contaminación,
entre las principales causas.
Articulación de la cultura y la naturaleza: domus complexus
Abordar las dos diversidades (cultural y biológica/ecológica) va más allá de una mera
crítica al “virtuosismo ecológico”, relacionada a la sorprendente capacidad de seguir
encontrando formas de extraer de nuestro medio los recursos y la energía que necesitamos
(Christian, 2008). La intrincada relación entre cultura y naturaleza inscrita en determinados
procesos históricos dentro de espacios y relaciones que otorgan una identidad particular,
constituye un domus complexus (de latín domus: casa; y complexus: lo que está tejido en
conjunto). Es decir, vislumbra el entreteje de las propiedades sociales y naturales como
33
Fuente:
http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2011/01/02/extincion-de-especiesimparable-en-mexico
38
unidad, cuyos cambios y evolución de sus componentes permean y perfilan un enfoque
sistémico, implicando también el espacio y su construcción biocultural como territorio.
Referirnos al domus complexus desde una perspectiva territorial conlleva una visión que
debe trascender los reduccionismos de los enfoques aislados netamente antropológicos,
geógráficos, históricos, etnológicos, economistas, ecológicos, climáticos, políticos y otros.
Debe llevar a entender -además de espacios y componentes étnicos y biológicos- procesos y
relaciones de la sociedad/cultura con la naturaleza en una dimensión temporal atestiguada
por la coevolución, integración, interdependencia y retroalimentación mútua. Incluso, debe
romper con atavismos que conllevan a la homogeinización en territorios históricamente
considerados como uniformes. Con ello, el domus complexus de una región en particular
debe tratarse con las particularidades de cada uno de sus compone escalares (familiar,
vecinal, local, comunal). Así pues, el domus complexus reconoce que la cultura y naturaleza
han actuado sobre sí mismas y entre ellas. Esta visión se acerca al concepto de
“biocomplejidad” propuesto por la Red del Conocimiento para la Biocomplejidad (The
Knowledge Network for Biocomplexity34). De acuerdo con ésta, los fenómenos de
naturaleza socioambiental surgen como resultado de las interacciones dinámicas dentro de
los sistemas biológicos (incluidos los humanos), el entorno social y el ambiente físico.
Incluye los atributos estructurales y funcionales de los sistemas dinámicos que se presentan
en todos los niveles de la organización biológica, incluyendo individuos, poblaciones y
comunidades. Ya Folke, Colding y Berkes (2002) señalaban el carácter complejo de
muchos problemas ambientales cuya solución requiere de enfoques desde el manejo
adaptativo. En la actualidad de acuerdo con la Red del Conocimiento para la
Biocomplejidad, los componentes ecológicos con carácter biocomplejo están en crisis y
sometidos a cambios potencialmente irreversibles debido el rápido crecimiento de la
población humana y el desarrollo económico.
El domus complexus evidencía la relación existente entre la riqueza biológica y la
riqueza cultural, que ya Maffi (2001) refería como diversidad biocultural. Como Harmon
(1996) lo demostró, existe una relación entre la diversidad lingüística y la diversidad
biológica producto de un proceso coevolutivo de grupos humanos con su entorno natural el
cual modificaron, pero a la vez se adaptaron mutuamente. La sociedad desarrolló un
conocimiento especializado y una manera específica de nombrar hablar y manejar su
34
http://knb.ecoinformatics.org/index.jsp
39
entorno natural; y éste respondió en muchos casos de manera resiliente a los disturbios que
fue sometido. Fue a través del lenguaje que el conocimiento fue codificado, transmitido,
modelado y específicamente adaptado al ambiente socioecológico (Maffi, 2001). Y fue a
través de su propio “lenguaje” que la naturaleza se expresó y pudo ser comprendida y leida
por los sabios. Es esta forma de comunicación entre dos entidades independientes pero
interrelacionadas, lo que favoreció la existencia de sociedades con bases de lo que ahora
llamamos sustentabilidad y relacionado con el manejo adaptativo que se abordará
posteriormente. Cuando alguno de las dos entidades no reconoce “la lengua” de la otra, se
vienen las camalidades socioambientales que ahora vivimos.
Entonces el domus complexus está relacionado a la memoria biocultural que
plantean Toledo y Barrera-Bassols (2008), dado que refiere a un proceso de construcción y
transmisión de saberes a lo largo del tiempo, de cosmovisiones y de pautas de
comportamientos expresadas en sistemas de manejo de los recursos naturales. El domus
complexus apuntala el axioma biocultural, que establece que toda cultura es co-terránea a
una cierta naturaleza con la cual establece una relación de reciprocidad e incluso un nexo
co-evolutivo (Toledo y Barrera-Bassols, 2008).
Diversidad cultural y diversidad biológica
La relación entre países ricos en diversidad cultural y países con alta diversidad biológica
conocidos como países megadiversos, es evidente (Toledo, 2001; véase Cuadro 2.4). Pero
como señalan Marquette (1996) y Loh y Harmon (2005), la relación entre estas
diversidades es más intricada y compleja que una simple sobreposición geográfica de
lenguas y especies. Pero también se tiene que prevenir de idealizar este fenómeno. De
hecho, Toledo y Barrera-Bassols (2010) conminan a no caer en un nuevo dogma, señalando
la necesidad de matizar la aseveración de que cultura y naturaleza forman un todo
inseparable.
Barrera-Bassols (2008) señala que: 1. Casi el 80%de la diversidad cultural global,
está referida a la presencia de 4 a 5 mil sociedades indígenas; 2. Aproximadamente el 80%
de la población del mundo no industrializado, permanece bajo el sistema de agricultura
tradicional; y, 3) Los sistemas de policultivos tradicionales poveen cerca del 20% de los
alimentos. A ello habría que agregar que casi la mitad de la población depende de alguna
manera de estos sistemas productivos para acceder a alimentación y medicinas.
40
Cuadro 2.4 Diez países con mayor cantidad de lenguas y su relación con la
megadiversidad.
1. * Papua Nueva Guinea (839)
2. * Indonesia (701)
3.
Nigeria (510)
4. * India (417)
5. * México (280)
6.
Cameroon (275)
7. * Brazil (201)
8. * Australia (207)
9. *República Democrática del Congo (205)
10. * Philippines (181)
Fuente: Lewis et al. (2013); * país megadiverso.
Como se ha señalado anteriormente, el 60% de las lenguas están presentes en nueve
países y de éstos, siete están dentro de los países considerados megadiversos desde el punto
de vista de riqueza de especies biológicas (México entre ellos).
A un nivel de detalle geográfico más fino, el patrón la diversidad biológica y la
diversidad cultural resulta también evidente. Un ejemplo es el caso del estado de Oaxaca,
Méx., en el que se tienen calculadas 157 variantes lingüísticas agrupadas en 16 pueblos
originarios, en apenas 92 mil km2 (De Ávila, 2004). Además, es el estado con mayor
riqueza biológica del país.
BIOCULTURALIDAD
El término “bioculturalidad” encuentra referentes en diferentes campos y disciplinas como
la antropología, la psicología, la biología, la medicina, la ergonomía, la paleontología, la
arqueología, etc. Trata de sintetizar un fenómeno de naturaleza compleja que visualiza las
relaciones determinantes entre sí, entre lo biológico y lo cultural. Así, por ejemplo, para un
41
sicólogo existen determinantes culturales que influyen en el individuo; para un
ergonomista, los hábitos (expresión cultural) terminan determinando la estructura física de
un individuo; o para un antropólogo, la diversidad biológica y la diversidad cultural
implican procesos coevolutivos íntimamente coesionados y dependientes.
Realmente el descubrimiento por la ciencia clásica del fenónemo de la
bioculturalidad es de cuña reciente, aún y cuando su existencia dentro de la praxis humana
y su entorno natural ha estado por miles de años. Fue en la década de 1990’s cuando el
concepto de bioculturalidad empezó a desarrollarse, principalmente desde la perspectiva de
su diversidad (biológica, cultural, lingüística y paisajística). Una rápida búsqueda de la
palabra “biocultural” por la plataforma Google, arroja un total de 1.3 millones de resultados
(junio del 2019). Diferentes autores hay realizado contribuciones seminales en la
construcción del concepto de bioculturalidad: desde una perspectiva temporal-holística,
Franz Boaz (1940); posterormente, en el transcurso de los años sesenta y setenta el
paradigma de adaptación cobró relevancia en la cosntrucción del concepto de
bioculturalidad dado que buscaba comprender la diversidad biológica humana, planteando
la hipótesis de que los entornos físicos y sociales presentan desafíos, y los humanos
intentan ajustarlos o enfrentarlos mediante adaptaciones genéticas, de desarrollo,
fisiológicas y socioculturales. Más delante las aportaciones a la construcción del concepto
de bioculturalidad se suman: desde la lingüística, Luisa Maffi (2005); desde la
biodiversidad, agrobiodiversidad y etnodiversidad, Víctor M. Toledo y Narciso Barrera
(2008).
Lo biocultural es referido desde la antropología biocultural, como las relaciones
entre la biología humana y la cultura; para Maffi (2005), es la intersección de la diversidad
biológica, la cultural y la lingüística, donde lo biocultural sería “la red de la vida”; Toledo y
Barrera-Bassols (2008) lo refieren a partir de la biodiversidad, la etnodiversidad (número
de lenguas) y la agrobiodiversidad (variedad de especies y de paisajes domesticados).
Pueblos originarios y conservación de la naturaleza
La relación entre cultura y diversidad biológica –particularmente plantas- ha evolucionado
a través del tiempo y el espacio, por lo que la interacción entre plantas-sociedad puede ser
abordada conceptualmente a través de la correlación entre riqueza botánica y riqueza
cultural como una interacción de carácter complejo. La sociedad humana ha influido en la
42
diversidad de plantas en niveles ecológicos, morfofisiológicos y evolucionarios (Bye,
1993).
En esta relación también es notable la presencia de pueblos originarios en aquellas
áreas dedicadas a la conservación biológica. Según el Fondo Mundial para la Vida Silvestre
(WWF por sus siglas en inglés), a escala mundial el 80% de las 233 eco-regiones biológicas
terrestres, acuáticas y marinas registradas por esta organización, están habitadas por uno o
más pueblos indígenas. Además, el 85% de las áreas naturales protegidas a escala mundial
tienen poblaciones indígenas en su interior (Colchester, 1994).
Toledo y Barrera-Bassols (2010) mencionan que existen 37 áreas consideradas
“vírgenes”, con baja densidad de población humana, ocupando el 46% de la superficie
terrestre y sólo habitaría en ellas el 2.4% de la población mundial, por lo que se consideran
zonas “culturalmente vacías”, lo que lleva a reflexionar que el axioma biocultural no se
cumple siempre.
Para el caso de México, el 80% de la población originaria está habitando las
superficies mejor conservadas (Sosa-Ferreira, 2004); el 26.2% de las áreas protegidas se
encuentran dentro de territorios indígenas (Guevara y Halffter, 2007). Ejidos y
comunidades poseen la mitad del territorio nacional (más de 103 millones de hectáreas) y la
mitad de estos núcleos agrarios se encuentran en los diez estados con los mayores valores
de biodiversidad (Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Guerrero, Michoacán y otros); además,
poseen el 80% de bosques y selvas del país (Toledo, 2001).35 Dichos núcleos agrarios (más
de 30 mil) representan casi el 75% del total de unidades productivas rurales del país. Boege
(2008) señala que existe una superposición de los territorios indígenas en 60 de las 150
áreas recomendadas para su conservación. Estos territorios incluyen 28 millones de
hectáreas que se sobreponen 22 hotspots36 bioculturales. Además, E. Boege refiere que en
esos territorios indígenas se encuentra la mitad de la flora de México (unas 15,000
especies), y se captura el 23% del agua que se precipita a escala nacional, contiene la mayor
35
De acuerdo conl Centro de Estudios para el Cambio en el Campo de México (CECCAM), el 58%
de los bosques son propiedad de los pueblos indígenas y campesinos que los habitan bajo tenencia
ejidal o comunal. Fuente: http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2013/08/04/mexicocede-sus-bosques-selvas-redd/
36
Hotspot o “punto caliente” es un término acuñado por Myers (1988); es una región con niveles
excepcionalmente altos de endemismos de plantas pero amenazadas por los acelerados procesos de
alteración y pérdida del hábitat. Posteriormente fue retomado y utilizado por la organización
ambientalista Conservación Internacional.
43
parte de los bosques y selvas existentes y se traslapan con 52 áreas naturales protegidas
(más de 2 millones de hectáreas), de un total de 153 que existen en el país.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN;
especies en peligro de extinción, amenazadas, con protección especial o raras), de las 925
especies animales registradas en categorias de conservación especial en nuestro país, 620
están en territorios indígenas, lo que significa que casi dos terceras partes viven y son
protegidas, manejadas y usadas dentro de territorios indígenas.
Esta relación entre sociedad y diversidad biológica se expresa también en el hecho
de que México es un centro de origen y domesticación37 de más de cien productos agrícolas
importantes a escala mundial, como se especifica en el Cuadro 2.5. Ello resume la
importancia de los pueblos originarios y su relación con su entorno natural. Ya Toledo y
Barrera-Bassols (2010, p. 44) mencionaban que “la biodiversidad del mundo solo será
preservada efectivamente si se conserva la diversidad de las culturas, y viceversa.”
Cuadro 2.5 Plantas domesticada en Mesoamérica.
Cereales
Pseudocereales
Leguminosas
Raíces y tubérculos
Oleaginosas
Verduras y especias
Frutos y nueces
Estimulantes
Fibras
Cerca viva
Ornamentales
Otros usos
TOTAL
Fuente: Challenger, 1998
2
4
7
6
1
23
35
10
3
4
7
8
110
37
La variación fenotípica ha sido manipulada por la especie humana durante la domesticación de
cultivos, que ocurrió hace 3,000 y 10,000 años en los diferentes centros de origen del mundo. Sin
embargo, algunas perspectivas nuevas sugieren que la domesticación realmente fue de los paisajes
(Terrel y Harth, 2008), así como también se habla de domesticación del agua (Macauley, 2005) y
del fuego (Goudsblom, 1992). Lo interesante es que después de esta historia humana, tal pareciera
que realmente el agua, viento, fuego y tierra están domesticando a la especie humana.
44
La otra cara de la moneda
Sin embargo, la riqueza biológica existente en tierras y territorios indígenas presenta una
doble cara dado que se puede convertir en una amenaza para estos pueblos. Los intereses
económicos en zonas ricas en recursos naturales como petróleo, gas, maderas y metales
preciosos u otros recursos, crean y sumen en la pobreza a estos grupos humanos (ArceWhite, 2006).
Por desgracia, en el discurso oficial de la mayoría de las naciones, lo que impera es
salvar a la naturaleza por razones económicas, más que un reflejo ético para con el entorno
natural y sus habitantes, es decir, se percibe a la naturaleza únicamente como base de la
economía de mercado (véase Orduna-Diez, 2000) y se menosprecia a sus usuarios y
poseedores.
En otras ocasiones, el ataque hacia las poblaciones humanas locales y usufructuarias
de los recursos viene desde la academia, como sugiere Terborgh (1999, en Adams et al.,
2007), al aconsejar que el orden y la disciplina deben aplicarse sin contemplaciones en caso
de que la biodiversidad peligre, particularmente por acción las “sociedades disfuncionales”
(pueblos originarios y campesinos) de muchos países en desarrollo.
Es en estos momentos que conviene abordar la criticada y en muchas ocasiones
criticable visión prístina hacia lo indígena. La imagen del “noble salvaje” o “nativo
ecológico” que se tiene de él ha resultado demasiado idílica y prístina para otros sectores
vinculados a la conservación, que sugieren la necesidad de redefinir este “mito popular”.
Existen evidencias históricas que demuestran que aún antes de la diáspora europea por
América y el mundo, existieron efectos negativos producto de la apropiación local de la
naturaleza (Diamond, 2005).
Uno de los argumentos comunes entre los ambientalistas, es que los pueblos
tradicionales y originarios están íntimamente ligados –en balance y sintonía- con la
naturaleza. Pero, por otro lado, existe el mito de que los humanos irrumpen en los
ecosistemas prístinos y aún los “primitivos” -con todo su estilo de vida, cultura y relación
con la naturaleza- inevitablemente causan daño ambiental. El otro mito es el “noble
salvaje/ángel caído” que finalmente los condena a su eterno estado “primitivo” (Berkes,
1999). Sobre el mito de que los pueblos tradiconales y originarios degradan el entorno
natural, Janssen y Scheffer (2004) señalan que en estas sociedades existió sobreexplotación
45
de recursos naturales que culminaron en colapsos socioambientales ante la perdida rápida
de un nivel sociopolítico complejo establecido por décadas. Para estos autores una pregunta
central es ¿Por qué estas sociedades invertieron más allá de un nivel óptimo sabiendo que
las conduciría a la sobreexplotación de sus recursos renovables? La respuesta, según dichos
autores está en la complejidad: cuando una sociedad crece, ésta se incrementa. En una
sociedad poco compleja e incipiente, necesidades derivadas de la producción agrícola y de
los recursos, el procesamiento de información, educación y defensa, entre otros, son
cubiertas más fácilmente, con soluciones poco costosas. Sin embargo, en la medida que una
sociedad se hace más compleja, las respuestas a las necesidades humanas se van agotando,
al menos que el desarrollo tecnológico proporcione otras opciones pero que implican cada
vez mayores inversiones. Con ello, los costos de las soluciones planteados por los nuevos
retos de una sociedad cada vez más compleja tiene rendimientos marginales negativos, y la
sociedad se vuelve vulnerable al colapso.
Si el tipo de manejo que se tiene sobre la naturaleza está únicamente determinado
por el conocimiento, no se garantiza que cualquier grupo humano vivirá en armonía con su
ambiente (Berkes, 1999), dado que existen otros procesos y condicionantes que dictan
dicho manejo. Para Johannes (2002), estas evidencias de deterioro ambiental –producto de
la globalización del manejo de los recursos naturales de Occidente, como diría Berkes
(1999)- surgieron porque fue necesario conocer los límites ambientales de la producción,
antes de iniciar cualquier actividad de conservación. Esto permitiría establecerse límites de
uso. La prueba es que actualmente muchas poblaciones originarias están tomando medidas
de conservación ante las nuevas contingencias ambientales locales, regionales y globales
por iniciativa propia. Berkes (1999) refiere que existe una administración ambiental
sustentada en el conocimiento y saber locales que supone incorporan componentes de valor,
sabiduría, éticos y creencias. Y sería este tipo de sistemas de conocimiento y saberes los
que deberíamos esforzarnos en preservar in vivo, como alternativa radical al actual sistema
mundial. También es importante considerar la manera en que se relacionan estos
comportamientos con la brusca inserción de los pueblos en la dinámica socioeconómica,
además de las políticas nacionales e internacionales, donde las prioridades son otras y
rápidamente permean a estos grupos humanos, causando la pérdida de sus “cualidades”
tradicionales de las que surgió una relación armónica con la naturaleza (véase Wilshusen et
al., 2002). Para otros autores, el deterioro ambiental adjudicadas a los grupos indígenas,
46
han sido tendenciosamente seleccionadas (Johannes, 2002). Por ejemplo, la aseveración de
Raymond Hames de que no realizan actividades de conservación y por lo tanto no son
conservacionistas, tiene una fuerte carga ideológica de la biología de la conservación
clásica, aquella que todavía supone que cultura y naturaleza no empatan.
Esto no es raro. Es inevitable que los valores personales de los propios científicos
particularmente los dedicados a la conservación, influyan en sus conclusiones y dicten las
acciones a tomar, en una forma de dogmatismo que estigmatiza a las poblaciones humanas
en contacto con los recursos naturales a conservar. En otras ocasiones, como los propios
indígenas reconocen (IWGIA, 1998), existe la posibilidad de que las tentaciones de la
economía de mercados altere y destruya el ambiente, de la misma manera que lo provocan
otro tipo de intereses externos. Esto parece ser cada vez más común, como lo señalan
diversos estudios sobre antropología ecológica, que indican que es común encontrar
pueblos originarios que tienden a maximizar las ganancias en corto tiempo a expensas de
una sustentabilidad a largo plazo (Horowitz, 1999).
Redford et al. (1998) señalan que las comunidades indígenas no deben ser
estereotipadas en cualquier sentido, ya que siempre habrá acciones tendientes a conservar
algunos componentes del sistema y otras que no. Hames (2007) refiere que entre los nativos
americanos se pueden encontrar evidencias de que fueron “ecologistas” pero no
“conservacionistas”, ya que la información disponible muestra que, para el caso de sus
especies de caza, las utilizaron más allá de los límites ecológicamente permisibles.
Concluye diciendo que la conservación entre los nativos americanos no fue un evento
común, aunque también aclara que el daño que causaron al ambiente fue menor que el
propiciado por los europeos. Por su lado, Díaz-Polanco (2010, p. 24) realizó una crítica al
argumento moral de la superioridad ética de la civilización india realizada por Guillermo
Bonfil para, a partir de ahí, arribar a un proyecto politico indio:
“Del lado autonomista, se favorecen las inclinaciones a antricherarse en los
valores ‘tradicionales’ adversos al diálogo intercultural, al tiempo que se
erosiona la sustancia nacional de la propuesta de autonomía y, por
consiguiente, se la reduce a una salida ‘sólo para los indios’ o los grupos
étnicos que supuestamente puede lograrse sin transformaciones sustanciales
del Estado-nación.”
47
El riesgo de ello, según dicho autor, es que la realización política de la diversidad se
convierta en un atrincheramiento de identidades que pudiera incluso, propiciar la hostilidad
entre culturas.
Debe entenderse que el manejo de los recursos naturales es una forma de
conservación que permite satisfacer las necesidades humanas sin deterioro del recurso.
Hablar de manejo no es necesaria ni únicamente utilización. Implica una gestión de los
recursos que regulan el quién, el cómo, el cuándo, el cuánto y el para qué. Permite el
cuidado, regulación y distribución de tales recursos a través de instituciones locales o de
gobierno. Al respecto, Pujadas y Garvin (2010, p. 195) dicen que el manejo de ecosistema
es “un proceso que integra factores ecológicos, socioeconómicos e institucionales a través
del análisis y la acción con el fin de mantener y mejorar la calidad del ecosistema integral
para satisfacer las necesidades actuales y futuras”.
Manejo adaptativo y apropiación de la naturaleza
Aún con la creciente complejidad social, el papel de los ecosistemas continúa. Más bien el
desarrollo de la complejidad social establece relaciones cada vez más amplias, profundas,
dependientes y complejas con el ecosistema natural. Toda economía depende cada vez con
mayor grado de la naturaleza; todo cambio ecológico repercute en la economía y hace que
la modificación económica revierta sobre la sociedad toda (Morín, 2005). La perpetuidad
de la relación entre la sociedad y su entorno natural sigue estando presente. Ambas son
interdependientes como lo muestra la historia humana y natural.
Berkes y Turner (2005, p. 10) mencionan que “la evidencia sugiere que los seres
humanos que viven de manera cercana a su ambiente son capaces de observar, identificar,
dar seguimiento y reaccionar a las variaciones en la disponibilidad de recursos, a las
relaciones ecológicas y a las respuestas biológicas hacia circunstancias particulares.”
Esta conducta humana puede entenderse desde la perspectiva del manejo adaptativo. En
términos generales, este tipo de manejo es un enfoque sistémico encaminado a la mejora de
la gestión ambiental y de los recursos naturales, en el que básicamente se aprende de los
resultados obtenidos. Pero el manejo adaptativo va más allá, dado que es una herramienta
para sondear estratégicamente el funcionamiento de un ecosistema. El manejo adaptativo se
basa en pruebas dirigidas y diseñadas para someter a evaluación las hipótesis clave sobre el
funcionamiento del ecosistema y utiliza los conocimientos disponibles para generar una
48
estrategia. Este enfoque es considerado diferente a la gestión típica basada en el "ensayo y
error" sustentado también en “el costo de los conocimientos” aplicados, mientras que el
primero está basado en “el costo de la ignorancia” que se tiene sobre el sistema. Si bien
desde principios del siglo pasado ya existían estudios al respecto con la obra seminal de
Frederic. W. Taylor (1911) titulada The Principles of Scientific Management, realmente
fueron las investigaciones de Holling (1978), Walters (1986) y Lee (1993) que vinieron a
dar un marco teórico y metodológico mas claro sobre el tema.
La discusión sobre si lo realizado por los pueblos originarios y tradicionales con
relación a su manejo de la naturaleza es realmente manejo adaptativo, transita hacia una
discusión de carácter epistemológico dado que implica el abordaje de definiciones básicas
relacionadas a conceptos como “conocimiento”, “saberes”, “ciencia”, “experimentación” y
otros más, así como nos lleva a discutir quienes son los que las construyen y aplican, todos
ellos temas que se abordará en el Capítulo 3.
Cabe aclarar que los sistemas de manejo de la naturaleza practicado por los pueblos
originarios no son meras tradiciones, sino respuestas de adaptación que han evolucionado
con el tiempo (Berkes y Turner, 2005). Dichos sistemas forman parte de una estrategia de
vida que les permite hacer frente a su entorno y desplegar posibilidades de satisfacer
necesidades. Para Barrera-Bassols (2008, p. XXVI): “…el manejo adaptativo permite
contrarrestar incertidumbres ambientales, económicas y políticas en paisajes frágiles
donde sistemas de policultivos y agroforestales contienen una gran diversidad de especies,
cultivos y prácticas agronómicas como forma de superar escasez, calamidad y cambios
forzados”.
Es importante decir que existen diferentes referencias sobre los puntos de similitud
del manejo adaptativo con el conocimiento y saber local. En ellos se atestigua cómo se
enfrentan diferentes sociedades tradicionales a la incertidumbre, lo desconocido y la
novedad a través de estrategias flexiblemente adaptativas (Berkes, 1999). Algunas de estas
estrategias implican el aprender haciendo, una especie de ensayo y error que incluye la
retroalimentación del aprendizaje recibido, por lo que “investigación” y manejo van de la
mano. El supuesto del manejador de recursos naturales es que no puede controlar ni
predecir llevándolo a manipular lo desconocido, como se hace en el manejo adaptativo. Su
pensamiento no es linear por lo que está abierto a las posibilildades que se le presenten.
Utiliza un ambiente siempre cambiante e impredecible, además de hacer uso de recursos a
49
diferentes escalas de espacio y tiempo. Esto se traduce, similar al manejo adaptativo, en que
se tiene respeto por la complejidad y por las prácticas que conservan la resiliencia del
ecosistema.
El manejo adaptativo se diferencia del conocimiento y saber locales en el sentido de
que el primero puede incorporar elementos experimentales y el pensamiento reducionista.
El conocimiento y saber locales, como se abordará posteriormente, también tienen su
naturaleza experimental, pero carece de políticas públicas de manejo formales, dado que las
prácticas locales sustituyen a dichas políticas generalmente acompañándolas de actores
locales importantes en la toma de decisiones. Por lo tanto, el manejo tradicional puede ser
interpretado como manejo adaptativo y éste puede ser considerado un redescubrimiento del
manejo local (manejo tradicional, según Berkes, 1999). Pero a pesar de estas coincidencias,
como todo, F. Berkes se asegura de enfatizar que la tradición no siempre es adaptativa y
que su conocimiento es falible.
Complejidad y apropiación indígena de la naturaleza
Las culturas indígenas han basado su existencia en el manejo de los ecosistemas locales,
permitiéndoles perdurar como especie y grupo cultural desde hace cientos de años (Clad,
1982). Esto es lo que llamaremos “sistema local”, como una primera aproximación al tema.
La cultura es un recurso que forma parte integral del ambiente en el cual se desarrolla,
constituyendo lo que ecologistas culturales han denominado el ambiente biocultural
(Nietschmann, 1982). Pero cabe aclarar que esta perspectiva biocultural no se restringe
únicamente a los pueblos originarios o con lengua diferente a la dominante, sino que
incluye a pueblos considerados tradicionales por realizar prácticas productivas basadas en
el uso de energía solar, animal y humana y utilizan conocimientos locales (Toledo y
Barrera-Bassols, 2010).
Es así que ante la profundización de la crisis y la ausencia de políticas eficaces, el
mundo de los sabios “pobres” ha debido buscar y poner en práctica una estrategia propia,
cuya significación personal esencial se resume en la denominación de estrategias de
resistencia cultural para la sobrevivencia, cuya base material son los recursos naturales
inscritos en experiencias de manejo y apropiación con características estructurales
ancestrales extraordinariamente valiosas y susceptibles de enriquecer nuevos proyectos a
escala nacional (Monroy y Colin, 1999). Este modelo o sistema responde a una lógica local
50
y familiar que busca satisfacer las demandas de la familia campesina a través de diversas
estrategias íntimamente relacionadas con su entorno natural. Dicha relación necesita
realizarse de tal manera que no ponga en predicamento la estabilidad del ecosistema
manejado. Ostrom (2000) requisita las condiciones indispensables para que un sistema
productivo a escala local sea ambientalmente sano señalando, que es indispensable la
dependencia de la comunidad de los recursos provistos por ambientes locales, que la
comunidad tenga control pleno sobre los recursos base y, que la comunidad tenga suficiente
cohesión social y control cultural. Caso contrario, la dependencia, la uniformidad, la
vulnerabilidad y fragmentación del sistema de su entorno natural, conducen a su
inestabilidad (Figura 2.1).
Autosuficiencia, diversidad, integralidad,
resiliencia,
Dependencia, uniformidad, fragmentación,
vulnerabilidad, inestabilidad
A
B
Figura 2.1 Sistemas productivos bajo dos racionalidades diferentes: A: simplificado;
B: diversificado. Idea orginial: V.M. Toledo.
Según Jansson y colaboradores, es al nivel de las pequeñas escalas donde el
conocimiento local sobre las complejas y muy específicas interacciones naturales (así como
la preocupación sobre la disponibilidad de recursos) puede aplicarse a la vida diaria (en
Ostrom, 1995).
La producción a escala familiar, común en los pueblos originarios, implica el
reconocimiento tácito de que los sistemas a manejar se caracterizan por su complejidad,
llevando al diseño y puesta en marcha mecanismos de regulación y de gobierno igualmente
complejos, como refiere Ostrom (1995), quien además especifica que cualquier sistema
regulatorio requiere de una variedad de acciones tan grande, como variedad de acciones
51
exista en el sistema a regular. Por el contrario, unidades de manejo simples, de gran escala
y centralizadas (véase Figura 2.1), no tienen y no pueden tener la capacidad de desplegar
una amplia variedad de respuestas (o la iniciativa para usar estas capacidades). Así, los
sistemas de manejo diversificados y complejos son policéntricos, estratificados y su meta es
el mantenimiento de los procesos biológicos complejos a varias escalas.
El sistema de producción indígena y tradicional, desde una mirada arquetípica, está
basado en el uso múltiple. Busca una producción no especializada, más bien diversificada
(de recursos, de prácticas y de espacios) basada en el reciclaje de materiales, energía y
desperdicios, en la diversificación de los productos obtenidos por el ambiente y,
especialmente, en la integración de diferentes prácticas: agricultura, recolección, extracción
forestal, agroforestería, pesca, caza, ganadería a pequeña escala, y artesanía. Como
resultado, la subsistencia indígena implica la generación de una amplia gama de productos
a través del uso múltiple de su sistema que incluye alimentos, instrumentos domésticos y de
trabajo, materiales de construcción, medicinas, combustibles, fibras, forraje y otros (Figura
2.2).
Así, la autosuficiencia se basa en la diversificación (productiva, espacial y genética),
la integración de sus elementos y la creación de flujos sinérgicos. La diversidad, en sus
diferentes expresiones, sostiene este sistema. Cada uno de sus componentes tienen la
propiedad de tener más de una función y a su vez cada una de las funciones es soportada
por más de un elemento, como lo muestra la Figura 2.3. Teóricamente puede implicar llegar
a un manejo de recursos naturales tan complejo e interrelacionado que ya no es posible que
cada elemento se relacione en cualquier momento con todos los demás debido a
limitaciones inmanentes a la capacidad de interconectarlos (Saavedra, 2009).
De esta manera, el uso múltiple de los recursos implica un carácter autosuficiente al
minimizar el uso de insumos externos, principalmente los de origen agroindustrial, lo que le
da eficiencia ecológica y facilita el reciclaje de energía y materiales. El sistema tradicional
también se caracteriza –como ya se ha mencionado-por ser intensivo y de pequeña escala,
de tal manera que permite una mejor gestión. Sólo a través de la dependencia local se logra
la independencia externa.
52
d)
f)
h)
g)
c)
b)
a)
b)
e)
d)
a) Alimentaria, b) Energética, c) Tecnológica, d) Hidráulica,
De vivienda, f) De salud, g) De educación, h) Cultural, i) Política
Figura 2.2 Uso múltiple en el sistema tradicional.
Integración de flujos energéticos, de materiales, hidráulicos e informáticos
Figura 2.3. Integración de flujos en el sistema indígena/campesino.
Entonces, bajo la estrategia del uso múltiple, se manipula el paisaje natural
favoreciendo y manteniendo dos características: el mosaico de hábitats y la heterogeneidad
biológica y genética. Con ello, el espacio se convierte en un complejo mosaico de paisajes
gestionados en que campos cultivados, áreas barbechadas, cuerpos de agua y áreas
naturales utilizadas o conservadas, son segmentos de todo el sistema de producción. Este
mosaico representa el campo sobre el cual los productores, como estrategas del uso
múltiple, despliegan el juego de la subsistencia a través de la manipulación de componentes
y procesos ecológicos, incluyendo la sucesión forestal, ciclos de vida y movimiento de los
53
materiales del suelo. También, como algunos autores han ya enfatizado, la importancia de
los modelos de uso de mosaicos de paisajes de los pueblos indígenas y otras poblaciones de
pequeños propietarios está en el papel que desempeñan en la conservación de la
biodiversidad. López del Toro et al. (2009) resaltan la importancia de la matriz agrícola en
la conservación de la biodiversidad dado que ésta no depende únicamente de los bosques
remanentes.
El mismo arreglo diversificado encontrado en los sistemas tradicionales tiende a ser
reproducido a un micro-nivel, donde se favorecen las estrategias de multi-especies,
policultivos o agroforestería, frente a esquemas poco diversificados como los monocultivos.
Como consecuencia, los recursos genéticos animales, pero especialmente los vegetales,
tienden a ser mantenidos en los campos agrícolas, sistemas acuáticos, huertos y
agrobosques. Los sistemas de policultivos son relativamente bien conocidos y la literatura
especializada reciente está llena de estudios de caso que ilustran tales diseños.
Especialmente notables son los sistemas de huertos familiares y de agroforestería de las
regiones tropicales y húmedas del mundo, que operan como áreas de refugio para muchas
especies de plantas y animales en áreas fuertemente afectadas por la deforestación. A escala
de la parcela está ampliamente reconocido que las poblaciones de cultivos son más diversas
en los sistemas locales, que en las áreas agrícolas dominadas por la agroindustria.
El colofón de todo lo anterior es que los sistemas locales son agentes clave para la
preservación de los recursos genéticos de las plantas amenazados por la modernización
agrícola (erosión genética). Los sistemas agrícolas y paisajes de carácter local están
reconocidos como diseños que conservan no sólo variedades o razas de plantas y animales,
sino cultivos semi-domesticados y parientes silvestres e, incluso, especies no domesticadas,
lo que les da vida a través de la diversidad.
Y ante la pérdida de la diversidad y sus consecuencias sociales y ambientales por la
imposición de un modelo, modo y forma de pensamiento en sus diferentes manifestaciones,
existe un principio básico (Maturana, 2009, p. 18): “la solución de cualquier problema
social siempre pertenece al dominio de la ética, es decir, al dominio de la seriedad en la
acción frente a cada circunstancia que parte de aceptar la legitimidad de todo ser humano,
de todo otro, en sus semejanzas y diferencias”.
54
Pensar complejo el sistema local indígena/campesino
Existen varios ejemplos dentro del sistema tradicional que pueden ayudar a entender los
principales principios o postulados del pensamiento complejo. A manera de repaso, estos
son: a) Principio Sistémico u Organizacional; b) Principio Hologramático; c) Principio de
Retroactividad; d) Principio de Recursividad; e) Principio de Autonomía/Dependencia; f)
Principio Dialógico; g) Principio del Conocimiento de la Diversidad y lo Particular; y, h)
Principio de Reintroducción del Cognoscente en todo conocimiento. A continuación,
analizaremos éstos, a la luz del sistema indígena/campesino (local).
Principio Sistémico u Organizacional
Es en los pueblos originarios donde el pensamiento complejo cobra sentido práctico. El
conocimiento que poseen es integral en términos materiales, temporales, espaciales y de
procesos. Entrar a un sistema local conlleva a abrir una ventana al pragmatismo de la
diversidad, en la que es posible distinguir una intención para cada elemento dispuesto en él,
que, en conjunto, forman una unidad productiva sistémica. Así, las propiedades de cada
componente son encauzadas a un fin en particular y se reconfiguran en el conjunto. Por
ejemplo, un árbol frutal amplifica y diversifica su propia naturaleza en estos espacios
productivos, es decir, en él emergen propiedades que diversifican estructural y
funcionalmente el sistema (producen sombra, establecen límites físicos, proporcionan
madera, leña, refugio, alimento, espacio lúdico, etc.).
Principio Hologramático
Quizá la mejor manera de entender este principio dentro del sistema local es a través de la
intención suscrita en la lógica del productor. El fin de este sistema es lograr la reproducción
biológica y social de la familia indígena o campesina. Dicha intencionalidad está contenida
en cada uno de los subsistemas que comprende dicho sistema (por ejemplo, la milpa, el
huerto, la ganadería, el traspatio, etc.) y a su vez está presente en la unidad sistémica.
La lógica inscrita en el modo de apropiación de la naturaleza de los campesinos se
define por el interés en diversificar productos y actividades productivas, usar y manejar el
ambiente local, realizar una producción ecológica y económica y aplicar un sistema de
conocimiento tradicional.
55
Principio de Retroactividad/Recursividad
En un sistema basado en la creación de sinergias, los flujos y reflujos son recapitulaciones
constantes de su propia naturaleza. Rompiendo con la castrante linearidad de las
explicaciones simplistas, en un sistema local es evidente que la relación multidireccional
entre causa y efecto involucra a más de un componente. Estas relaciones “simbióticas”
entre componentes culminan en un sistema capaz de autoproducirse y autoorganizarse,
incluso, creando una memoria sistémica que contribuye a tales capacidades.
Por ejemplo, en un sistema local, la cría de ganado porcino permite reciclar los
desperdicios domésticos a través de la alimentación de estos animales. Ellos son fuente de
proteina y un ahorro económico familiar.
Principio de Autonomía/Dependencia
Como se mencionó con anterioridad, la diversidad en los sistemas locales implica la
interconexión de sus componentes, lo que presenta la posibilidad de que las funciones sean
sustentadas por varios componentes y que cada uno de ellos tenga a su vez varias funciones
dentro del sistema. Esta funcionalidad múltiple es es el sine qua non de la autonomía del
sistema. Por ejemplo, la alimentación es lograda a través de múltiples componentes, pero
estos componentes pueden ser utilizado con fines distintos a los de la alimentación.
Además, la creación de dependencias internas le permite al sistema ser más independiente
de factores externos, como se habí señalado con anterioridad.
Principio Dialógico
Los sistemas locales son abiertos, es decir, sus manejadores siempre están receptivos a
incorporar nuevos componentes y procesos a su sistema productivo. Este diálogo con y
hacia nuevas formas productivas es una característica de este tipo de sistemas, incluso,
permite entender su alta diversidad. No rechaza lo desconocido o lo que pudiera parecer
antagónico, más bien busca la satisfacción de las necesidades familiares prescindiendo de la
dialéctica conflictiva del mundo occidental, para pasar a una dialéctica de la
complementariedad.
Principio del Conocimiento de la Diversidad y lo Particular
La diversidad, desde la mirada del sistema local, implica un profundo conocimiento del
sistema y de las unidades que en conjunto confroman el sistema. Esto tiene que ser así,
56
porque la arquitectura sistémica desde la perspectiva local implica conocer las propiedades
de las partes y su funcionamiento integrado.
Principio de Reintroducción del Cognoscente en todo Conocimiento
Quizá sea este principio desde donde se pueda establecer un puente más claro entre
complejidad y etnoecología. Las contribuciones epistemológicas en este campo no
únicamente han llevado a replantear la participación del sujeto cognocente en el proceso.
También redimensionan la importancia de los “otros actores” en la construcción del
conocimiento y memorización del saber existente en las poblaciones indígenas y locales. La
importancia de incorporar al cognocente en la construcción del conocimiento, ha acercado a
la comprensión humana. Es desde las etnociencias que podemos tener una mejor
comprensión de estos procesos, como veremos en el siguiente capítulo.
57
CAPÍTULO 3
CONOCIMIENTOS Y SABERES
Conocimientos
Conceptualizar “conocimiento” es una tarea nada fácil dado que tiene al menos
implicaciones psicológicas, sociológicas, políticas, epistémicas, biológicas y filosóficas. De
hecho, parte de la discusión principal en su concepción esgrime si realmente existe un
conocimiento o más bien varios conocimientos. Implica reconocer la existencia de debates
inacabados sobre su naturaleza, su construcción y su razón de ser enmarcadas en los
análisis de segundo orden y todo un desarrollo teórico y filosófico.
Lo que conocemos como “conocimiento” está fuertemente enraizado a la ciencia.
Ha sido construido a partir de una forma específica de pensamiento con sus fundamentos
teleológicos muchas veces ocultos o poco aclarados. Tiene como condición interrogar de
forma sistemática a la naturaleza para depurar en ella entidades muy específicas que casi
siempre terminan reducidas al "dato" que asegure cómo es el mundo exterior y cuáles son
sus propiedades. Otros conocimientos no científicos, de acuerdo con esta posición, estarían
más bien en la periferia, carecerían de validez y universalidad para ser dignos de
reconocerse y dependerían de la ciencia para corregirse y mejorarse (Delgado, 2012c).
Su conceptualización sigue dos vertientes: como categoría experiencial y como
categoría científica. Como categoría experiencial son aprendizajes derivados justamente a
partir de experiencias y/o reflexiones sobre información que está integrada y relacionada.
En ellos existe una aprehensión interna que, a través del hacer con el objeto, conecta al
individuo con el entorno, las circunstancias, los fines y las explicaciones de la realidad.
Significa percibir a la naturaleza como interlocutor en interacción simbólica mediada, no
como objeto aislado (Habermas, 1986). Es decir, es un acto de traducción, no un dato
correcto de la realidad (Sátiro, 2005; Morin, 2005), de ahí que se hable de artificialidad.
Concebidos así, invocan un dinamismo que exorciza su aparente inmovilidad. Prigogine
(2009) señala que diferentes autores puntualizan que el “conocimiento” es una serie de
construcciones y no una relación pasiva de adquisición de algo dado. Con ello clausura la
confusión que comúnmente lleva a igualar el concepto de “información” con el concepto de
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“conocimiento”, un gazapo cotidiano que incluso fundamenta la educación de muchas
naciones.
Sobre el origen y construcción del conocimiento, Parménides señala que es primero
sensorial y después racional (nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu: “no hay
nada en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos”); los sofistas señalaban que
el conocimiento sensible es simplemente el conocimiento, y la verdad o falsedad no pueden
ser absolutas. Es decir, la percepción y sensación del mundo sería el fundamento del
conocimiento. Una aproximación al concepto de conocimiento de este tipo, sin duda puede
ser actualmente validada porque tanto la utilización de los sentidos de manera directa como
indirecta (a partir de la “extensión” de los sentidos humanos por medio del instrumental
científico), son la base para la generación de información que puede llevar al conocimiento.
Sobre la naturaleza sensorial humana, Iglesias (1992, p. 47) menciona que:
“Los sentidos no sólo son sentidos fisiológicos, sino también son sociales. A
través de los sentidos recibimos influencias externas a nuestro cuerpo, pero
la sociedad discrimina y selecciona tales influencias. Si la sensibilidad
exterior reprime la sensibilidad interior, la sensibilidad social reprime
doblemente y autojustifica al sujeto alineado. Por ejemplo, un color es un
elemento sensorial que es fisiológico, psicológico y humano. Pero los colores
llegan a tomar un sentido social y hasta político.”
Iglesias refiere también que los sentidos nunca están en el orden estrictamente
natural, sino que son prolongados o amputados. Y es que la ciencia clásica ha puesto en
suspenso las cualidades que intervienen fundamentalmente en el fenómeno de la
sensibilidad. Viqueiria (1977) resalta la superioridad del “salvaje” con relación a su
percepción del medio y su agudeza visual, esenciales en la construcción del conocimiento
local, comparado con el “noble” occidental. Sin embargo, este conocimiento es algo más
que una mera observación o mera experiencia. Pero para W. Heisemberg, el sujeto, al medir
el objeto con instrumentos hechos de la misma materia, lo altera, lo modifica. Esto implica
un vuelco al estatuto ontológico del sujeto en la investigación: con la mecánica de Newton
(clásica), el sujeto era absoluto y privilegiado al aprehender al objeto; con la mecánica de
Einstein (relativista), es el objeto el que arrastra al sujeto; en la mecánica cuántica se da una
relación particular del sujeto con el objeto de que parte del primero y de su posición
especial como observador (Saavedra, 2009). Continuando con el tema de conocimiento,
59
Platón decía que éste es lo verdadero. Pero esta premisa solo puede ser válida -de acuerdo
con Hessen (2007) y desde su mirada fenomenológica- si su contenido concuerda con el
objeto, es decir es una relación bidireccional en la que el cognocente y el conocido se
identifican entre sí. Pero el objeto no puede ser verdadero o falso, dado que eso es una
subjetividad. Morín (1989), quien considera que los “objetos de conocimiento” se forman a
partir de su doble relación con el ambiente y con el sujeto que los observa y
conceptualiza.38
Levi-Straus (1962) señala que la aproximación del ser humano con la naturaleza
tiene que ver con operaciones estructurales mentales e inconscientes de carácter complejo.
Dicho autor indica que el error de suponer que las formas de pensamiento primitivo
conocen las cosas porque son útiles, señalando que más bien le son útiles porque primero
las conoce, es decir, “el medio natural antes de ser bueno para comer es bueno para
pensar”. Con Levi-Straus la mente humana se reconoce como un ordenador lógico que sirve
para oponer, clasificar, separar, jerarquizar, unir, reconocer y/o relacionar los elementos del
mundo reales o míticos. El juicio de verdad como producto de este accionar mental pasa a
segundo plano para centrarse en el proceso en sí mismo como “ciencia de lo concreto”
basada en lógicas universales que han permitido la existencia de nuestra especie por miles
de años y no en sí como un ejercicio intelectual de búsqueda de conocimiento.
Como categoría científica clásica no se habla de conocimientos, sino de
conocimiento científico. Tiene como fundamento la argumentación filosófica sustentada en
evidencia lógica o razonada. Su sistematización a través de métodos científicos genera
conocimiento teórico y práctico sobre diversos fenómenos. Actualmente, su acepción
general señala que los conocimientos inician con una percepción sensorial que conduce al
entendimiento y culmina en la razón. En este proceso participan el sujeto (que conoce), el
38
Arnold (2004, p. 10) señala, con respecto a la objetividad, que “ésta se relativiza al contexto de
su determinación, es decir, a la perspectiva que la hace visible. En tal sentido, se admite para lo
social la cotidiana experiencia de la coexistencia de variados tipos y niveles de objetividades
(racionalidades) con sus respectivas clausuras. Cada una constituye un universo consesual de
sentido (realidad), y aquí se le da paso a la subjetividad, la cual nunca está ausente en la
objetividad”. En consecuencia, la subjetividad no es concebida como ruido, como atentado contra la
cientificidad, sino como fuente de conocimientos, en la medida en que se reconoce el papel activo
de los actores sociales que construyen su realidad. Se valora así, el proceso de intersubjetividad,
como una fuente de conocimiento que permite el diálogo de saberes y apunta hacia la construcción
de un conocimiento científico que parte del saber común, en cuya trama están escondidos los
significados y los sentidos de las acciones que emprenden los actores sociales en su la vida
cotidiana.
60
objeto/sujeto (que es conocido), la operación (lo sensorial/mental) y la representación
interna (lo cognitivo)39. La razón se convierte en el parteaguas metodológico y justificativo
de lo que es el conocimiento. “Gente de razón” sería, en estos términos, sinónimo de “gente
que conoce”. Y ¿Qué es la razón? La razón es el conjunto de categorías de unidad y
correspondencia de la conciencia con los fines de la acción (Vázquez, 2012). “Es la visión
coherente de los fenómenos, de las cosas y del universo; es lógica” (Saavedra, 2009, p. 67).
Para B. Russell, la razón es una facultad para determinar la verdad que se caracteriza por
poseer persuasión, no fuerza, está sustentada en argumentos válidos y forma opinión a
partir de la observación e inducción (Vázquez, 2012). Morin (2000) redefinió el concepto
de razón al proponer tres operadores lógicos: operador dialógico, operador recursivo y
operador holográfico. Para Morin, la razón es la voluntad de tener una visión coherente y
lógica de los fenómenos. Refiere el concepto de racionalidad como el reconocimiento de
que nuestra capacidad de razonar es limitada, lo que constriñe las posibilidades de
comprender mejor y es el mejor pretil contra el error y la ilusión dado que es abierta,
dialoga, debate. Reconoce el lado afectivo humano y los límites de la lógica, del
determinismo, del mecanismo; sabe que la mente humana tiene límites y que la realidad
comporta misterio, por lo que negocia con lo irracionalizado, lo oscuro, lo irracionalizable,
con una postura crítica y autocrítica. La racionalización la conceptualiza como todo el
encasillamiento dentro de parámetros lógicos, por lo que aquello que no se logra
comprender es considerado inferior o no existe, convirtiéndola en una doctrina
racionalizadora y un racionalismo que ignora los seres, la subjetividad, la afectividad y la
vida, por lo que resulta irracional.40 Y es que las racionalizaciones pueden engendrar
determinismos paradigmáticos que cuando reinan en una sociedad, implica la imposición
no reflexionada ni apropiada de “la fuerza imperativa de lo sagrado, la fuerza
normalizadora del dogma, la fuerza prohibitiva del tabú” (Morin, 2000, p. 9), lo que
conduce a un proceso de sometimiento y reivindicaciones/anulaciones sociales. Estas
39
De acuerdo con Martínez (2011, p. 123) “el objeto de estudio es un objeto de pensamiento a
partir del cual se interacciona con el objeto real. En cambio el objeto real tiene existencia propia
real e independientemente de la reflexión que pueda llegar a generar. El sujeto solo tiene acceso al
objeto real a través de la mediación del objeto de pensamiento”. También en la transdisciplina la
inclusión del sujeto es válida y necesaria (véase Nicolecu, 2012).
40
Otras definiciones: la racionalidad es el diálogo de nuestro espíritu que crea las estructuras
lógicas aplicándolas al mundo real que le permite dialogar con él; la racionalización es querer
encerrar dentro de un sistema lógico coherente, descartando lo que lo contradice, olvidándolo o
colocándolo al margen (Saavedra, 2009).
61
pautas de comportamiento se transmiten generacionalmente. Es lo que Morin llama el
imprinting cultural como una huella matricial que normaliza y marca a los seres humanos
desde su nacimiento. La razón ha sufrido una suerte de alineamiento que implica el
predominio de la utilidad aprovechable, a veces carente de pensamiento para un fin
inteligente constituyéndose en instrumento ideológico para el coloniaje.
Volviendo al tema del conocimiento, Maturana (2009) lanza una sentencia
aparentemente inofensiva (epistemológicamente hablando): “todo hacer es conocer”, de tal
suerte que, en el plano de la organización de lo viviente, todo operar orgánico es
conocimiento, que de alguna manera invoca a C. Marx (1845) en su Tesis sobre Feuever y
que De Sousa Santos (2012) apuntala al decir que la mecánica cuántica demuestra que el
acto de conocimiento y el producto del conocimiento son inseparables. El conocimiento
deviene también de una forma de organización inscrita en la autopoiesis: un fenómeno
radicalmente circular en que las moléculas orgánicas establecen redes de reacciones que
llevan a producir a las mismas moléculas de las que están integradas. Es decir, habría
mecanismos de organización de información que llevaría a entes que expresan una forma
de conocimiento estructurado orgánicamente (más allá de lo bioquímico) por su forma de
interrelacionarse o socializarse para autoreproducirse. Se genera una comunicación que
transfieren no tanto contenidos, sino que coordina comportamientos. Castellanos e
Hinestroza, 2009, p. 688) indican:
“Su modo de vida les confiere valor a sus prácticas, pues el conocimiento
local se extrae de la propia vivencia, y como deliberaciones inmediatas
producto de la experiencia (Geertz, 1994). […] El saber cotidiano les
permite a sus portadores desenvolverse en su medio, saber qué se hace y
cómo se hace de acuerdo con la época y las circunstancias particulares
[…] No se requieren -aunque los hay– análisis ni explicaciones complejas,
sino que se parte del hecho de que es necesario resolver los problemas y
por ello se llevan a cabo acciones determinadas.”
Las comunidades pueden discriminar qué es lo más oportuno y sensato hacer frente
a ciertas situaciones contextuales. No son ignorantes de su propia realidad, la viven y la
comprenden en sus propias realidades. El conocimiento y saber locales, son transparentes,
aunque no simples. No se esconden, se muestran. Son sistemáticos, dinámicos, no estáticos
y están en constante cambio (Geertz, 1994). Quizá la capacidad de solución de los
62
problemas es inmediatista, pero siempre está adecuada a la contextualidad cultural que le
confiere significado y sentido. El conocimiento local tiene la característica de ser lógico y
coherente en sí mismo. Aunque esta logicidad está más relacionada con los valores y
normas de cada formación sociocultural, que con aquéllas que pudieran ser catalogadas
como universales. Todo conocimiento está relacionado con contextos específicos y con la
gente que lo practica, lo cual implica una forma de producir conocimientos desde la cultura
local, (Semali y Kincheloe, 1999). Dicha cultura “está provista de sus propios dispositivos
autorreguladores, los cuales llevan a la comunidad a asumir una forma histórica de
resolver sus problemas de existencia y de darle un rumbo a sus vidas” (Hurtado, 1995, p.
67).
Saberes
Semejante a lo que ocurre con “conocimiento”, la palabra “saber” es polisémica. Su
concepto como comúnmente se aborda, es cercano al concepto de conocimiento como
producto del hacer (véase Villoro,1989). Las críticas surgidas desde teorías emergentes y de
epistemologías flexibles están llevando a la construcción de una nueva forma de valorar el
conocimiento y saber locales, y el proceso de intersubjetividad como fuente de
conocimientos, en un intento por evitar reducir la realidad. Como menciona Castellanos e
Hinestroza (2009, p. 690) no se trata de:
“…la comprobación de teorías sino de su construcción a partir del
conocimiento local y del conocimiento académico, reconociendo el diálogo
de saberes, en el cual el investigador valora que el ‘gran Otro’ vive su vida
en medio de una aparente simplicidad, que en el fondo esconde la sabiduría
generada, mantenida e innovada en una historia local, que le confiere a la
comunidad de la cual se trate unas características únicas e irrepetibles.”
Es decir, se trata de reconocer que existen sabidurías propias y particulares que
durante generaciones han permitido resolver problemas del día a día fundamentándose en
un conocimiento popular, localizado, heredado y enriquecido día a día, cargado de valores,
proyectos de vida, metas alcanzadas y sueños por construir, como señalan dichos autores.
Esto conlleva a otorgarles a las comunidades locales originalidad y vida propia, con actores
sociales activos, pensantes, creativos y constructores de su propia realidad que actúan bajo
regularidades históricas en congruencia con la lógica que surge en su contexto interior, en
63
una relación dinámica con el contexto global (Castellanos e Hinestroza, 2009). Es por ello
por lo que estos autores señalan la importancia de evitar que los investigadores sociales
arbitrariamente impongan sus métodos de investigación y “conocimientos”, ignorando el
modo de vida de las comunidades locales y la sabiduría popular. Se hace necesario estar
dentro y mirar desde dentro para entender las peculiaridades de la dinámica comunitaria
local. El frenesí por medir y cuantificar todo entonces pierde relevancia dado que el afán
por presentar la realidad en estadísticas invalida:
“…las objetividades de la vida vivida con las subjetividades donde se
implican los valores, las aspiraciones, las expectativas y los modos de
vida”, bases fundamentales en el estudio de las comunidades locales. Esta
propuesta les exige a los investigadores el desarrollo de una aproximación
teórico-constructiva, en la que se destaque la concurrencia entre el nuevo
conocimiento teórico adquirido en el terreno de la ciencia y en el contacto
productivo con las personas de “carne y hueso”, que le dan vida a las
comunidades locales, las cuales integran de una manera dinámica e inédita
aspectos en el orden de lo socio-estructural y lo socio-simbólico
respectivamente.” (Castellanos, 2007 [en Castellanos e Hinestroza, 2009, p.
690]).
En concordancia con lo anterior, desde la perspectiva de la ciencia postnormal,
Funtowickz y De Marchi, (2009, p. 59) señalan que:
“…el principio organizador no es la Verdad, sino la Calidad. La tarea no
es ya la de expertos individuales que descubre “hechos verdaderos” para
sustentar “buenas políticas”; más bien se trata de una tarea que recae en
una comunidad extendida, que evalúa y gestiona la calidad de los inputs
científicos, en procesos complejos de toma de decisiones donde los objetivos
son negociados desde perspectivas y valores en conflicto.”
Lo anterior indica que es posible distinguir un código cultural que opera como
instrumento de aprendizaje referido a los saberes locales. Estos últimos están basados en
una relación directa, práctica, sagrada y emotiva con la naturaleza. Ello constituye la base
ontológica del “ser indígena” lo cual queda explícito con el axioma africano “Yo soy
nosotros; yo soy porque nosotros somos; nosotros somos porque yo soy; yo estoy en ti, tú
64
estás en mí” (Arévalo, 2013).41 Los saberes desde esta perspectiva se construyen en el lugar
y están localizados o territorializados porque dependen de culturas profundamente
arraigadas a los contextos simbólicos, cognitivos y naturales de su propio entorno (Toledo
y Alarcón-Cháires, 2013). Es la teoría, la intención y la práctica en la cotidianidad de los
pueblos. El saber cotidiano permite a sus portadores desenvolverse en su medio, saber qué
se hace y cómo se hace de acuerdo con el momento y las circunstancias particulares. Los
saberes están encaminados a resolver problemas vitales y no requieren análisis ni
explicaciones complejas, aún cuando existan. Se puede discriminar qué es lo más oportuno
y sensato para hacer frente a ciertas situaciones contextuales. No son ignorantes de su
propia realidad; la viven y la comprenden a partir de sus propias realidades. La red de
saberes locales no se reconoce en conceptos verbalizados sino en prácticas y se expresa en
actos connotados y representados por el trabajo, la milpa y la convivencia. Los mecanismos
de referencia de saberes funcionan en espacios de acto y representación: la comunidad, la
casa, el patio, la cocina, el monte, la milpa, los cerros, las cuevas, etc. De la interacción con
el medio ambiente, la persona comunitaria extrae saber: saber ser, saber estar o saber hacer,
que a través de la convivencia va expresando el modo (ético) comunitario de estar en el
medio (Gómez, 2009b). Otras de las características de los saberes locales indígena implica
el saber cuidar, una ética que compromete la acción de observar los procesos naturales para
poder diferenciar, seleccionar, nombrar y usar, que conlleva a un saber cuidar la memoria e
identidad. Implica también el saber enseñar y enseñarse sustentada en los saberes
compartidos y las experiencias de vida. Estos saberes son cotidianidad práctica42, un saber
ligado a la práctica y a la acción que consolida el modo de ser y de pertenencia (Gómez,
2009b). Pero también implica valores ya que después de todo, (como dice Rappaport,
41
El “nosotros” considera la relación con la colectividad humana, pero también con la tierra, las
plantas, los animales y los espíritus; estas culturas consideran que todo tiene vida. Dicho axioma
difiere completamente con la construcción del Ser desde la posición cartesiana que reduce la
experiencia humana a la individualidad y a la racionalidad: “Pienso, luego existo” (Arévalo, 2013).
42
La cotidianidad refiere a una cosmovisión y praxis propia de cada contexto. Dificilmente se
puede hablar de cotidianidad en términos universales y generalistas. Para muchos pueblos
originarios, la ciencia es una fuerza externa que se contrapone a su vida cotidina en el sentido de
serle ajena, no solo con relación a los conocimientos, la praxis y la cosmovisión (C. Delgado, com.
pers., 2015). Sin embargo, cada vez es más común que estas contradicciones estén transitando hacia
nuevas pautas en las que, para los pueblos originarios, la ciencia no sea tan ajena como se supone
dado que ésta se constituye como un referente externo que nutre pero que también puede generar
conflictos en la vida cotidiana de dichos pueblos.
65
1979), el conocimiento nunca reemplazará al respeto como principio rector en nuestras
relaciones ecosistémicas.
Desde otras perspectivas como la complejidad ambiental de E. Leff y saberes
locales merecen ser considerados incluso como puente hacia la construcción de nuevas
racionalidades. Como señala Leff (2011), la racionalidad ambiental orientada a las formas
de manejo productivo de la naturaleza (como la circunscrita en los pueblos originarios),
está sustentada más bien por valores (calidad de vida, identidades culturales, sentidos de
existencia), que no pretenden un estatus de cientificidad. Este mismo autor señala que (p.
52):
“El saber ambiental reconoce las identidades de los pueblos, sus cosmologías y
sus saberes tradicionales como parte de sus formas culturales de apropiación de
su patrimonio de recursos naturales. Asimismo, se inscribe dentro de los
intereses diversos que constituyen el campo conflictivo de la ecología política.
Emergen de allí nuevas formas de subjetividad en la producción de saberes, en
la definición de los sentidos existenciales y en la calidad de vida de individuos y
comunidades en diversos contextos culturales. El saber ambiental impulsa
nuevas estrategias conceptuales para construir una nueva racionalidad social.”
Sólo y únicamente desde esta perspectiva, conocer y saber son distinguibles entre sí
(Cuadro 3.1) y se abordan con el fin de dar mas luz al tema, pero enfatizando y subrayando
que esta postura es una dialéctica cognitiva que, como producto de Occidente,
erróneamente apuesta a que la ciencia no tiene saberes y los pueblos originarios no tienen
conocimientos.
Desde esta lectura, el conocimiento implica una aprehensión de la realidad
(epistémico), que da como resultado la producción de conocimiento, mientras que el
segundo conlleva un proceso cognitivo en la acción sobre esta realidad o un saber hacer
relacionado con la experiencia (práctico).
Según este abiordaje, en tanto procesos cognitivos, el conocimiento y los saberes no
escapan a la dimensión histórico-social. Ambos tratan de responder preguntas, aunque los
fines y mecanismos empleados para ello no sean los mismos. Ambos también echan mano
de la razón, la sistematización, la explicación de causas, la contemplación, la especulación
y la técnica. Para Agüero (2011), en un amplio sentido, el conocimiento es un saber y
distingue dos tipos: el común (en los términos en que acabamos de definir saber) y el
66
científico o filosófico (en los términos en que se definió conocimiento desde la ciencia
clásica).
Cuadro 3.1 Características del conocimiento y saber desde la dialéctica cognitiva.
CONOCIMIENTO
SABER
Método científico, experimentación
Práctica cotidiana, experiencialidad
Basado en el razonamiento abstracto
Basado en razonamiento concreto
Basado en teorías, postulados y leyes
Sustentado en la experiencia concreta y
creencias
Carácter universal y autoritario
Dialogado y consensuado, basado en
testimonios
Pretende ser impersonal e indirectamente da Experiencia personal y directa con el
significado al mundo
mundo
Basado
en
el
entrenamiento
y No realizan trabajo científico
profesionalización
Basado en el razonamiento, experiencia Refiere una forma de vivir por lo que está
personal
sustentada y razonada en la experiencia de
la vida diaria; no separan mente de materia
Pensamiento objetivo, alejado de valores y Valores y hechos forman parte de la
emociones
experiencia individual; intuición, emoción,
moral y ética permean la percepción
Busca regularidades
Busca solucionar problemas
Transmisión
simple,
clara,
directa, Su transmisión implica complejidad y
impersonal
preserva oscuridad y riqueza por la
multiplicidad de significados
Razón como guía
Razón, intuición, emoción, moral y ética
Estandarización textual
La validación o garantía de juicios correctos
deriva de la experiencia personal dentro de
la dimensión cultural
Sincrónico
Diacrónicos
Aspira a la simplicidad y la generalidad
Aspira a la profundidad y detalle
Descubrimiento y justificación pretenden El descubrimiento y su justificación son
ser impersonales y generalmente alejados de siempre personales pero socializados y
la sociedad
fundados en creencias
Basado en Barrera-Bassols (2008).
Entonces los saberes en sí mismos son un conjunto de conocimientos desarrollados y
acumulados en torno a un objeto de interés y permiten explicar un proceso o un conjunto de
situaciones que comparten elementos comunes, que se determinan o se complementan entre
sí o bien, que surgen de la experiencia del hacer. Para Barrera-Bassols (1998), las
similitudes entre ambos es que son formas de creencias, reconocimientos y significados del
67
mundo; están formados por prácticas sociales e individuales lo cual influye
cualitativamente en su construcción, mantenimiento y legitimación.
Sus diferencias consisten en que el conocimiento deriva de bases científicas y es
regulado por comunidades epistemológicas. Sus teorías en conjunto sustentadas en
evidencias43 y postulados relacionales generan proposiciones lógicas. Por su lado, los
saberes no disponen de conceptos epistémicos profundos dado que descansan en
conocimientos directos, complejos y repetitivos.
Villoro (1989) entiende el fenómeno cognitivo desde otra perspectiva. “Saber” es
tener una creencia verdadera y justificada, es equivalente a “percatarse”, “darse cuenta”,
“aprehender” o “haber aprehendido un objeto o situación objetiva”. Saber no implica una
experiencia directa, conocer sí. Conocer entonces surge de la experiencia vivida e
inmediata, del roce con el mundo, por lo que cualquier sujeto es capaz de conocer. Para
Villoro (1989, p. 200) sólo viendo, sintiendo o escuchando se puede conocer algo o alguien,
aunque no se reduce a ellos como meros datos en sí sino a objetos o a personas que pueden
presentarse en muchas imágenes perceptivas.
Conocimientos y saberes en la etnoecología
Los investigadores no se desenvuelven en un vacío sino hacia el interior de comunidades no
solo epistémicas, sino de contextos con referencias teóricas y sociales más allá de la
restricción disciplinar (véase Bunge, 1983). Como ya mencionaba Morin (1982, p. 38), las
teorías científicas, como los icebergs, tienen una enorme parte sumergida que no es
científica, pero que es indispensable para el desarrollo de la ciencia. Es decir, la sabiduría
de Heráclito descrita como conocer la razón que gobierna por doquier de las cosas, ha sido
repensada hacia una comprensión del universo y sus leyes que permean y son permeadas
más allá de los dominios de la razón, para constituirse en una lectura de la vida. M.
Foucault (en Rojas Osorio, 2007, p. 13) dice que “más que en los intelectuales
disciplinados o en los saberes disciplinarios, es en los intelectuales decodificadores, en los
profetas, en los sabios, donde se produce esa verdad no disciplinada, esa verdad que
43
Iglesias (1994, p. 55) menciona que: lo evidente es evidente porque presupone un acto vidente, es
decir, presupone ver. El objeto es construido por el modo de ver, y a su vez, el objeto fundamenta el
modo de ver integrándose entonces el acto constituyente del objeto y la evidencia. Un objeto se da
según el modo de ver. Esto convierte a la evidencia en un problema epistemológico y metodológico.
68
acontece porque es evento”. En la editorial de la Revista Yachaikuna (marzo del 2001), se
lee:
“La construcción de saberes es un proceso histórico y, por lo tanto,
atravesado por las contradicciones, los conflictos, las violencias, las
esperanzas y los sueños de aquellos que los crearon. Son las respuestas que
la sociedad humana ha dado ante las incertidumbres del cosmos y de la
vida. Se mezclan con las condiciones históricas en las que nacen, y, por
tanto, cumplen determinado rol social. Estos saberes son una producción
humana, por lo que nacen condicionados por su realidad concreta. A su
interior se inscriben los temores y las esperanzas, los delirios y los mitos de
una sociedad determinada. La construcción de los saberes está inmersa en
relaciones de poder y de dominación que les impide ser neutrales.”
Entonces ¿Los pueblos originarios y tradicionales pueden producir conocimiento?
Considerando que el conocimiento es producto y categoría del quehacer científico, la
respuesta es no. El acto de conocer no conlleva obligatoriamente a la generación de
conocimiento de acuerdo con este razonamiento, aún cuando implique un proceso reflexivo
y explicativo. Sin embargo, si se considera al conocimiento como un acto experiencial
producto del hacer (Villoro, 1989), la respuesta es sí. ¿El quehacer científico puede
producir saberes? Sí. La ciencia está cimentada en creencias verdaderas, pero su producto
inmediato es el conocimiento que deviene saberes. Es a partir de está definición de lo que
son los saberes, que a los derivados de cualquier proceso cognitivo deberíamos nombrarles
y reconocerles genéricamente como saberes. Esto permitirá distinguir una categoría
epistémica superior que contiene tanto al conocimiento y saber científico, como a otras
formas de conocimientos y saberes derivadas y legitimadas desde otras vías y apelaciones a
la construcción y explicación de la realidad. Para el caso de la etnociencia esto último es
especialmente válido. Los actos cognitivos son el resultado de la actividad del sujeto
(Delgado, 2007), por lo que el conocimiento como campo epistémico también es expresado
en el hacer, en lo práctico; es saber como acto ligado a la acción y aplicación. Concebir a
los saberes desde esta perspectiva, tiene un imperativo de pertinencia ética/moral, ya que
implicaría asumir una responsabilidad social del tipo de saberes que se generan. Además, la
introducción de la práctica en la teoría del conocimiento es uno de los aportes del
pensamiento marxista a la posterior generación de una nueva teoría del conocimiento donde
69
la construcción epistémica del sujeto cobra relevancia al permitir trascender del
conocimiento humano como acto de descubrimiento hacia el de construcción, con la
implícita responsabilidad que ello conlleva (Cuadro 3.2; véase Delgado, 2007).
Cuadro 3.2 Contenido de los conocimientos y saberes locales.
AUTOR
Stevenson
(1996)*
Berkes (1999)
CONTENIDO
a) Conocimiento ambiental específico; b) Conocimiento de relaciones
ecosistémicas; c) Códigos éticos
Además de los anteriores: a) Sistema de manejo de recursos naturales; b)
Instituciones sociales; c) Cosmovisión
Toledo (1992) a) Geográfico/físico/ecogeográfico/biológico y b) Estructural/dinámico,
relacional/utilitario
Nabhan
a) Prácticas de manejo; b) Creencias religiosas; d) Conocimiento
(1985)*
ambiental indígena
* Fuente: Berkes (1999)
Sabidurías
Según Barrera-Bassols (2008), existen diferencias en el razonamiento o lógica de la
abstracción y de la concreción. En este sentido, el conocimiento se basa en teorías,
postulados y leyes; tiene un carácter universal y autoritario; es impersonal e indirectamente
da significado al mundo; está enraizado en el entrenamiento y la profesionalización; se
desarrolla a partir del razonamiento basado en la experiencia personal y algunas creencias;
es un pensamiento objetivo e intenta tomar distancia de emociones y valores; se produce
por el reconocimiento de regularidades; se transmite en una forma simple, clara, directa e
impersonal; la estandarización textual es importante; separa y objetiva el mundo; es
sincrónico; es más importante cuando es más aplicado que teórico; y, aspira a la
simplicidad y la generalidad. Este autor señala que la sabiduría, por su lado, se sustenta en
la experiencia concreta además de creencias acerca del mundo circundante; es apoyada por
los testimonios; se sustenta en la experiencia personal y directa con el mundo; no realiza
trabajo científico; prescinde de la formulación de teorías generales pero toma ventaja de su
experiencia y conocimiento tácito; refiere a una forma de vivir por lo que esta sustentada y
razonada en la experiencias de la vida diaria; no separa mente de materia; valores y hecho
forman parte de la experiencia individual; intuición, emociones, moral y ética permean la
percepción de las cosas; naturaleza y cultura forman parte del mismo mundo; la validación
o garantía de juicios correctos deriva de la experiencia personal dentro de la dimensión
70
cultural; es diacrónica; el descubrimiento y su justificación son siempre personales pero
socializados y fundados en creencias; su transmisión implica complejidad y preserva
oscuridad y riqueza por la multiplicidad de significados; y, aspira a la profundidad y detalle
(Barrera-Bassols, 2008). Tanto conocimiento como sabiduría, en la realidad, resultan
difícilmente separables y más aún, reemplazables entre ellos dado que ambos son
necesarios para preservar la existencia humana dado que las acciones humanas necesitan
ser corregidas y tener sentido de acuerdo conl valor de la vida (Barrera-Bassols, 2008).
En un tema en el que la construcción del conocimiento deriva de diferentes formas,
cabe tratar de delimitar al sabio del científico (incluso del artista). Barrera-Bassols (2003)
menciona que ambos (sabio y científico) son mantenidos, modelados, construidos y
legitimados a través de prácticas individuales y colectivas. Toledo y Barrera-Bassols (2008)
sostienen que el científico está sustentado en teorías, postulados y leyes, de carácter
universal y robustecido mediante autoridad y aplicado de manera impersonal e indirecta. El
sabio se basa en la experiencia directa y concreta, en creencias presentes en el colectivo
social y es robustecida por testimonios y aplicada personal y directamente.
Para estos autores, la diferencia entre un sabio y un científico estriba, entonces, en
que no se necesita ser sabio para realizar investigación científica (no todo científico es
sabio, pero no exime que lo pueda ser). Pero tampoco debe significar que todo poseedor de
conocimiento y saber locales sea una persona sabia. Es decir, se tiene que tener cuidado con
las asignaciones calificativas al término “sabiduría” evitando la dialéctica de definirlo en
función de cómo se construye. Si se aceptara que la diferencia entre conocimiento y
sabiduría refiere a meros procedimientos adjudicados al campo de la epistemología,
tropezaríamos con la obsesionante costumbre de “partir” la naturaleza humana. Más bien
debe entenderse desde una perspectiva fenomenológica de tal suerte, que la sabiduría pueda
entenderse como la actitud y lectura de la vida a partir de la experiencia.
Como se vio en el capítulo anterior, el tema “creencia” y “conocimiento” están
comúnmente abordadas separadamente, dado la disyunción que la lógica y el imperativo
racional dictan desde la perspectiva científica. Esta separación entre “mente” y “corazón”
es artificial porque dentro de las culturas de los pueblos originarios tal distinción no existe,
como tampoco ocurre en el resto de la humanidad. Es decir, aún con toda la carga racional
como único argumento, es inobjetable señalar que trabajan a la par percepciones,
concepciones y conocimientos. Los argumentos “metafísicos” percibidos desde la ciencia y
71
que cataloga como creencias, resultan ser sistemas de saberes, historias y memorias que
escapan a la comprensión científica y en general, a la sociedad denominada occidental.
Aunque claro, los sortilegios artificiosamente implantados que dividen al mundo han sido
la estrategia recurrente para poder dar visos a la comprensión de estas culturas. En igual
situación están los ritos y las prácticas ¿Hasta dónde la ceremonia del chamán deja de ser
un acto simbólico para convertirse en un acto práctico? ¿Por qué clasificar estos ritos en ese
contexto mágico, simbólico, prescindible, etéreo y no darle su valor pragmático y objetivo?
¿Por qué desacreditarlo per se dada su diferente naturaleza?
Existe otra forma de nombrar a las sabidurías: phronesis (prudencia) o sabiduría
práctica que “es pensar de tal forma que cada uno pueda llegar con independencia a
entender la acción y las cosas humanas que son susceptibles de adoptar varios modos”
(Iglesias, 2006, p. 47).
EPISTEMOLOGÍA)
DE)LAS)DIFERENCIAS)
Conocimiento)
Cien*fico)
Conocimiento)(?))
No)Cien*fico)
NUEVOS)REFERENTES)
ONTOLÓGICOS)
)Y)TELEOLÓGICOS)
HACIA)UNA)EPISTEMOLOGÍA)
DE)LA)DIVERSIDAD)
)
(CONOCIMIENTOS,)SABERES,)SABIDURÍAS))
)
Figura 3.1 Transición de la epistemología de las diferencias hacia la epistemología de
la diversidad.
En resumen: los pueblos originarios y el quehacer científico generan conocimientos
y saberes, ambos desde sus prácticas acotadas a las circunstancias que las definen en su
contexto. En esta discusión hay un problema de origen: la disertación sobre lo que es
72
conocimiento y saber cae en el recurrente fraccionamiento de un fenómeno que es complejo
lo que lleva incluso a anteponerlos antagónicamente, cuando realmente debería verse como
un continuo. La forzada división entre conocimiento y saberes no es tan tangible desde la
etnoecología, dado que todo conocimiento se traduce en un saber-hacer. No se trata de la
generación de conocimiento per se ni su sistematización como ocurre en la ciencia.
Lo que se pretende es replantearnos la dialéctica basada en las diferencias como
acto de comparación entre dos formas de aprehensión del mundo con sus características
propias. Esto permitirá transitar hacia una epistemología de la diversidad, donde el
reconocimiento de dichas caracterísiticas no sea producto de la comparación, sino de la
identificación de las diferentes esencias. Para ello se precisa reconocimientos de objetivos
otros y desarrollos otros (Figura 3.1).
También se trata de un conocimiento con una intencionalidad no epistémica sino
práctica. Se convierten en saberes en la medida en que son puestos en movimientos en la
cotidianidad a través de creencias comprobadas. Primero se tiene el conocimiento y
después se sabe para qué es útil, como dice Levi-Straus (1962). Sobre el cómo se
construyen estos conocimientos y saberes por parte de los pueblos originarios, Hviding
(1996) menciona algunos casos en los que existe un paralelismo con la forma de
pensamiento deductiva.44
Por otro lado, sobre los conocimientos y saberes locales existe una discusión que
lleva a preguntarse si son sabiduría. Al respecto Rusell (1914 [en Barrera-Bassols, 2008])
reconoció dos sistemas cognitivos refiriéndose al conocimiento como “conocimiento por
descripción” y a la sabiduría como “conocimiento conocido”. Villoro (1989, p. 99) señala
que los saberes tradicionales están más cerca de la sabiduría que la ciencia, concluyendo
que “…el fin de la exploración etnoecológica no es solamente buscar la estructura de ese
sistema cognitivo en las razones objetivamente suficientes”. Víctor M. Toledo (2014, com.
pers.) especifica que la expresión integrada de la cosmovisión (kosmos), los conocimientos
(corpus) y su práctica (praxis) es la sabiduría, instrumento a través del cual las culturas se
mantienen y se definen.
Es inobjetable señalar que trabajan a la par percepciones, concepciones y
conocimientos. Los argumentos “metafísicos” percibidos desde la sociedad occidental que
44
La forma de pensamiento basada en la deducción es un razonamiento lógico que parte de lo
general a lo particular (abstracciones). Por su lado, la inducción va de lo particular a lo general
(concreciones).
73
emiten juicios de valor, pocas veces reconocen que las creencias resultan ser sistemas de
saberes, historias y memorias que escapan a su comprensión, y que la misma ciencia está
constituida a base de creencias verdaderas (Villoro, 1989). En igual situación están los
ritos45. Para Delgado (2014, com. pers.), el quid de este tema estriba en entender las causas
cosmovisivas y paradigmáticas entendidas como formas estructuradas. Aunque existen
elementos de ciencia en las comunidades de los pueblos originarios en forma de
conocimientos positivos sobre el mundo, ellos no están separados de la magia y el mito,
porque ni la magia ni el mito mismos están diferenciados: forman parte de una visión del
mundo que es íntegra y sincrética que expresa una experiencia vivida ampliamente
generando conocimientos y saberes producto de un proceso transgeneracional y práctico
que entran primero por el corazón, llegan a cerebro y se expresan como palabra de
sabiduría (Bermúdez et al., 2005). Pero estas reflexiones sobre lo que significa ser sabio y
quién detenta esta cualidad, siguen descansando en bases occidentales. Dentro de la
cosmovisión de los pueblos originarios, la sabiduría es un don y atributo que solo puede ser
otorgado por disposiciones divinas. La sabiduría es una cualidad de los dioses y diosas, es
decir, la propia parentela mítica de cuyos actos se originó y armoniza el mundo. Menciona
el pueblo wixárika46 que “Son Nuestras Bisabuelas y Nuestras Madres las que son dueñas
de la sabiduría” y señalan también que fue Watákame, el verdadero sabio, el que dio origen
al mundo (Pacheco e Iturrioz, 2003).
Es terreno común contraponer la ciencia a estos otros sistemas de conocimientos y
saberes, cuando realmente la base y fondo son las cosmovisiones. La superación de esto no
es posible a partir de críticas dogmáticas a la ciencia o a otras formas de conocimientos y
saberes que lleven a su excomunión. Más bien se trata de llegar a la comprensión de las
bases ocultas que hacen valer cierta ciencia o forma histórica de ciencia, de saberes y de
conocimientos locales.
45
Según Morin (2005), los ritos constituyen las técnicas de armonización del universo incrustados
en una mitología arcaica que permite la integración noológica, estableciendo correspondencias
analógicas entre el universo ecosistémico y el universo antropológico, el microcosmos integrado al
macrocosmos. Según Morin, los ritos integran el ciclo práctico de las actividades en un ciclo
cosmomitológico. Junto con la magia y el mito, sacralizan reglas de organización que, al final, se
traduce en una dominación masculina y de clase que enmascara una grandiosa operación míticocosmológica en la que intervienen los espíritus y los dioses.
46
Pueblo originario comúnmente conocido como huichol; su plural es wixaritari.
74
Verdad y ciencia
Lo que define cada sistema de conocimientos es como son usadas las premisas para
distinguir la verdad de la ficción (Tsuji y Ho, 2002). Para la ciencia, lo verdadero está
determinado por el pensamiento reductivo, cuantitativo y disyuntivo que conviene a los
problemas cuantificables, técnicos, a una precisión metodológica que asume una visión
instrumental de la naturaleza (Saavedra, 2009). Con ello, lo mesurable es lo únicamente
valido. El carácter de verdad a través de lo cuantificable se sobre valora en un mundo
espacial y temporal (dimensional) lógicamente medible, pero poseedor de otros universos
que escapan a las matemáticas. Pero como dice González-Recio (2007, p. 76): “De lo que
se trata, pues, no es de la aptitud de la matemática para proporcionar informes
observacionales de sintaxis depurada. El objeto de la controversia es el derecho de la
matemática para apoderarse de los fundamentos ontológicos de un mundo diverso.”
El carácter de verdad a través de lo cuantificable se sobrevalora en un mundo
espacial y temporal (dimensional), lógicamente medible, pero poseedor de otros universos
que escapan a las matemáticas. Un conocimiento es verdadero en la medida que permita
realizar proyectos y adaptarlos a las posibilidades. Esta percepción de la verdad a partir de
la acción trascendería la copia exacta de ideas preexistentes, para llevar hacia una
construcción humana que permite estructurar el mundo para hacerlo vivible a partir de
representaciones de lo que se puede realizar (García, 1999). De esta manera, el criterio
último de lo que es verdadero “sería la manera en que permite vivir y adaptarse a un
mundo en constante dinamismo. La construcción de lo verdadero entonces lo concebimos
como un proyecto histórico abierto que requiere continuo aprendizaje” (García, 1999, p.
309), pero que implica diferentes vías de construcción. Para Villoro (1989), la
determinación histórica de un conocimiento impide suponer su falsedad o la carencia de
objetividad, de la misma manera de que su verdad tampoco es garantía de que no esté
ausente de condicionamiento social. Morin (1982) refiere que el juego de la ciencia es el
jugo de la posesión y ampliación de la verdad, donde el combate por la verdad se confunde
con la lucha contra el error. Así, cada sociedad posee su régimen de verdad relacionado al
poder que controla sus propios beneficios políticos y económicos.
El verdaderismo con el que se inviste a la ciencia ha sido cuestionado. Según Santos
(2009), la ciencia asume su verdad a partir de lo que llama rigor científico sustentado en la
sentencia de “conocer significa cuantificar”, que deriva en el rigor de las mediciones. Sin
75
embargo, reducir el rigor científico a las meras mediciones y no incluir el método de la
investigación, lleva a montarse en olas de subjetivismo y metáforas sin fundamento, dado
que la ciencia requiere de la medición siempre (la clásica y la compleja), del mismo modo
que la vida cotidiana también lo requiere. 47
La verdad científica surge del descubrimiento de leyes que, si bien se invisten como
causa formal, finalmente privilegian el “cómo funciona” en detrimento de “cuál es el
agente” o “cuál es el fin” de las cosas, transitando al supuesto meta-teórico del orden y de
la estabilidad del mundo. Santos (2009) señala que mayor cantidad de investigación o de
precisión instrumental, no superan los límites de un conocimiento cuantitativo. “Se ha
olvidado que no todo conocimiento empíricamente exacto es verdadero, y no todo
conocimiento verdadero es empíricamente exacto” (Martínez, 2011, p. 59), de tal suerte
que el frenesí por la búsqueda de la exactitud (no la exactitud en sí) llega a convertirse en
un obstáculo para el desarrollo del conocimiento científico.
Tradición
Dado que en el desarrollo del tema interesa lo concerniente a los pueblos originarios y
tradicionales, es imprescindible tener un concepto sobre lo que es “tradición”. Lo
tradicional es referido por la Real Academia Española (RAE) como lo que sigue las ideas,
normas o costumbres48 del pasado y lo que se transmite por medio de la tradición. Por
tradición se entiende el conjunto de bienes culturales que una generación hereda de las
anteriores y, por estimarlo valioso, lo trasmite a las siguientes. Pero implica mucho más que
ello. Ingold (2000) sugiere -con una visión más dinámica del proceso de transmisión del
conocimiento- que realmente no se transmiten de generación en generación, sino que en
cada una de ellas se reconstruye. Según Martin (2001), tradicional implica estilos de vida,
prácticas y creencias establecidas que dan continuidad cultural e innovación,
47
El concepto de “vida cotidiana” no es universal si consideramos la existencia de diferentes
marcos con cosmovisiones y praxis predominantes; en este sentido se utilizará en lo sucesivo. Ello
determina que la vida cotidiana de los pueblos originarios y la vida cotidiana de los habitantes de
una ciudad contemporánea sean muy distintas porque involucran objetos y saberes diferentes.
48
Se conoce como costumbres a todas aquellas acciones, prácticas y actividades que son parte de la
tradición de una comunidad o sociedad y que están profundamente relacionadas con su identidad,
con su carácter único y con su historia. Son el hábito adquirido por la práctica frecuente de un acto
o el conjunto de inclinaciones y de usos que forman el carácter distintivo de una nación o de una
persona. Esta definición se acerva más al “el costumbre” como construcción histórica y que va más
allá de un mero hábito repetitivo.
76
fundamentando también que la tradición están siempre en proceso de cambio. La manera en
que se transmite esto contenido dentro de los pueblos originarios, merece una atención
especial: existen formas de transmisión indirecta de saberes entre los que se encuentran, por
ejemplo, las danzas y los cantos, como ocurre con el pueblo wirrarika de México: el
marakame transmite su enseñanza a través de ancestrales y sagrados cantos los que, al ser
interpretados, permiten el contacto con sus deidades. Además de ello, como ya se
mencionó, el verdadero maestro es una entidad natural conocida como jícuri o peyote,
planta sagrada que al ser ingerida permite el diálogo supra terrenal del cual se obtienen
saberes y poder. También en este pueblo la enseñanza se presenta durante el sueño, cuando
las deidades hablan y en ocasiones ayudan al interpretar los subterfugios, dobles sentidos,
acertijos, cambios de nombre y alegorías que plantean los marakate: “Tengo necesidad de
hablar a los dioses; y las plumas que pongo a la flecha, el algodón, la cuerda y la pintura
expresan mis pensamientos […] hacemos flechas sagradas para ganar vida”, le
comentaría un huichol a Lumholtz (1986). Y de ese hablar con los dioses, el aprendiz de
marakame recibe sus enseñanzas en Wirikuta, lugar sagrado de los wixaritari, en el desierto
de San Luis Potosí. También en este pueblo la asimilación de conocimiento está
relacionado con el acto de interiorizar (ingerir) alimento. Como ejemplo está el relato del
que son protagonistas la (madre) Tierra, el maíz y los humanos. El cultivar y el alimentarse
de lo sagrado proporciona sabiduría, según dice “el costumbre” wixárika: “Los
antepasados se alimentaban de la madre tierra… cuando trabajaban un pedazo de tierra
sembraban en ella el maíz durante la temporada de lluvias y nacían muchas plantas para
el alimento de la gente, bien sabiendo que eran sabias como la tierra.” (AJAGI, A.C.,
2006, p. 9). Los mitos de creación incluyen seres míticos ya sea que nacen sabios (como el
niño-venado maxatehuiyare) o bien, que otorgan sabiduría al momento del génesis mítico49.
Decía un médico tradicional purépecha que “Todo lo que va contra la tradición,
termina incendiándose”. Pero las sociedades cambian debido a que constantemente adoptan
nuevas prácticas y tecnologías, por lo que se torna difícil definir lo que es tradición
(Berkes, 1993). Así, el contenido de lo que se transmite evoluciona a la par de la sociedad y
su cultura, y si bien tiene resabios anteriores, está integrado de novedades. Lo tradicional
entonces incluye la innovación, la primicia, la invención, la originalidad, el invento y el
descubrimiento. Esta condición no es únicamente una decisión humana, sino que forma
49
Registro personal de una plática con el marakame Julio Robles, de la Comunidad Indígena de
Santa Catarina, Jalisco.
77
parte de una estrategia adaptativa. Significa que la manera en que se construye reconstruye
y comparte el saber determina su carácter tradicional, no únicamente su contenido. Dice
Teodoro-Ramírez (2003, p. 99) que “…más allá de estar en el pasado, la tradición es el
presente, y es en los modos en la que nos relacionamos con nuestro presente que se juega
nuestra relación con la tradición”. Implica pues, reconocer y asumirse como resultado de
la historia en un contexto finito, hechos de contingencia y de tiempo. Es lo que conecta a
sociedad de hoy con la sociedad de ayer, es decir, es la interpretación de las sociedades
contemporáneas acerca de lo que han recibido de parte de quienes les precedieron (Roué,
2012). También desde esta perspectiva histórica, la tradición se concibe más allá de una
herencia, para transitar hacia un reclamo por un mundo donde la globalización implica
uniformidad y homogeneización.
Durand (2000) distingue dos perspectivas de abordajes utilizado por diferentes
autores sobre quiénes representan u ostentan lo tradicional: uno señala a la cultura indígena,
dado que está caracterizada por ser cohesiva, basada en instituciones que le dan vínculos
culturales que le permite adaptarse a los cambios que enfrenta. El otro incluye a
poblaciones rurales del llamado tercer mundo o campesinos, indígenas o mestizos, pero que
siguen estando al margen de los modos de producción dominantes. Desde estas
perspectivas de lo que es tradicional, L. Durand detecta algunos problemas: a) No existen
comunidades tradicionales aisladas, o mejor dicho, desarticuladas de los procesos y
contextos nacionales e internacionales dado que existen procesos macrosociales que inciden
en estas poblaciones, además de estar permeados por entrecruzamientos socioculturales de
carácter tradicional y moderno; y, b) La concepción general de lo que es tradición”
perpetúa la construcción persistentemente idílica del “salvaje ecológico” del indígena
(comúnmente referido en armonía con su entorno natural), cuando existen evidencias
históricas y actuales, en las que la relación sociedad-naturaleza desde estos espacios
culturales, no son armonizadas como idealmente se supone, de tal suerte que no todos los
pueblos se encuentran en una situación de sustentabilidad ambiental, muchas veces por
decisión propia. Camus (2001, p. 13) puntualiza que “ninguna civilización ha sido
ecológicamente ‘inocente’”. La idealización puede conducir a la distorsión de la realidad
cuando no se abordan plenamente sus historias, sus modos de vida y sus capacidades
adaptativas como sujetos sociales subordinados, o bien, cuando se cae en el juego de
78
contrastar la tradición y la modernidad como realidades estáticas y nítidamente separables
(Barrera-Bassols, 2008).
También es importante aclarar que adjetivar como tradicional no está únicamente en
función de la frecuencia con que sea practicado, sino también en la medida que es sostenido
por una comunidad dada su utilidad y beneficio a través de varias generaciones; está
cimentado por las ideas y creencias que las originaron; está relacionado con la autenticidad
con que la gente las comparta. Así, la tradición se debilita en la medida que cambian las
creencias, el entendimiento y la forma de dar sentido a la vida. Los conocimientos
tradicionales tienen su razón de ser en función de otros dos contextos: la producción y la
creencia (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). A ellas habría que agregar la imaginación,
como un acto previo a la construcción del conocimiento. Cabe aclarar que lo tradicional
incluye los valores, las creencias, las costumbres, las diferentes formas de expresión
humana, particularmente aquellas que se transmiten por vía oral y están en concordancia
con la cultura. Hablar de tradición implica identidad y sentimiento de pertenencia a un
contexto socioambiental determinado. Conservarla significa practicar el costumbre, los
hábitos, las formas de ser y comportarse. Al respecto, Posey (2001) señala que en la
definición de la “tradición”, siempre debe reconocerse como un proceso de adaptación y
cambio. No debemos olvidar que finalmente la ciencia también está sujeta a una tradición
por su origen y su forma de construirse y recrearse.
Lo tradicional sugiere también entender que los procesos históricos suceden a
diferentes escalas de tiempo. Argueta, Gómez y Navia (2012), mencionan la propuesta
metodológica de Brudel de la que se desprende diferentes tipos de tiempo: el largo (que
involucra las estructuras), el mediano (las coyunturas) y el corto (los acontecimientos).
Según estos autores, los procesos estructurales (largo plazo) que inciden en los
conocimientos y saberes locales (tradicionales) son: a) La imposición del capitalismo; b) La
generalización y denominación de una cosmovisión secularizada; c) La transformación en
la forma que se ha concebido y la manera de relacionarse con el territorio; y, d) La
superposición del Estado-nación a otra forma de organización política-social. También es
importante incluir la conciencia de especie (lo humano como bio-ecológico/visión
antropocéntrica), la conciencia del tiempo (lo histórico y la solidaridad generacional/la
historicidad cono constructo colonial) y la concepción de la escala (lo grande/universal,
sobre lo pequeño/local). Argueta y colaboradores también mencionan como coyuntura
79
(mediano plazo) el orden legal supranacional, el reconocimiento oficial de la
pluriculturalidad, la discusión de los territorios y sus recursos, la incorporación de las
lenguas autóctonas en la educación y el reconocimiento de los conocimientos y saberes
locales (tradicionales, según dichos autores). Pero esto, en la arena de una discusión más
amplia, no dejan de ser lineamientos para la subsución de los pueblos originarios y la
sujeción al Estado-nación.
Aunque no lo mencionan, lo tradicional también está relacionado con los
acontecimientos (corto plazo). Dentro de ellos están, como ejemplos, los movimientos
sociales de los pueblos originarios y tradicionales que han permitido el empoderamiento
social y epistémico, el rescate del territorio, así como las formas de apropiación de la
naturaleza, pero que incorporan elementos tecnológicos y científicos, entre otros.
Conviene no olvidar que existen construcciones sociales históricas que permean la
dinámica del conocimiento. Es necesario tener referencia el continuum en el tiempo, donde
lo tradicional comúnmente se clasifica como “antiguo” pero que también juega y no puede
ser excluido. El tema de tradición va más allá: Fornet (2007) señala que las culturas son
pluritradicionales por lo que no hay una cultura con una tradición o, mejor dicho, que hay
muchas tradiciones dentro de cada cultura. De ahí la lucha por y entre las costumbres
simbolizada en los actos de “rebeldía o desobediencia cultural” de aquellos y aquellas que
se salen de lo “normal” y, de ese modo, ponen en cuestión el consenso. La división entre lo
“antiguo” y lo que no lo es, resulta subjetiva y más bien un recurso retórico. De hecho,
Toledo y Barrera (2008, p. 74) cuestionan el uso del término “tradicional” aplicado a este
tipo de conocimiento dado que cada “productor o colectividad está echando mano de un
conjunto de experiencias que son antiguas como presentes (existieron y existen) de la
misma manera que son tan colectivas como personales. Se trata más bien de una tradición
moderna o bien una síntesis entre tradición y modernidad”.
Pero si las culturas son dinámicas y están en constante evolución, es lógico suponer
que una manera de ser tradicional es imaginar posibilidades de nuevas tradiciones (Fornet,
2007), lo cual en un mundo cada vez más reconocido y aceptado como pluri- y
multicultural resulta trascendente. Ello significa que hablar de pérdida de tradiciones
merece ser tomado con cuidado para poder distinguir entre dinámicas disruptivas y aquellas
de orden natural que permiten la evolución de la cultura. La depreciación de lo que se
concibe como “tradición”, implica ponderar procesos de validación que, por su naturaleza,
80
son inaplicables. Negarla implica concebirla como originada de un pasado oscuro,
impreciso, inerte e incomprobable (Teodoro-Ramírez, 2003). La identidad cultural, como
una expresión de esa tradición, debe entonces entenderse como un proceso de
transformación lo que la coloca como un proyecto futuro, no tanto como una herencia del
pasado. Ello significa que los intentos por preservar identidades culturales deben transitar a
la construcción de estrategias que consideren dichas transformaciones y que conlleve a una
respuesta menos violenta ni de sometimiento, hacia las nuevas pautas culturales que se
están presentando. Como ya se ha señalado: las tradiciones vivas y pujantes no escapan a la
reinvención constante de sí y por sí mismas. De hecho, estas transformaciones son las que
posibilitan la diversidad cultural sustentada en la innovación, la creatividad y la
receptividad. Tambien es importante entender que las culturas son polinucleares cuyos ejes
se encuentran en diferentes espacios y tiempos; la sociedad es al mismo premoderna,
moderna y postmoderna50; es local, regional y global. Entenderlo así permite dimensionar
la palabra “tradición” para escapar de los vericuetos que esconde. Klee (1996), señala que
reconocer lo tradicional en su amplia concepción y con relación a los pueblos originarios,
permite acercar soluciones a diferentes problemas que nos aquejan. Desde su punto de
vista, lo tradicional invocaría elementos: ambientales (uso renobable de recursos, armonía
con la naturaleza, conservación, capacidad de carga, estabilidad ecológica, protección al
hábitat y eficiencia energética); económicos (diversidad, sustentabilidad, durabilidad,
reciclaje, reuso, etc.); tecnológicos (valor de la generalidad, tecnología apropiada,
tecnología controlada, simplicidad, adaptación selectiva); políticos (autosuficiencia,
decentralización, resolución de conflictos, cooperación); de estratificación (control de
riqueza y seguridad social para los ancianos); de valor (humildad, control poblacional,
tamaño de la escala humana, calidad sobre cantidad, religión ecológica); interpersonales
(sentido de comunidad, reciprocidad, cuidado ambiental, ciclos); y, de trabajo (trabajo
como juego y en un contexto específico).
La etnoecología hace evidente una forma de tradición de segundo orden, donde la
cultura y lo bio/ecológico redimensionan sus límites y definiciones. Expresa la tradición
que nosotros llamamos “biocultural” en un complejo más definido por procesos que por
50
La amplias contribuciones de pensadores del Sur como A. Quijano, C. Walsh, W. Mignolo y del
portugués Boaventura de Sousa Santos, entre otros, ayudan a darle una lectura más pertinente a la
llamada postmodernidad. La discusión central desde estas perspectivas es que el posmodernismo no
es sino una nueva forma de colonialidad/colonialismo que desde el Norte global se entreteje.
81
campos fácilmente separables. La tradición dentro de la etnoecología va más allá de la
visión unidireccional de concebir a la cultura como sujeto y a la naturaleza como objeto, es
decir, no es una tradición indígena sino una tradición biocultural. Implica también
bidireccionalidad, donde la tradición se asienta en procesos determinantes, reconocidos y
dialogados desde la naturaleza hacia la cultura y desde la cultura hacia la naturaleza, ambos
determinantes entre sí.
Evolución de la investigación de los conocimientos y saberes
locales
La evolución y diferentes perspectivas del estudio de los conocimiento y saberes locales,
así como su transformación en el tiempo, es descrita por Nazarea (2006). Según esta
investigadora, su ubicación como axioma de la antropología, se ha realizado en tres
momentos: el primero de ellos fue la “ola etnocientífica” o “nueva etnografía” basada en
principios cognitivos/lingüísticos e iniciada a mediados de las décadas 1950 y 1960. Sus
representantes fueron H. Conklin, W.H. Goodenough y C.O. Frake, pero repuntó en las
décadas de 1970 y 1980, con B. Berlin, E. Hunn, D. Posey, R.I. Ford, R. Ellen y S. Atran.
Con esta etnografía surgieron otras áreas como la etnobiología y la etnoecología que
proveyeron un marco que permitió ligar las percepciones ambientales con las prácticas. Así,
se dio paso a la llamada “etnociencia”, que facilitó la reorientación de las relaciones entre
cultura y naturaleza y una revaloración de “lo pequeño, lo hermoso y lo café”, como
contrapunto a la visión de Occidente que permitió superar el rechazo a reflexiones críticas
que destruyen la construcción plural y diversa. El segundo momento, de acuerdo con V.
Nazarea, surge en la década de 1990, con la “ola crítica posmoderna” que cuestionó la
visión estática y romántica de los conocimientos y saberes locales y se les catalogó como
parciales y prácticos, teniendo como representantes a P. Brosius, T.M. Li, R. Ellen, H.
Harris y P. Parkes. En ese momento predominó la visión occidental, olvidándose de
aspectos tales como que estaba etnográficamente referida al lugar y necesitaba una visión
participativa, no únicamente ser vista como una oportunidad para dar pasos hacia el
desarrollo51 y la conservación (véase Nazarea, 2006). Incluso se llegó a cuestionar su
51
Sobre el desarrollo y los conocimientos y saberes locales, la Conferencia Mundial sobre Ciencia
de la UNESCO-ICSU realizada durante 1999 en Budapest, hizo patente la necesidad e importancia
de integrar el conocimiento tradicional en la ciencia y la educación para el desarrollo.
82
existencia. Una tercera “ola” se circunscribe a la transformación de los conocimientos y
saberes locales siguiendo dos rutas: una de ellas que pretendió legitimarlo a la luz de la
ciencia comparando ambas formas de pensamiento. Otra, que llevó a concebirlo no
únicamente como dinámico y localizado, sino que le reconoció su carácter contingente,
dado que los conocimientos y saberes locales están en función de las oportunidades y
limitaciones. Serían las contribuciones de E. Morín, B. de Sousa Santos, P. Freire, L. Boff,
y F. Capra, entre otros, quienes permitirían redimensionar no sólo el quehacer científico,
sino la importancia de otras apelaciones epistemológicas surgidas de nichos epistémicos
fuera de la ciencia. Y también son actualmente las luchas reivindicatorias de los pueblos
originarios, las que están reposicionando el tema, en una suerte de epistemología política,
esa que surge del fortalecimiento identitario y de tomar el control del futuro desde lo local,
lo comunal y lo solidario (Figura 3.2).
“Ola Crítica Posmodernista”
“Ola%etnocien,fica”%
“Nueva%etnogra4a”%
Conklin,%Frake,%Levi%Straus%
Goodenough,%etc…%
Brosius, Parkes, Harris…
*Visión occidental
*¿Existen?
*Utilitarismo
Berlin,%Hunne,%Posey%
%Ford,%Ellen,%etc…%
Origen del estudio del conocimiento
y saber locales
(Nazarea, 2006)
* Legitimación
* Polisémico, polivalente,
polinuclear, polinómico
* Ecología de saberes
*Inter y transdisciplina
Propios pueblos originarios,
Nazarea, Johnson,
Toledo,Ramírez, etc.
Morin, Santos, Freire,
Boff, Capra…
*Epistemología
* Complejidad, pedagogías, diálogos, ecologías
* Ecología política
* Rebeldías epistémicas
“Ola de ‘traslación’
epistemológica”
Figura 3.2 Origen de los estudios del conocimiento y saber locales.
La percepción sobre los conocimientos y saberes locales ha evolucionado favorablemente
hacia su aceptación. Argueta (1999) distingue las tendencias sobre el cómo se ha percibido
83
lo que él llama “Sistema de Saberes Indígenas”: a) Un primer momento en que ni siquiera
se le percibe, ni mucho menos se le reconoce, pero cuando se hace, se considera obsoleto y
arcaico; b) Otra tendencia que al reconocerlos, apuesta a su desaparición y erradicación
dado que los considera un obstáculo para el desarrollo; c) Aquella tendencia que los
idealiza y que en muchos casos puede resultar igual de peligrosa que aquella que pretende
erradicarlos; y, d) Una última que los considera fuente de aprendizaje con notables
contribuciones para fortalecer el intercambio y el diálogo de saberes. Habría que aclarar
necesariamente que, en la actualidad, los pueblos originarios cobran razón de sí mismos y
proponen sus perspectivas y alternativas al modelo de desarrollo impuesto (Mariaca y
Castro, 1999).
Más allá de la venia que el resto de la sociedad otorgue a estos conocimientos y
saberes, los propios pueblos originarios han abolido la validez externa de los mismos, dado
que tienen pertinencia social, ecológica, histórica, política, cultural, etc., que les dan
identidad y les permiten continuar con su existencia como grupos definidos y diferenciados.
Pretender darles validez desde un paradigma como el occidental es condenarlos a su
descrédito y condenación, debido a que los contextos culturales, sociales y ambientales en
los que se desarrollan les otorgan particularidades que responden a tiempos, espacios y
dimensiones reflexivas específicas y concretas, inscritas en una cosmovisión particular,
como se analizará posteriormente. El futuro de los conocimientos y saberes locales está
permeado por diferentes condicionantes determinadas históricamente como la adquisición
de nuevas pautas culturales, la pérdida de lenguas, la brusca inserción en la economía de
mercados, la pérdida de territorio y hasta el mismo deterioro ambiental.
Entre la polinomia y la polisemia
Sobre los conocimientos y saberes locales, Nakashima y Roué (2002) mencionan que el
reto principal para entender su significado empieza con la tarea de decidir cómo deben ser
llamados. Aquí aseguramos que antes de ello debe acotarse qué es lo que quiere ser
nombrado. Por ejemplo, al hablar de este tipo de conocimientos y saberes ¿Debemos pensar
en pueblos originarios o indígenas, en el medio rural, en sectores productivos primarios o
en todos a la vez? ¿Se le debe dar un enfoque escalar (lo local), temporal (histórico) o
temático (ecológico) con el riesgo de sesgar un sistema más amplio que ello? ¿Hablamos de
conocimientos, de saberes, de creencias, de territorios, de instituciones, de comunalidad e
84
historia? La revisión sobre el estado del arte que nos ofrece Toledo y Alarcón-Cháires
(2012) atestigua que todos estos abordajes son válidos y validados por la práctica de la
investigación etnoecológica. Es decir, el problema es que no está claro el cómo debe ser
nombrado (Argueta, 1999) dado su carácter polinómico y polisémico debido a que tiene
varias acepciones o significados. Agregaría su carácter polivalente, considerando la manera
en que estos conceptos juegan y son anclados según criterios diferenciados.
Barrera-Bassols (2008) da cuenta de tal diversidad de nombres asignados a lo que
nosotros nombramos conocimientos y saberes locales: conocimiento ecológico tradicional,
sistema de conocimiento indígena, conocimiento ambiental local, conocimiento ecológico
tradicional y sistemas de manejo, conocimiento técnico indígena, sistemas cognitivos
ecológicos campesinos, Sistema de Saberes Indígenas y etnoecología. Según Argueta
(1997), también se les conocen como ciencia indígena, macrosistemas, ciencias nativas,
conocimiento popular, ciencia del pueblo, ciencia emergente, conocimiento campesino,
sabiduría, sabiduría popular o folclore, todos ellos a veces agrupados como saberes
subyugados o de tradición científica no occidental. Alves y Souto (2010) complementan
esta lista al decir que la literatura etnocientífica caracteriza estos conocimientos y saberes
como locales, indígenas, tribales, del pueblo, “folk”, autóctonos, tradicionales, vernáculos,
prácticos, colectivos, situados, campesinos, informales, nativos, rurales, cotidianos,
culturalmente específicos, étnicos, orales, comunitarios, endógenos, sustentables, comúnes
y saber-hacer, entre otros. Hersch, González y Fierro (2004) hablan de “conocimiento y
prácticas endógenas” y las definen como las representaciones, procedimientos y habilidades
generadas o que han sido apropiadas por los pobladores o habitantes de una comunidad en
el transcurso de su historia, siendo una parte orgánica de su cultura. Ramírez (2001) refiere
que diferentes obras antropológicas, lingüísticas y de educación intercultural hablan de
etnociencia, ciencia de los pueblos indígenas y ciencia indígena52. Es decir, lo que aquí se
llaman conocimientos y saberes locales está atravesado por una pléyade de significaciones
y reconocimientos que dificultan un posicionamiento definitivo sobre qué es lo que quiere
nombrarse. En una discusión sobre el uso y desuso de varias de estos términos que resultan
problemáticos, Green (2008) prefiere usar “prácticas de conocimientos”, “tradición de
conocimiento” y “diversidad de conocimiento”. Observa que “conocimiento indígena” –
que perpetúa la distinción artificial de “ciencia” y acentúa la noción de “raza”- ha sido
52
En sentido estricto no existe ciencia indígena, pero eso de ninguna manera deslegitima los
conocimientos y saberes de los pueblos originarios.
85
reemplazado por “conocimiento ecológico tradicional”. Roué (2012) dice que la ventaja de
utilizar términos (anglosajones) como “conocimientos ecológicos tradicionales” es que
evocan inmediatamente la antigüedad de este conocimiento y enuncian claramente su
campo: la naturaleza, el conocimiento local y la ecología. Sin embargo, darle la categoría
de ciencia al conocimiento indígena implica reduccionismo cuando realmente son también
conocimientos técnicos, que implican un estilo de vida, una representación del mundo y de
la ética53. Además, adjudicar el término “tradicional” a tiempos pasados, es poco viable y
conduce a una suerte de museificación folk de lo que aún está vivo. “Conocimiento local”
es un concepto amplio que viene a significar cualquier cosa y todo, pero tiene la ventaja de
no excluir a ninguno de quienes posean esos conocimientos, y en particular, a todos los que
no son indígenas o no quieren ser nombrados como tales.
Posey (2001) aclara que “conocimiento indígena” (Indigenous Knowledge [IK]) es
utilizado por los científicos para describir la totalidad de información, prácticas, creencias y
filosofía que es única para cada cultura; este autor refiere que “Conocimiento Ecológico
Tradicional” (Traditional Ecological Knowledge [TEK]) es otro término utilizado para
describir aspectos del conocimiento indígena directamente relacionados al manejo y
conservación del ambiente. Lo interesante con estas de acepciones, es que cada una de ellas
refiere una propiedad que en mayor o menor medida caracterizan los conocimientos y
saberes locales. Para Argueta, Gómez y Navia (2012), la construcción de estos conceptos
debe considerar aspectos como la innovación de los procesos, de los instrumentos, de la
organización y de los resultados, entre otros. Ellos distinguen lo que llaman “conocimiento
tradicional” del “conocimiento indígena”, “campesino” y “local” (véase Cuadro 3.3). Para
la construcción de estas definiciones estos autores deben considerar aspectos como la
innovación de los procesos, de los instrumentos, de la organización y de los resultados,
entre otros. Ellos distinguen conocimiento tradicional de “conocimiento indígena”,
“campesino” y “local”. Refieren (p. 19) al conocimiento tradicional como aquél que:
“…ha sido cultivado por determinadas comunidades con identidad
específica, a lo largo de generaciones, y ha sido transmitido de una
generación a otra. Entendemos al conocimiento tradicional indígena como
53
Iglesias (1994, p. 43) refiere que “una norma puede ser válida para muchos y puede ser
subjetiva, en cuanto máxima ética […] pero en cuanto a valor, no es subjetiva ni objetiva, porque
la entidad de los valores no es la de ser, sino la de valer. Los valores no son cosas, por ello no
podemos adjudicarles las categorías de las cosas, como los calificativos de que ‘son’ o ‘no son’”.
86
aquél que ha sido generado en el seno de comunidades y pueblos indígenas.
Hay conocimiento tradicional que es indígena, y viceversa. Pero no todo
conocimiento tradicional es indígena, ni todo conocimiento indígena es
tradicional.”
Así pues, el conocimiento y saber locales implican práctica. Incluye sistemas de
clasificación, observaciones empíricas sobre el ambiente y un sistema de manejo que
controla el uso de los recursos, según Tsuji y Ho (2002), quienes reconocen además su
estrecha relación entre los aspectos ecológicos, sociales y espirituales. Incluso, dan una
connotación intuitiva al conocimiento científico y un pensamiento racional al conocimiento
y saber locales, pero excluyen del primero el componente espiritual.
Cuadro 3.3 Definiciones y conceptos del sistema de conocimiento y saberes locales.
AUTOR (ES)
NOMBRE
DEFINICIÓN
Berkes (1999)
Conocimiento
Cuerpo acumulado de conocimientos,
Ecológico
prácticas y creencias acerca de la relación
Tradicional
entre los seres vivientes (incluyendo al
humano) y su ambiente, y que evolucionan
generacionalmente a través de un proceso
de adaptación y manejo, y que es
transmitido socialmente.
Nakasima y Roué,
Conocimiento
Disposición compleja del conocimiento, las
2002
indígena
prácticas y las representaciones que guían a
la sociedad en sus innumerables
interacciones con la naturaleza, cuyas
estructuras y contenidos refieren a la
complejidad, la versatilidad, el pragmatismo
y patrones amplios de interpretaciones en
contextos específicos.
Barrera-Bassols,
Sistema de
La dimensión ecológica de las actividades
2008
conocimiento
intelectual y práctica que sociedades no
ambiental indígena occidentales ejecutan durante su acto de
apropiación de recursos naturales.
Convenio
sobre
Conocimientos
Conocimientos, innovaciones y prácticas de
Diversidad Biológica,
tradicionales
las comunidades indígenas y locales de todo
el mundo, concebidos a partir de la
Cumbre
de
Río
experiencia adquirida a través de los siglos,
(1992)
y adaptado a la cultura y entorno local.
87
El conocimiento y saber locales incluye aspectos sociales, culturales y espirituales
como parte sustantiva y funcional; esta inclusión de lo espiritual se traduce en
responsabilidades (Doubleday, 1993).54 Argueta (1999, p. 46) menciona:
“…i) La existencia de los Sistemas de saberes indígenas (campesino,
popular) forman un Corpus integrado y coherente, su locus está en
múltiples mentes; se registra y almacena en la memoria y su existencia
es implícita, ii) Se expresa a través del trabajo cotidiano y en la forma de
decisiones a lo que se denomina praxis, que sería su contraparte
‘activa’; iii) La praxis inquiere al corpus y este responde para guiarlo en
su actividad cotidiana, iv) El Corpus se expresa también a través de
múltiples ejercicios intelectuales, no solo de la ordenación del caos, o de
la puesta en juego para la subsistencia y la supervivencia, como la
sofisticada elaboración de los sistemas de representación y del campo de
lo simbólico.”
Con ello, Argueta reconoce la existencia del corpus y praxis que Toledo (1992)
utiliza en la construcción del abordaje etnoecológico. Además, dinamiza la relación entre
éstos con los actos cotidianos de sus poseedores. Esto evita el simplismo que coloca a la
praxis como mera práctica separando objeto y sujeto, de la acción. Iglesias (1994) dice que
la praxis es la fusión entre la teoría y la acción. Según Iglesias (1994, p. 63) es en la praxis
donde el sujeto piensa como actúa y actúa como piensa, no hay ninguna escisión. Pero a
ello habría que agregar la intencionalidad, comúnmente ausente en las referencias al corpus
y a la praxis, que es la que realmente justifica la razón de ser de éstas. Desde el punto de
vista, es la praxis la que le da sentido al territorio, dado que esto lo convierte en un
contenedor que integra y gestiona significados, prácticas, modelos organizativos y
reproductores, que en conjunto otorga identidad (Balcázar, 2011).
Según la UNCTAD (Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo,
2001, p. 6), el conocimiento y saber locales están relacionados a los conocimientos, las
innovaciones y las prácticas de las comunidades indígenas y locales que entrañan “estilos
tradicionales de vida", así como a "las tecnologías autóctonas y tradicionales (artículos 8 j;
y 18.4 del Convenio de Diversidad Biológica). Así entendidos, los conocimientos y saberes
54
El carácter ético de dichas responsabilidades han sido insistentemente desacreditadas por quienes
ven en los pueblos originarios a uno de los principales actores de la debacle de los recursos
naturales como se verá posteriormente.
88
locales tienen en común ciertas características: a) La titularidad suele ser colectiva, aunque
algunos tipos de conocimiento tradicional pueden ser poseídos exclusivamente por
individuos o subgrupos concretos dentro de la comunidad; b) Tienden a ser transmitidos
oralmente de generación en generación; c) En consecuencia, no suelen estar documentados;
d) No son estáticos, sino dinámicos; y, e) Se transforman a lo largo del tiempo en respuesta
a nuevas exigencias y necesidades de la comunidad. De hecho, lo que confiere su carácter
"tradicional" a dichos saberes y conocimientos no es su antigüedad, sino el modo de su
adquisición y empleo.
Otro tipo de definiciones de los conocimientos y saberes locales se inclinan hacia un
abordaje desde la epistemología. Por ejemplo, Barrera-Bassols (2008, p. 79) refiere que
“…la naturaleza del sistema cognitivo indígena implica aceptar el orden polisémico,
polivalente y poliético de la naturaleza y el contexto, más que una organización mental
jerárquica y cerrada de los seres vivos de la naturaleza y el ambiente”. Los presenta como
un sistema abierto, con flujos y reflujos, sustentado en diferentes bases y sujeto a diferentes
interpretaciones que pretenden trascender la concepción inamovible, meramente intelectual
y cerrada. Toledo y Barrera-Bassols (2010, p. 50) mencionan que “las formas de
conocimiento tradicionales no existen, como es el caso de la ciencia, separadas de otras
dimensiones de la vida cotidiana”. Esto coincide con Berkes (1999), quien menciona que
lo tradicional referido a lo ecológico, representa un sistema complejo e integrado de
prácticas y creencias. Se alude indirecta (dimensiones de la vida) y directamente (creencias)
a uno de los fundamentos que permiten entender la importancia de las cosmovisiones en
torno a la relación de la sociedad con la naturaleza.
Berkes (1999) refiere que la manera de evitar los conflictos para definirlo es
abordando el tema desde las relaciones entre especies y éstas con su ambiente. El
conocimiento “ecológico” es un atributo de sociedades con continuidad histórica en el uso
práctico de los recursos. En general, éstas son sociedades no industriales y
tecnológicamente poco avanzadas, muchas de ellas indígenas y tribales, según dicho autor.
Pero previene que “conocimiento ecológico” es una etiqueta que puede resultar
cuestionable, dado que los propios indígenas se refieren a “conocimiento de la Tierra”, no a
“conocimiento ecológico”. La palabra “tierra” en este caso va más allá del paisaje físico,
dado que incluye el ambiente vivo (Berkes, 1993). Entonces, la palabra “ecología” no
puede ser considerada dentro de los conocimiento y saberes locales, dado que invoca una
89
rama de la biología perteneciente a la ciencia, y los pueblos tradicionales no son científicos.
Se puede aceptar este término al menos que se acepte que el conocimiento ecológico refiere
a las relaciones entre seres vivos y con su ambiente.55
Defino los conocimientos y saberes locales como: un complejo adaptativo,
cognitivo, perceptivo y conceptivo que da coherencia objetiva y subjetiva, y construye la
realidad práctica en contextos identitarios específicos y generacionales, y espacios
determinados. Esta definición puntualiza su carácter sistémico y dinámico (que lo libera de
la inamovilidad), su construcción como fenómeno humano complejo y su papel como una
apelación a la comprensión del universo en poblaciones humanas diversas.
¿Por qué conocimiento y saberes “locales”?
Recapitulando: los conocimientos y saberes locales son también conocimientos técnicos
que contienen un estilo de vida, una representación del mundo y de una ética particular.
Utilizar la palabra “tradicional” para adjetivarlos y definirlos es poco viable y conduce a
una suerte de museificación folk de lo que aún está vivo. Adjetivarlos como “indígena”,
además de la carga política de sumisión frente a un Estado-nación de este término, excluye
a otros actores rurales mestizos o no pertenecientes a algún pueblo originario. En cambio,
hablar de “local”, si bien es un concepto amplio que viene a significar cualquier cosa y
todo, tiene la ventaja de no excluir a ninguno de quienes posean esos conocimientos, y en
particular, a todos los que no son indígenas o no quieren ser nombrados como tales. Por
ello es por lo que para varios autores la palabra clave en la búsqueda de la definición más
aproximada de lo que llamamos conocimientos y saberes es su carácter “local”. Lo local
55
Si existe una ciencia que permite conocer o al menos intuir las intrincadas relaciones de un
mundo complejo, esa es la ecología. Quizá su reto principal no es buscar dichas interconexiones,
sino entender que existen, más allá de que las conciba o no. La relacionalidad que fundamenta a
esta ciencia y que constituye su esencia debe entenderse como un ente propio, que existe y tiene
vida independiente a los objetos que conecta. Es ese espacio “vacío” lleno de contradicciones y
empatías que, sin ser completamente conciente de ello, sostiene una parte de la ecología. Se deberá
trascender la complejidad del fenómeno ecológico enfatizando los procesos, además de la
determinación de las propiedades de sus constituyentes. La ecología seguramente seguirá siendo
una ciencia clásica en muchos aspectos, pero sin duda tiene un importante papel en el avance del
conocimiento (véase Berkes, 1999). La reestructuración de los paradigmas se realiza en la periferia
del conocimiento, en la frontera del “nuevo mundo” epistémico. Y si bien la ecología sigue
mayormente anclada en lo convencional y la seguridad que le sustenta, las “otras ecologías”
empiezan a abrir brecha en otros aspectos. Aunque no se ha percibido, las posibilidades de
expansión del conocimiento ecológico son más amplias y más integradas al mundo. El reto es ser
iconoclasta, temerario y empezar a avanzar en este sentido. Y es que el oikos (casa) es un referente
indispensable e indisoluble en la comprensión del fenómeno humano-naturaleza.
90
suele comúnmente ser desdeñado dado que su relevancia está acotada geográficamente,
cuando en la realidad varias de estas prácticas pueden ser considerados como principios
generales (Berkes, 1999). El conocimiento local se entiende como “el que ha sido generado
y cultivado por ciertas comunidades, aunque éstas no constituyan culturas tradicionales
como las indígenas, ni necesariamente haya sido cultivado a lo largo de varias
generaciones”, de acuerdo con Argueta, Gómez y Navia (2012, p. 19). No se debe olvidar
que, después de todo, los conocimientos y saberes locales son procesos históricos
resultantes de procesos sociales inscritos en una realidad que se construye a partir de las
interacciones de individuos (Gómez, 2006) de comunidades y con el entorno natural. Lo
local para Berkes (1999) y Martin (2001), es lo que más se ajusta a los requerimientos de
muchos investigadores dado que es un concepto amplio, incluyente, poco cargado de valor
y está referido a cualquier cultura ubicada en un lugar específico del mundo. En algunos
casos lo local es usado como conocimiento no tradicional y de adquisición reciente; el
problema que entraña usar el concepto de “conocimiento y saber locales” es que excluye lo
ecológico dentro de dicho concepto, así como el sentido de dimensión temporal y
transmisión acumulativa (Berkes, 1999). Personalmente creo que esta aseveración necesita
discutirse y debe conceptualizarse lo local no solo como espacio, sino donde ocurren
interacciones sociales y bio/ecológicas a través del tiempo. Para Nazarea (2006) el contexto
y coherencia -agregaría la pertinencia de éstos- es fundamental para entender la relación
sociedad-naturaleza y, por lo tanto, su conceptualización. Y es que, según esta autora, más
allá de lo puramente cognitivo o lo puramente racional, las sensaciones de lo que nos rodea
(lo local) proviene de un aprendizaje intensivo relacionado a idiosincrasias y demandas,
además que provee un hábito mental y una disposición física perfeccionada en cada lugar.
Por otro lado, lo local en referencia a “in situ” también debe ser analizado a la luz de
otro eje conceptual que articula lo local-global. Es decir, más que una referenciación
transescalar (que existe), este eje debe analizarse desde la perspectiva de los procesos
determinantes entre sí, donde lo local es también una razón global y lo global una razón
local conviviendo dialécticamente (véase Lozano, 2006). En las condiciones actuales de
generación de conocimiento y comunicación esto es especialmente válido: los
conocimientos y saberes locales, difícilmente pueden encontrar restricciones -técnicamente
hablando- para ser diseminados y utilizados en procesos a otras escalas, a la vez que el
reflujo desde lo global a lo local también determina procesos. Pero lo global-local también
91
tiene que ver con la reconfiguración de las relaciones de poder, donde lo local se empodera
frente a lo global, pero lo global permea más en lo local. Los nuevos derroteros del siglo
XXI conllevan al reconocimiento de la tensión interescalar, cada vez más intensos y
determinantes entre sí.
El carácter oral del conocimiento y saber tradicionales
Una característica de los conocimientos y saberes locales es que su transmisión es oral,
práctica, expresada en la cotidianidad y generalmente circunscrita al entorno familiar. Al
carecer de un lenguaje escrito, se le ha dado poca importancia y más bien éste sustituyó la
oralidad y otras formas de comunicación, no forzosamente sometiéndolas, sino
estableciendo una relación de interdependencia entre ellas. Actualmente se ha convertido en
el emisor y uniformador de los mensajes del grupo dirigente dado que tiende a unificar la
mentalidad, lo cual favorece al grupo en el poder que refuerza e inculca valores
(Florescano, 1999). De hecho, este mismo autor señala que desde que se implantó el
dominio español, la memoria indígena pasó a ser una memoria marginada, perseguida y
contingente, perdiendo además fuerza reproductora.
Para Morin (2003) el problema no es nuevo, dado que la alfabetización implantada
desde hace siglos no consistió solamente en el hecho de enseñar el lenguaje, de enseñar
cultura, sino se caracterizó también por el hecho de rechazar, de despreciar culturas orales
multimilenarias, que no solo tenían supersticiones, sino saberes y sabidurías.
Sobre el tema de la oralidad hay mucho que decir desde la perspectiva de la ciencia.
Pero ¿Qué piensan los pueblos originarios al respecto? Un nativo americano de nombre
Dark Crow, al aclarar lo que es “El Camino Rojo” de su tradición, dice:
“En primer lugar, la razón por la cual hay pocas palabras escritas sobre El
Camino Rojo es porque es contrario a la idea de que lo escrito es la
palabra legítima, pues ésta, la palabra escrita, niega la palabra hablada. Si
no está escrito no existe, dicen lo que están fuera de este camino. Y si el
Camino Rojo es una tradición oral ¿Cómo puedes capturar aquello que es
sutil y que sucede en un breve instante? Si lo capturas deja de ser temporal
y pierde su vida. ¿Por qué el poder de la palabra oral? Porque este mundo
fue creado por el pensamiento de los seres sagrados y realizado por su
palabra. Seres con los que se habla con nuestros rezos, palabras y cantos.
92
Por eso la madre natural del Hombre es la naturaleza y por consiguiente la
Tierra. Nosotros pertenecemos a la Tierra por eso forma parte ella de
nuestra religión. Las enseñanzas y las ceremonias giran en torno a ella y
destruirla es acabarnos a nosotros.” 56
De acuerdo con Gómez (2009a, p. 255), “el mundo oral rememora mediante la
representación, reproduce e intercambia conocimiento a través de experiencias que, al irse
transformando en comunitarias, conforman redes de saber colectivo”. Para esta misma
autora (p. 276), la oralidad está relacionada con la pedagogía comunitaria: mirando hacer,
pero paradójicamente, en el silencio
“La pedagogía comunitaria no tiene en las preguntas un recurso dialéctico”
dado que “ni en la milpa ni en el trabajo se acostumbra a preguntar, y si
alguien busca alguna explicación, la respuesta no está en las palabras. No
se enseña explicando; la acción no está en el verbo, sino en el acto, en la
manifestación. Esta forma de enseñanza proviene de la tradición de
aprendizaje oral, que no se ejercita en prácticas de pensamiento dialéctico,
sino en prácticas de acción dialéctica: en el mundo comunitario se enseña y
se aprende haciendo. Enseñarse es un ejercicio de ingenio que permite ir a
través de la vida con sentido comunitario.”
Florescano (1999) dice que las tradiciones orales carecen de conceptos abstractos y
categorías analíticas complejas, por lo que están obligadas a referenciar en el mundo vital
sus conceptos y conocimientos, buscando una identificación comunitaria empática y
estrecha con lo sabido, a diferencia de la tradición escrita que separa al que sabe de lo
sabido. Este autor menciona que las sociedades orales dedican energía a repetir una y otra
vez lo aprendido por generaciones, pero lo aprendido no responde a la lógica “palabra por
palabra”, dado que se carece de un texto de referencia. Fornet (2007, p. 33) señala que …en
muchas culturas el paso a la escritura es una irreverencia porque es sinónimo de
objetivización. No es que no puedan escribir, es que no quieren expresar por escrito lo que
saben. ¿Por qué? Porque la objetivización que ello implica afecta el equilibrio, la
armonía, la experiencia fundante sacral”. La transición de una cultura oral a una basada en
56
El texto del falso sabio, 2010. http://Http://grupos.emagister.com /documento/el_falso_sabio
/22222-501176.
93
la escritura es visto por muchos como inherente al proceso de “elevación” epistémica de
una cultura. Fornet (2007, p. 34) considera:
“…que ese mantenerse en la oralidad es expresión de toda una cosmovisión o,
si se prefiere, de la voluntad de la oralidad cultural, y ahí que el desafío
fundamental consista en saber qué mundo se está ofreciendo como posible
interlocutor a las culturas orales. Los prejuicios que todavía hay son muy
fuertes. Por eso tenemos que ver si estamos tratando de crear un mundo donde
la oralidad sea también una forma de organizar el saber, de mantenerlo y
ofrecerlo a los demás. O sea que no deberíamos fijar la escritura o un
programa técnicamente elaborado con conceptos, etc., como forma única de
comunicación.”
Para este autor (pp. 38-39), “la oralidad no es analfabetismo, no ha significado nunca
analfabetismo; una cultura oral no es analfabeta, una cultura oral sabe leer, interpretar,
manejarse [...] las culturas orales requieren, sin embargo, que se reconozca que la escuela
está ahí donde se conversa, donde se expresa el saber diario como asunto de la comunidad.
La oralidad es un instrumento para organizar la vida, para ver”. La imposición epistémica
de la escritura como único instrumento válido de comunicación, es un reflejo de la
colonización que vivimos. “Sin lengua no hay imperio” sentenciaría Nebrija en 1492 en su
obra Grámatica de la Lengua Castellana, al prologar que la lengua es la compañera del
imperio (Fornet, 2007). De ahí que el texto garantizaría lo que el otro (el conquistado) debe
aprender, “es el poder de lo escrito; es cuando el saber se hace ley.” (Fornet, 2007, p. 40).
En la ciencia los documentos escritos son considerados inmutables, comparados con la
recolección oral (Tsuji y Ho, 2002). El marco en el que se transmite el conocimiento y
saber locales incluyen la edad, el género, la secuencia de transmisión, la localización, la
duración, el reforzamiento y el aprendizaje (Ruddle, 1993).
Componentes del sistema de conocimientos y saberes locales
Los componentes del conocimiento dentro de la ciencia clásica se circunscriben al sujeto
(individuo conocedor), al objeto (lo que es objeto de aprehensión por el sujeto), al medio
(instrumento de trabajo cognitivo como la experiencia y la razón) y a la imagen
(aprehensión del objeto por la conciencia del cognoscente). Sin embargo, estas entidades
estructurantes del conocimiento no son aplicables a los conocimientos y saberes locales;
94
además, su secuencia lineal es poco viable para explicarlos. Quizá en su afán de liberarse
de las incertidumbres y redundancias pocas veces aceptadas así como de querer
convencerse de ser un conocimiento objetivo y libre de valores, la ciencia clásica ha
construido este modelo de estructuración y funcionamiento.
Lo que sucede con los conocimientos y saberes locales es diferente y está
determinado por la construcción del Ser. Desde la perspectiva de los pueblos originarios, la
ontología humana y la ontología de otros seres vivos (personas no humanas) es muy
cercana. En algunos casos (tzotziles y tzeltales), el ser considerado humano no tiene que ver
con el nacimiento, sino por un proceso de construcción de dicha identidad para años
después ser reconocido como tal. Por ello, la construcción sujeto-objeto es incomprensible
dentro de estas cosmovisiones. Plantas, animales, cuevas, cerros, ríos, etc., son
considerados también sujetos incluso con parentesco, basados en una relación más que
humanizada, naturalizada.
Por otro lado, los medios involucrados como parte de la construcción de los
conocimientos y saberes locales incluyen aspectos abjurados por la ciencia clásica. La
Figura 1.1 da cuenta de su composición. Liberados de la racionalización de la ciencia,
tienen la oportunidad y hasta estrategia de incorporar componentes que, sin duda, algunos
de ellos están presentes en la ciencia clásica, pero son pocas veces reconocidos o bien la
lógica de ésta los incluye como parte de otros procesos y tiempos. La inclusión de
“subjetos” como las emociones, las creencias y la construcción ontológica de persona le
dan una composición más acorde con la realidad humana como ente que construye sin
ataduras. La dimensión ambiental, el entorno social, la memoria, etc., finalmente se
traducen en actos de conocimiento y aprendizaje sobre la vida para poder vivirla, no solo
para conocerla, un lujo que la ciencia clásica no se puede dar en ambientes controlados,
aislados y racionalizados. Así, estos diferentes componentes se determinan y construyen
entre sí.
El sistema de conocimientos y saberes locales incluye (sub-) sistemas de
clasificación, observaciones empíricas sobre el ambiente y sistemas de manejo que
controlan el uso de los recursos, según Tsuji y Ho, (2002), quienes reconocen además su
estrecha relación entre los aspectos ecológicos, sociales y espirituales como parte sustantiva
y funcional. Esta inclusión de lo espiritual se traduce en responsabilidades éticas
95
(Doubleday, 1993)57. Argueta (1999) aborda los componentes de este sistema refiriendo la
existencia de un corpus cuyo locus está en múltiples mentes y ejercicios intelectuales,
expresándose a través del trabajo cotidiano (praxis). Además, Argueta dinamiza la relación
entre éstos a través de los actos cotidianos de sus poseedores. Esto evita el simplismo que
coloca a la praxis como mera práctica separando objeto y sujeto de la acción. Iglesias
(1994) dice que la praxis es la fusión entre la teoría y la acción. Desde este punto de vista,
es la praxis la que le da sentido al territorio, dado que esto lo convierte en un contenedor
que integra y gestiona significados, prácticas, modelos organizativos y reproductores que
en conjunto otorgan identidad (Balcázar, 2011). A ello habría que agregar la
intencionalidad, comúnmente ausente en las referencias al corpus y a la praxis, que es la
que realmente justifica la razón de ser de éstas.
Ejemplos del corpus ligado a la praxis los encontramos en el acto de apropiación de
la naturaleza del pueblo purépecha. Mapes et al. (1990), indican que es posible distinguir
trece paisajes agrícolas en su territorio, diferenciados entre sí, a partir de cuatro criterios: a)
la temporalidad de las especies cultivadas (anuales o perennes); b) el origen del agua
empleada en la producción (lluvia, manantial, lago o jugo); c) el manejo tecnológico de la
tipografía y el agua; y, d) la distribución geográfica de los sistemas (serrana o ribereña).
Hasta tres sistemas pueden ser desarrollados por un sólo campesino. Esto es debido a la
variabilidad ecogeográfica (relieve, suelo, humedad, vegetación) que caracteriza la zona.
Otros ejemplos: dentro de sus prácticas tradicionales, algunos campesinos purépecha
permiten y favorecen el crecimiento de la planta silvestre llamada tsirangeramani, una
especie de leguminosa (Lupinus sp.) que incorpora nitrógeno al suelo y otorga fertilidad al
suelo, prescindiendo del uso de fertilizantes químicos; los ekuaros o solares son espacios
productivos de la familia campesina a cargo de la mujer y de los niños, donde se cultivan
cerca de 50 especies vegetales y animales, en aproximadamente 300 m2 (Alarcón-Cháires,
2001). Constituye una de las estrategias de uso múltiple de los espacios familiares que
además de proveer de diferentes insumos a la familia campesina en momentos de
contingencia económica por algún mal temporal, es una fuente de entrada de recursos
económicos que complementa la economía familiar. La producción agroforestal y ganadera,
en una zona como la región purépecha, recobra gran importancia y su aprovechamiento con
fines maderables y no maderables es una actividad que, si bien en varios lugares ha
57
El carácter ético de dichas responsabilidades ha sido insistentemente desacreditado por quienes
ven en los pueblos originarios a uno de los principales actores de la debacle ambiental.
96
conducido a problemas ambientales principalmente motivados por el auge aguacatero,
sigue siendo un reservorio de saberes y prácticas basados en la tradición local y regional.
Para la región de la Cuenca del Lago de Pátzcuaro, Caballero y Mapes (1985) registraron
un total de 224 especies de plantas silvestres e introducidas, que son recolectadas en la
región, muchas agrupadas en el grupo de los quelites (xakua). Los principales usos de estas
plantas recolectadas son el medicinal, alimentación y energéticos (leña). Las especies
recolectadas pueden ser destinadas al consumo familiar, o bien, vendidas en los mercados
regionales.
La rica producción artesanal, la pesca y la cacería practicadas, son también ejemplos
síntesis de la praxis y el corpus. También está la experiencia del pueblo maya. Su
conocimiento ecológico está referido a nomenclatura y taxonomía de suelos, relieve,
hidrología, plantas (silvestres y cultivadas) y vegetación, además del conocimiento local
sobre clima, procesos ecológicos e interacciones bióticas. Por ejemplo, la mayoría de las
2,166 especies de plantas vasculares listadas, son nombradas por este pueblo. Nombrar algo
en los pueblos originarios es relevante porque se le otroga una identidad que implica un
contexto ecológico, características particulares, estacionalidades y usos, al menos. El
corpus y la praxis reflejan un sistema multiestratégico constituído por la milpa maya,
actividades agroforestales, huertos gamiliares, apicultura, caza, recolección, pesca y
prácticas extractivas (Barrera-Bassols y Toledo, 2005).
La relación entre conocimientos y saberes puestos en acción se hace presente con
los casos de: a) Los moru, de Sudán, en el tema agroecológico; b) Los pueblos tradicionales
de El Himalaya en el tema de diversificación de usos de recursos naturales; c) Los hñä hñü
(otomíes) y su manejo de suelos y agua; d) El sistema tradicional agropastoril de Los Alpes
suizos; e) La agricultura de pantano entre los chontales de Tabasco, Méx.; f) El manejo
tradicional del agua en la India; g) Los sistemas agroforestales tradicionales de Indonesia;
h) El manejo y conservación de la diversidad agrícola de los purépecha en Pichátaro, Méx.;
i) La agronomía de los hausa en Nigeria; j) El manejo y uso de la biodiversidad entre los
mayas yucatecos; k) La agricultura de anillos concéntricos de los mossi de Burkina Faso; l)
Las chinampas y su agricultura hidráulica, en México; ll) El sistema waru waru de
hidroagricultura de Perú y Bolivia; m) Los ‘jardínes de café’ de México; n) El manejo del
delta del Río Orinoco por los warao de Venezuela; y, o) La agricultura de escorrentía en los
desiertos de Norteamérica por los pápago y los zuni, por citar algunos ejemplos (véase
97
Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Más allá de discursos filosóficos y epistemológicos, los
pueblos originarios encarnan en su vida estos dos elementos indivisibles y necesarios para
continuar viviendo.
¿Cómo se reconstruye el sistema de conocimientos y saberes
locales?
Berkes y Turner (2005) ya referían que se ha dedicado mucho tiempo y atención al papel
que desempeñan los conocimientos y saberes locales, mientras que poco existe sobre la
manera en que se desarrollan. Dichos autores señalan que, para el caso de la conservación
de la naturaleza, existen dos modelos que explican cómo surge: a) El modelo de merma de
crisis, que surge de una crisis de recursos y que permitiría incentivar la generación de
conocimiento; y, b) El modelo de comprensión ecológica, que surge de manera más
dirigida y en grupo que pretende conocer sofisticadamente el ambiente. Señalan que estos
dos modelos no son excluyentes, sino que pueden funcionar juntos y en cuya integración, el
concepto de manejo adaptativo puede derivar en un proceso que permita que los acuerdos
institucionales y los conocimientos y saberes locales se pongan a prueba a través de una
revisión por medio de un proceso autoorganizado y continuo de aprendizaje en la práctica.
Este conjunto de conocimientos y saberes es la expresión de una cierta sabiduría
personal y, al mismo tiempo, de una creación colectiva, es decir, una síntesis histórica y
cultural convertida en realidad en la mente individual y la conciencia colectiva.58 La
transmisión del saber generacional y ancestral implica la formación de hombres y mujeres
detentores de sabiduría. Este proceso de formación en el pueblo wixárika puede durar
tantos años como 25, para que entonces sus poseedores sean reconocidos como gente sabia
(Pacheco e Iturrioz, 2003).
58
Sobre el carácter personal de los conocimientos y saberes locales, Rahman (2000) indica que son
altamente personales y difícilmente pueden ser formalizados, lo que puede dificultar comunicarlos o
compartirlos.
98
Experiencia*
acumulada*
Experiencia*
generacional*
Experiencia*compar@da*
(hogar*o*grupo*domés@co)*
Experiencia*
personal*
CONSTRUCCIÓN*DE*LOS*CONOCIMIENTOS*
Y*SABERES*LOCALES*
Enseñanza*simbólica*(desde*la*naturaleza)*
Figura 3.3 Construcción y transmisión del conocimiento y saber locales.
El corpus expresa una síntesis de información de por lo menos cuatro fuentes
(Figura 3.3): a) La experiencia acumulada a lo largo del tiempo histórico y transmitida de
generación a generación por un cierto grupo cultural; b) Las experiencias compartidas
socialmente por los miembros de una generación contemporánea o cohorte; c) La
experiencia compartida en el hogar o el grupo doméstico; y, d) La experiencia personal,
particular a cada individuo, acumulada mediante la repetición de los ciclos anuales
(naturales y productivos) enriquecida por las variaciones percibidas y las condiciones
impredecibles asociadas a ellas, según Toledo (1999).
Toledo presenta un marco teórico de lo que podría constituir lo que el nombra
conocimiento indígena desde la perspectiva etnoecológica y sobre el cómo se construye,
señalando la relación que existe entre la cosmovisión, el conocimiento y la praxis o práctica
99
de los conocimientos, saberes y visiones, durante el acto de apropiación de la naturaleza. La
naturaleza también enseña de una manera simbólica pero pocas veces se le visulaliza en
este sentido. En la transmisión del conocimiento y saber están implícitas la enseñanza de
los ancianos (a los que se les respeta y reconoce saber) e incluye prácticas, valores, forma,
costumbre y palabra oral. Se orienta siguiendo el hilo de la memoria a través del mapa de
conocimientos y saberes locales.
El espacio por excelencia es la comunidad. Particularmente para el caso de los
conocimientos y saberes locales referidos al entorno natural (sistemas productivos y de
usufructo) es donde las enseñanzas y aprendizajes literalmente “toman lugar”. Ahí es donde
la memoria oral se recrea a través de los conocimientos y saberes culturalmente
reconocidos en las prácticas (véase Gómez, 2009b). Estos implican una relación personal
con el entorno. Determinan la naturaleza de la red social esencial para la vida diaria y las
situaciones poco comunes que difieren de la racionalidad positivista (Hersch, González y
Fierro, 2004)59. Sobre la manera en que se transmiten, Rappaport (1979) señala que es la
redundancia como forma de distribución del conocimiento la que genera sociedades
caracterizadas por la solidaridad y confieren un alto grado de autonomía tanto a individuos
como a pequeños grupos locales, mejorando su habilidad para sobrevivir en aislamiento y
disminuyendo los impactos por las perturbaciones.
Así, la redundancia del conocimiento es de naturaleza igualitaria pero no implica
que el entendimiento y conocimiento sea uniforme. En la sociedad occidental, el
conocimiento especializado es selectivamente distribuido, lo que la conduce a la pérdida de
autonomía.
Y ¿Qué dicen los pueblos originarios sobre la manera en que construyen sus
conocimientos y saberes? Para algunos pueblos originarios africanos existe un principio
creacional de los conocimientos que se reduce a ser vehículo para mejorar la vida y sus
relaciones: el Nommo (Arévalo, 2013). Para el pueblo wixárika del occidente mexicano, el
conocimiento lo da el contacto y diálogo a través del uso de una planta sagrada es especial:
el peyote o jícuri. Es ésta la que hace la función de maestro detentador del saber a tal grado
que, por ejemplo, don Julio Robles, marakame (chamán) perteneciente a este pueblo,
refiere como maestro a dicha planta y, por lo tanto, él mismo no tiene “alumnos” a los que
enseñe su tradición. Es el consumo de jícuri el que acerca a estos conocimientos y saberes.
59
La suposición de que la ciencia puede explicar todo es parte de lo que T. Asad llamó “el
triunfalismo de lo secular” y lo secular no es una práctica ética (Green, 2008).
100
En otros pueblos, es la ingesta de maíz lo que otorga sabiduría: se come la milpa y, con
ello, todos los procesos cognitivos y prácticos, los valores y las historias generacionales que
dicho sistema productivo implica.
Como se ha mencionado, los conocimientos y saberes locales están referidos a los
ambientes inmediatos y es una construcción intelectual que resulta de un proceso de
acumulación de experiencias tanto a través del tiempo histórico como del espacio social y
están intrínsecamente ligados a las necesidades prácticas de uso y manejo de los
ecosistemas. Como ya se mencionó, aunque estos conocimientos y saberes están basados en
observaciones a una escala geográfica más bien restringida, deben proveer información
detallada de todo el escenario representado por los paisajes concretos donde se usan y
manejan los recursos naturales. Como consecuencia, la mente no solo posee información
detallada acerca de las especies de plantas, animales, hongos y algunos microorganismos.
También reconoce tipos de minerales, suelos, aguas, climas, topografías, vegetación y
paisajes (Cuadro 3.4).
Cuadro 3.4 Matriz de conocimientos y saberes locales sobre la naturaleza por parte de
los pueblos originarios.
ASTRONOMÍA
ESTRUCTURAL
RELACIONAL
Tipos de
astros y
constelaciones
Diversos
FÍSICO
BIOLÓGICOS ECOLÓGICOS
Litós- Hidrósfera
fera
Plantas,
Flora,
Rocas, Tipos de
animales,
Fauna y
suelos
agua
hongos
otros
microorgaelemennismos
tos del
paisaje
Diversos DiveDiverDiversos
Diversos
rsos
sos
Atmósfera
Clima,
vientos,
nubes
Ciclo lunar y
solar,
Flujo de Ciclos vitales,
DINÁMICO
movimientos Cambios Erosión agua, periodos de
de
climáticos
de
capas anidación, etc.
constelaciones
suelos freáticas
y estrellas
UTILITARIO
Diversos
Diversos Diver- Diversos
Diversos
sos
Fuente: Toledo (1999)
101
Sucesión
ecológica
Diversos
Alarcón-Cháires (2011) realizó una investigación etnoecológica en campo y de
revisión bibliográfica con el pueblo purépecha. En ella da cuenta del complejo de
conocimientos y saberes en torno a la naturaleza y sus relaciones. Por ejemplo, da cuenta de
la capacidad para predecir el clima a partir de lecturas ambientales; presenta evidencia de
que los saberes sobre tipos de suelos que poseen son más precisos y finos que los utilizados
por la FAO (Food and Agriculture Organization); los purépecha distinguen más de 24
comunidades vegetales que aprovechan para diversificar los espacios productivos; se
calcula que 400 especies son nombradas por este pueblo y 224 son utilizadas para diversos
fines en la ribera del Lago de Pátzcuaro; su taxonomía botánica actual está compuesta de
cinco grupos, para lo cual este pueblo utiliza criterios morfológicos, fenológicos y
ecológicos e incluye la herbolaria; igualmente poseen una taxonomía animal profunda y
dan nombre específico a su anatomía. Con clasificación de los hongos entre los purépecha
ocurre una situación especial que lo asemeja a la clasificación científica: para ellos el hongo
no es una planta, sino que es una “flor de tierra”, debido a que no dan hojas. Esta
observación coincide con el criterio utilizado por la ciencia occidental en el primer nivel de
su clasificación, ya que los agrupa como “fungi”, que en latín significa “florecimiento o
excrescencia de la tierra”; de 89 especies de hongo registrados en la región del Lago de
Pátzucaro, este pueblo nombra 50 en su propia lengua.
De manera similar, los conocimientos y saberes locales no se restringe a los
aspectos estructurales de la naturaleza, es decir, los correspondientes a la identificación y
clasificación de elementos (etnotaxonomías). También refieren a dimensiones dinámicas
(relativa a patrones y procesos), relacionales (ligado a las relaciones entre o de los
elementos o eventos naturales) y utilitarias (relativas a su uso) (Toledo, 1992). Por ejemplo,
los pescadores purépecha, además de tener una taxonomía propia de las especies de peces
que habitan el Lago de Pátzcuaro, disponen de conocimiento sobre su comportamiento a
partir de la dirección e intensidad del viento o de la presencia de otras especies (como aves)
que utilizan como indicadores en la pesca. Como se ha dicho, la acción de tales
conocimientos y saberes es local, limitada a un territorio y a ambientes específicos,
supeditada a las fuerzas no únicamente físicas de la persona, sino del entorno social
inmediato. Como resultado de esto, es posible integrar una matriz cognitiva que certifica el
carácter de estos conocimientos y saberes, y sirve como marco metodológico para la
investigación etnoecológica, evitando la tendencia a separar los fenómenos cognitivos y las
102
creencias de sus objetivos prácticos (Toledo, 1992). Baraona (1987 [en Alves y Souto,
2010]) resume lo que llama “conocimiento campesino” a un sistema mnemónico de
registro; la dinámica y carácter de su aparato cognitivo está diseñado para la sobrevivencia.
El carácter mnemónico al que se refiere R. Baraona, sin embargo, sustituye un código de
operación (lenguaje de máquina) por un sistema de conocer el mundo mucho más
sofisticado que simplemente responder a la vida como un acto natural, es decir, que se
encuentra en ello la naturaleza humana. Referir que los conocimientos y saberes locales
están basado en las necesidades de subsistencia, implicaría que solo expresa un conjunto de
experiencias acumuladas, pero desecha, por ejemplo, la facultad de curiosidad o el hecho de
que se genere más allá de intereses meramente prácticos (Tsuji y Ho, 2002).
Un punto clave en esta discusión es determinar si el conocimiento y saber locales
son de naturaleza experimental, de tal suerte que pudiera servir como punto de referencia
en la discusión sobre su validez. El ensayo y el error son básicos en la construcción de este
conocimiento, donde la experimentación (no referida únicamente como herramienta de la
ciencia clásica) permite la obtención de resultados de aplicación y respuesta inmediata a las
necesidades sociales. La importancia de la naturaleza de este conocimiento se resalta con lo
especificado por Chambers (1983), al decir que muchos campesinos consiguen una riqueza
de observación y distinción aguda que solo podría ser asequible para los científicos
occidentales a través de largas y detalladas mediciones de computación. Ya lo decía
Barrera-Bassols (2008, p. 78):
“La lectura de paisaje es una práctica cultural motivada no solo por
implicaciones sociales y por agendas políticas y económicas, sino por la
experiencia ganada de un compromiso significativo con el pasado de un lugar.
La codificación de esta experiencia es perceptiva y práctica. La percepción del
ambiente es práctica y se da a través del sentido visual tanto como del gusto,
tacto, olor y oido, pero incorporado en la matrix cultural. Percepción y
codificación se derivan de la práctica, ensayo y error e innovación,
enriquecidos y en evolución a través de la experiencia.”
Pero sin duda, el carácter experimental existente en el conocimiento y saber locales
debe conceptualizarse de manera diferente al experimental científico. Éste último es “un
método de manipulación que necesita cada vez más técnicas, las cuales permiten cada vez
más manipulaciones” (Morin, 1982, p. 40). Para Delgado (2014, com. pers.), existe un
103
error filosófico que lleva a confundir “experiencial” con “experimental”. De acuerdo con su
planteamiento, los conocimientos de los pueblos originarios como los otros conocimientos
que funcionan o se obtienen en la vida cotidiana, tiene carácter experiencial: se prueban en
la experiencia y nacen de la experiencia o la reflexión sobre la experiencia, o las ideas que
terminan plasmándose en las acciones que devienen experiencias para los sujetos.
Experimental es otra cosa completamente distinta. El experimento es un dispositivo
elaborado en la ciencia para dirimir y depurar los conocimientos que la ciencia pretende
alcanzar. Experimento fuera de la ciencia es nada o es otra cosa completamente distinta. El
experimento implica el control sobre variables, la repetibilidad, protocolos, comunidades
epistémicas disciplinarias, etc. Nada de eso se pretende en la vida cotidiana. Por eso es por
lo que los llamados experimentos que se hacen en la vida cotidiana suelen probar cualquier
cosa que los experimentos científicos muchas veces reprobarían. Pero en esta discusión
debe evitarse caer en la trampa dialéctica que aleja lo experiencial (cotidiano) de lo
experimental (científico) a partir de valores dados desde la ciencia. Suponer la
experimentación patrimonio y potestad de ésta, es desconocer la existencia de intenciones,
de instrumentos, de reflexiones y construcciones teóricas e hipotéticas dentro de la
generación de los conocimientos de los pueblos originarios. Diferentes investigaciones
etnobotánicas dan cuenta de cierta naturaleza experimental dentro de la construcción de los
conocimientos y saberes locales (Cruse-Sanders et al., 2012; Larios et al., 2013; Blancas,
et. al, 2013). Esta experimentación no puede estar circunscrita a la casualidad de lo
cotidiano, pero tampoco a los fines, objetivos, métodos y procesos de la ciencia. Tiene su
propia naturaleza y fines, lo que sin duda marca la diferencia con el experimento dentro de
la ciencia, responde a otra lógica y racionalidad y sus fines efectivamente tiene que ver con
lo cotidiano y emergente (Delgado, 2015, com. pers.).
¿Cuáles son los argumentos de quiénes apuntalan la existencia de la
experimentación en los conocimientos y saberes locales? En general, las explicaciones
insisten, sin pretenderlo, en suponer que solo lo que proviene de raíces científicas es válido
y forzan su inclusión en ella. Veamos: para Nazarea (2006) los conocimientos y saberes
locales son de naturaleza experimental y realizados en la práctica diaria, además de que no
se han formulado lógicamente más allá de lo que tiene el sentido de vivir día a día en el
propio entorno, ni están inscritos como un conjunto de procesos o reglas. Tratarlos
únicamente como información a ser probada, o un texto a ser deconstruido, es ignorar su
104
naturaleza sensorial, así como de la emoción y la memoria, que es donde reside su poder.
Nazarea cae en lo que critica: habla de información (no de conocimiento o saber) y supone
que tiene que ser probada lo cual es tratar de medir con los mismos criterios formas
diferentes de percibir, concebir y conocer el mundo. Desde la perspectiva compleja, no se
trata de deconstruir dicursos, o al menos no es lo único ni el fin principal. Es más bien un
intento por comprender el mundo desde sus diferentes explicaciones, todas válidas e
incuestionables. Algunos otros autores refieren que el carácter experimental de los
conocimientos locales se amalgama con la experiencia personal para darle forma a través
de un íntimo entendimiento del ambiente en un contexto cultural determinado, de tal suerte
que, como puntiualizan Becker y Ghimire, 2003 (p. 1) “abarca todo, desde la conciencia
superficial de las historias asociadas a la fauna local, hasta las normas culturales para la
gestión de la tierra y la asignación de recursos”.
¿Cuáles son las limitaciones que ponen en duda a los conocimientos y saberes
locales? Rahman (2000) menciona la existencia de diferentes investigaciones que los
clasifican esencialmente como: a) Fragmentarios en el sentido de ser localizados y
desarrollados en contextos específicos; b) Provisionales, dado que su racionalidad no es en
sí la acumulación de conocimiento, sino dar respuesta a incertidumbres surgidas del hacer;
c) No formalizados debido a que se carece de protocolos y rigor; y, d) Poco conocidos,
porque dado su carácter oral, no se expresa en medios escritos y su distribución es más bien
familiar y local. También se le critica de ser laboriosos y grandes consumidores de tiempo y
sujetos a procesos costosos. Estas últimas tres características que se adjudican a los
conocimientos y saberes locales son particularmente discutibles. Si existe un conocimiento
que presenta estas características (laboriosidad, consumidor de tiempo y costosos) es el
conocimiento científico. Los tiempos y los recursos entre éstos responden a racionalidades
diferentes, por lo que tratar de compararlos bajo estos criterios resulta inoperante.
Por su parte, Berkes (1999) señala que los conocimientos y saberes locales tienen
baja capacidad para verificar predicciones y baja velocidad para acumular conocimiento.
Sobre la predictibilidad hay muchos referentes antropológicos y etnoecológicos en los que
esta habilidad predictiva es muy precisa, ensayada y aplicada. Ahí están las lecturas
climáticas y de comportamiento de animales que se realizan y sorprenden a los científicos
especialistas en estos y otros temas. Por otro lado, los conocimientos y saberes locales
105
carecen de mecanismos de protección frente a un sistema económico internacional que se
los apropia y comercializa en situaciones desventajosas para sus poseedores y productores.
Las críticas y observaciones hacia los conocimientos y saberes locales deben
matizarse, particularmente en su puesta en práctica en la conservación biológica. La
presencia de centros megadiversos biológicamente en países ricos en lenguas (una
expresión de la presencia de pueblos originarios) no es coincidencia. Es justamente a través
de estos conocimientos y saberes locales que dichos pueblos han logrado, en términos
generales, una apropiación de la naturaleza más equilibrada. Desacreditar tales
conocimientos y saberes tiene implicaciones incluso para los esquemas de conservación de
la naturaleza. En el sentido de la conservación biológica, Redford et al. (1998) señalan que
los pueblos originarios no deben ser estereotipados en cualquier sentido, ya que siempre
existirán acciones tendientes a conservar algunos componentes del sistema y otros no. Pero,
por otro lado, hay que decir que un paso para lograr la conservación biológica reside en
entender la conducta de los pueblos originarios sobre qué conservan, por qué, dónde y
cuándo (Cunningham y Shanley, 2001) y los procesos cognitivos que ello implica. Es
común que esta riqueza biológica presente en tierras y territorios indígenas se convierta en
una amenaza para los pueblos originarios y tradicionales que ahí habitan. Tanto los
“recursos cognitivos” como los naturales, se ven seriamente amenazados.
Ciencia, conocimientos y saberes
Entonces ¿Son los conocimientos y sabereres locales de naturaleza científica? Este tema se
abordó cuando se hizo referencia a la discusión sobre la naturaleza experimental o no, de
los conocimiento y saberes locales. Hobson (2011) dice que sí. Pero suponerlo de esa
manera es desconocer las características ontogénicas y teleológicas de ambos. Realmente es
una pregunta que debería reformularse ¿Existe afinidad entre ellos? Las investigaciones
científicas sobre el sistema de conocimientos y saberes locales empiezan a derrumbar viejos
mitos que aislaban estos dos sistemas de conocimiento –científico y local- argumentando su
incompatibilidad dada la esencia de cada uno de ellos60. Ambos presentan similitudes como
es el hecho de pretender hacer más comprensible y darle sentido al mundo (Véase Cuadro
3.5).
60
Existen al menos dos formas en que la ciencia clásica se acerca otro tipo de conocimientos y
saberes: convirtiéndolos en objeto de investigación y como fuente de aprendizaje dado que serviría
de referente para la correción y mejora de éstos.
106
Cuadro 3.5 Características de los conocimientos y saberes locales, y el conocimiento
científico.
CARACTERÍSTICA
CONC. Y SAB. LOCALES
CONOCIMIENTO
CIENTÍFICO
Relaciones
Subordinado
Dominador
Modo dominante de
Intuitivo, general, basado en
Analítico (reduccionista),
pensamiento
la observación y
especializado, parcial, basado
en la concepción mitológica
en la observación y
general
experimentación y en formas
de conciencia que son
discretas y separadas
Comunicación
Oral/simbólica
Escrita/didáctica (académica,
objetiva, positiva)
Modo de uso de los
Recursos locales, bajo
Recursos externos, alto uso
recursos
insumos, uso extensivo de la de insumos, uso intensivo de
tierra, uso fuerza de trabajo
la tierra,
humana intensa, riesgos
uso alto de tecnología
ambientales, diversas
moderna, riesgos del
estrategias adaptativas
mercado, estrategias
adaptativas especializadas
Generación de información
Bajo, no concluyente
Rápido, concluyente
Tiempo lineal
(pobre análisis a largo
tiempo)
Explicación
Científico
(hipótesis, leyes)
Clasificación biológica
Ecológica/relacional
Genética, jerarquizada
Características tecnológicas Alta productividad energética
Baja productividad
Baja productividad del
energética
trabajo
Alta productividad del
Alta compatibilidad cultural
trabajo
Manejo sustentable de los
Baja compatibilidad cultural
recursos
Alto potencial de
degradación de los recursos
Origen y poseedores
Producto del proceso de
Altamente especializados con
socialización de la cultura
lenguaje propio y
propia
diferenciado
Basado en DeWalt (1994)
Predicción
Tiempo cíclico
(reconocimiento de ciclos
largos)
Espiritual (lo inexplicable)
Es posible encontrar diferencias sustanciales entre ambos tipos de conocimientos
como lo menciona Berkes (1993) y Lalonde (1993): el local considera a la mente y a la
materia unidas, está basado en el ensayo y el error, es un sistema de construcción del
conocimiento surgido de su cotidiano contacto con la naturaleza donde sus relaciones son
subordinadas a ella. Para Agrawal (1995a), las diferencias tienen que ver con los objetivos,
107
las bases epistemológicas y metodológicas, y el contexto en el que se desarrollan,
considerando que el local está más ligado al entorno natural. Discute dicho autor los
intentos artificiales de separar estas dos formas de construcción del conocimiento y saber
dado que es difícil encontrar una metodología satisfactoria que lleve a distinguirlos.
Además, dependiendo de los intereses y la manera en que se originó, el mismo tipo de
conocimiento puede ser clasificado de cualquiera de las dos formas (Agrawal, 1995b). Por
su lado, para Nakashima y Roué (2002), la aparente discrepancia entre estas dos formas de
conocer el mundo está permeada por la manera en que se han construido y difieren de
aquellas voces que pretenden definir los conocimientos y saberes locales como
conocimientos científicos.
Dickison (2009) dice que independientemente de lo mencionado por Agrawal
(2009), la ciencia difiere radicalmente de todos los sistemas de conocimiento y saberes
locales, por lo que comparar sus objetivos y métodos es como comparar manzanas y
naranjas, o dicho diplomáticamente, ambos tipos de conocimientos tienen “diferentes
epistemologías”. La crítica de Williams (2009) a Agrawal (2009) es que olvida que cada
uno de los grupos detentores de conocimientos, suponen que los suyos son mejores. Así
visto, en términos prácticos, sí es importante la diferenciación entre ambos tipos de
conocimiento. Así, muchas veces los intentos por forzar o discutir el carácter científico de
estos conocimientos y saberes, entonces, son una demostración del etnocentrismo e
inhabilidad para discernir sobre lo que es nuestro punto de vista (occidental) y otras formas
de construcción del conocimiento y apelaciones del mundo. Además, diversas
investigaciones han evidenciado actividades humanas basadas en los conocimientos y
saberes locales de naturaleza compleja, pero sustentadas en principios implícitamente
científicos (Rahman, 2000). Aún con ello, como señalan Alves y Souto (2010), los términos
“ciencia” y “científico” pueden no ser completamente adecuados para caracterizar los
conocimientos académicos y diferenciarlos de otros.
Conviene decir que la especialización en la ciencia surge de su propia maduración,
cuando sus métodos teóricos se robustecen y profundizan como producto de centralizar su
actividad en el desarrollo teórico y metodológico de un campo concreto o restringido Esto
la priva no sólo de la posibilidad de poseer la totalidad del conocimiento, sino de
relacionarse entre sí. Dicha especialización conduce a que cada especialidad sepa bastante
de una cosa muy pequeña, pero pierde la visión general del mundo. En eso consiste la
108
maduración de la ciencia. El problema no es la especialización en sí, sino la ausencia de la
figura integradora de tales especializaciones.
¿Existe la especialización dentro del sistema de conocimientos y saberes locales?
Esta pregunta pudiera resultar hasta absurda y osciosa dado que el contexto en que se
desarrolla lo que llamamos “especialización” refiere al ámbito científico inscrito en una
estructura cosmovisiva determinada, mientras que el sistema en referencia tiene sus propias
características. En este sentido, la respuesta es no. Sin embargo, algunos autores han dado
paso a esta pregunta sugiriendo que en los pueblos originarios algunos miembros conocen
muy poco de todo y otros tienen conocimiento y habilidades muy especializadas (Tsuji y
Ho 2002). Delgado (2014, com. pers.) opina que esto es falso, que es una aparente
“especialización” dado que distingue, pero no separa, por lo que no rompen los canales de
comunicación como ocurre con el saber especializado occidental que distingue y separa;
por eso es disciplinario y fragmentador. El cazador tiene su nicho epistémico-operativo, al
igual que el agricultor, el pescador, el chamán o el artesano. Pero sin ser polímata, su
“especialización” no le excluye poder participar en cualquiera de las otras actividades y su
conocimiento sobre ellas no es tan ausente dado que en estos contextos culturales existe un
continuum operativo y cognitivo.
Levi-Strauss (1962) hace referencia a dos modos de pensamientos –lo concreto y lo
abstracto- diferentes entre sí por la manera de abordar la naturaleza, más que por
diferencias atribuidas al desarrollo del espíritu humano, dado que acerca a una de ellas a la
percepción, imaginación e intuición, mientras que la otra la aleja de éstas. Es prudente
recordar, que lo concreto y lo abstracto son propios del pensamiento lógico racional en el
nivel de conciencia y no son exclusivos de la ciencia o del pensamiento científico. Lo
exclusivo de la ciencia son los niveles empíricos y teóricos, pero lo empírico no es
equivalente a concreto y lo teórico no es equivalente a abstracto. El pensamiento lógicoracional y la estructura del conocimiento científico son dos cosas completamente diferentes
y mezclarlas como si fueran lo mismo es un error (Delgado, 2014, com. pers.).
En la concepción del conocimiento filosófico de J. Hessen (2007) desde la
perspectiva fenomenológica y la intuición61, refiere que el sentido de este no es tanto
resolver enigmas, como descubrir maravillas. Prevé que los conceptos desprovistos de las
intuiciones están vacíos y las intuiciones son ciegas sin los conceptos. En otras palabras,
61
La intuición es la facultad de comprender las cosas al instante, sin necesidad de realizar
complejos razonamientos.
109
además de los contenidos intelectuales o conceptuales, existen los contenidos intuitivos y
sensoriales presentes en la producción del conocimiento.
Para Tsuji y Ho (2002), la ciencia refiere un método de observación, un
razonamiento deductivo-hipotético, una verificación por experimentación u otras formas de
evaluación, la replicación, la sistematización, la revisión por pares, es colectiva y
acotadamente autorreflexiva. Refieren que para algunos autores los conocimientos y
saberes locales se basan en la poca observación, escasa o nula información sistematizada.
Tinnaluck (2004) puntualiza las diferencias entre la ciencia frente a los conocimientos y
saberes locales argumentando que cada uno tiene sus respectivos contextos y valores, sus
principios organizativos, sus hábitos mentales, sus habilidades y procedimientos y sus fines
y maneras de utilizarse. La precepción y valoración social de ambas están cimentadas en
valores entendidos dentro de cada contexto donde se desarrollan. Como señalan Argueta,
Gómez y Navia (2012), las relaciones asimétricas en términos de autoridad epistémica,
prestigio social y, por lo tanto, en las posibilidades de diseminarse, han marginado los
conocimientos y saberes locales principalmente por estar sustentados en la oralidad, a
diferencia
del
conocimiento
científico
que
es
escrito.
Es
la
relación
de
dominación/subordinación de un coloniaje epistémico que todavía vivimos y que
analizaremos posteriormente. Pareciera que existe la necesidad de sistematizar, escribir,
formalizar o convalidar los conocimientos ancestrales desde de la ciencia occidental, lo que
permitiría pasar de un saber “difuso” hacia uno “objetivo” y transitar de la validez “local” a
la validez “universal” (Pérez y Argueta, 2011).
Se ha atribuido un carácter diacrónico al local y sincrónico al científico62, lo cual es
un error ya que hay ejemplos en que actúan contrariamente. Por ejemplo, Berkes (1999)
menciona que los navajos obtienen información sincrónica y diacrónica para monitorear los
caribúes, mientras que ciencias como la palinología y dendrología colectan información
diacrónica. De acuerdo con Barrera-Bassols (2008), ambos sistemas de conocimiento
resultan de una construcción histórica específica; ambos son plurales y diferentes, pero
mantienen su unidad a través de sus prácticas diversas.
62
Estas dialécticas son trampas que llevan comúnmente a juicios valorativos y desconocen o
minimizan las estadios intermedios y desconocen los procesos transversales. En la ciencia, tanto la
sincronía como la diacronía son utilizadas, incluso, dentro de una misma disciplina. Dependiendo
de los objetivos, implica que se puede realizar investigación científica para un momento específico,
o bien, considerar su evolución histórica.
110
En términos generales, las diferencias fundamentales estriban en la naturaleza y las
razones de ser de cada uno (teleológicas), en sus diferentes fundamentos metodológicos y
teóricos (epistemológicas) y en el contexto, rutas, formas y bases en que se desarrollan
(ontológicas), ya que los conocimientos y saberes locales están más ligado al ambiente.
Pero a pesar de estas diferencias, Agrawal (1995a y 1995c) señala la dificultad de distinguir
ambos tipos de conocimientos de manera nítida, dado que ambos tienen características en
común a la vez que presentan diferencias internas. Ramírez (2001), al relacionar los
conocimientos y saberes locales con la tecnología, menciona que ésta puede conducir hacia
la técnica, pero no hacia la ciencia. Aclara que, si bien todos los pueblos pueden tener
conocimientos, no todos tienen producción científica. El camino hacia el himeneo entre la
ciencia y los conocimientos y saberes locales, según dicho autor, necesita trascender la
visión única para caminar hacia lo multidimensional que detecte similitudes, diferencias y
relaciones con el fin de lograr una perspectiva sinérgica. Sólo así se puede desmitificar el
aparente encono entre ellos. Lo deseable es que ambas formas de conocimiento puedan
trabajar en colaboración considerando que finalmente obtienen resultados referentes a lo
mismo. Roué (2012, p. 5) señala:
“…una verdadera asociación implica una transformación política de las
relaciones de poder. El conocimiento y el poder van de la mano. La
dominación que ha facultado al Estado tomar decisiones a escala local
basándose únicamente en los conocimientos científicos, ya no es apropiada.”
Es decir, la multidimensionalidad reconocida entre el conocimiento científico y
otras formas de conocimientos y saberes solo podrá lograrse si se supera como referente
exclusivo el totalitario y hegemónico paradigma occidental que se resiste a abrirse y
compartir, y que abusa de las prerrogativas que otorga el encumbramiento de una única
forma de apelación al universo, finalmente traducida en formas de dominación y asimetrías
en el ejercicio del poder.
En la forzada y mitificada dialéctica entre ciencia frente a los conocimientos y
saberes locales, se ha olvidado que ambos resultan de construcciones históricas [y
naturales] articuladas con el fin de explicar su propia existencia y su entorno, así como
darle sentido a su devenir civilizatorio construyendo sus propias estrategias de
supervivencia (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Como dice Berkes (1993), tanto la ciencia
como los conocimientos y saberes locales finalmente son el resultado del mismo proceso
111
intelectual de crear orden del desorden. Para el caso concreto del ambiente debe entenderse
que son las ramificaciones ambientales del conocimiento que “…entretejidas con saberes y
prácticas ‘no científicas’, las que permiten enlazar nuevos saberes, integrando procesos de
diferentes órdenes de materialidad y nuevas vías de sentido para construir una nueva
racionalidad, social y productiva” (Leff, 2011, p. 51), incorporando así pluralidad
axiológica y diversidad cultural.
Barrera-Bassols (2008) señala que en en los contextos cutlurales presentes en los
pueblos tradicionales, la naturaleza se concibe como una parte ontológica de lo social, y lo
social se concibe como una parte ontológica de la naturaleza, ambas formando parte del
mismo mundo. Por ello, intentar separar ambos tipos de conocimientos y saberes requieren
una teorización crítica del conocimiento, del poder, de la naturaleza y de la cultura. Esto
conducirá a una aproximación sinérgica entre éstas como producto de la revisión de sus
diferencias y similitudes, lo que revelará sus limitaciones, sus relaciones específicas y
complementarias, intentando proponer la integración de diferentes sistemas de
conocimiento en la búsqueda de la sustentabilidad.
Los conocimientos y saberes locales satisfacen las necesidades materiales, mientras
las creencias surgidas de una cosmovisión en particular (ausente de pensamiento científico)
como es la de los pueblos originarios, dan plenitud espiritual63. Las creencias están
presentes en la ciencia,64 pero su fin es darle continuidad a una argumentación racional que
permite explicar el mundo desde el pensamiento científico. Sin embargo, atribuir a los
conocimientos y saberes locales cualidades alejadas de la comprensión racional, objetiva,
analítica e intelectual, también es un craso error. La razón como proceso mental que
sustenta el análisis y la racionalidad como fundamento están presentes. Su pragmatismo le
da objetividad65 y su estudio y reflexión crítica sobre la realidad lleva a comunicar ideas
63
De la misma manera que el átomo es el puente que permite dar certeza al mundo de las cosas, el
espíritu es el conector principal dentro de los conocimientos y saberes locales (Tsuji y Ho, 2002).
Berkes (1999) señala que lo ecológico y lo tradicional no pueden estar separados de lo social y lo
espiritual, de la misma manera que religión, arte y ecología son uno.
64
Villoro (1989) considera que la ciencia esta constituida por creencias verdaderas.
65
Desde otra perspectiva, la objetividad “excluye también el ámbito donde nacen las preguntas,
aparecen las intrigas y donde surge la curiosidad que propicia la formulación de problemas,
ignorando de que observando la transformación de lo real se evita la repetición estéril de
conceptos, de vacíos esquemas teóricos y de limitantes estrategias metodológicas” (Saavedra,
2009, p. 75).
112
con la pretensión de influir en ella no solamente construyéndola mentalmente, sino en la
práctica propia de vivir.
Por otro lado, existen implicaciones profundas en el abordaje de los conocimientos
y saberes locales. Para Ramírez (2001) afirmar que no existe ciencia indígena plantea un
asunto político, mientras que decir que hay ciencia indígena refiere un asunto
epistemológico y señala que los pueblos originarios buscan que sus conocimientos y
saberes sean considerados como ciencia. Con este postulado, Ramírez insiste en investir
como “científicos” estas otras formas de saber y conocer al forzar su inclusión como
categorías del paradigma cognitivo dominante, olvidándose de las diferencias ontológicas y
teleológicas entre ellos. Así, pretende validar la supremacía occidental a través de una
discusión que enmascara la subsunción de estos otros conocimientos y saberes al paradigma
occidental. Más que su investidura como ciencia o el reconocimiento por ésta poseen
reconocimiento y valoración por sí mismos, a la vez que apresuran su incorporación en la
solución de problemas y conflictos que actualmente amenazan la paz y el futuro de la
humanidad. Es aquí justamente donde se incorpora la propuesta de reconocimiento de lo
que llamo “sapiencia”, un nuevo nivel epistemológico donde la ciencia clásica y ese
conjunto de saberes no incluidos en la primera, pueden y están siendo sintetizados en un
“nuevo corpus” y cuyos elementos no sean excluyentes entre sí, ni violenten el campo y la
naturaleza de cada uno de ellos. Es posible encontrar estas propuestas en la interdisciplina y
más nítidamente, en la transdisciplina, como veremos posteriormente. Como señala
Argueta (2011b), les corresponde a los conocimientos y saberes locales explicarse,
explicitarse y construirse desde sus historias y epistemologías para reafirmar su presencia
tanto dentro de los espacios donde se generan y reproducen, como fuera de ellos.
¿Cuál es la opinión de los pueblos originarios?
Uno esperaría encontrar discursos elaborados desde los propios pueblos originarios sobre el
tema de conocimientos y saberes, cuando la realidad es que en la práctica es donde estos
discursos pueden leerse. A veces insistimos en encontrar elucubraciones complicadas y
complejas sobre temas concretos y no alcanzamos a leer que la complejidad desde dichos
pueblos no es del pensamiento, sino de la vida y del vivirla. No implica simplificación, sino
reflexiones causales encaminadas a articular el contexto que se construye como persona
colectiva. La noosfera de los pueblos originarios no está poblada únicamente por
113
reflexiones, sino por cosmovisiones particulares que invocan relaciones causales míticas
pero cuya profundidad e importancia se expresa en un mundo concreto. Mientras que el
pensamiento complejo de Occidente es a partir de sus reflexiones, la complejidad de los
pueblos tradicionales es por sus actos. El primero evita llamarse método, más bien ruta, por
la dificultad de aterrizar sus razones mentales; mientras que es en la segunda donde su
operatividad reafirma sus reflexiones, sentires y creencias inscritas, más que en una
noosfera, en una cosmovisión.
Desde la perspectiva de los pueblos originarios ¿Existe ciencia indígena y cómo la
conciben? Este debate no es nuevo dado que en las décadas de los 60 y 70 se estaba
gestando. Arévalo (2013) hace un análisis del discurso de investigadores indígenas para
quienes la “ciencia nativa” sí existe y las características que le atribuyen se asemejan a lo
que aquí llamamos conocimiento y saberes locales pero es más que eso como sus preceptos
lo indican: a) Integra una orientación espiritual; b) La dinámica armónica multidimensional
es un estado perpetuo del universo; c) Todos los conocimientos humanos están relacionados
con la creación del mundo, por lo tanto, el conocimiento humano está basado en la
cosmología humana; d) La humanidad tiene un papel importante en la perpetuación de los
procesos naturales del mundo; d) Todas las ‘cosas’ son animadas y tienen espíritu; e) Todos
los lugares son importantes y significativos porque cada lugar refleja la integridad del orden
natural; f) La historia de las relaciones debe ser respetada de acuerdo con los lugares,
plantas, animales y fenómenos naturales; g) La tecnología debería ser apropiada y reflejar
el balance de las relaciones del mundo natural; h) Hay relaciones básicas, patrones y ciclos
en el mundo que necesitan ser entendidos; este es el rol de las matemáticas; i) Hay etapas
de iniciación para el conocimiento; j) Los mayores son guardianes del conocimiento; k) Las
actuaciones en el mundo deben acompañarse a través del ritual y la ceremonia; l) Los
artefactos antiguos contienen la energía de los pensamientos y materiales con los que
fueron creados y son símbolos de rituales que expresan esos pensamientos, entidades y
procesos; y, m) Los sueños son considerados puertas para la creatividad y el conocimiento
si se usan con sabiduría, prudencia y de forma práctica. Viniendo esta caracterización desde
integrantes de pueblos originarios, los postulados señalados cobran otras dimensiones dado
que implica experiencia acumulada generacionalmente sustentada en la sensación, la
percepción, la imaginación, los símbolos, la espiritualidad, el concepto, la lógica y la
racionalidad empírica expresada en el hacer. Esta ciencia nativa y la construcción de un
114
paradigma de investigación indígena devienen agendas políticas y sociales encaminadas a
la decolonización y autodeterminación de los pueblos originarios y toma como guía y
ordenador al sistema de conocimientos y saberes locales. Finalmente, esta perspectiva
distingue seis características de lo que llama “epistemología relacional indígena”: a) Su
profunda relación con el contexto y la conexión general de las cosmovisiones; b) La
importancia de las relaciones; c) La necesidad de la lengua; d) Supervivencia del saber
ancestral; e) La colectividad del conocimiento; y, f) El papel relacional del investigador.
Esto significa que “…la epistemología indígena son nuestras culturas, nuestras
cosmovisiones,
nuestro
tiempo,
nuestros
lenguajes,
nuestras
historias,
nuestra
espiritualidad y nuestro lugar en el cosmos. La epistemología indígena es nuestro sistema
de conocimiento en su contexto o en su relacionalidad.” (Wilson, 2008 [en Arévalo
2013:66]). Como observación a todo ello, es evidente que los indígenas investigadores que
realizan esta propuesta insisten en querer validar y legitimar sus conocimiento y saberes
montándose, paradójicamente, en uno de los axiomas que sostiene al sistema del cual se
quieren emancipar: la ciencia.
Repensar el quehacer científico
Sin duda, el tema toral del conocimiento científico está ligado a la pertinencia social del
mismo en la resolución de problemas básicos que ponen en riesgo la existencia humana y
de determinados sectores sociales. Y es que como decía Wittgenstein (2011, pp. 274-275):
“Sentimos que, aún cuando todas las posibles preguntas científicas hayan obtenido una
respuesta, nuestro problemas vitales ni siquiera se han tocado. Desde luego entonces ya no
queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta.” La historia muestra que
numerosas ideas científicas surgen por múltiples causas, algunas de ellas vinculadas a la
inspiración, al azar (serendipia) bajo contextos internos a las teorías o a los
condicionamientos socioeconómicos de una sociedad, sin seguir en todo un procedimiento
reglamentado. Thomas Kuhn introdujo el concepto de irreductibilidad social para explicar
cómo cambia y cómo se desarrolla la ciencia, lo que permite que sea la comunidad
científica inscrita en un paradigma hegemónico y excluyente, la que marque los criterios
para la aceptabilidad de las teorías, no en sí la realidad empírica. Argumentó que el
positivismo es insuficiente y que se necesita apelar a la dimensión social de la ciencia para
explicar las teorías científicas, a lo que habría que agregar la dimensión ética de la práctica
115
científica. Para M. Foucault (en Rojas, 2007), el saber se organiza como disciplina y, por lo
tanto, en disciplinamiento de los saberes, originando que la filosofía pierde fuerza y la
ciencia se invista, por antonomasia, como la forma de conocimiento. Habría que
preguntarse si el conocimiento necesita ser formalizado aún cuando es transitorio y
fragmentado, lo cual nos lleva a preguntarnos si dicha formalización tiene implicaciones (y
de qué tipo), en la construcción de los conocimientos y saberes locales. Por ello el
romanticismo, como reacción a la razón, dice:
“…el conocimiento forma parte y es partícipe del proceso de reflexión, tiene
una vida propia y junto con el sujeto se funde en un proceso dialógico de
conocimiento. Hay reciprocidad entre objeto y sujeto y entre todas las
expresiones de la naturaleza, por lo que el hombre, según los románticos,
necesita abandonar el afán de dominar y hostilizar a la naturaleza, y
comenzar a reconocerla y trascenderla, dándole un fin que no corresponda a
su posesión.” (Rutsch, 1996 [en Durand, 2000]).
La necesidad de un “nuevo contrato social de la ciencia” tiene pertinencia. Gibbons
(1999) menciona que dicho contrato debe reflejar la creciente complejidad de la sociedad,
lo que hace necesario un proceso de coevolución, contextualización y producción de
conocimiento científicamente robusto, entre otras cosas, que permitan repensar la ciencia y
generar ese nuevo contrato entre ciencia y sociedad. Este nuevo contrato implica un nuevo
papel de la ciencia. Como refieren Gallopin, Funtowickz, O’Connor y Ravetz (2001), el
reto es priorizar los vínculos entre los sistemas sociales, políticos, económicos, biológicos,
físicos, químicos, geológicos bajo una dinámica transversal y conceptualizada
sistémicamente. Enfatizan la transformación de la educación científica y la cooperación, la
necesidad de conectar los conocimientos científicos y los conocimientos y saberes locales,
de impulsar la investigación interdisciplinaria, de apoyar la ciencia en los países en
desarrollo, sin olvidar la importancia de abordar la ética de la práctica de la ciencia y el uso
del conocimiento científico. Esta construcción de una nueva agenda para la ciencia y la
tecnología tiene que ser revigorizada con principios y valores éticos y con una educación
para un pensamiento crítico acerca de la ciencia y la tecnología, que permita democratizar
las políticas científicas y tecnológicas y redirigir la investigación a la satisfacción de las
necesidades humanas (véase Cordes, 2004). En pocas palabras, como menciona Nazarea
(1999a), es tiempo de voltear nuestra atención a la interfase entre cognición y acción. En
116
nuestra sociedad, el saber es un espacio reservado a unos cuantos con referencia y puntos
obligados y en el que solo se mueven los que el sistema ha reconocido como sus
detentadores. Este es uno de los factores que ha inducido a que dentro de la propia
academia esté germinando la “inquietud” por reenfocar sus bases epistemológicas en algo
que dentro del gremio ha sido señalado como una nueva visión postmodernista de la ciencia
(Funtowikz y Ravetz, 1996). Otros autores hablan de “la nueva alianza” y la metamorfosis
de la ciencia; F. Capra habla de la “nueva física” y del “tao” de la física; E. Wigner de
“cambios de segundo tipo”; E. Jantsch del “paradigma de la autoorganización”; D. Bell de
“la sociedad postindustrial”; Habermas de “la sociedad comunicativa”; B. De Sousa Santos,
del “paradigma del conocimiento prudente para una vida decente” (Santos, 2009). La
apuesta es que de estas perspectivas surja no únicamente un paradigma científico, pero un
paradigma social de carácter universal y local, temático (no disciplinar), que favorezca que
los conceptos y teorías desarrollados puedan migrar hacia otros campos cognitivos. Ahí
está también la ciencia para la sustentabilidad (Clark et al., 2005), que propone un giro
copernicano implicando: a) La concepción de la Tierra como un sistema lejos del equilibrio
termodinámico; b) El reconocimiento de los límites de la cognición con sus incertidumbres
asociadas a la no linealidad, la complejidad y irreproducibilidad; y, c) La aceptación de que
la generación de conocimiento está inextricablemente incrustada en el contexto históricocultural, de manera que la comunidad de investigación se convierte en parte de sus propios
enigmas, los especímenes de investigación se convierten en parte de sus propias
explicaciones, enfatizando la integración entre disciplinas científicas, para hacer frente a los
desafíos de una Tierra en constante cambio. Se relaciona con los postulados de la llamada
“Teoría Crítica” inscrita en la escuela de Frankfurt66, que, a partir de interpretar y actualizar
la teoría marxista, realiza críticas a la teoría tradicional basada en la unilateralidad
hegemónica de la racionalidad teleológica. También cuestiona la teoría que atomiza al
sujeto que contempla de la verdad contemplada, apuntalando que el conocimiento está
mediado por la experiencia, por las praxis concretas de un momento histórico y por los
66
La escuela de Frankfurt surge de un proceso reflexivo y autocrítico hacia la ciencia tradicional,
posterior a la primera guerra mundial. Dentro de sus representantes más conspicuos están Max
Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Otto
Kirchheimer, Leo Löwenthal, Franz Leopold Neumann, Jürgen Habermas, Karl-Otto Apel, Oskar
Negt, Alfred Schmidt, Albrecht Wellmer y Axel Honneth.
117
intereses teóricos y extra-teóricos, los que en conjunto implican valores teórico-cognitivos
alrededores de los cuales se organiza el conocimiento científico y sus objetos. La
transformación del orden social, para la escuela de Frankfurt, fue uno de sus intereses
centrales, considerando que el conocimiento humano no opera desde presupuestos
jerárquicos metafísicos, sino más bien pragmáticos y axiomáticos, de tal suerte que todo
modo de conocer es interesado y sólo conocemos por interés.
Esta revolución hacia un nuevo saber debe considerar, sin duda, la relación entre el
conocimiento y su gestión ante los valores humanos, es decir ciencia y moral, entre el
conocimiento científico y la vida cotidiana.
La memoria: sustento ancestral de la cultura
Una característica importante de los conocimientos y saberes locales es la experiencia
histórica que da a la vida un significado dialéctico transformador. La memoria integra
experiencias, el colectivo las comparte y las interpreta para transformarse en patrimonio. La
cultura se siembra en la memoria y en el origen de la memoria del cuidado de la madre
tierra está la cultura. La memoria, esa identidad que se guardó en signos:
“…haciendo recóndito el pensamiento, los saberes; ocultando vestigios en
las cuevas, eliminando el sentido de apariencia, transformándolo en
silencio; llevando los códigos a la representación y las formas simbólicas;
conservándose inalcanzable, impenetrable y callada [taimada según los
mestizos]. Tejiendo la trama de la memoria en la paciencia; ejerciendo la
tarea ancestral de cultivo.” (Gómez, 2009b, p. 268).
Como se ha mencionado, siendo un conocimiento que se transmite, en el espacio y
en el tiempo, y a través del lenguaje, éste se configura y responde a una lógica diferente: la
oralidad (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Uno de los problemas para ubicar la memoria
de los pueblos ha sido la equivocada y recurrente idea de suponer que se encuentra en los
textos, cuando realmente los pueblos han usado como correas de transmision de
conocimiento de la memoria colectiva al rito, el calendario solar y el religioso, los mitos y
la tradición oral (Florescano, 1999). Particularmente la memoria oral invoca formas de
representación ritual de los saberes que funcionan como ayuda-memoria y la persona se
vale, entre otros esquemas orales, de su propia habilidad perceptiva para recrear rutas y
paisajes mediante mapas de la memoria oral con que se orienta y simboliza el espacio
118
geográfico donde el monte, el río y determinados lugares representan señas o signos del
saber oral que reviven en la mirada (Gómez, 2009b).
Nazarea (2006) refiere que la construcción de la memoria y la identidad son
defendidos por los pueblos porque, sin éstas, la coherencia interna, la fe, la esperanza, la
organización y la acción son imposibles. Nazarea señala que algunos autores han traído a
tela de juicio su autenticidad, su fiabilidad y su exactitud. El arte de la memoria se funda en
la recordación del lugar y la recordación de imágenes, pero invariablemente se deben
pensar “cosas memorables”, dado que la memoria es una creación colectiva encaminada a
recoger y ordenar los conocimientos y saberes indispensables para asegurar la
sobrevivencia (Florescano, 1999). El sentido práctico de la memoria se hace presente
cuando se comprende que es el pasado como memoria práctica de lo vivido y heredado lo
que permite la sobrevivencia del grupo (Florescano, 1999). Dicho autor señala que esta
sobrevivencia implicó la habilidad y arte de construir y almacenar la memoria, que además
fue una manera de reafirmar la identidad del grupo y permitir su continuidad. La manera de
asegurar la continuidad del grupo humano se relacionaba con la satisfacción de sus
necesidades elementales de sobrevivencia. En ello, la manera de recolectar la memoria
colectiva, los procedimientos para almacenarla y asegurarla, y los artefactos para heredarla
fueron fundamentales. Se afirma que el lugar y las imágenes constituyen un referente
efectivo para la construcción de la memoria. Y como se mencionó con anterioridad, tanto la
memoria europea como la memoria mesoamericana utilizan dichos recursos. Respecto a
ésta última, Florescano (1999, p. 222) señala:
“En Mesoamérica la memoria oral, visual y escrita es también un producto
colectivo, obra de la actividad y las interacciones del grupo, la tribu y el
pueblo. En estas sociedades la memoria es un instrumento dedicado a
conservar los conocimientos necesarios para sobrevivir. La experiencia que
se almacenó en esos recipientes era lo que el grupo deseaba y necesitaba
recordar. Al mismo tiempo, los creadores de estos artefactos envolvieron su
mensaje en el atractivo lenguaje del movimiento corporal, lo iluminaron con
las luces de la escenografía y la danza y le agregaron el sonido de la música.
En este sentido, la memoria es también una memoria artificial, un artefacto
ejercitado para ordenar y propagar la experiencia colectiva.”
119
Emile Durkheim decía, con relación a la naturaleza de la sociedad, que la causa
determinante de un hecho social debe buscarse en los antecedentes sociales (memoria
colectiva) y no en los estados de la conciencia individual, por lo que la función de un hecho
social debe buscarse [en la memoria] en la relación que sostiene con algún fin social.
Para Toledo y Barrera-Bassols (2008), la representación y formación de recuerdos
en la memoria biocultural es análoga a la acción concertada de una población de neuronas
en el cerebro humano, dado que también (p. 26) “el conjunto de la especie mantiene
recuerdo de experiencias pasadas en grupos selectos y específicos de seres humanos
culturalmente articulados”. Así, continuando con estos autores, las sabidurías localizadas
existen como “conciencias históricas comunitarias” operando como sede de los recuerdos
de la especie, por lo que éstas serían el “hipocampo del cerebro” de nuestra especie. Toledo
y Barrera-Bassols (2008) mencionan que la memoria colectiva se ubica más en las
sabidurías presentes actualmente en “formas vivientes” del conocer, que en los
conocimientos científicos. Pero adjudicar la memoria colectiva de la especie únicamente a
las sabidurías como lo señalan estos autores, es atajar la otra forma de construcción del
conocimiento (científico) que también integra esa memoria colectiva. El carácter universal
que se pretende con el conocimiento científico daría un carácter más colectivo a dicha
memoria, dado que su corpus estaría mas distribuido en la especie humana, a diferencia de
la sabiduría que más bien responde a experiencias sucintas y localizadas. Es decir, se trata
de trascender barreras construidas a través de argumentos epistémicos realizados desde las
diferentes formas de conocimiento, que permitan dimensionarlas, comprenderlas y
aprehenderlas más allá de la búsqueda de antagonismos reduccionistas y pristinos.
Más aún, como lo señala Nazarea (2006), tanto el conocimiento como la memoria
cultural contienen las alternativas culturales y biológicas que responden a las necesidades
de conservación de la biodiversidad, y ambas tres (conocimiento/memoria/biodiversidad)
han cursado de manera similar su origen, crisis y renacimiento. Este tipo de conocimiento
es más cosmos, que corpus y praxis. El conocimiento y saber locales, la memoria y el
concepto de biodiversidad han seguido una historia común de ascenso, crisis y
renacimiento. Pero las culturas no únicamente tienen memoria, también tienen su biografía
(Fornet, 2007). Es decir, no únicamente está constituida de “recuerdos” y adecuación de
estos, sino que su propia existencia es un testimonio histórico circunscrito a diferentes
contextos históricos y ambientales que la determinaron. Algunos autores mencionan que la
120
pertinencia sociohistórica de la memoria solo es posible dado su carácter colectivo.) No
tiene sentido distinguir la memoria personal y la indivudual dado que la memoria se
adquiere o construye como miembros de una sociedad y no como individuos aislados. La
comunicación en un mismo grupos social e intergeneracional es crucial para la cohesión de
la memoria social y colectiva. Si bien la memoria fue conceptualizada dentro de lo
"colectivo", posteriormente pasó a ser una “memoria cultural”, dadas las reflexiones del
modelo constructivista social al considerarse que los recuerdos de un pasado común se
construyen y reconstruyen en el presente, más que ser rescate colectivo del pasado
(Halbwachs, 1992).
Por otro lado, resulta imposible hablar de conocimiento y saber locales sin dejar de
invocar la “memoria biocultural”. En pueblos íntimamente relacionados con su entorno
natural, la memoria trasciende la sociedad humana para construirse en y con otros actores y
procesos. Esta memoria no es únicamente de la sociedad humana con su entorno natural,
sino del entorno natural en contacto con la sociedad humana. Plantas, animales, paisajes,
aromas, colores, sucesos, ciclos, etc., constituyen el recuerdo y la memoria que a través de
un lenguaje etéreo comunican e inscriben en la población humana pulsos de vida que
devienen memoria. A su vez, la sociedad humana en contacto con la naturaleza inscribe en
ésta una memoria que trastoca en muchas ocasiones los procesos naturales que sin la
intervención humana existen. Es aquí donde podríamos hablar de la memoria biocultural,
no de carácter unidireccional en la que el reservorio se inviste cultura, sino donde la
multidireccionalidad de los procesos también se acumulan en la memoria ecológica y
biológica de los ecosistemas sobre los cuales incide la cultura. Suponer la bioculturalidad
como una característica netamente de la sociedad humana, es un antropocentrismo que
insiste en centrar la atención en ésta, olvidando o minimizando los procesos coevolutivos y
el carácter sistémico de la apropiación que realiza la sociedad de la naturaleza y de la
apropiación que realiza la naturaleza de la sociedad. Es decir, existe otro tipo de memoria
íntimamente relacionada con la biodiversidad, los procesos ecológicos y los procesos
humanos de apropiación de la naturaleza: la memoria ecológica. Desde la perspectiva de la
conservación del ambiente y la perspectiva del paisaje se ha llegado a la conclusión de que
esta memoria ecológica determina la capacidad de los ecosistemas para reconstruirse
después de perturbaciones naturales y antropogénicas de gran escala, dado que dicha
memoria es la red ecológica de las especies, sus interacciones y la combinación de
121
estructuras que pueden hacer posible la reorganización, según Bengtsoon et al. (2003, en
Nazarea 2006). Estos autores señalan que hay dos componentes principales de la memoria
ecológica: una interna, ubicada dentro de la zona ecológica y otras reservas que existen
fuera, de tal manera que entonces existirían una suerte de legados biológicos que actuarían
como focos para la regeneración y el crecimiento de la biodiversidad. Por su lado la zona
externa sería una zona de amortiguamiento a perturbaciones en el paisaje (resiliencia).
Esto lleva a deducir que la construcción de la memoria biocultural está imbricada a
una compleja red de factores sociales, psicológicos, prácticas políticas, culturales,
ambientales, biológicos y ecológicos que incluyen una amplia gama de disciplinas
académicas. Para Stollero (1994; en Nazarea 2006) es claro al indicar que la realización [de
la memoria] no es principalmente textual, sino que el cuerpo es sensible consumido
culturalmente por un mundo lleno de fuerza, olores, texturas, imágenes, sonidos y sabores,
todo de todos, que activan la memoria cultural. Por estos motivos, la biodiversidad está
relacionada con los recuerdos referidos a lugares y alimentos, senderos, jardínes. La
memoria entonces constituye un vasto inconciente social de la experiencia sensorialemotiva que potencialmente ofrece una contranarrativa a veces escondida y otras
inaceptable de la vida (Seremetakis 1999, en Nazarea 2006). Y la memoria biocultural
debería ser realmente el “ida y vuelta” que eche por tierra la dicotomía artificiosa
“sociedad-naturaleza”.
Martin (2001) dice que la arqueología, la reconstrucción lingüística, la investigación
documental y la historia oral constituyen una ventana al pasado que permiten descubrir
cómo el conocimiento ecológico y el manejo de recursos han evolucionado durante décadas
de cambios políticos, demográficos y económicos. Estudios de historia ecológica revelan
cuáles especies, categorías etnobiológicas y prácticas ecológicas han persistido, cambiado o
desaparecido a través del tiempo. A ello habría que aclarar que la memoria biocultural
también debería dar cuenta de ecosistemas, paisajes y procesos ecológicos, entre otros, que
igualmente han desaparecido, cambiado y persistido. Son estos procesos que trastocan la
diversidad existente, los que también inciden en la construcción de la memoria. William
James (en Harmon, 2001, pp. 54-55) estableció que “…la diversidad real y la estructura de
la mente existen en un estado de reciprocidad. James diría que la diversidad no es una
proyección de la conciencia humana, sino los mismos medios a través del cual opera la
conciencia”. Esto implica que la bioculturalidad no es un proceso estático ni históricamente
122
estancado. Nazarea (2006) menciona que es importante recordar que la memoria en uso está
en constante cambio y nunca rígida, estática, pura o estrictamente auténtica. Aclara que la
memoria no es la historia, dado que, si se espera que posea las mismas virtudes, se
subestima seriamente su potencial de generar más ideas. Cita a P. Nora quien refirió que la
memoria es social, colectiva y vivida, así como criticó la pérdida de lo que denominó la
configuración de la memoria presente en la vida rural antes de la llegada de la modernidad
y señaló que los entornos reales de la memoria se han ido y se lamentó de que la memoria
de hoy en día sea la memoria de archivos.
Más aún, la memoria tiene vida propia y contínuamente es revivificada en las luchas
sociales. Sobre el particular, Gómez (2009a, p. 275) comenta:
“Enraizada en la memoria, la resistencia al modo colonial, hoy determina un
principio de realidad indígena, históricamente opuesto al otro. De manera
que los recursos a la memoria consolida un saber comunitario, que permite
enfrentar el dilema y salir bien librado gracias a las formas aprendidas de
re-creación de su identidad. Esa herencia paradójica conforma una manera
dialéctica de estar en el mundo, siendo indio y pobre, con una herencia
simbólica y real, arraigado en la tierra, la gran madre y de cuya conviviencia
dependerá su ser, su existencia, y de esa manera, su hacer.”
Esta memoria cultural se inviste como conciencia y una identidad alternativa que
actúa como resistencia a la “memoria” de las élites políticas y le da un carácter irreverente,
subersivo y contestatario, que trata de emanciparse de la forzada hibridación cultural o de
olvidar un pasado dificil, memorizándolo. Por algo los movimientos contra hegemónicos
sustentan su razón de ser en la identidad que les da la memoria. Entonces, el objetivo de la
memoria es convocar a la estética, la emoción y la imaginación para inspirar a una oleada
de orgullo y un sentido de la posibilidad de transformación y de que se puede contrarrestar
con eficacia los "monocultivos de la mente" o estructuras de conocimiento hegemónico que
destruye la diversidad desechando alternativas locales (Shiva 1993, en Nazarea 2006). De
esta manera, el conocimiento y saber locales también constituye el capital social de los
pobres, considerando que proporciona autonomía y sustento (Gorjestani, 2000). El futuro
de esta memoria es incierto. Destruir pues una cultura es destruir la memoria y, sin ella, las
raíces ancestrales que sostienen a los pueblos se pierden, derrumbándolos y sometiéndolos.
Por ello, el primer acto de resistencia de un pueblo está circunscrito a su memoria.
123
Pero además de la conciencia comunitaria existe una conciencia individual que
permite la pertinencia colectiva. Para el pueblo wixárika la formación de la conciencia tiene
que ver con la capacidad de ver el mundo sobrenatural. El ritual de la nierika traducido
como “estar consciente”, “ver”, “estar vivo” o “estar despierto” brinda la posibilidad de ver
(tener visión) a los seres sobrenaturales. Es un espejo a través del cual el marakame y
artista huichol accede a otros mundos dejando plasmada su visión en verdaderas obras de
arte elaboradas con hilos de colores, madera y cera. Esa conciencia adquirida está en
función de la posibilidad de conocer y recrear su mitología. No es el acto de pertinencia en
la realidad, o al menos no en una realidad material, sino en otras realidades. El ser
consciente en los pueblos originarios entonces difiere del estar consciente desde la
perspectiva occidental, porque en el primero es el conocimiento y saber que trasciende la
percepción superficial de las cosas permitiendo que el arte haga visible lo invisible
(Pacheco e Iturrioz, 2003).
La etnociencia
Por otro lado, el corpus de conocimiento y el campo temático de la etnociencia representan
una nueva perspectiva del quehacer científico; también es conocida como “ciencia de los
pueblos” y “ciencia indígena”, pero estos nombres deben replantearse dado que confunden
el sujeto de estudio con la disciplina científica que los estudia. Y es que el propósito de la
etnociencia es generar descripciones que integren sentidos, intenciones, naturaleza y
presencia de actores involucrados (Durand, 2000). Para conceptualizarla precisa recordarse
que cada cultura posee sus particulares visiones presentes en un corpus cognitivo con
principios constructivos, regularidad y verificabilidad empírica (Argueta, 1997). Warren y
Meehan (1980) la conceptualiza como la descripción formal del sistema de conocimiento
indígena. Hardestry (1977, p. 291) la define como “el estudio de sistemas de conocimientos
desarrollados por una cultura determinada para clasificar objetos, actividades y eventos
de su universo”. Para Brosius et al. (1986, p.187) los estudios antropológicos relacionados
al conocimiento tradicional han sido dirigidos por el marco de la etnociencia la cual define
como “el estudio de los sistemas de conocimientos desarrollados por una cultura
determinada con el fin de clasificar los objetivos, las actividades y eventos de su universo”.
De acuerdo con Rist y Dahdouh-Guebas (2005, pp. 473-474), diferentes autores la han
definido como el ámbito científico que pretende comprender cómo los seres humanos -a
124
pesar de sus interacciones fragmentadas y limitadas con el mundo- están desarrollando
diferentes formas de conocimiento y creencias. Esto permite una comprensión sobre cómo
varían los conocimientos y creencias dentro de diferentes contextos ecológicos e históricos
con el fin de expresar las múltiples posibilidades que ofrecen las culturas humanas. Más
concretamente, etnociencia se refiere al conjunto de conceptos, preposiciones y teorías que
son únicos para cada grupo cultural particular en el mundo (Meehan, 1980 en [Rist y
Dahdouh-Guebas, 2005]). La etnociencia es esencialmente interdisciplinaria, basada en una
colaboración cercana entre las ciencias sociales y las humanidades (la antropología, la
sociología, la historia de la ciencia, la psicología, la filosofía, etc.) con las ciencias
naturales (la biología, la ecología, la agronomía, la climatología, la astronomía, la medicina,
etc.). Estos campos de investigación deben trascender el mero intento de catalogar los
componentes de un ecosistema cultural, para dar paso a cómo la gente describe y construye
el ambiente según sus propias categorías (Brosius, Lovelace y Martin, 1986).
La etnociencia (nueva etnografía, etnosemántica o etnografía semántica) surge en el
siglo XX como una nueva propuesta antropológica que inscribe otra manera de percibir las
culturas originarias: de ser artefactos y comportamientos, transitan a ser considerados
sistemas de conocimientos y saberes (Alves y Souto, 2010). Martin (2001) afirma que la
etnociencia se origina de la etnografía como subcampos interesados en registrar los
conocimientos locales de los organismos y el ambiente físico. Es prudente señalar que la
etnociencia tienen sus orígenes en las descripciones e investigaciones lingüísticas realizadas
por los lingüistas, etnólogos y antropólogos. Posteriormente, este término se usó de manera
más específica para referir los sistemas de clasificación local (como un objeto de estudio) y
su análisis semántico (como una aproximación metodológica).
Roy A. Vayda y Andrew P. Rappaport mencionan que la etnociencia es una
referencia al "entorno conocido" o bien, refiere a la suma de fenómenos ordenados en
categorías significativas para la población (en Ford 1999). Rappaport comparó también este
término con el “entorno operativo” referido a los fenómenos que inciden en el bienestar de
una población determinada. Algunos elementos de los dos entornos (conocido y operativo)
pueden sobreponerse, mientras que otros pueden pasar desapercibidos tanto para las
poblaciones locales como para el investigador, según Ford (1999). Hardestry (1977, p. 291)
las define como “el estudio de sistemas de conocimientos desarrollados por una cultura
determinada para clasificar objetos, actividades y eventos de su universo”. La etnociencia
125
debemos entenderla, entonces, como el abordaje científico de los fenómenos inscritos en la
construcción, definición y puesta en práctica del sistema de conocimiento y saber locales.
La etnociencia es esencialmente interdisciplinaria, basada en una colaboración
cercana entre las llamadas ciencias sociales y las humanidades como la antropología, la
sociología, la historia de la ciencia, la etnología, la etnografía, la psicología y la filosofía),
con las llamadas ciencias naturales (la biología, la ecología, la agronomía, la climatología,
la astronomía o la medicina). Al mismo tiempo es transdisciplinaria por su propia
naturaleza (Ingold, 2000). De esta manera, la integración de la etnociencia en los modos
sociales de producción del conocimiento permite explorar las dimensiones y los límites de
los espacios en las que sería posible un diálogo inter-ontológico (Rist y Dahdouh-Guebas,
(2006). Además, es posible reconocer el carácter fenomenológico de la etnociencia si
consideramos que su propósito incluyen descripciones que integran sentidos, intenciones,
naturaleza y presencia de actores involucrados (Durand, 2000).
La etnociencia implica el reencuentro de la “ciencia occidental” con conocimientos
y saberes a los cuales desechó en su etapa formativa (Argueta, 1997). Poco reconoce que,
incluso, le sirvieron como escalón que habría de encumbrarla como el sine qua non del
conocimiento humano. Según este autor, el conocimiento y saber locales cursó por una
etapa de condena y negación; le siguió una utilitaria y de extracción; después de
romantización, para llegar a una nueva etapa utilitaria y de extracción. Esta sucesión de
etapas lineales que presenta Argueta debe entenderse más bien como un proceso evolutivo
no acabado porque se sigue construyendo y porque cada etapa que refiere sigue vigente y
expresándose en diferentes contextos. Habría que agregar una nueva modalidad a estas
fases evolutivas que refiere a la reafirmación y empoderamiento que diferentes pueblos
indígenas están desarrollando al darse cuenta de que sus “epistemologías” también son
poder e identidad por lo que estaría aflorando una resistencia cada vez más altisonante.
La construcción del conocimiento de la etnociencias estriba en privilegiar las
interrelaciones de su objeto real sobre el objeto teórico, donde dichas interrelaciones
refieren a los pueblos y las culturas frente a las especies, los climas o los ecosistemas,
según Argueta, 1997. Entonces, su objeto de estudio refiere ideas, procesos y formas de
relación, supeditadas a las dimensiones tiempo y espacio, presentes entre los pueblos o
poblaciones humanas y las especies y ecosistemas.
126
Al igual que a los conocimientos y saberes locales, se le ha acusado, según Argueta
(1997): a) De ser pretenciosa; b) Con poco detalle teórico y metodológico; c) No ser
universal; d) Ser a-histórica y en ocasiones diacrónica; d) Idealizar los sujetos y objetos de
estudio; e) No tener interés en el presente ni en el futuro; f) Seguir una tendencia de
alineación hacia la ciencia occidental y hacia la fragmentación; y, g) Carecer de reflexión
teórica. Esta crítica es válida a la luz de la perspectiva científica clásica, aunque no siempre
ni en todos los puntos señalados. Dichas observaciones a la etnociencia en ocasiones
parecieran reflejar el desgastado debate entre las “ciencias naturales” y las “ciencias
sociales” sustentado principalmente en los fundamentos metodológicos de cada unas de
ellas, pero no únicamente ello: implica legitimación. Las ciencias exactas, duras y objetivas
(naturales) asumen una legitimación basada en una objetivación que, dentro del ideal de la
racionalidad de la ciencia clásica, les posiciona en una categoría epistémica elevada; en
cambio, las ciencias inexactas, blandas y subjetivas (sociales y humanistas), dentro de esta
lógica, se ubican en un nivel inferior y criticable.67 Es decir, se refleja la hegemonía de un
sistema de conocimiento que solo concibe lo generado por él mismo y sus criterios.
Equivocadamente se juzga a la etnociencia desde la trinchera de la ciencia pretendiendo
que posea sus atributos para que pueda ser. También existe una fuerte crítica acerca del fin
que la etnociencia persigue dado que podría traer implícito abrir un conjunto de
conocimientos al capital y a la privatización. Las razones de ello es que la expansiva y
absorbente economía de mercados se ha dado cuenta de que el ancestral conocimiento
tradicional de los pueblos originarios vale (en términos económicos) y es válido (en
términos científicos clásicos). No es raro que, por ejemplo, los conocimientos botánicos
67
Para Martínez (2011, p. 49), “el ideal de las ciencias naturales es obtener una descripción
determinística, mientras que, al contrario, las nociones de incertidumbre de elección y de riesgo,
dominan en las ciencias humanas”. Santos (2012, p. 20) menciona que “…comienza a dejar de
tener sentido la distinción entre ciencias naturales y las ciencias sociales; la síntesis que habrá de
operar entre ellas tiene como polo catalizador a las ciencias sociales; las ciencias sociales tendrán
que rechazar todas las formas de positivismo lógico y empírico o de mecanismo materialista o
idealista; esta síntesis no se propone una ciencia unificada, ni siquiera una teoría general, sino tan
solo un conjunto de pasajes temáticos. C. Marx decía que “Las ciencias naturales acabarán
englobando la ciencia del hombre y, a un mismo tiempo, la ciencia del hombre englobará las
ciencias naturales: no habrá más que una sola ciencia” (en Morin, 2005, p. 20). 67 Fox et al. (2006)
especifica las barreras que dificultan la integración de las ciencias sociales en áreas específicas de
las ciencias naturales como la conservación: 1) Carencia de un lenguaje común; 2) Los sistemas de
evaluación que minimizan la investigación interdisciplinaria y aplicada; 3) La ausencia de fondos
de colaboración; y, 4) Oportunidades limitadas para la investigación interdisciplinaria, además de
que solo se involucran al final de proyectos. Es común la falta de respeto o se sacrifican los
esfuerzos de integración en aras de la “buena ciencia”.
127
estén siendo sustraídos de sus lugares de origen por grandes farmacéuticas para patentar los
principios activos que de manera empírica surgieron en estos pueblos. Se privatiza el
conocimiento y saber locales con poca o ninguna retribución para quienes lo desarrollaron
o realizaron el descubrimiento y cuando regresa a ellos, es en forma de cápsulas
industrializadas las más de las veces inaccesibles económicamente a ellos.
Según Argueta (1997), los aportes de la etnociencia al conocimiento humano de
manera concreta y puntual están en temas relacionados a la anatomía, a la nomenclatura y
la a taxonomía, al cultivo y a la domesticación, a la construcción de cosmovisiones y
universos simbólicos, a las relaciones psicológicas, al arte vegetal y animal, a los procesos
ecológicos, a la utilización de los recursos naturales, animales, plantas y a la medicina
tradicional. Pero lo que es más importante, lejos de esta representación fragmentada del
conocimiento, es que la etnociencia es sensibles a la perspectiva compleja y si bien no
siempre realiza el ejercicio, sus aportes son ventanas abiertas a partir de las cuales se
pueden observar y establecer vínculos con otras áreas. Por si fuera poco, y desde una
mirada desde la ecología política, la etnociencia puede ser consideradas como eje de
resistencia cultural, dado que empodera a los pueblos originarios al posesionarlos política y
epistemológicamente en mejores frentes ante el resto de la sociedad. Queda pues claro que
la construcción o replanteamiento del actual paradigma científico no pasa por la ruta de la
fusión de dos racionalidades y epistemologías antinómicas, sino más bien en la resolución
de sus contradicciones que redefinan el poder en el saber. De acuerdo con Gragson y
Blount (1999), las diferencias entre ciencia frente al conocimiento y saber locales deben
superar el enfoque que centra su invstigación en el conocimiento, frente al otro que se
enfoca en el comportamiento. En este sentido, la etnociencia se habría enfocado
decididamente en el pensamiento, olvidando su conexión con el comportamiento. La
realidad, según estos autores, es que la toma de decisiones es un proceso cognitivo que
involucra
esquemas,
modelos
y
contingencias
que
relacionan
pensamiento
y
comportamiento, donde las relaciones son la pieza central. La realidad, más que verse como
una cosa dada fuera del pensamiento, debe abordarse como una actividad, como una
mediación teórica entre el sujeto y el mundo real (Martínez-Escárcega, 2011). En este
sentido, las emociones están inevitablemente unidas a los procesos de pensamiento y la
toma de decisiones. Algunos autores han demostrado que la metáfora, el mito y la religión
128
son el medio de expresión primario del conocimiento inscrito en las etnociencias y sirve
para unir las bases emocionales y propositivas de este conocimiento.
T.S. Eliot68 se cuestionaba ¿Dónde está el conocimiento que perdemos con la
información? ¿Dónde está la sabiduría que perdemos con el conocimiento? La respuesta es:
en proceso de transformación. Efectivamente, cuando por un lado Bachelard (1985) habló
de ciencia“s” y método“s” (en lugar de ciencia y método); cuando Foucault habló de la
genealogía como el encuentro entre la expertise y las memorias locales69; y cuando la
memoria biocultural (véase Toledo y Barrera, 2008) se guardó, cuidó, y recreó en el seno
de las sociedades locales, se vislumbraba un inevitable enlace en el templo del espíritu
humano, teniendo como testigos a una sociedad necesitada y expectante por ver nuevas
generaciones de conocimientos y saberes. En dado caso de que la sociedad haya parido
“nueva(s) ciencia(s)”, todavía no está segura de que nombre darle, como alimentarla, que
ropaje ponerle, como educarla para que crezca al menos sana y lista para debutar en
sociedad. Lo que sí es seguro es que es miembro de la familia de la etnociencia o al menos
relacionada con ella, dado su parecido “genético”, independientemente de ropajes
epistemológicos.
Los aportes de la etnociencia se circunscriben a la creación de campos de
conocimiento que a golpe de marro y cuña están logrando abrir brecha en el campo de la
ciencia clásica. Exhiben la importancia y validez de los conocimientos y saberes locales
más allá de “curiosidades culturales” llevando al entendimiento, comprensión y tolerancia
de esas “otras formas” de conocer el mundo. Pero también está favoreciendo una nueva
forma de conocimiento aplicado, por ejemplo, en la agroecología, en la que conocimiento
científico y los conocimientos y saberes locales se abrazan y ofertan nuevas formas de
convivencia humana con su entorno natural.
Se ha señalado que la etnociencia ya empieza a adolecer de lo que tanto se ha
criticado: el reduccionismo y la fragmentación de sus saberes. Al respecto Leff (2011, p.
49) menciona que “el conocimiento al fragmentarse analíticamente para penetrar en los
entes separa lo que está articulado orgánicamente en el orden de lo real; sin saberlo, sin
intención expresa, la racionalidad científica genera una sinergia negativa, un círculo
68
Poeta, dramaturgo y crítico literario anglo-estadounidense, ganador del Premio Nobel de
Literatura, en 1948.
69
Después de todo, la memoria sostiene el pasado en el presente, según Michael Dove (Nazarea,
1999b).
129
vicioso de degradación ambiental que el conocimiento ya no comprende o contiene”. Pero
estas observaciones sobre un contenido curricular que se ignora no consideran que su
abordaje, de entrada, integra cultura y naturaleza; que amalgama los conocimientos y
saberes o que pide y brinda apoyo a otros campos del conocimiento científico (véase Saslis
y Clarke, 2013). Pero es importante aclarar que tampoco centraliza su ejercicio epistémico
bajo el dogma integracionista, sino que, como las evidencias indican, lo realiza hacia la
organización disciplinaria.70
Para Orr (2004), no se trata de condenar la “especialización excesiva”, de la misma
forma que no es posible prescindir de los especialistas en la investigación interdisciplinaria,
como tampoco toda la investigación debe ser interdisciplinaria, ni todo científico necesita
ocuparse de la interdisciplina, aún cuando, como señala García (2006), la realidad misma es
interdisciplinaria o, mejor dicho, la realidad no es disciplinaria. Por mucho tiempo se ha
gastado energía y tiempo pretendiendo descifrar o imaginando uniformidades y
regularidades, cuando realmente la irregularidad y las variaciones son más poderosas y
relevantes (Nazarea, 1999b). Por algo, el estudio sobre los conocimientos y saberes locales
se ha nutrido de manera fundamental de las perspectivas interdisciplinarias. Al respecto,
Urquijo y Barrera-Bassols (2008) mencionan las dificultades que se presentan en la
construcción de esta integralidad, sugiriendo como principios básicos para este tipo de
abordajes la rigurosidad con la que se conozcan, formulen y establezcan los marcos teóricos
integrales, los que deberán estar sostenidos por definiciones y aplicaciones históricas de los
conceptos, con conocimientos de sus alcances y límites a fin de evitar arbitrariedades y
ambigüedades.
Por otro lado, de acuerdo con Delgado (2012a), el concepto de cultura de Edgar
Morin debe ser el referente que puede explicar y hacer clara la necesidad de la organización
del conocimiento más allá de las disciplinas. Y justo cuando se observa el marco teórico y
metodológico de otra disciplina, ocurre el encuentro sorpresivo. Cuando el “coqueteo”
entre disciplinas transita hacia la relación, es que se empieza a gestar la integración de
conocimientos y saberes. Y es que, si bien las disciplinas son necesarias, al mismo tiempo
poco significado tienen en la resolución de problemas humanos (Daily y Ehrlich, 1999).
70
Alves y Souto (2010) prefieren hablar en algunos casos de “cruzamiento de saberes” más que de
disciplina como lo hace Toledo (1992), dada la variedad de abordajes, objetivos y métodos
presentes en los estudios etnoecológicos en aras de articular los conocimientos y saberes locales con
el científico, y de las ciencias naturales con las ciencias sociales y humanidades.
130
Pero lograr su integración no es fácil. Sin duda las barreras propias de disciplinas distantes
de origen enfrentan problemas teóricos, metodológicos, de tiempos y de lenguaje. Así, por
ejemplo, dentro de la “cultura científica” de un biólogo, una geógrafa, un médico, un
sociólogo o una psicóloga, la palabra “población” puede tener diferentes significados,
valores, métodos y prioridades. Las implicaciones de ello pueden ser intrascendentes y no
pasar de conflictos esgrimidos en la arena epistemológica, semántica o axiológica. Pero
bien pueden trascender hacia ese umbral de incertidumbre y de mayores riesgos dentro de
lo que Funtowickz y Ravetz (2003) han denominado la “ciencia postnormal”, donde una
decisión mal tomada puede tener consecuencias importantes.71 Pero ello no significa llevar
a cabo un obcecado intento de llegar a la organización disciplinaria que, si bien garantiza el
abordaje desde la ciencia del fenómeno de la vida en su amplia concepción, también la
puede encumbrar como axioma. Tampoco se trata de obstaculizar el afloramiento de nuevas
disciplinas ni de abandonar las existentes con un sustento teórico y metodológico aclarado,
porque finalmente el problema no es solo de marcos teóricos y metodologías. No es que se
pretenda frenar su desarrollo y maduración que llevan a la especialización, porque de ser
así se estaría ideologizando y con ello, imponiendo y socavando.
La rebeldía epistémica
Dada la importancia del tema de la ideología en la ciencia, diferentes autores lo han
abordado. Bachelard (1985) señaló que las ideologías son el primer obstáculo para el
desarrollo de las ideas; al respecto Manheim (1987, p. 110) enunció que “si la ideología es
básicamente prejuicio, y todo lo que decimos está sesgado por aquellos intereses que nos
rodean y que no reconocemos ¿Cómo hablar sobre la ideología sin que lo que digamos sea
71
La sociedad moderna vive situaciones para las cuales la ciencia normal (en el sentido de Kuhn,
2005) carece de respuestas. Silvio Funtowicz y Jerry Ravetz consideran que la llamada "ciencia
normal" está siendo superada, dando lugar a la emergencia de una nueva ciencia: la “ciencia postnormal” que comprende la ciencia aplicada y la consultoría profesional. Esta perspectiva también es
conocida como transciencia o ciencia reguladora, que básicamente refiere la implicación creciente
del conocimiento científico en la formulación de políticas públicas, dado que no existe un solo
campo de éstas últimas en que el conocimiento científico no sea relevante. Implica la regulación de
tecnologías y el reconocimiento de fenómenos que trascienden a la ciencia. Entre ellas está el
surgimiento de eventos infrecuentes, la imposibilidad de extrapolar el comportamiento o de
contestar a cuestiones de valor. Weinberg (1972) refiere que considerando que únicamente los
científicos pueden participar en el gobierno interno de la ciencia, debe entonces reintroducirse la
expresión “la república de la transciencia” que refleje la estructura política de la sociedad que opera.
131
también ideología?”. Aún con estos riesgos, entendamos que en muchas ocasiones las
ideologías generan “ismos” que terminan acentuando la balcanización del conocimiento y
saber humano. La inercia que lleva a encumbrar como la única “forma de conocimiento” al
científico es una forma de ideologización que se ha traducido en que esas “otras”
expresiones hayan sido catalogadas como “formas de pensamiento”. Martínez (2011, p.
131) dice que “la ideología es la no conciencia de que la conciencia está gobernada por la
inconciencia”. Esto lleva inevitablemente a la cimentación de paradigmas rígidos e
infranqueables que en muchas ocasiones enclaustran el pensamiento y quehacer humano
limitando su desarrollo hacia nuevos campos. Para Morin (2000), relacionando este tema al
educativo, primeramente, se deben identificar los orígenes de los errores, de las ilusiones y
de las cegueras. En este sentido, los errores intelectuales inscritos en nuestro sistema de
ideas referido a teorías, doctrinas e ideologías impiden la reflexión e información que
cuestiona dicho sistema y generalmente los rechaza por no poder integrarlos, además de
que ha desarrollado estrategias que le protegen de sus propios errores e ilusiones. Así, las
teorías se resisten hacia aquellas otras que las cuestionan, mientras que las doctrinas
inmersas en sí mismas y cerradas a cualquier cuestionamiento dado, no se ven afectadas por
cualquier crítica o denuncia sobre sus errores.
Se trata más bien de favorecer la voluntad política –entendida ésta como el arte del
diálogo para la concertación y acuerdo connte necesidades concretas-, que permita la
superación de conflictos teóricos venidos a ideologías cuya presencia ha dificultado el
“transe de encuentro” y cuyos protagonistas son los egos, la intolerancia y la personalidad
del científico. Es decir, la transición epistemológica hacia la integración de conocimientos y
saberes es cuestión de voluntades que asuman el riesgo de atreverse a salir de la zona del
confort epistemológico. Debe visualizarse la contradicción de que el conocimiento, en sus
diferentes manifestaciones, no puede ser junto, pero tampoco separado. Como dice Santos
(2009, p. 50), “La tolerancia discursiva es el otro lado de la pluralidad metodológica”. Sin
caer en radicalismos que desde las ciencias y las ciencias naturales han contrariado su
propia integración, estos nuevos enfoques del conocimiento, independientemente de su
nombre, inauguran sueños de transición epistemológica hacia nuevas formas de reencuentro
y redescubrimiento de los saberes humanos.
Desde la perspectiva antropológica, Durand (2000) dice que es la posmodernidad la
que ha enunciado la importancia de la construcción disciplinaria como un acto
132
interpretativo, en la que lo simbólico tiene un sentido real y tangible, a la vez que cobra un
valor explicativo. Señala además que es el contexto particular donde el sistema y entramado
de interacción simbólica tiene razón de ser, lo que conduce a la posmodernidad a anunciar
el fin de la historia y cultura universal, estableciendo particularidades y relatividades. Así,
la ciencia pasa a ser un fenómeno cultural específico, dependiente del contexto en que se
desarrolle, planteándose entonces la dificultad para sostener que exista una verdad
equiparada a la realidad. Popper (1963) por su parte refiere que las nociones de problema y
de teoría -no la de disciplina- es el tema central en los intentos por unificar y desarrollar el
conocimiento.
Existen propuestas desde la ciencia clásica que están encaminadas a tratar de guiar
la investigación (inter y transdisciplinaria) hacia nuevas preguntas, nuevas aproximaciones,
nuevas
teorías
y
nuevas
generalizaciones
que
incluso
sugieren
una
“ciencia
interdisciplinaria” (Naiman, 1999). Pickett, Burch y Morgan (1999) aconsejan la
constitución de una estructura articulada entre disciplinas; sugieren favorecer
aproximaciones inductivas; proponen que debe invertirse mucho tiempo en estos procesos
dado que es un trabajo en equipo.
Por otro lado, la relación entre las diferentes formas de construir el conocimiento
expresa el juego de poder existente en las relaciones humanas. La relación entre ciencia y
etnociencias es ese mismo juego de poder. La primera, con todos su sustento y desarrollo
histórico desde una visión centralizada, cede o da concesiones a las etnociencias, según su
propio interés y perspectiva de lo que es y cómo debe construirse el conocimiento. Y si
bien puede aceptar a éstas, la ciencia siguen teniendo capacidad de decisión de lo que debe
ser por el poder que reservó para ser ejercido con independencia y que se fundamenta en lo
que socialmente es concebido y aceptado como verdad72. El paradigma económico
72
Argueta et al. (2012, p. 31) sobre la verdad señalan que ésta “se concibe como única y como
accesible a cualquier ser humano independientemente de su contexto, con tal de que ejerza
correctamente su capacidad de razonar. En la ciencia y la técnica, esta racionalidad –el ejercicio
de la razón- se considera guiada por valores estrictamente epistémicos y lógicos universales, que
en nada dependerían de contextos e intereses locales” (el subrayado es del autor). Para los los fines
de la presente disertación esto es relevante dado que esta racionalidad “justifica una apropiación del
entorno, del territorio, de los recursos e incluso del trabajo manual e intelectual de la gente, entra en
conflicto las formas de vida, los conocimientos y las formas racionales de actuar de los miembros
de las culturas tradicionales. Hassen (2007) refiere que las verdades sólo existen si son referidas a
una humanidad determinada. Para Rabindranath Tagore (en Prigogone, 2009, p. 44), “lo que
llamamos verdad radica en la armonía racional entre los aspectos subjetivos y objetivos de la
realidad, ambos pertenecientes al hombre supra-personal”.
133
dominante pretende imponer sus apelaciones para explicar el mundo, según valores e
intereses sobrepuestos. Así, la influencia sociohistórica de las relaciones de poder
determinan el discurso dominante, las arenas de discusión, la jerarquización de los
conflictos, la validación y legitimación de las instituciones que operan, el sistema de
convenciones utilizado, los sistemas de valoración, los sistemas de propiedad válidos, las
relaciones espaciales (metrópoli), la dominancia cognitiva y educativa (universidad como
sinónimo de ciencia clásica), los fundamentos tecnocientíficos que dictan y definen el
sistema productivo y el condicionamiento del consumo de bienes simbólicos, entre otros.
Es justamente por esta imposición de los valores universales epistémicos que se somete a
los conocimientos y saberes locales a pruebas de legitimidad a través del sistema
occidental, minimizando la capacidad de adaptación ambiental y cultural que han
conformado y siguen perfilando sus múltiples formulaciones (Nazarea, 1999b).
Así pues, el quehacer científico, aún con los nuevos intentos de construcción del
conocimiento, se reserva, comparte o cede potestad a su conveniencia cuando se trata de
construir un supra-corpus con coherencia entre las partes y procesos que las definen. Por
ello, esa integración del saber y el advenimiento del pensamiento complejo pudieran verse
acotados. Con la etnociencia la situación se supondría diferente, porque fue finalmente
concebida y, por tanto, parida de manera integrada. Si existe un campo epistemológico
flexible, adaptable, tolerante, abierto, curioso, humilde y amigable para realizar la conexión
entre el conocimiento científico y los conocimientos y saberes locales, con todas las
virtudes y gazapos que se han descrito, ese debería ser la etnociencia. Si en las
etnoetaxonomías un organismo puede pertenecer simultáneamente a más de un taxón, algo
semejante ocurre en el campo etnocientífico, en que diferentes perspectivas no son
necesariamente excluyentes entre sí (Alves y Souto, 2010). La ciencia nace especializada,
la etnociencia tiene genealogías complejas e hibridas; la primera subvalora o desecha
valores y problemas extra epistémicos que inciden en la explicación del mundo. La
etnociencia entonces redefine el concepto de desarrollo determinado a contextos específicos
y tiende puentes hacia el reencuentro del fenómeno humano alejado del tamiz basado en el
paradigma occidental. Dado que está en proceso de definirse a sí misma, la etnociencia
todavía no tiene claro la instrumentalización de su teoría y método, en dado caso de que eso
fuera lo que buscan. Aunque, sin duda, en eso reside su riqueza, dado que rompe con el
134
molde clásico de la construcción del conocimiento científico. No como acto de irreverencia,
sino como inercia natural de lo que implica el abordaje complejo.
Se están dando pasos desde la ciencia para la legitimación del sistema de
conocimientos y saberes locales. La importancia atribuida a éste también está en su valor
para participar en la construcción de la teoría ecológica, ayudar en la formulacion de planes
que incluyen la participación local y sus prioridades, ser rentable, mejorar los programas
sustentables, participar en el desarrollo de indicadores biológicos y ecológico, coadyuvar en
la interpretación dentro del área de los sistemas de información geográfica y realizar
aportes significativos en el área de la taxonomía e investigaciones de diferentes especies,
así como en la restauración en zonas degradadas (Mueller et al., 2008; Martin, 2001).
Sobre la perspectiva política de los conocimientos y saberes locales, M. Foucault
(en Argueta, 1997) vislumbró la necesidad de estudiar la insurrección de “los saberes
subyugados”, o la “sublevación de los conocimientos sometidos”, a los que refirió como los
contenidos históricos que han estado sepultados o enmascarados al interior de coherencias
funcionales o en sistematizaciones formales y, en ciertos sentido, en toda una serie de
saberes calificados como incompetentes o insuficientemente elaborados: saberes ingenuos,
inferiores ante el conocimiento y los requisitos científicos exigidos73. Argueta (2011a)
apuesta a que sea el diálogo de saberes el camino en que se podrá evitar la subordinación, la
imposición, la asimetría y los monólogos del poder y deberá apoyarse en los procesos
endógenos e interculturales. Pero diálogo de saberes no es solo ni fundamentalmente
agrupación, intercambio e integración de saberes, sino una reorganización y producción de
los conocimientos a partir del cambio de perspectivas, comportamientos, modos de pensar y
colaborar, lo cual sólo es posible a través de la consideración de la diversidad de las fuentes
y de las manifestaciones de los conocimientos epistemológica y éticamente (Delgado,
2012c). Es lo que Santos (2009), llama “ecología de los saberes” definidos por la
interdependencia y el carácter incluyente entre sí.
Pero existe otro tipo de utilidad y de papel protagónico que está creciendo con
relación a los conocimientos y saberes locales. Según Agrawal (1995a; 2002), estos ocupan
una posición privilegiada en los debates políticos que buscan la mejor vía para garantizar el
desarrollo humano, cuyo beneficio debe hacerse llegar a los pobres y marginados que,
73
Desde diferentes frentes políticos, los pueblos originario están posicionando su propia
“espistemología”. Luis Macas, perteneciente a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador (CONAIE) afirma: “Nuestra lucha es epistémica y política” (Porto, 2009).
135
paradógicamente, muchas veces son los poseedores de tales conocimientos y saberes. El
mismo autor especifica que también existen argumentos que califican a los conocimientos y
saberes locales y sus instituciones como un obstáculo para el futuro y el desarrollo. Lo que
está en juego en estos casos son las capacidades de autonomía y autodeterminación
reconocidos en diferentes instrumentos legales nacionales e internacionales. El control al
acceso de los recursos naturales y del espacio geográfico que ejercen los pueblos
originarios en sus territorios, pretende entonces ser conquistado enarbolando la bandera del
desarrollo. Porto (2009) señala que problematizar la relación entre saberes y territorios es,
ante todo, poner en cuestión la idea eurocéntrica de conocimiento universal en aras de
superar la colonialidad del saber y del poder. Se trata, como señala Dussel (1996), de ser
liberados de este coloniaje, más que buscar ser desarrollados. El pensamiento decolonial de
W. Mignolo en diálogo conflictivo con la teoría política de Europa, para Europa y desde ahí
para el mundo (2007, p. 27) representa “la apertura y la libertad del pensamiento y de
formas de vida otras (economías otras, teorías políticas otras); la limpieza de la
colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la modernidad y de su imaginario
imperial articulado en la retórica de la democracia”. Para este autor, su razón de ser y
objetivo es la decolonialidad del poder que transite de:
“…la decolonización epistemológica hacia una nueva comunicación
intercultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como
la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna
universalidad. Pues no hay nada menos racional, finalmente, que la
pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea
impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llame Europa
Occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el
título de universalidad” (Quijano,1992 [en Mignolo, 2007, p. 28]).
Este pensamiento decolonial se asienta en las memorias indígenas y experiencias de
exclavitud en confrontación con la modernidad y puede ser localizado aún cuando exista la
inercia europea a deslocalizar otras formas de conocimientos y saberes, en lo que Mignolo
refiere como geopolítica del conocimiento. Este pensamiento decolonial tiene una
genealogía suscrita en su carácter planetario, en la creación de innovadoras instituciones, en
la necesidad de una nueva crónica.
136
El conocimiento está íntimamente vinculado a las relaciones de poder. Demuestra
que la dominación social y política, y la dominación cognitiva son inseparables, por lo que
el conocimiento absoluto oculta las relaciones de dominio a favor del opresor cuyo
“conocimiento” coincide con el conocimiento dominante (Delgado, 2012c). La dominación
entonces logra relaciones de subordinación cuando se han naturalizado e interiorizado los
principios de legitimidad científica dominante. Pero también se puede presentar una
dominación como una relación de opresión, cuando el grupo dominante impone a una
comunidad científica escéptica los criterios de legitimidad científica utilizando los medios
institucionalizados de control. A pesar de que los criterios de legitimidad científica estén en
crisis, de que la ciencia clásica haya perdido su capacidad explicativa frente a un
conocimiento científico emergente, ésta puede seguir manteniendo la hegemonía en el
campo durante un tiempo indefinido, gracias a su relación con el poder del Estado
(Martínez, 2011). Delgado (2007) señala que el conocimiento humano, entendido como
descubrimiento de las propiedades del mundo, expresa una relación de poder que obliga a
la subordinación y obediencia a un orden externo infalible. Por el contrario, entendido
como construcción, el conocimiento obliga al servicio; impone al investigador y al resto de
la sociedad que utiliza el conocimiento construido, la obligación de dar cuenta de sí, de ser
responsable de sus elaboraciones, de las construcciones cognitivas y de su uso. En sus
diferentes obras, M. Foucault abordó la ontogenia de las disciplinas concluyendo que el
poder (disciplinario) se opone al poder de soberanía dado que mientras que lo disciplinario
implica la individualidad, la soberanía implica multiplicidades.
Para Rojas (2007), la disciplina (científica) es una cara del capitalismo. Se trata de
una forma de dominio que se impuso en las instituciones de encierro: la cárcel, la clínica, la
fábrica, la escuela. Pero tampoco el saber y la verdad están libres de poder. La pretension es
establecer una relación más simétrica entre estas formas de poder para restar hegemonía
colonizante a alguna de ellas. También está la concepción sobre las herramientas de trabajo
y los procesos que se utilizan para construirse. Y es que el trabajo manual (“azadón y
tierra”) subyace y fallece ante el mental74. La ignorancia al respecto no favorece elucidar la
relación entre trabajo físico y desarrollo de procesos cognitivos.
74
Al respecto, está el siguiente relato de la comunidad nahua de Zacatipan, Puebla, levantado por
Lourdes Arizpe, en 1970 (Florescano, 1999, p. 56): “Y llegó el día en que les dio [Dios] con que
hacer el trabajo. Y todos los hombres se reunieron, toda la humanidad y entonces nuestro Dios les
dijo a todos ellos: en este día os entrego estas herramientas; cada uno conforme tome una
137
En la discriminación hacia los conocimientos y saberes locales cabe una analogía
con el concepto centro-periferia que se describe como los procesos de estructuración y
desestructuración de las desigualdades en el emergente tipo de sociedad (Sevilla y Alonso,
1994). De la misma manera en que se ha identificado a la ciencia con el progreso y la
modernidad, y que se posiciona como centro de la discusion del actual momento
civilizatorio, también se ha marginalizado y opacado al sistema de conocimientos y saberes
locales -ubicado en la periferia- cuyo orden epistemológico de importancia emula el actual
“orden social moderno”. De acuerdo Berkes (1999) existe una ecología política derivada de
estos conocimientos y saberes locales cuyo papel en el empoderamiento de pueblos
originarios y otros grupos marginalizados, está en función de los recursos locales. Esto
significa que su uso tiene un carácter político debido a que su ejercicio determina los
cambios en las relaciones de poder entre dos visiones del mundo. Más aún, la ecología
política permite “comprender el ambientalismo como una política del conocimiento que se
despliega en el campo del poder en el saber ambiental y dentro de un proyecto de
reconstrucción social guiado por una política de la diferencia y una ética de la otredad”,
(Leff, 2011, p. 62).
Pero realmente son las prácticas, las relaciones de poder y las relaciones de poder
cognitivo las que finalmente dan como resultado una forma de desigualdad epistémica o
parte de la desigualdad epistémica, no es en sí mismo el conocimiento científico. Entonces
no es únicamente la oposición entre sistemas de conocimientos y saberes, cuya discusión
superficial distrae de las discusiones profundas. Lo que está en juego tampoco es la victoria
del “primitivo75” vs. “el moderno”; o “el nosotros” y “ellos”, o “ganadores” y “perdedores”
(véase Buchowski, 2003). Lo que realmente está pendiendo es la viabilidad del concierto
humano para superar el actual trance en sus diferentes dimensiones. Es la posibilidad de la
herramienta, ése será su trabajo siempre mientras viva. Y de veras comenzaron a tomar cada quien
una herramienta. Nuestros hermanos inditos se dijeron, tomemos las más pesadas, tal vez sea
mejor. Empezaron a hacerse los azadones, hachas, picos, palos sembradores, machetes, arados y
otras más. Y los mestizos estuvieron mirando y esperaron mientras los otros las tomaban. Y solo
quedaron los libros, los lápices, los papeles y los escritorios. Y hoy se dicen nuestros hermanos
inditos que no estuvo bien como hicieron nuestros abuelos, porque mucho nos cansamos con estas
herramientas y los mestizos no se cansan.”
75
Morin (2005) señala que el primitivismo no existe. En cambio si hay un arcaísmo inscrito en una
matriz que constituye todas las sociedades sapienciales prehistóricas, es decir, las que se han
multiplicado y perpetuado con variaciones, pero sin transformaciones fundamentales, -claro, antes
de ser trastocadas por las sociedades históricas. Es justamente en estos elementos generativos
culturales donde se podría ubicar una revolución humana (sapiencial), que a la postre culminaría
con la diáspora humana por el planeta.
138
integración humana no sólo como componentes de una sociedad, sino quizá, lo más
importante, la integración del individuo social consigo mismo, de tal suerte que la
complejidad se vea nutrida por la conspiración orquestada de la mente y la naturaleza.
Y la resistencia de los pueblos originarios es evidente. A escala internacional
declaraciones, protocolos, convenios y otras herramientas e instrumentos jurídicos dan
cuenta de el reposicionamiento del tema d los pueblos originarios frente al embate del
mundo occidental. Ahí están el Convenio sobre Diversidad Biológica, las reuniones de
Nairobi, del Foro Indígena de Abya Yala o la Conferencia Mundial sobre Pueblos
Indígenas 2014, entre otras. Todas ellas buscan refundar la soberanía de estos pueblos sobre
sus territorios, tierras, mares, recursos, procesos. Particularmente el Protocolo de Nagoya
que busca promover el uso de recursos genéticos y de los conocimientos y saberes locales
correspondientes, y a fortalecer las oportunidades para compartir de manera justa y
equitativa los beneficios que se deriven de su uso.
Así, el sistema de conocimientos y saberes locales se convierten en un símbolo de
resistencia que permite retomar el control de su propia esencia. Su recuperación se ha
convertido en la mejor estrategia para revitalizar movimientos sociales relacionados con el
derecho para controlar tierra y recursos, y los derechos de autodeterminación y
autogobierno (Berkes, 1999). Por ejemplo, para el caso de la etnobiología, Martin (2001)
menciona que conocer su evolución permite elucidar los mecanismos de resistencia
cultural, permitiéndonos entender por qué el conocimiento local persiste y cómo pueden
reforzarse los mecanismos de resistencia.
Sin duda, en estos momentos de reencuentro del llamado conocimiento con
“conocimientos otros”, o de la racionalidad científica con “racionalidades otras”, es
importante recordar que la adquisición de un nuevo paradigma y el tipo más esotérico de
investigación que éste implica es un signo de madurez en el desarrollo de cualquier campo
científico dado (Kuhn, 2005). Esto implica dejar tabúes y clichés para lograr trascender
hacia otro nivel epistémico. Es la sustitución de los ideales presentes en la racionalidad
científica, lo que permite cambiar los horizontes cognitivos, la apertura y el cierre de
derroteros posibles (Delgado, 2012d).
Por otro lado, separación de la naturaleza y la cultura implica la frgmentación del
conocimiento con su práctica, además de continuar con el coloniaje epistémico de la
realidad estudiada por científicos en términos de un discurso universal, es una inercia del
139
sistema de conocimiento dominante que requiere ser replanteada (Barrera-Bassols, 2008).
Se trata de arribar a lo que Edgar Morin reiteradamente denomina democracia cognitiva en
forma de debates transdisciplinarios, transgeneracionales y transcategoriales, donde los
temas torales dejen de ser monopolio de la expertise e incluyan a la sociedad. El
conocimiento debería estar referido al bien público (Thompson, 2012) y como bien público.
Para Leff (2011, pp. 67-68), la complejidad ambiental:
“…se hace solidaria de una política del ser y de la diferencia. Esta política
se funda en el derecho de ser diferente, el derecho a la autonomía, su defensa
frente al orden económico-ecológico globalizado, a su unidad dominadora y
su igualdad inequitativa. El derecho a un ser propio y colectivo que reconoce
su pasado y proyecta su futuro; que reconoce su naturaleza y restablece su
territorio; que recupera el saber y el habla para ubicarse desde su lugar y
decir su palabra dentro del discurso y las estrategias de la sustentabilidad.
Para construir su verdad desde un campo de diferencias y autonomías que se
entrelazan en un diálogo entre identidades colectivas diversas.”
También existen proceso culturales, políticos y económicos que están exfoliando los
conocimientos y saberes locales. Los estudios de bioprospección que comúnmente se
traducen en biopiratería, la internalización de la asimetría de poder, la subordinación y la
exclusión conducen a la desvalorización de lo propio y con ello a la erosión cultural, la
pérdida de lengua, el desinterés por la tradición y “el costumbre”76 y a la distorsión, el
cambio y la transnacionalización de saberes (Argueta, 2011b).
La pérdida de la diversidad lingüística resulta especialmente angustiante para los
pueblos originarios. Por ejemplo, continuar hablando en la lengua materna entre los
wixaritari implica el reconocimiento de las deidades en relación familiar, como base de su
sustento y con la sacralidad que el caso amerita: “El maíz es nuestra madre… el maíz es
nuestro alimento… el maíz es sagrado… No sabemos hablar bien el español… pero si
sabemos hablar con respeto con el maíz.” (AJAIGI, A.C., 2006, p. 10). El maíz entiende la
lengua wixárika; escucha y habla la misma de cada uno de los pueblos de donde es
originario. Si se pierde la lengua, se rompe un vínculo sagrado: “Si dejamos de hablar el
76
La palabra costumbre refiere una práctica social reiterada, uniforme de un grupo social. “El
costumbre” indígena implica más que una repetición de prácticas, dado que alude la construcción de
instituciones (leyes, reglas, normas, reglamentos) que constituyen el derecho consetudinario. El
costumbre participa en la construcción del tejido social y da identidad a los pueblos.
140
wixárika ¿Cómo le vamos a hablar al maíz? ¿Quién va a hacerlo? No va a entender, se
puede acabar…” (AJAIGI, A.C., 2006, p. 34). El futuro de estas otras epistemologías está
determinado por la superación de aquellos procesos integracionistas y avasallantes que más
bien han confinado a la marginalidad a estos conocimientos y saberes. Gómez (2009a)
señala que sin conocedores no hay conocimiento, aludiendo a la crisis campesina ante el
avance del neoliberalismo. Igualmente señala el declive de las instituciones locales como la
propiedad y la vida comunal, producto de dicha erosión cultural.
Biopiratería y bioprospección
Reyes (2007) señala que los conocimientos y saberes locales representan recursos valiosos
que deben incorporarse y otorgárseles valor dentro de cualquier programa de manejo de
recursos naturales. Rahman (2000) menciona su importancia en algunos países del norte
que, desde su perspectiva económica, los han etiquetado como un “recurso precioso”. Esto
significa que han pasado por un proceso de verificación y validación. Toledo (1992) ya
atribuía a la investigación etnoecológica la facultad de validar estos conocimientos y
saberes en la práctica del uso de los recursos naturales a través de su impacto sobre la
estructura y dinámica de los ecosistemas. Esto, sin embargo, es discutible. Para Roué
(2012) la importancia de reconocer y legitimar77 estos conocimientos y saberes tiene
implicaciones políticas dado que otorga titularidad sobre los mismos a sus dueños
originales con los derechos que implica ello, además de que son una herramienta para
dirimir el dominio de las tierras ancestrales. La revolución epistemológica que incluye los
conocimientos y saberes locales sigue la ruta de la democracia participativa, sobre el
conocimiento secular. La sombra de la validez de los conocimientos y saberes locales está
todavía latente debido al desafortunado intento de querer hacerlos parte de la ciencia,
cuando en realidad tienen un valor por sí mismos. Por ejemplo, Ramírez (2001) insiste en
otorgarle esa “figura epistémica” y sugiere que dicho salto “dialéctico” hacia la categoría
de ciencia, implica que estos conocimientos y saberes deben migrar a teorías integradas,
sistemáticas, lógicas y coherentes de proposiciones relacionadas con la cosmovisión
indígena. Esto resulta contradictorio y se apuesta a la subsunción de los conocimientos y
saberes locales hacia la racionalidad de Occidente. Sobre la inercia de clasificar lo qué es o
77
De acuerdo con Nazarea (2006) cualquier intento por evaluar o deconstruir el conocimiento
tradicional, es una muestra de la ignorancia acerca de su naturaleza sensorial que implica emociones
y memoria, que de hecho es lo que le da fuerza.
141
no es válido o verdadero como conocimiento, Nazarea (2006) menciona que argumentar
que éste tiene que reunir determinados requisitos para que pueda ser considerado dentro de
la norma de autenticidad, no debe ser tomado en serio.
¿Qué dicta la experiencia política de los pueblos originarios sobre el tema? Su
principal preocupación está centrada no en las relevancias epistemológicas que
insistentemente tratan de dirimir el conocimiento científico de frente a los conocimientos y
saberes locales. Su lucha es por un reconocimiento que políticamente sea viable en sus
condiciones de existencia. En los últimos años, el campo de batalla se ha extendido hacia la
propiedad intelectual de cara a la bioprospección (estudios de propiedades de especies
utilizadas ancestralmente por pueblos originarios y tradicionales, con el fin de explotarse
comercialmente y a gran escala) y a la biopiratería (robo de material biológico) que están
despojando del derecho del uso de recursos naturales y de conocimientos y saberes locales.
La zona amazónica es un caso excepcional de biopiratería donde no solo implica el hurto de
saberes, sino de las propias especies biológicas. En el norte de México fue colectado un
frijol de uso popular por un estadounidense; después de varias reproducciones logró
cambios fenotípicos y lo patentó, lo cual obliga a los campesinos mexicanos a pagar para
sembrarlo: en Ecuador, la sagrada planta de ayahuasca fue patentada por un laboratorio
estadounidense. A pesar de que dicha patente fue cancelada por la lucha emprendida por la
Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, se le reestableció
en el 2001 al mismo laboratorio. En este mismo país, 750 ranas de la especie Epipedobates
tricolor -de la que se extrae la epibatidina, un analgésico 200 veces más potente que la
morfina- fueron robadas y el analgésico patentado en Estados Unidos. En Perú, un
tubérculo cultivado durante miles de años fue apropiado por el gobierno japonés con fines
comerciales debido a la característica de tener sabor dulce pero no producir obesidad con su
consumo. Estudios señalan que el tráfico de especies y conocimiento genera a la región
amazónica pérdidas anuales superiores a los 10,000 millones de dólares (Arregui, 2011). La
situación sobre la bioprospección ya ha sido denunciada desde hace décadas por la Rural
Advancement Foundation International (RAFI), la que señala como su principal promotora
a la International Cooperative Biodiversity Group (ICBG), un consorcio de agencias
federales que incluye a los Institutos Nacionales de Salud, la Fundación Nacional de
Ciencia y el Ministerio de Agricultura de Estados Unidos (USDA) y que otorga donaciones
a instituciones de investigación públicas y comerciales que realizan programas de
142
bioprospección/ biopiratería, en países del Sur. Se tenían reportados financiamientos que
ascendían a 18.5 millones de dólares en siete países de América Latina (México, Perú,
Chile, Suriname, Argentina, Panamá y Costa Rica), tres africanos (Madagascar, Nigeria y
Camerún) y dos asiáticos (Vietnam y Laos). Lejos de lo que pudiera pensarse de estas
millonarias inversiones, no son las poblaciones locales poseedoras y desarrolladoras de
tales conocimientos las que se benefician. Más bien son las empresas multinacionales como
Glaxo-Wellcome, Bristol Myers Squibb, Shaman Pharmaceuticals, Dow Elanco
Agrosciences, Wyeth-Ayerst, American Cyanamid y Monsanto. De acuerdo con
Kloppenburg (1991), el 75% de las plantas poseedoras de ingredientes activos para
medicinas se usan en medicina tradicional indígena. Son entonces estas multinacionales
biotecnológicas las que dependen de la información extraída de los conocimientos y saberes
locales para crear nuevas drogas o semillas para cosechas. Y van por todo: actualmente,
tratados internacionales crean situaciones legales ventajosas para estas empresas las que, a
pesar de utilizar material y saberes locales, buscan la aprobación de marcos legales que les
permitan ser dueñas de los materiales genéticos así obtenidos. El respeto a los derechos de
autoría se ve vulnerado o injustamente compensado (si es que existe compensación). Pero,
eso sí, los conocimientos y saberes locales son considerados patrimonio común de la
humanidad y, por lo tanto, un bien público que no necesita pagarse. Así, los pueblos
originarios son negados del derecho a controlar y disponer de sus recursos y participar en
los beneficios derivados; se enfrental a la dificultad de que sean reconocidos sus derechos
de propiedad intelectual colectivos; y, no se valora oficialmente su conocimiento y saber
dada la ausencia de valor comercial reconocido. Su valoración está en función del precio
que los productos adquieren una vez procesados, transformados y distribuidos en los países
desarrollados.78
Como se ve, la problemática de los pueblos originarios deriva desde diferentes
frentes. No es raro entonces que la lucha indígena sea una lucha por la dignidad y justicia
cada vez más presente en diferentes partes del mundo. La pujante conciencia de los pueblos
originarios expresada en su lucha, ha permitido que exista una reconfiguración de los
tiempos y formas políticas desde sus actores como artífices de sus circunstancias. Es un
justo reclamo encaminado no necesariamente a la inclusión, sino al reconocimiento,
justicia, equidad, horizontalidad y dignidad. Incluye además un reclamo justo que transite
78
Véase: http://www.revistachiapas.org/No9/ch9cecena.html, y Arregui (1991).
143
hacia el reconocimiento de sus conocimientos, saberes, derechos, cosmovisiones,
identidades, producciones y organizaciones sociales, además de la reparación histórica de
los pasados siglos de vasallaje y colonialismo. Esta toma de conciencia deviene un
postulado epistémico político propio, in situ, personal y socialmente derivado de la
reflexión de sus condiciones de existencia que los ha llevado a participar en procesos de
lucha
y
transformación.
Dicha
subjetivación
personal
se
redimensiona
como
intersubjetividad colectiva, donde se entretejen la razón de ser de los pueblos originarios y
sus condiciones de vida. Además de la lucha frontal contra propuestas occidentales,
contiene nuevas formas de producción y empoderamiento que derivan en praxis concretas
contra hegemónicas en forma de ambientalismos radicales y populares (véase Taylor 1995),
pero también en procesos de adaptación que, a su manera, forman parte de la resistencia
local contra las asimetrías sociales.
La reacción de los pueblos originarios ante el embate globalizador es evidente.
Diferentes investigaciones (Toledo, 2000; Toledo y Ortíz-Espejel, 2014; Gasparello y
Quintana, 2009) muestran innovadores procesos amalgamados con ancestrales formas de
apropiación de la naturaleza. Toledo (2000) considera a nuestro país (México) como un
laboratorio donde diferentes experiencias de corte indígena y tradicional, dan muestras de
otras alternativas y estrategias de relacionarnos con la naturaleza, sin abdicar de la
modernidad, más bien “domesticándola”. Quizá sean estas acciones la manera más nítida de
resistencia de los pueblos originarios y tradicionales. Tiene que ver con lo que Maximiliano
Tanimuka, perteneciente al pueblo tanimuka de Ecuador dice: “Para garantizar nuestra
supervivencia es fundamental fortalecer nuestro modelo tradicional de manejo, uso y
conservación del territorio, y apropiar herramientas y tecnologías para transmitir ese
conocimiento entre nosotros”. Esto se traduce en lo que Marten (2012) llama inflexiones
ecológicas caracterizadas por: a) Estimulación y ayuda exterior; b) Adaptación entre el
sistema social y el ecosistema; d) Instituciones democráticas locales fuertes; e) “Dejar que
la naturaleza haga su trabajo”; f) “El efecto de demostración”; g) Lidiar con la complejidad
social; h) Diversidad y memoria social y ecológica; y, i) Contruyendo resiliencia y
asegurando la sustentabilidad.
Ahí están ejemplos prácticos de estos axiomas reflejados en actividades concretas
como la agroforestería, el turismo ecológico, la pesquería sustentable, la silvicultura
diversificada, las empresas comunales, la producción de café orgánico, los mecanismos de
144
economías locales con moneda propia, la conservación de los ecosistemas, etc., que reflejan
una resistencia y empoderamiento cuyos principales argumentos están en la práctica. El
estado de Oaxaca -el más diverso de México biológicamente y en lenguas, con sus más de
500 ejemplos de proyectos comunitarios desde bases ancestrales y tradicionales- es un claro
ejemplo de ello. Pero no podemos olvidar las luchas que actualmente se invisten como
referentes paradigmáticos como Cherán, Michoacán, que inicia con la defensa de su
territorio por temas de seguridad y deforestación, y actualmente es un ícono de
organización política comunitaria. También están diferentes experiencias comunitarias en
México, Costa Rica, Brasil y Australia y Tailandia sobre turismo sustentable y ecoturismo
que dan cuenta de alternativas amigables con el medio y con las propias comunidades
locales (Guzmán y Juárez, 2013). Este número de experiencas exitosas -muchas de las
cuales involucran a pueblos originarios y tradicionales- ha sido contabilizada en 239 casos
provenientes de 28 países (Silva y Vergara, 2012).
Esto no ha sido casual. Como menciona el campesino tailandés Thanawm
Chuwaingan, ante la debacle por erosión de suelo y degradación, la transformación lo
cambió todo: la mayor parte de lo que sucedió tuvo que ver con el cambio. La forma de
pensar de la gente cambió. Como comunidad, estamos aprendiendo juntos y compartiendo
el conocimiento los unos con los otros (véase Marten, 2012). Estos casos ejemplifican una
suerte de trascendencia del ecologismo de los pobres de Martínez-Alier (2004), en el que el
cuidado del entorno natural trasciende la visión burguesa de conservación de la naturaleza,
para constituirse un asunto de sobrevivencia.
“Ciencia” indígena
Existen reflexiones sobre la naturaleza epistémica elaboradas por integrantes de los propios
pueblos originarios. Ello ha derivado en el planteamiento de un “paradigma indígena de
investigación” -también llamado metodologías indígenas, paradigma indígena de
investigación, ciencia nativa o agendas de investigación indígena- desde la perspectiva de
investigadores indígenas, cuyo objetivo principal es decolonizar la investigación clásica
revalorando e implementando el conocimiento y saber local como base para la
investigación desde y por investigadores pertenecientes a pueblos originarios. Sobre este
tema que se desarrollará a continuación, Arévalo (2013) analiza el discurso de
investigadores provenientes de los pueblos originarios sami, cree, mäori, cree-metis, bantú,
145
hawai, quandamooka y aborígenes autralianos (sic), quienes laboran en universidades de
Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica, Canadá y Estados Unidos. La investigación desde la
perspectiva de los pueblos originarios tiene aristas agudas relacionadas con abusos a la
persona y a la cultura: a) Los propósitos y desarrollo de la investigación científica en
estudios del cuerpo humano implicó, durante decenas de años, el robo de cuerpos
indígenas: la patologización del indígena se hizo evidente, quien además de desmembrado
fue objetivizado y problematizado desde una perspectiva racista; b) En algunas partes de la
sierra huichola de México, se tiene especial reticencia a la presencia de antropólogos en sus
pueblos, dado que el tipo de investigación que realizan en muchos casos no es acordado y
exhibe prácticas y saberes sagrados. En el mejor de los casos, la investigación científica se
ha tornado un acto unidireccional que poco resuelve las apremiantes necesidades de los
pueblos originarios. No es raro entonces que “la palabra 'investigación' sea probablemente
una de las más sucias en el vocabulario indígena”, a decir de Tuhiwai Smith, investigadora
y activista mäori. Arévalo (2013) señala que estos diferentes investigadores indígenas están
desarrollando un discurso que implica procesos y estrategias de decolonización en la
investigación científica que conducirían al descubrimiento, recuperación, duelo, ensueño,
compromiso y acción desde los pueblos originarios.
146
CAPÍTULO 4
LA ETNOECOLOGÍA
Una característica del manejo de ecosistemas que realizan los pueblos originarios y
tradicionales es su perspectiva a largo plazo fundamentada en un profundo énfasis en la
conservación con solidaridad generacional. Como un indígena mencionó al antropólogo
Martin Von Hildebrand: “...la diferencia entre ustedes y nosotros es que mientras ustedes
heredan dineros a sus hijos, nosotros heredamos árboles y animales.” En estas muestras
solidarias se heredan y se inculcan valores no solo monetarios: el valor otorgado al dinero
como herencia y que permite comprar el mundo, es muy diferente al valor dado a la
naturaleza con todos sus procesos y actores de los cuales el indígena forma parte.
Es justamente esta visión y actitud hacia la naturaleza la que ha pasado a segundo
término para la dominante sociedad “civilizada”, “moderna” y “progresista”. Inmersos en el
“yo”, aquí y ahora, el mundo “desarrollado” se pierde cada vez más en su individualismo y
necesidad por colmar satisfacciones, más que satisfacer necesidades. Morin (1995) refiere
entre los males de la civilización al proceso de individualización que degrada solidaridades
y atomiza individualidades; también habla del revés de la tecnificación que lleva a la
cotidianidad de la máquina artificial. Para Morin, la monetarización -otro de los malesimplica la disminución de relaciones basadas en el servicio, la gratitud, el don, la amistad y
la fraternidad; señala las contradicciones de un modelo de desarrollo fundado en el
crecimiento económico, pero también en las depredaciones que impactan la calidad de vida.
Por ello es por lo que más que desarrollo sustentable, habla de civilización sustentable79.
Desgraciadamente, esta desbordada inercia permea hacia el interior de muchos pueblos
originarios que adoptan pautas culturales externas originando formas de sincretismo que
potencialmente pueden desplazar la cultura propia (véase Bonfil, 1991). Diferentes
El gran dilema del desarrollo sustentable es que aún con su discurso de solidaridad generacional,
su origen de corte economicista le impide renunciar a la dominación sobre la naturaleza, si acaso,
atenuarla. Se ha discutido mucho si los pueblos originarios practicaron o aún practican lo que ahora
conocemos como sustentabilidad. Pero dado que el contexto cosmisivo y la racionalidad entre estos
pueblos y la sociedad moderna donde se parió este concepto difieren entre sí, puede resultar poco
defendible hablar de desarrollo sustentable en pueblos ancestrales. Sin embargo, si se trata de
prácticas de manejo de los ecosistemas, hablar de sustentabilidad más que de desarrollo sustentable,
tiene más sentido.
79
147
ejemplos en todo el mundo han demostrado que estos pueblos y otros actores rurales usan y
manejan los ecosistemas calculando un nivel de perturbación. Reichel-Dolmatoff (1976)
menciona que el conjunto de principios ecológicos elaborados por los pueblos originarios y
tradicionales, combinado con particulares esquemas sociales y reglas económicas, permite
el equilibro entre la continuidad de los recursos disponibles y las demandas de la sociedad.
Sin embargo, esta visión del “buen salvaje” ha sido objetada por diferentes investigadores
como veremos más delante. Es a través de la etnoecología que podemos dar una respuesta a
este tipo de disertaciones.
Origen de la etnoecología
Si queremos encontrar las raíces de la etnoecología, debemos mirar hacia la antropología,
pero cuidarnos de fijar fechas. Y es que como con la historia y la antropología, la
etnoecología no tiene un principio claro y definido, más allá del bautizo a su campo
temático inaugurado con H. Conklin. El abordaje antropológico circunscrito o relacionado
al entorno ambiental, no es nuevo. Ya Hipócrates (460-377 a. C.) en sus obras "De Natura
Hominis" y "De Aere, Aquis et Locis", hablaba de lo que después se conocería como
determinismo ambiental; G.L. de Buffon (o Conde Bufón, 1707-1778), abordó el estudio de
la humanidad desde la perspectiva de “especie” y de su relación con la naturaleza; Johann
F. Blumenbach (1725-1840) fue el primero en emplear la palabra “antropología”
(antropología física), en su obra: "De Generis Humani Varietate Nativa" (1795)80. Sería en
el siglo decimonónico, cuando la antropología fructificó y evolucionó a la luz de diferentes
teoría y sustentos epistemológicos y metodológicos. Ahí están, por ejemplo, las
perspectivas evolucionistas, difusionistas, histórica, empirista, funcionalista, estructuralista,
del materialismo, la nueva etnografía posmodernista. La antropología cobra especial
importancia con autores como C. Lévi-Strauss y R. A. Rappaport, cuyas perspectivas
permiten no únicamente focalizar la atención en la forma de construcción del conocimiento
por sociedades “no occidentalizadas”, sino por hacer evidente la relación de la sociedad
(cultura) frente a su contexto ecológico.
La etnoecología es un campo en construcción dado que no ha alcanzado su madurez
con relación al consenso que debe existir sobre su definición y método (Toledo y AlarcónCháires, 2012). Hviding (1996) realizó una crítica a la etnoecología dada su incapacidad
80
Fuente: http://teoriasantropologicas.com
148
para proponer una “etnoepistemología” alternativa y aclarada dentro del discurso de la
ciencia. Esta poca claridad ha favorecido que la utilización de la palabra “etnoecología” sea
bajo diferentes perspectivas, intereses, posiciones éticas, políticas e ideológicas (véase
Posey et al., 1984), pero siguiendo el interés común en el pensamiento y la conducta
humana (Gragson y Blount, 1999). Alves y Souto (2010) presentan un análisis de enfoques
realizados por diversos autores sobre los sentidos en los que se ha invocado particularmente
a la etnoecología: percepciones, integración, combinación o cruce de conocimientos,
interfase, campo de saberes, diálogos y realidades compartidas, multirreferenciales y
multidimensionales.
De acuerdo con Toledo (1992), el origen de la etnoecología se enraíza en al menos
cuatro corrientes: la etnobiología, la agroecología, la etnociencia y la geografía ambiental
con trabajos seminales desarrollados por investigadores como H. Conklin, L. Strauss, B.
Berlin, E. Hunn, D. Posey, E. Hernández X., A. Jonhson, S. Hecht, M. Bellon, R. Ellen, A.
Vayda y R. Rappaport, entre los más destacados. Pero la etnoecología no se ha quedado
estática
y
continuamente
está
siendo
refrescada
con
nuevas
perspectivas
y
reinterpretaciones. Ahí está por ejemplo la etnoecología del paisaje de L. M. Johnson y E.
Hunn. A ello habría que mencionar la necesidad de enfoques que naturalmente están
encaminándose, por ejemplo, desde la perspectiva del pensamiento complejo, como se
pretende en la presente obra. Reyes y Martí (2007) ubican su origen en las reacciones al
determinismo ambiental enmarcado en la antropología cognitiva.
Sería más tarde cuando se reconocería el valor y potencial del sistema de
conocimientos y saberes locales, así como su perspectiva ética en documentos como
Nuestro Futuro Común (1987), la Convención de Diversidad Biológica (1993), la
Declaración de Budapest (1999) sobre la Ciencia y la Utilización del Conocimiento
Científico, la Convención Internacional para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural
Inmaterial (2003), la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las
Expresiones Culturales (2005) y el Protocolo de Nagoya (2010) sobre Acceso a los
Recursos Genéticos y Participación Justa y Equitativa en los Beneficios que se Deriven de
su Utilización, entre otros.
149
¿Qué es la etnoecología?
Fue en 1954, cuando Harold Conklin acuñó el término “etnoecología” en su obra titulada
La relación de la Cultura Hanuno y el Mundo Vegetal, producto de una investigación
desarrollada en Las Filipinas. Ese mismo año introdujo el término “perspectiva u
aproximación etnoecológica” en un artículo seminal que llevaría a la postre a desmantelar
el punto de vista dominante en la agricultura itinerante, considerada entonces como un
estilo de vida casual, destructivo y primitivo. Durand (2000) menciona que la etnoecología
surgió como una disciplina romántica81 por lo que los conflictos que se derivan entre el
positivismo de la ciencia y el relativismo le son ajenos, pero con el riesgo de encerrarla en
la autocontemplación de una percepción de la realidad ajena a sus objetivos. Por otro lado,
ha permitido legitimar y acceder al universo de los sentidos, de las intenciones, las
motivaciones y la lleva a comprender los objetivos de aquellos quienes producen la cultura,
no sólo de quienes la estudian.
Han surgido diferentes intentos por definirla (Cuadro 4.1). Entre los enfoques
utilizados están aquellos que enfatizan la relación de ésta como parte de la etnociencia y su
relación con la antropología (Johnson, 1974; Hunn, 1982; Gragson y Blount, 1999); el
conocimiento y su práctica (Conklin, 1954); la interacción sociedad-ambiente (Bye, 1981);
las percepciones (Posey et al., 1984; Casagrande, 2012); las relaciones entre conocimiento
y comportamiento humano (Bellon, 1990; Martin, 1995); los sistemas de clasificación
(Brosius et al., 1986); y, la perspectiva epistemológica y sustentable (Rist y DahdouhGuebas, 2006).
Como consecuencia de su propio estado emergente, esta diversidad de conceptos y
definiciones dan cuenta que más que “etnoecología” existen “etnoecologías”, como lo
señala tanto Toledo y Barrera-Bassols (2008) con diferentes estudios de caso de diferentes
partes del mundo, así como Toledo y Alarcón-Cháires (2012) en su análisis sobre el estado
del arte de la investigación de la perspectiva etnoecológica. Realmente es un término muy
flexible y moldeable a diferentes casos, tanto por su propia naturaleza, como por falta de
bases teóricas sólidas. No es raro entonces que el abordaje de un estudio de caso se realice
desde la perspectiva etnoecológica, sin que necesariamente se haga mención de ello. Pero
incluso, en una perspectiva más amplia, se pueden distinguir diferencias axiológicas y
81
Mientras que la modernidad surge como crítica al medievo encumbrando la razón, el
romanticismo es una respuesta a dicho racionalismo que reduce al ser a su saber racional,
rechazando otras formas de apelación a la construcción de la realidad (véase Durand, 2000).
150
epistemológicas hacia la etnoecología. Desde la perspectiva de la ciencia clásica existe una
duda acerca no tanto de su capacidad de explicación del mundo, sino de su naturaleza.
Desde la etnociencia, lo que se pretende es legitimar su teoría y método en busca de
trascender los prejuicios que la han acotado, por lo que se insiste en probar su valor desde
una perspectiva científica clásica.
Cuadro 4.1. Definiciones de la etnoecología
Autor
Definición
H. Conklin, 1954
Forma en que los componentes ambientales y sus interrelaciones se
clasifican e interpretan localmente, y las relaciones entre el conocimiento,
la toma de decisiones y la acción.
A. Johnson, 1974, p. …una aproximación distintiva a la ecología humana la cual obtiene sus
87*
objetivos y métodos de la etnociencia.
R. Bye, 1981*
Las bases ecológicas de las interacciones y relaciones humanas con el
ambiente.
E. Hunn, 1982, p. Un nuevo campo que integra la teoría etnocientífica y la ecológica.
830
J.P. Brosius et. al., El estudio de cómo los grupos tradicionales organizan y clasifican su
1986, p. 187*
conocimiento del ambiente y sus procesos.
D.A. Posey et al., …percepciones indígenas de las divisiones naturales presentes en el
1984, p. 97*
mundo biológico y de las relaciones planta-animal y los seres humanos.
M. Bellon, 1990, p. Tiene como objetivo la comprensión de la relación entre el conocimiento,
6*
la cognición y el comportamiento en la medida en que éstas se refieren a
la interacción entre los seres humanos y el medio ambiente.
G. Martin, 1995
Todos los estudios a través de los cuales se puede explicar la relación de
los pueblos locales con su ambiente e incluye como subdisciplinas
auxiliares en este proceso a la etnobiología, la etnobotánica, la
etnomicología y la etnozoología.
T.L. Gragson y B.G. Una perspectiva y un medio para integrar el método, la teoría y la
Blount, 1999, p. práctica antropológica con el interés en pueblos, sociedades y culturas
XVIII*
específicas.
I. Davidson, 2000
Ciencia sobre cómo los pueblos entienden su relación con animales,
plantas y elementos físicos de su entorno.
A. Johnson, 2010a
Aproximación distintiva a la ecología humana la cual obtiene sus
objetivos y métodos de la etnociencia.
D, Casagrande, 2012 Estudio transcultural de cómo la gente percibe y manipula su entorno.
Fuente: * Toledo, 2002
Realmente
son
pocos
los
autores
que
han
tratado
de
desarrollar
epistemológicamente el concepto de la etnoecología:
1. V.M. Toledo (2002), en un trabajo conceptualmente relevante para la
construcción de su marco teórico, la refiere como la exploración sobre la manera en que la
naturaleza es vista por grupos humanos a través de sus creencias, conocimientos y
151
propósitos, y cómo en términos de esas imágenes, los humanos usan, manejan y se apropian
de los recursos naturales. Para Toledo, el término “etnoecología” ha sido usado sin una base
teórica
y
metodológica,
generalmente
referido
a
un
conocimiento
indígena
descontextualizado cultural, ética, social y productivamente. Enfatiza en la importancia de
integrar el fenómeno intelectual con su práctica, es decir, explorar las conexiones existentes
entre el conjunto de símbolos, conceptos y percepciones sobre la naturaleza con las
operaciones prácticas a través de las cuales se efectúa la apropiación material de la
naturaleza. La importancia de la perspectiva etnoecológica, según este autor, es que
correlaciona la diversidad biológica y la diversidad cultural y resalta la importancia
estratégica de los pueblos originarios en la apropiación naturaleza. Esto implica que la
etnoecología refiere el análisis de grupos humanos no como objetos de estudio, sino como
sujetos sociales quienes ponen en acción procesos intelectuales (conocimiento y creencias),
toman decisiones y ejecutan operaciones prácticas. Por ello, de acuerdo con este autor (p.
514), la etnoecología se convierte “en una disciplina que cubre los tres dominios
inseparables del paisaje: la naturaleza, la producción y la cultura”.
2. V. Nazarea (1999a y 1999c) señala que la etnoecología aborda el conocimiento
humano del ambiente y sus componentes (plantas, animales, agua, suelos, etc.), así como
los sistemas de clasificación que finalmente guían a la acción. Analiza las conexiones entre
los paisajes y los entornos culturales en el medio natural (lifescapes) y las prácticas de
gestión de recursos. Si el paisaje es interpretado como un mosaico de componentes que
interactúan con los dos puntos en común y únicos, un lifescapes se visualiza como la
superposición de las intenciones, propósitos y puntos de vista humanos sobre el ambiente y
los patrones resultantes de la producción, consumo y distribución. La etnoecología es
entonces una perspectiva que permite detectar la relación entre la sociedad y la naturaleza
remarcando el papel del conocimiento en el acto de apropiación de esta última. Pero
también contiene los planes, proyecciones y esquemas que determinan la productividad,
equidad y sustentabilidad de sus prácticas. Esto evidencia la intencionalidad durante la
apropiación de la naturaleza. Ello se traduce en que la generación de este conocimiento
responde a necesidades, es resiliente82, dinámico y evoluciona con el entorno natural. Esta
82
La resiliencia es una manera de medir la cantidad de cambio que puede sobrellevar un sistema sin
perder el control de sus funciones y estructuras, es decir, es la capacidad de un sistema para
absorber impactos. Depende de la capacidad en que el sistema se pueda autoorganizar, construir y
aumentar su capacidad de aprendizaje y adaptación (Berkes y Turner, 2005).
152
dinámica esta inscrita en las interpretaciones y entendidos de los contextos que cada
generación vive83. Considera además que los propios conocimientos reinterpretan sus
propios contenidos y objetivos. De acuerdo con V. Nazarea, la etnoecología ofrece una base
para el análisis y resolución de problemas relacionados con el manejo y la conservación de
la biodiversidad, con la agricultura sustentable84, los derechos de propiedad intelectual y del
entendimiento de la relación sociedad-naturaleza. Se pregunta si los intentos por definir,
aislar, archivar y transferir los conocimientos y saberes locales pueden ser un remedo de la
construcción científica. De ser así, resultaría contradictorio dado que éstos se caracterizan
por su fuerte relación con el contexto social y natural en que se construyen, deconstruyen y
reconstruyen. Con ello, sin duda se abren nuevas perspectivas de disciplinas como la
antropología y la etnología a las cuales provee de nuevos discursos y campos de
investigación.
3. Rist y Dahdouh-Guebas (2006), indican que la etnoecología es la herramienta
conceptual que permite arribar a una comprensión más completa de los campos, los actores,
las formas de conocimiento y de los correspondientes fundamentos epistemológicos y
ontológicas de la relación sociedad-naturaleza (Rist y Dahdouh-Guebas, 2006). Es decir,
permite mantener relacionados el mundo concreto del manejo de la naturaleza con aspectos
sociales, cognitivos y culturales más generales. Su escala de análisis, si bien como el resto
de la etnociencia es local y regional, difícilmente puede escapar a la interdependencia de
factores globales85. Estos autores enfatizan el papel de las nuevas formas de comunicación,
transporte y tecnologías, así como de la distribución iniquitativa de recursos, poder y
oportunidades, en la modificación de patrones de acción, orientación e interpretación por
parte de los actores locales. La etnoecología, de acuerdo con estos autores, hace visible que
el sistema de conocimientos y saberes locales son más que una mera colección de
empirismos aislados de los contextos mundiales, dado que está demostrado que más que
una carencia de una dimensión global se interpreta de maneras diferentes. Para Rist y
Dahdouh-Guebas (2006), el sistema de conocimientos y saberes locales está relacionado a
la ciencia para la sustentabilidad, dado que implica el papel de la organización social
83
“El mundo no tiene un reloj único” (Porto, 2009, p.2).
La palabra “sustentabilidad” en esta definición también señala aspectos relacionados con la
solidaridad generacional y una cosmovisión íntimamente relacionada con la naturaleza.
85
Para Darrell A. Posey dice que “el conocimiento tradicional no es un conocimiento local, es el
conocimiento de lo universal expresado localmente”.
84
153
(regulación en el acceso, distribución y uso de los recursos naturales). En resumen, la
importancia de la etnoecología es que: a) Aporta ideas conceptuales y metodológicas
previendo la investigación inter- y transdisciplinaria; b) Hace explícitas normas, valores,
experiencias y competencias específicas de los manejadores de la naturaleza “tradicionales”
y “modernos”; c) Aclara que estos sistemas de conocimiento no tienen la noción clásica de
globalización sino una fundamentada en su propio fondo cultural; y, d) Permite la creación
de bases firmes que ligan prácticas, orientaciones y patrones de interpretación desde una
perspectiva intercultural.
4. L.M. Johnson (2010b) realiza su abordaje desde lo que llama “etnoecología del
paisaje”, que conceptualiza como el estudio de la relación de los pueblos con su ambiente.
Para esta autora, es importante considerar: a) Los ecotipos culturales (kinds of places); b) El
sistema de conocimientos y saberes locales; c) Sus prácticas, d) La historia de los paisajes
locales; e) La memoria humana; y, f) Los significados relacionados a la cosmología.
5. F. Berkes (1999) conceptualiza al sistema de conocimientos y saberes locales desde
una perspectiva adaptativa, es decir, una estrategia humana al medio ambiente, como ya
Toledo (1992) lo había señalado. Para Berkes, dicho sistema incorpora conocimientos,
creencias y prácticas que van coevolucionando a la par con la naturaleza. La importancia de
esta perspectiva es que evita las trampas del determinismo y libera de los atavismos que
enclaustran a la cultura.
Las diferentes definiciones y conceptos de la etnoecología enfatizan interrelaciones:
sociedad/naturaleza;
conocimiento
científico/conocimiento
tradicional;
ciencias
naturales/ciencias sociales; conocimiento/creencias (Alves y Souto, 2010). En las
definiciones anteriores algunas palabras claves que permiten entender y dar elementos para
la construcción de un concepto de la etnoecología refieren a: interdisciplina, creencias,
conocimientos, saberes, apropiación y manejo, recursos naturales, ecología, relaciones,
método, grupos tradicionales, organización, clasificación, lenguaje, conservación,
transcultural, entendimiento, paisajes, cultura, productividad, equidad, sustentabilidad,
prácticas, análisis, solución, agricultura, derechos, propiedad intelectual, campo emergente,
sociedad-naturaleza, sabiduría local, coevolución, campo emergente y complejidad.
Destaca la ausencia de la palabra “indígena”; implican también aspectos metodológicos;
amplía el sujeto/objeto de estudio; incursionan en aspectos de la ecología política,
154
reconocen la evolución paralela entre la sociedad humana y su entorno natural; y, forman
parte de la investigación de frontera.
Diversas investigaciones sugieren que existen más de una etnoecología (véase Toledo
y Alarcón-Cháires, 2013), pero es necesario un sustento epistémico más sólido que permita
evitar tanto la atomización que ocurre en la ciencia, como la agrupación forzada que lleva a
homologar conceptos. Es importante señalar que la diferencia entre la ecología y la
etnoecología, entre otras cosas, es el punto de referencia a partir del cual surge una
explicación: en la primera se deriva de un análisis científicamente informado, mientras que
en la segunda deriva de contextos culturales diversos que definen un sistema particular
(Gragson y Blount, 1999). La pregunta -como Mariaca y Castro (1999) afirman para la
etnobiología- debe discernir si la definición de la etnoecología es un valor entendido cuya
concepción acerca inevitablemente a la relación entre un sector de la sociedad (pueblos
originarios y tradicionales) y su entorno natural. Sin embargo, este valor no es tan
entendido ni aclarado debido a que es cuestionado epistemológicamente (desde la teoría del
conocimiento científico) con relación a su origen lógico, valor y contenido de los
problemas, principios, hipótesis y resultados derivados de su quehacer científico. En otro
nivel, la investigación etnocológica es más bien gnoseológica, es decir, que su campo de
estudio deviene de la teoría general del conocimiento, circunscrito a las prácticas sociales
muchas veces referidas al mundo sensorial y racional. Más que epistemologías múltiples
(que enclaustra en la lógica cientificista), se debe hablar de gnoseologías múltiples, es
decir, reconocer las diferentes formas y objetivos en la construcción de los conocimientos y
saberes.
Volviendo al tema, en este caso, conceptualizo a la etnoecología como “Una
aproximación con enfoque humanístico y científico a la comprensión de las relaciones
cognitivas, sociales, espirituales y adaptativas que guardan los pueblos originarios y
tradicionales con su entorno ecológico-productivo en contextos históricos, institucionales y
territoriales determinados”.
Se habla de “aproximación” como un reconocimiento a las limitaciones para poder
entender cabalmente procesos complejos; se refiere al “humanismo” por la responsabilidad
ética y moral que implica; “científica” porque no se puede prescindir de la objetividad y
medios explicativos de la ciencia; se menciona “comprensión” y no tanto “entendimiento”
desde la perspectiva moriniana, porque la comprensión conlleva profundizar en las razones
155
que derivan actos; “relaciones” implica un enfoque sistémico; “cognitivas” alude a los
procesos intelectuales; “sociales” a la determinación organizativa; “espirituales” aclara la
naturaleza profunda de las pautas de comportamiento; “adaptativas” refiere a la capacidad
de respuesta y plasticidad ante emergencias; “guardan” se usa para reconocer a sus
depositarios originales y custodios desde el punto de vista del patrimonio biocultural;
“pueblos originarios y tradicionales” para dar certeza sobre quiénes son tales custodios que
además de las poblaciones indígenas, incluye a poblaciones no indígenas con una historia
ancestral de usos y costumbres ligadas a sus ecosistemas; “ecológico/productivo” implica
un conocimiento puesto en práctica; referir lo “histórico” y el “territorio” da pertenencia de
tiempos y procesos evolutivos inscritos y reconocidos socialmente en un espacio; e,
“institucional” señala la existencia de normas internas y propias que determinan la
apropiación de la naturaleza. Y es que la etnoecología “no puede ignorar el fundamento
histórico y político de los aspectos de representación y la directiva de la cultura, ni las
cuestiones de distribución, acceso y poder que dan forma al conocimiento los sistemas y
las prácticas resultantes” (Nazarea 1999b, p. 5; trad. pers.).
Así es como la etnoecología es un intento desde la etnociencia por buscar la
integración entre conocimientos y saberes locales, con el conocimiento científico (véase
Berkes, 1993). Como su nombre lo indica, aborda la relación entre la cultura -referida a
pueblos indígenas u originarios y pueblos tradicionales- y la naturaleza. La etnoecología,
por la propia esencia compleja del conocimiento, hace que sea más implícita que explícita
(véase Johnson, 2010a y 201b). Para Alves y Souto (2010), el hecho de que la etnoecología
sea un campo de conocimiento reciente e híbrido, influye en que no exista una definición
unificada o consensuada, pero señalan que quizá esto no sea necesario sino más bien
benéfico, dado que atestigua las diferentes perspectivas de abordar la diversidad cultural, lo
cual debería ser un ejemplo para el propio medio científico. Además de ser una palabra
compuesta, la etnoecología tiene la propiedad de aglutinar dentro de su campo a otras
disciplinas científicas aparentemente alejadas entre sí, condición surgida de la parcelación
artificial de la realidad humana propuesta y desarrollada por la ciencia clásica (Figura 4.1).
156
Figura 4.1 Disciplinas que participan en la construcción de la perspectiva
etnoecológica.
Desde la perspectiva etnoecológica, existe la necesidad de reconocer un flujo y
reflujo multidireccional y temporal de información entre los diferentes campos del saber,
cuya integración permiten tener una aproximación más cercana a lo real. Dicho
reconocimiento debe romper aquellas visiones que llevan a la reducción estructural y
funcional de los sistemas bajo categorías homogéneas privadas de cualquier contexto
significativo. De esta manera podremos voltear hacia otras latitudes epistémicas para
valorar sus implicaciones y repercusiones. Según Nazarea (1999a), hemos gastado energía
y tiempo en descifrar o imaginar regularidades y uniformidades, cuando realmente las
irregularidades y variaciones son infinitamente más poderosas y relevante.
Esta conducta obsesiva ha encerrado nuestras ideas y acciones en el paradigma de la
hipercoherencia, cuando en realidad es la variabilidad de los conceptos lo que constituye el
desafío. Más aún, la imaginación sería un componente fundamental en el proyecto de la
etnoecología, que llevaría a la “ecología vivida” a diferencia de la ecología clásica o
157
“ecología analizada” (Dwyer, 2005). Implica que el mundo se “construye” antes de actuar
sobre él.
Así, la etnoecología permite superar las perspectivas disciplinarias clásicas
tendiendo
puentes
entre
las
llamadas
“ciencias
naturales”
y
las
“ciencias
sociales/humanidades” que sin duda pueden facilitar la resolución de conflictos
socioambientales. La etnoecología también replantea la manera de percibir a su
“objeto/sujeto” de estudio permitiendo redefinir “naturaleza” y “cultura” como un
continuum dependiente. “No hay separación del objeto y del sujeto; este principio de no
separación (principio de indecibilidad de origen), nos impide separar lo que viene del
sujeto y lo que proviene del objeto”, dice Saavedra (2009, p. 75).86
Se trata más bien de revisualizar la investigación permitiendo que el poseedor de los
conocimientos y saberes se convierta en sujeto de la investigación de su propia cultura y no
en objetos de investigación (Ramírez, 2001). Está relacionado con la aseveración de que el
conocimiento del paradigma emergente que incluye a la etnoecología tiene que ser un
conocimiento no dualista, más bien polivalente, por lo tanto sustentado en la superación de
las distinciones tan familiares y obvias ya mencionadas que hasta hace poco
considerábamos
vivo/inanimado,
insustituibles,
tales
mente/materia,
como
naturaleza/cultura,
observador/observado,
natural/artificial,
subjetivo/objetivo,
colectivo/individual, animal/persona (véase Santos, 2009). Tiene que ver con el cómo se
sitúa el investigador -con toda su carga epistémica y cultural- ante los hechos que aborda,
permitiéndole así cuestionarse su papel ante una cultura extraña y ajena, como refiere
Morin (1984).
Etnoecología ¿Hibridación etno/antropológica y ecológica?
El surgimiento de las disciplinas híbridas (Toledo, 1999) da cuenta que más que una simple
fusión de contenidos y metodologías, las llamadas “ciencias nuevas” reflejan la
complejidad del mundo y la diversidad de abordaje de la realidad, pretendiendo romper con
los atavismos de su fragmentación. Lo que Toledo llama “disciplinas híbridas”, representan
una reacción natural al proceso general de parcelización y especialización que busca nuevas
alternativas a la crisis socioambiental. En este sentido, la ecología juega un papel
86
Lo observado es afectado por el acto de observar y por el observador; de la misma manera, el
observador es también trastocado por el acto de observar y por lo observado.
158
importante dado que ha logrado una síntesis original de los conocimientos provenientes de
las ciencias de la Tierra y del mundo vivo, así como de la física y de la química, síntesis
que cristalizó en la propuesta, rigurosidad y decantamiento del concepto de ecosistema, su
objeto de estudio (Toledo, 1999). Representa un proceso de carácter multipolar en el que se
está logrando vencer la resistencia de los ecólogos que refieren meramente a los fenómenos
de la naturaleza, además de que se han ido derribando las barreras de impermeabilidad y
pureza disciplinaria. Este encuentro entre disciplinas ha favorecido la fertilización
recíproca. Según Toledo (1999, p. 22):
“…desde una perspectiva sociológica, los factores detonadores de estas
nuevas disciplinas híbridas han sido, sin duda, el proceso de globalización
del fenómeno humano, el desarrollo mismo del conocimiento especializado,
el despliegue de nuevas tecnologías y en el centro de todo ello, la aparición
y el agudizamiento de la llamada crisis ambiental o ecológica que, presente
ya a una escala planetaria, se ha vuelto más frecuente, más grave y de
mayor escala en las últimas décadas.”
Ford (1999) hace un análisis sobre cómo evolucionaron y aportaron otras disciplinas
relacionadas a la antropología para la construcción de la etnoecología. De acuerdo con
dicho autor, fueron H. Conklin y B. Frake quienes señalaron la importancia de la ecología
antropológica como impulsora de la incorporación de los datos etnocientíficos de culturas
específicas. Esto favoreció que los antropólogos, por un lado, y los ecólogos por el otro,
finalmente se descubrieran entre sí, permitiendo la aplicación, fusión y reinterpretación de
la terminología por ambas empleadas. Aunque fue un avance importante, el sesgo
científicista todavía estaba lejos de reconocer la perspectiva de los pueblos originarios y sus
reglas acerca de la adaptación al medio ambiente. Ford también menciona la importancia de
los estudios lingüísticos en la construcción de las nuevas teorías ecológicas y de la ecología
cultural que se estaba desarrollando. Después de Conklin y con el transcurso de los años,
investigaciones posteriores llevaron a la comprensión del complejo formado por los
conocimientos y saber locales, evidenciando el desconocimiento, arrogancia e indiferencia
de desde al ámbito científico hacia otras formas de conocimiento y pensamiento
considerados diferentes e inferiores, como ya se ha mencionado. Para Leff (2011, p. 68),
“…la hibridación de identidades implica la internacionalización de lo otro
en lo uno, en un juego de mismidades que introyectan otredades sin
159
renunciar a su ser individual y colectivo. La constitución de identidades
híbridas no es su dilución en la entropía del intercambio subjetivo y
comunicativo, sino la afirmación de sus procesos de reivindicación cultural
y sus sentidos diferenciados”.
Es, según Leff, una relación de otredades, de encuentro entre seres diferentes que
internaliza en la otredad del saber del conocimiento. Es desde la epistemología ambiental
que se dieron cuestionamientos a las teorías y metodologías sistémicas que desconocen a
los paradigmas de las ciencias, que más bien actúan como “los obstáculos epistemológicos
y las condiciones teóricas para articularse con otras ciencias en el campo de las relaciones
sociedad-naturaleza” (Leff, 2011, p. 19).
Las diversas fuentes que pretenden construir la etnoecología son: la antropología, la
ecología, la antropología ecológica, la ecología cultural, el materialismo cultural, la
ecología histórica, la historia ambiental, la ecología política, la ecología espiritual, la
ecología humana, la antropología cultural, la lingüística cultural, la antropología, la
etnografía, la etnología, la etnobiología, la agronomía, la agroecología y la geografía. Sería
en las décadas de 1980 y 1990 cuando despuntó la investigación etnoecológica hacia
diferentes líneas aportando nuevas definiciones, orientaciones teóricas innovadoras y
aproximaciones metodológicas cualitativas y cuantitativas sofisticadas, aplicadas a los
conocimientos y saberes locales con relación al ambiente.
Con la intención de poder distinguirlas de la etnoecología, a continuación, se realiza
un abordaje de cada una de ellas, además de otras perspectivas como la etnografía, la
etnobiología, la agronomía, la agroecología y la geografía que, como se ha señalado, han
jugado un importante papel en la construcción teórica de la etnoecología.
1. La ecología, en términos generales, la entendemos como la ciencia que estudia y
analiza la relación que surge entre los seres vivos y el entorno que los rodea. Toledo y
Barrera-Bassols (2008) citando a varios autores mencionan que existen “dos ecologías” que
se diferencían entre sí por la forma de aproximarse a la naturaleza por parte del ser humano
que derivan en el conocimiento abstracto y conocimiento histórico; conocer y saber; ciencia
neolítica y ciencia moderna. Aunque de acuerdo con Alves y Souto (2010), la ecología está
transitando de ser un puentre entre procesos físicos y biológicos, a tener un enfoque
interdisciplinario con la inclusión de la academia, con la movilización social ambientalista,
políticas públicas, teorías de desarrollo, lo que la ha llevado a estar cerca de la
160
etnoecología, la ecología cultural, la ecología humana, la antropología ecológica y el
ecofeminismo, entre otros. Pero desde otra perspectiva Holling (1998) menciona la
existencia de dos culturas de la ecología y refiere que ésta se encuentra en proceso de
transición que la están llevando hacia la política y la práctica de la ciencia en beneficio de
la sociedad. Una de ellas está relacionada con el análisis, la experimentación, el
reduccionismo y la disciplinariedad. La otra es de carácter interdisciplinario, combina las
perspectivas históricas, comparativas y experimentales en escalas apropiadas al tema.
Hersch, González y Fierro (2004), señalan que las dimensiones biológica y social tienen
una convergencia natural dentro del campo de las “ecologías nativas”. Biersack (1999)
supone la aparición de diferentes “ecologías” distinguiendo:
la ecología política87, la
ecología histórica88 y la ecología simbólica o etnoecología. Para Gragson y Blount (1999,
en Rist y Dahdouh-Guebas, 2006, p. 475)
“…una diferencia clave entre la ecología y etnoecología es el punto de
referencia a partir del cual se deriva una explicación. Mientras que, en el
primer caso, la explicación viene dada por un analista científicamente
informado, en el caso de etnoecología la explicación deriva de personas
pertenecientes a diversas culturas participando e interviniendo activamente
en las relaciones que definen un sistema en particular.”
Para Morin (2005), el gran mérito de la ecología o ecosistemología, es que aporta de
manera fundamental a la teoría de la organización de lo vivo, de tal suerte que la naturaleza
deja de ser algo desordenado, pasivo y amorfo para convertirse en una totalidad compleja.
2. La antropología con enfoque ecológico (antropología ecológica) no está
interesada en explicar el funcionamiento de los fenómenos, sino tratar de elucidar su
origen. Esto acerca al concepto de antropología ecológica. Su campo de estudio se centra en
la relación entre el ambiente, una población humana y la cultura como una estrategia
adaptativa hacia la supervivencia o bienestar de una comunidad humana. Nuevas formas de
concebir la relación entre cultura y naturaleza empezaron a surgir. Por ejemplo, Vayda
87
La ecología política explora le papel de las relaciones de poder que determinan el uso de los
recursos naturales y el ambiente, así como las relaciones entre la sociedad humana vistas desde su
complejidad biocultural y política, y el significado de la naturaleza humanizada (véase a Biersack,
1999).
88
La ecología histórica aborda las relaciones dialécticas existentes entre los actos humanos y los
actos de la naturaleza, y se manifiestan, se mantienen o se modifican en la práctica realizadas sobre
el paisaje, donde se toman las decisiones, y las ideas cobran forma (véase a Biersack, 1999).
161
enfocó su atención sobre cómo los individuos enfrentaban los problemas ambientales, lo
que convirtió a la antropología ecológica89 en un campo para el análisis de los desastres
ecológicos, sus múltiples impactos sociales y sus soluciones. La antropología ecológica se
redenfinó así misma a partir del análisis y comprensión del comportamiento ecológico de
diferentes culturas, aunque estas perspectivas fueron más bien relegadas a meras
decripciones etnográficas y desechadas por la emergente “ecología neofuncionalista (Ford,
1999)90. La relación entre etnoecología y antropología ecológica según Hunn (1999) que la
perspectiva moderna de ésta además de la antropología semiótica cognitiva, están
representada por la etnoecología. Y es que como dice Rappaport, la etnociencia como
metodología debe incluir el conocimiento ambiental y el entorno operativo (Ford, 1999).
Acorde a ello, según Nazarea (2006), el contexto (local) y la coherencia (cognitiva) tienen
un significado esencial en la etnoecología, así como también en la fenomenología y la
sociología del conocimiento. Orlove (1980) define a la antropología ecológica como el
estudio de las relaciones entre las dinámicas poblacionales, la organización social y la
cultura de un grupo humano con el ambiente en el que vive. Incluye investigaciones
comparativas, así como análisis de poblaciones específicas desde perspectivas sincrónicas y
diacrónicas. En muchos casos son relacionados los sistemas productivos con las dinámicas
poblacionales, la organización social, la cultura, y el ambiente. La antropología ecológica
se centra en cómo la cultura media las interacciones dinámicas entre las poblaciones
humanas y los ecosistemas en sus hábitats. De acuerdo con los antropólogos ecológicos han
abordado cada una de las categorías principales de los recursos naturales, incluyendo el
agua, los suelos, plantas, animales, minerales y energía, con especial atención a cómo una
determinada cultura influye en las decisiones y actividades en la explotación de su entorno
natural (Sponsel, 2007). En las décadas de 1960 y 80, la ecología cultural se transformó en
la antropología ecológica por John Bennett, Roy A. Rappaport, Andrew P. Vayda y otros.
90
El neofuncionalismo surge en la década de los 60 con Marvin Harris, Roy A. Rappaport y
Andrew Vayda. Sostiene que los pueblos primitivos viven y mantienen un perfecto equilibrio con
su entorno natural; no hay nada que los perturbe y por lo tanto son felices. La cultura hace de
bisagra entre la gente y la naturaleza. La teoría neofuncionalista explica que las costumbres tribales
(la cultura), cumple la función ecológica de preservar a una población que está perfectamente
adaptada al medio ambiente. Esta cultura, estas costumbres son la “clave de su felicidad”. Esta
cultura es la que les preserva, protege y les hace progresar. El neofuncionalismo está sujeto a debate
dadas las evidencias en la historia de la sociedad humana que demostrarían lo contrario.
Fuente: www.sil.org/training/capacitar/antro/postmodernismo.pdf
162
Esto se logró mediante la aplicación de un enfoque de sistemas para estudiar el papel de
una población humana en los procesos de flujo de energía y el ciclo de nutrientes dentro de
su ecosistema (Sponsel, 2007). De acuerdo con Rappaport (1985), lo que distingue a la
antropología ecológica no es simplemente que toma en consideración factores ambientales
en sus intentos para poner en claro los fenómenos culturales, sino que da significado
biológico a los términos clave de sus formulaciones–adaptación, equilibrio interno,
funcionamiento adecuado, supervivencia. Señala que la antropología ecológica, a diferencia
de la antropología cultural, intenta explicar la cultura en términos de la parte que juega en
los aspectos de la existencia humana que son comunes a los seres vivientes. Para R.A.
Rappaport, la cultura ha permitido a la sociedad tener una flexibilidad ecológica mucho
mayor que la que disfruta cualquier otra especie. Según estas definiciones, la antropología
ecológica puede diferenciarse de la etnoecología en que tiene un énfasis cercano a la
ecología de poblaciones (dinámicas poblacionales referidas al nacimiento-muerte,
emigración-emigración). La inclusión de la cultura es más hacia un recurso discursivo para
explicar dicha dinámica. En la etnocología, por su lado, las prioridades están en el análisis
del conocimiento en sí mismo, así como las creencias y su puesta en práctica y no está
enfocada a la realización de balances energéticos.
3. Por otro lado, desarrollada principalmente por Julian Steward, la ecología
cultural se sustenta en la evolución multilineal: a través del tiempo existen múltiples vías
de adaptación al ambiente. Se sustenta en la comparación de la ecología cultural de las
sociedades en el mismo nivel de integración sociocultural (bandas, tribus, cacicazgos,
estados) y en el mismo bioma (por ejemplo, los desiertos, las sabanas o selvas tropicales).
Investigaciones etnográficas le premiten identificar los recursos naturales esenciales para la
subsistencia, la tecnología y la organización de la mano de obra utilizada para extraer y
procesar los recursos (Sponsel, 2007). De acuerdo con esta definición -a diferencia de la
etnoecología- la ecología cultural tiene un enfoque evolucionista, con una perspectiva
histórica y sociológica (materialismo).
4. Otro enfoque es el materialismo cultural referido a la estrategia de investigación
que permite revelar y explicar la racionalidad ecológica subyacente en diversos aspectos de
la cultura. Divide el sistema cultural en tres componentes: infraestructura, la estructura
económica y la superestructura ideológica (Sponsel, 2007). Se relaciona un tanto con el
concepto de modo de producción (Palerm, 1986). Se le ha criticado de ser simplista y
163
reduccionista, aunque ha demostrado tener cierta validez y utilidad en el avance de la
comprensión antropológica de las interacciones sociedad-naturaleza (Sponsel, 2007). El
materialismo cultural está relacionado con el abordaje etnoecológico en el sentido de que
éste último trata de comprender los fundamentos que llevan hacia pautas de
comportamiento específicas con relación a la apropiación de la naturaleza. Pero se aleja del
materialismo cultural al ser un abordaje más antropológico que económico e histórico.
5. También se encuentra la ecología histórica que surge del desarrollo de un
enfoque diacrónico encaminado a conocer las interacciones entre los sistemas
socioculturales y el medio ambiente durante períodos de tiempo prolongados y que llevan a
definir un paisaje regional. Pretende trascender la estaticidad, inamovilidad, aislamiento y
atemporalidad asignadas a la sociedad por investigaciones realizadas desde una visión
histórica sincrónica. Estudios recientes han enfatizado en cómo los nuevos contextos
culturales a escala global están impactando tanto a las sociedades locales como a sus
ecosistemas (Sponsel, 2007).
6. Por otro lado, de acuerdo con McNeill (2005), la historia ambiental es la historia
de las relaciones mutuas entre el género humano y el resto de la naturaleza. Resalta la
importancia de interpretarla como un agente histórico de cambio, más allá del escenario
pasivo e indiferente en el que actúa la sociedad. “Esto permite comprenderla como un actor
histórico que construye relaciones de mutua influencia con los seres humanos, que cambia
debido a sus propias dinámicas y a las trasformaciones provocadas por la humanidad y
que, al mismo tiempo, tiene un impacto sobre la vida de las sociedades”.91 Para McNeill
(2005) existen a) una historia ambiental material referida a las transformaciones en los
ambientes físicos y biológicos y la forma en la que éstos afectan a las sociedades; b) una
historia ambiental cultural e intelectual centrada en las representaciones e imágenes sobre la
naturaleza y en cómo éstas revelan rasgos característicos de las sociedades que las han
producido; y, c) una historia ambiental política que analiza las políticas y legislaciones que
han determinado la relación entre los individuos y el medioambiente. Parece más evidente
que la etnoecología está más relacionada con la historia ambiental cultural y política, que,
con el material, pero sin alejarse de ésta. La inclusión de percepciones y concepciones del
entorno natural, por un lado, y de una actitud crítica y hasta contestataria de la
etnoecología, la hacen afin a estas perspectivas de la historia ambiental.
91
Fuente: http://www.humanas.unal.edu.co/historiambiental/blog/
164
7. Otra perspectiva que nutra a la etnoecología es la ecología política, que de
acuerdo con Sponsel (2007) aborda el cómo las diferencias de poder y luchas están
involucradas en las interacciones humano-ambientales, lo que permite relacionarla con la
justicia económica, la social y la ambiental. Los debates sobre la "ecología política"
refieren las condiciones sociales y políticas que rodean las causas, experiencias y la gestión
de los problemas ambientales. No es ajeno a la ecología política los análisis relacionados
con las políticas públicas, los derechos humanos, la gestión territorial y de recursos
naturales por parte de los pueblos locales que comúnmente se traducen en luchas y
empoderamiento sociales, la reconstrucción de la identidad y la resolución de conflictos. En
general, es posible distinguir diferentes tendencias en que es utilizada la ecología política
(Forsyth, 2002): por un lado, trata de explicar los problemas ambientales como la
interacción fenomenológica de los procesos biofísicos, las necesidades humanas y de los
sistemas políticos más amplios. En algunos otros casos, se expresa como “la política de la
ecología" en el sentido del activismo político en favor del ecologismo y su en oposición a la
modernidad y al capitalismo. Está el uso de "la ecología" como una metáfora de la
interconexión existente en las relaciones políticas. También ha sido utilizada como un acto
de conservación del entorno natural y ambientalismo. La ecología política se ha utilizado
como un análisis más específico de los debates marxistas sobre el materialismo, la justicia y
la naturaleza de las sociedades capitalistas, encaminados a una distribución más justa de los
derechos y recursos. Finalmente está el uso de la "ecología política" referida a la política de
los problemas ambientales y sin discusión específica de la "ecología".
8. Por su lado, la ecología espiritual refiere a un complejo diverso y dinámico que
pretende interconectar el carácter religioso y espiritual las religiones y espiritualidades con
los ambientes, las ecologías y los ambientalismos a partir de componentes intelectuales,
espirituales y prácticos (Sponsel, 2012). Además de los factores históricos y políticos, la
ecología espiritual considera que la religión y la espiritualidad determinan la interacción
sociedad-naturaleza y la resolución de los fenómenos que deriven de dicha interacción,
particularmente de corte ambiental. Los que consideran a la ecología espiritual como un
esfuerzo científico y académico, un camino personal de la espiritualidad y/o el activismo
ambiental, comparten la convicción de que el empeoramiento de la crisis ambiental sólo
puede ser resuelto a partir del cambio fundamental y profundo. Dicha revolución interna y
silenciosa está relacionada con la forma en que los seres humanos se relacionan con la
165
naturaleza, implica una visión sostenible del mundo, de la naturaleza, de actitudes, valores,
conductas e instituciones. De acuerdo con la ecología espiritual, ninguna religión es
considerada como la causa o la solución para la crisis actual, sino que los practicantes de
cualquier religión o filosofía espiritual tienen que aplicar la introspección para desarrollar
hábitos, conductas y orientaciones más ecológicos (Sponsel, 2007).
9. También está la ecología humana. Sutton y Anderson (2010) señalan que es el
estudio de las relaciones e interacciones entre los seres humanos, relacionando su biología y
sus culturas con sus entornos físicos. De acuerdo con estos autores, la ecología humana es
un campo de estudio tan amplio, que incluye a la antropología ecológica y la antropología
del medio ambiente. Según la definición, los ecólogos humanos estudian muchos aspectos
de la cultura y el ambiente, incluyendo el cómo y el por qué las culturas hacen lo que hacen
para satisfacer sus necesidades de subsistencia, de qué manera conciben y perciben su
entorno y la forma en que comparten sus conocimientos sobre el medio ambiente. Para
Sutton y Anderson, la ecología humana tiene dos subdivisiones: la ecología biológica
humana (estudio de los aspectos biológicos de la relación sociedad-naturaleza); y, la
ecología cultural (el estudio de las formas en que la cultura es utilizado por las personas
para adaptarse a su medio ambiente). La importancia de la ecología humana ayudaría no
sólo a comprender los problemas humanos relacionados con su entorno natural, sino a
plantear posibles soluciones a los mismos. Su campo de acción está muy relacionado con el
quehacer etnoecológico al registrar los conocimientos y saberes tradicionales. Aborda
también los fundamentos racionales y las racionalidades que llevan a la sociedad no sólo a
la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades, sino los medios y métodos para cumplir
con sus objetivos trazados. Otros enfoques de la ecología humana estarían cercanos a la
ecología política al abordar las relaciones de poder al interior de la sociedad. La ecología
humana también se relaciona con la historia ambiental y la ecología histórica al considerar
que, para poder comprender las prácticas ecológicas de la sociedad, se hace indispensable
conocer la historia de esas prácticas.
10. Por su parte, la antropología cultural se ocupa de la descripción y análisis de
las sociedades y culturas o tradiciones socialmente aprendidas tanto del pasado como del
presente, describiendo, explicando, analizando e interpretando diferencias y similitudes
(Kottal, 2002). La comparación de culturas proporciona la base para hipótesis y teorías
sobre las causas de los estilos humanos de vida (véase Harris, 2010). Para ello utiliza la
166
etnografía (basada en el trabajo de campo) y la etnología (basada en la comparación
transcultural). Sutton y Anderson (2010) señalan que la antropología cultural, incluyendo la
antropología social o sociocultural, es el estudio de los pueblos y las culturas existentes.
Particularmente se enfoca en los sistemas de parentesco, las reglas de matrimonio, la
economía, la lengua y la política.
11. Encontramos, por otro lado, a la antropología ambiental también conocida
como antropología del medio ambiente, que se centra en la identificación y resolución de
problemas e interrogantes prácticas ambientales. Considerada como una derivación de l
aantropología ecológica, ésta investiga temas relacionados a la supervivencia humana, su
adaptación al cambio con énfasis en la cultura y las comunidades. Se relaciona con la
etnoecología dado que también aborda los aspectos prácticos del uso del conocimiento y
saber tradicionales de los pueblos originarios, que permitan diseñar métodos alternativos de
desarrollo económico que sean sostenibles. Su campo incluye la conservación biológica y
sociedad, los derechos indígenas, la justici amabiental y la lucha por el territorio desde la
perspectiva ecológica. Su abordaje lo hace desde diferentes escalas (local, regional,
nacional y global), utiliza la perspectiva multidisciplinaria. A diferencia de la antropología
ecológica, tiene un carácter más social y práctico en la resolución de conflictos socioambientlaes (Sponsel, 2007).
12. Un área importante es la etnografía que describe un grupo humano, una
sociedad o cultura particulares. Durante el trabajo de campo el etnógrafo recoge datos que
luego organiza, describe, analiza e interpreta para construir y presentar esa descripción.
Según el Ethnographic Research in Illinois Academic Libraries:
“La etnografía es una colección de métodos cualitativos utilizados en las
ciencias sociales que se centran en la observación minuciosa de las prácticas
sociales y las interacciones. Estos métodos cualitativos permiten al
investigador a interpretar y construir teorías sobre cómo y por qué se
produce un proceso social. Son particularmente útiles para dilucidar los
pasos de los procesos que no han sido bien entendidos y crear ricas
descripciones de experiencias de la gente […] Un etnógrafo describe también
una situación pidiendo a varias personas acerca de un evento, o mediante el
análisis de varios tipos de documentos, como las políticas o los registros
históricos.”
167
13. En ocasiones la etnografía y la antropología cultural suelen ser utilizados como
sinónimos. Una definición más amplia de la etnografía puede revisarse en Whitehead
(2004). De igual importancia en la etnología que estudia y compara los diferentes pueblos
del mundo. Suele considerársele una disciplina y método de investigación de la
antropología. Su campo de estudio incluye la diversidad cultural, concibiendo a la cultura
como una pluralidad y en oposición a la naturaleza. Así, el estudio de la cultura obliga al
análisis de las relaciones que unen y separan ambas dimensiones en las sociedades humanas
y también a esclarecer lo que es universal en la sociedad humana y lo que es arbitrario en su
comportamiento, generando una reflexión sobre los nexos que unen las leyes naturales con
las reglas culturales. Estudia las relaciones de parentesco entre diferentes sociedades y sus
influencias; la subsistencia y sistemas económicos de las culturas o civilizaciones; la
religión y expresión simbólica transcendental; y la organización familiar, sistemas sociales
y políticos92. La etnología analiza, interpreta y compara los resultados de la etnografía —
los datos recogidos en diferentes sociedades. Utiliza tales datos para comparar y contras- tar
y llegar a generalizaciones sobre la sociedad y la cultura. Mirando más allá de lo particular
hacia lo más general, los etnólogos intentan identificar y explicar las diferencias y
similitudes culturales, probar hipótesis y construir una teoría que amplíe nuestra
comprensión sobre cómo funcionan los sistemas sociales y culturales. La etnología toma
datos para la comparación no únicamente de la etnografía, sino también de las otras
subdisciplinas, en particular de la antropología arqueológica, que reconstruye los sistemas
sociales del pasado.93
14. Un abordaje cercano a la etnoecología es la etnobiología. De acuerdo con la
Society of Ethnobiology94:
“…es el estudio científico de las relaciones dinámicas entre los pueblos, la
biota y los entornos. Como un campo multidisciplinario, la etnobiología
integra arqueología, geografía, sistemática, biología de poblaciones, la
ecología, la biología matemática, la antropología cultural, la etnografía, la
farmacología, la nutrición, la conservación y el desarrollo sostenible. La
diversidad de perspectivas de la etnobiología […] permite examinar
complejas interacciones dinámicas entre los sistemas humanos y naturales,
92
Fuente : http://www.diclib.com/etnolog%C3%ADa/show/es
Fuente: www.mcgraw-hill.es/bcv/guide/capitulo/8448146344.pdf
94
Fuente: http://ethnobiology.org
93
168
y aumenta nuestro mérito intelectual y las repercusiones más amplias […]
En el pasado, muchos etnobiólogos se concentraron en la catalogación de
una larga lista de plantas y animales, sus usos y preparación. Más
recientemente los objetivos de su investigación se han orientado a los
procesos. Por ejemplo, podemos ahora estudiar cómo las especies son
domesticadas, los orígenes y desarrollo de la agricultura, la gestión de las
plantas útiles y las poblaciones animales, y el proceso de adquisición de los
conocimientos tradicionales y la organización.”
Según Rist y Dahdouh-Guebas (2006), la etnobiología es un campo prominente de
las etnociencias y comúnmente es definida como la etnoecología. Muchas investigaciones
etnobiológicos se llevan a cabo en los países no occidentales y se caracterizan por la
adopción de un punto de partida interdisciplinar teniendo en cuenta la integración social y
cultural de los conocimientos, tecnologías y prácticas inherentes a la gestión de los recursos
naturales. En lugar de desagregar las prácticas que se encuentran en los mundos de vida de
los agricultores, los comerciantes, los artesanos o los chamanes y empacarlos en las
disciplinas altamente especializadas de la ecología, agronomía, silvicultura, botánica,
medicina, etc., los etnoenfoques están adoptando una visión más integral centrada en
prácticas sociales, a fin de revelar las dimensiones culturales subyacentes (Rist y Dadouh,
2006).
15. Además de las anteriores “disciplinas”, también encontramos a la agronomía
que se define como la ciencia que tiene por objetivo mejorar la calidad de los procesos de la
producción agrícola con base en principios científicos y tecnológicos. Su estudio está
basado en los factores físicos, químicos, biológicos, económicos y sociales que influyen o
afectan al proceso productivo. Su objeto de estudio es el fenómeno complejo o proceso
social del agroecosistema, entendiendo éste como el modelo específico de intervención del
hombre en la naturaleza, con fines de producción de alimentos y materia prima.95
16. Sin duda, la agroecología está íntimamente relacionada con la etnoecología.
Para Altieri y Nicholls (2000, p. 14), es una disciplina científica que enfoca el estudio de la
agricultura desde una perspectiva ecológica y la definen como un marco teórico cuyo fin es
analizar los procesos agrícolas de manera más amplia. El enfoque agroecológico considera
a los ecosistemas agrícolas como las unidades fundamentales de estudio; y en estos
95
Fuente: http://www.universidades-rusia.com
169
sistemas, los ciclos minerales, las transformaciones de la energía, los procesos biológicos y
las relaciones socioeconómicas son investigados y analizados como un todo. De este modo,
a la investigación agroecológica le interesa no sólo la maximización de la producción de un
componente particular, sino la optimización del agroecosistema total. Esto tiende a
reenfocar el énfasis en la investigación agrícola más allá de las consideraciones
disciplinarias hacia interacciones complejas entre personas, cultivos, suelo, animales,
etcétera.” De acuerdo con los citados autores, la agroecología es culturalmente compatible
con los conocimientos tradicionales y campesinos, de hecho, los utilizan para amalgamarlos
con la ciencia agrícola moderna, buscando rescatarlos y valorizarlos.
17. Finalmente está la geografía de acuerdo con la Royal Geographical Society es:
“El estudio de los paisajes de la Tierra, pueblos, lugares y ambientes. Es,
sencillamente, sobre el mundo en que vivimos. La geografía es única que
sintetiza las ciencias sociales (geografía humana) con las ciencias naturales
(geografía física). La geografía humana se refiere a la comprensión de la
dinámica de las culturas, las sociedades y economías, y las preocupaciones
de la geografía física en su comprensión de la dinámica de los paisajes
físicos y el medio ambiente. La geografía permite pues comprender los
procesos físicos y sociales reconociendo las grandes diferencias culturales,
de sistemas políticos, economías, paisajes y ambientes, y los vínculos entre
ellos. Ayuda a comprender las causas de las diferencias y desigualdades
entre los lugares y los grupos sociales […] La geografía es, en el sentido
más amplio, una educación por la vida y para la vida.”96
Sería en las décadas de los 80 y 90 cuando despuntó la investigación etnoecológica
hacia diferentes líneas aportando nuevas definiciones, orientaciones teóricas innovadoras y
aproximaciones metodológicas cualitativas y cuantitativas sofisticadas, aplicadas al
conocimiento local con relación al ambiente.
Etnobiología y etnoecología
Argueta (1997) sugiere que es necesario dar el salto del análisis sobre la forma en que los
sistemas de saberes indígenas interrogan a la naturaleza o de la forma en que las
etnociencias interrogan a los sistemas de saberes indígenas, a una epistemología que
96
Fuente: http://www.rgs.org
170
reflexiona e interroga a las etnociencias sobre la forma en que ellas han construido su
instrumental teórico para enfrentarse a sus objetos de estudio. Esta aseveración es
interesante porque el carácter a veces irreverente de las etnociencias implicaría no esperar
fases de maduración conceptual y metodológico, sino que fluiría y se realizaría a la par que
las propias etnociencias se desarrollan. Quizá sea la expresión de un proceso nunca
finiquitado que corresponde a un abordaje de una realidad compleja, no estática y en
constante evolución.
Sobre la autorreflexión que se genera en las etnociencias hay una discusión dirigida
a elucidar el desarrollo de la etnoecología frente a la etnobiología. A pesar de existir
partidarios en ambos sentidos cuando se trata de enfatizar “bondades” de una y otra, este
debate es poco significativo y no debería importar para la realización de estos campos.
Después de todo, dichas discusiones pueden evitarse a la luz de la teoría, conceptos y
métodos que cada una entrañan (véase Martin, 2001). Lo que sí es un hecho, es que la
etnoecología está más limitada al carecer de un marco teórico unificado y una metodología
práctica a diferencia de la etnobiología, la cual se desarrolla en una teoría central y
organizada con una orientación hacia la prueba de hipótesis y un aumento de propuestas
metodológicas cualitativas y cuantitativas (Martin, 2001). Por su lado, Toledo y AlarcónCháires (2012), se cuestionan si la etnoecología es un subcampo de la etnobiología o
viceversa. Para poder responder a esta interrogante señalan (p. 6):
“…la ecología como disciplina surgió y creció al amparo de la biología de
tal forma que en prácticamente todas las universidades del mundo la
ecología fue, y sigue siendo, una fracción o una parte de la investigación
biológica y una materia de la carrera de biología. Sin embargo, la
“liberación de la ecología”, su consolidación como un área propia, el
rompimiento de su cordón umbilical, se justifica porque su objeto de
estudio, el ecosistema, va más allá del mundo vivo, e integra y sintetiza en
un solo concepto a lo físico, químico, geológico y biológico.”
La emancipación de la ecología, de acuerdo con estos autores ha permitido: el
surgimiento de un conjunto de disciplinas híbridas, nuevas áreas del conocimiento de
naturaleza inter- o transdisciplinaria, algunas de las cuales son hoy más importantes que sus
mismas progenitoras; y, tienen un papel importante en los movimientos sociales
ambientalistas al otorgarles sustento científico y académico. Las disciplinas híbridas, de las
171
cuales podemos identificar al menos una docena con relación a la ecología, se han ido
construyendo a partir del encuentro entre la ecología estrictamente biológica, es decir la que
estudia los ecosistemas como sistemas naturales, prístinos o intocados, y diferentes áreas
del conocimiento social (Toledo y Alarcón-Cháires, 2012). Estas innovaciones de carácter
epistémico son la consecuencia del arribo de las “teorías de la complejidad” que buscan
superar las limitaciones de la ciencia convencional que tiende a ser reduccionista,
especializada y moralmente neutra (Morin, 2001).
Toledo y Alarcón-Cháires (2012) refieren que dentro de las etnociencias está
ocurriendo un fenómeno similar. En general, la etnoecología se considera como una
fracción de la etnobiología, dado que esta última apareció mucho antes como nuevo campo
de estudio. Por ejemplo, el término de etnobiología fue acuñado en 1935, cuatro décadas
antes que el de etnoecología, y un análisis de las diferentes etapas históricas de la primera
sitúa sus orígenes hacia 1860 (Clement, 1998; Martin, 2001). En general, los principales
autores del campo, mayoritariamente anglosajones, consideran que la etnobiología engloba
a la etnoecología y no al contrario (Martin, 2001; Casagrande, 2004; Anderson et al.,
2011). Aún autores más críticos como Hunn (2007), que consideran que la evolución de la
Etnobiología está dividida en cuatro fases que coinciden con periodos históricos, sitúa a la
etnoecología como una expresión o tendencia de aquella (Etnobiología fase III). La última
obra general, Ethnobiology (Anderson et al., 2011), reconfirma esta idea y extiende además
el campo etnobiológico a otras áreas no consideradas antes como etnomedicina,
arqueobotánica, arqueozoología y producción de alimentos.
Pero para Toledo y Alarcón-Cháires (2012), estas tesis resultan insostenibles
considerando que la etnoecología se encuentra teóricamente más adelante porque como se
ha señalado reiteradamente (ver Toledo, 1992, 2001 y 2002; Toledo y Barrera-Bassols,
2008 y 2011), logra sobreponer cinco notables limitaciones de la etnobiología: 1. No se
restringe al estudio del conocimiento de plantas, animales y hongos, ignorando que las
culturas locales también poseen conocimientos sobre el mundo físico, químico y geológico,
tales como suelos, aguas, nieves, rocas, geoformas, climas, astros, tiempos, paisajes,
territorios y sus respectivos procesos, y que en conjunto estos conocimientos sirven de base
intelectual al proceso general de apropiación de la naturaleza; 2. Porque la etnoecología va
más allá de la mera curiosidad utilitaria, la búsqueda o prospección de especies útiles que
sirvan de base a la industria (por ejemplo la botánica económica disfrazada de
172
Etnobotánica), o de la curiosidad intelectual, normalmente restringida a los sistemas de
conocimiento, un interés que alcanzó su mayor expresión en el estudio de los sistemas
tradicionales de clasificación del mundo vivo, y que dio lugar a una Etnobiología
sofisticada y meramente cognitiva conocida como Folkbiology (ver el libro de Medin y
Atran, 1999 y la reseña de Casagrande, 2004); 3. Porque la etnobiología ignora por
completo que es el proceso de producción/apropiación (primario, rural o agrario) el que
opera como el núcleo central o axis de un análisis integrador y el único que permite realizar
un abordaje correcto y completo de las relaciones entre las culturas y su entorno natural; 4.
Porque la etnobiología no alcanza a despojarse de una cierta mirada colonialista que
visualiza a las culturas locales, tradicionales, originarias o indígenas como meros objetos
(extravagantes) de estudio, no como lo que realmente son: actores sociales y culturales
dominados y explotados por la sociedad nacional y/o internacional, que requieren de
autonomía, empoderamiento político y afirmación étnica (Posey y Pleinderleith, 2004); y,
5. Porque la Etnobiología realiza sus investigaciones fuera del contexto evolutivo biológico
y cultural, lo cual le impide reconocer en las culturas indígenas un atributo esencial: su
papel como memoria (biocultural) de la especie humana (Toledo, 2010).
De acuerdo con Rist y Daddouh-Guebas (2006), a pesar de que algunos autores
consideran que la etnobiología comprende etnoecología (al igual que la ecología cae bajo la
biología), más bien se consideran intercambiables. Etnobiología se basa pues en un estudio
interdisciplinario de las relaciones de las plantas y los animales con las culturas humanas,
incluyendo las relaciones pasadas y presentes entre los pueblos y el medio ambiente.
Según Toledo y Alarcón-Cháires (2012), el avance de la etnoecología frente a la
etnobiología está circunscrito a que: 1. Posee criterios integrales, al visualizar y al realizar
un abordaje más sistémico; 2. Le da pertinencia social a su campo inscrita desde la ecología
política; 3. Enfatiza en la perspectiva sociedad-naturaleza; d) dimensiona la importancia de
las culturas originarias como actores políticos, sociales, culturales y ecológicos; 4. Otorga
una dimensión histórico-evolutiva al proceso de apropiación-producción; y, 5. El creciente
interés por la etnoecología expresado no solamente por el número de publicaciones, sino
por la creación de nuevos grupos de investigación, cursos y sociedades científicas.
Curiosamente esto ha ocurrido más notablemente en los países iberoamericanos: Brasil,
Colombia, México y España, lo cual sugiere una cierta bifurcación no solamente conceptual
sino geográfica.
173
Diálogo y ecología de saberes
Uno de los problemas centrales de la etnoecología, como ya se ha mencionado, es como
construirse, es decir, que alternativas metodológicas existen para lograr trascender los
problemas epistémicos que implica el abordaje científico de los conocimientos y saberes
locales sin vulnerar la naturaleza de éste. Para Apgar, Argumedo y Allen (2009, p. 2)
“…abordar estos problemas interrelacionados requiere que vayamos más allá de la
investigación disciplinaria aislada, hacia la investigación impulsada por un problema con
la participación de los actores clave involucrados”. Esto significa que tenemos que ir de la
integración desde diferentes disciplinas, hacia enfoques transdisciplinarios que conecten
diferentes disciplinas con el sistema de conocimientos y saberes locales. Estos surgen de
diferentes perspectivas, operan bajo procesos diferentes, sirven a propósitos distintos, pero
pueden arribar a resultados comparables con el conocimiento científico. La única
posibilidad de articularlos trascendiendo subordinaciones, prejuicios, complacencias, tabúes
y desigualdades, es la articulación complementaria de saberes paralelos.
Fornet (2007, p. 24) dijo que “No son, pues, tanto las ideas o los saberes como los
momentos dogmáticos en nuestro saber lo que impide el diálogo”. Es decir, las
posibilidades
de
dialogar
dependen
más
de
voluntades
que
permitan
abatir
atrincheramientos. Esto es posible considerando que, si bien los orígenes son diferentes,
cuando los objetos son similares, los procesos cognoscitivos y los resultados son altamente
similares y comparables (Argueta, 1999). Para lograr estos procesos dialógicos es necesaria
la deconstrucción y reconstrucción de marcos conceptuales científicos y abstractos con
conceptos significativos desarrollados y entendidos a escala local, permitiendo reconocer la
complejidad que subyace en las distintas partes y procesos. De esta manera también se
pueden detectar los valores espirituales más profundos que sostienen los pueblos y las
sociedades para hacer frente a problemas sociales y ambientales complejos (véase Apgar
Argumedo y Allen, 2009). Así, el diálogo se constituye en una demanda encaminada a
reafirmar la interculturalidad cuyo origen lo encontramos en los de abajo y en los excluidos
que pugnan por el reconocimiento de sus saberes, idiomas, culturas e identidades
diferenciadas (Argueta, 2011b).
Esta idea de diálogo no es nueva. De acuerdo con Apgar, Argumedo y Allen,
(2009), algunos de los mejores ejemplos de este tipo de diálogos surgen de procesos
174
implementados por los propios pueblos originarios donde existen protocolos específicos y
culturalmente sofisticados, así como valores y tradiciones en torno a la importancia del
diálogo, desarrollados durante siglos. También dice que es necesario dejar de ver las
actividades dialógicas como un conjunto limitado de eventos -un taller, seminario o un par
de reuniones. Si el diálogo es algo más que consulta, entonces debe ser entendido como un
proceso en curso que requiere de confianza y compromiso entre las diferentes partes.
Además, como señala Toledo (2011), debe evitarse que dicho diálogo sea etéreo, de difícil
aplicación si queda circunscrito al mero ámbito de lo conceptual y de lo teórico, sino que
más bien permita la construcción (o deconstrucción) de la modernidad basada en la
tradición, no tanto en su negación y reemplazo.
El diálogo de saberes trata de zanjar algunos de los problemas epistemológicos de
las teorías y disciplinas científicas las que al construir sus paradigmas obstaculizan la
integración de conocimientos fuera de sus disciplinas, a través de la cosificación del
mundo, encerrándolo con rígidos conceptos y categorías (ser, naturaleza, objeto, la mente,
el cuerpo (Leff, 2004). De manera diferente, el diálogo de saberes resignifica y reactiva el
mundo evitando la fijación de significados, trasciende el tiempo y el espacio del
conocimiento científico clásico, enfatiza el reconocimiento, la recuperación y valorización
de los saberes locales resignificando su identidad y posicionándose en un marco de diálogo
como resistencia a la cultura dominante. El diálogo de saberes deviene investigación,
exégesis, hermenéutica y una política llevada a devolver las palabras y el significado de las
lenguas cuyo flujo ha sido bloqueada (Leff, 2004, p. 26). De manera diferente, el diálogo de
saberes resignifica y reactiva el mundo evitando la fijación de significados, trasciende el
tiempo y el espacio del conocimiento científico clásico, enfatiza el reconocimiento, la
recuperación y valorización de los saberes locales resignificando su identidad y
posicionándose en un marco de diálogo como resistencia a la cultura dominante. El diálogo
de saberes deviene investigación, exégesis, hermenéutica y una política llevada a devolver
las palabras y el significado de las lenguas cuyo flujo ha sido bloqueado. Redimensiona la
diversidad de conocimientos en la construcción de la ciencia redifiniendo los saberes y
conocimientos locales como un conjunto de principios generales que le dan sentido a las
prácticas de los pueblos, como mencionan Castellano e Hinestroza (2009).
Rosset y Martínez (2012) definen al diálogo de saberes en términos de construcción
colectiva del significado emergente entre personas con diferentes experiencias históricas
175
específicas, conocimientos y formas de conocimiento. Este diálogo está sustentado en el
intercambio entre las diferencias y en la reflexión colectiva. A menudo conduce a la
emergente recontextualización y resignificación de los saberes y significados relacionados
con la historia, las tradiciones, las territorialidades, experiencias, conocimientos, procesos y
acciones. En estos nuevos entendimientos colectivos, los significados y conocimientos sin
duda sirven de base para las acciones colectivas de resistencia y construcción de nuevos
procesos.
Pero diálogo ¿Para qué? El diálogo de saberes permite crear relaciones horizontales
de tú a tú entre la ciencia y la cultura, entre miembros de esta cultura y con el resto de la
sociedad, posibilitando el encuentro entre diferentes conocimientos, saberes y
cosmovisiones. Así, el diálogo con los actores generalmente excluidos de las discusiones
trascendentales está estrechamente relacionado e identificado con territorios específicos
(Santos, 2009). Ahí se comparte un patrimonio común, religión, idioma y cultura afirmando
con ello su propia identidad en el contexto de comunidades modernas más grandes y
sofisticadas constituyendo así lo que Rist y Dahdouh-Guebas (2006) denominan
“comunidades ontológicas”. Pero una adecuada relación entre los conocimientos y saberes
locales con el conocimiento científico no puede limitarse únicamente a la dimensión
intercultural: sin un esfuerzo intracultural de las partes implicadas con el objetivo de llegar
a los niveles más altos de reflexividad para una mayor claridad acerca de los fundamentos
ontológicos de sus propias formas de conocimiento, sería difícil lograr un diálogo en
igualdad de condiciones (Rist y Dahdouh-Guebas, 2006). Así, el diálogo de saberes
redimensiona la diversidad de conocimientos en la construcción de la ciencia redifiniendo
los saberes y conocimientos locales como un conjunto de principios generales que le dan
sentido a las prácticas de los pueblos, como mencionan Castellano e Hinestroza (2009).
Nicolescu (1996) va más allá: habla de lo transcultural refiriéndose a la apertura de todas
las culturas a lo que las atraviesa y las sobrepasa.
Por su lado Santos (2010, p. 50) habla de “ecología de saberes”. La construcción
del interconocimiento implicaría entonces que se deben aprehender otros conocimientos,
sin olvidar los propios. Significa no desfallecer ante el colonialismo epistemológico a partir
del reconocimiento de una epistemología del Sur que trascienda la injusticia social
sustentada en la injusticia cognitiva (Santos, 2010). No implica en sí el desacreditamiento
del conocimiento científico, sino utilizar el conocimiento no científico de manera
176
contrahegemónica a través de la exploración de prácticas científicas alternativas ya visibles
y producto de epistemologías plurales de la práctica científica, al igual que promover la
interdependencia entre conocimientos científicos y no científicos reconociendo así su
carácter incompleto y no acabado, de acuerdo con Santos (2010). Este autor también habla
de la importancia de la traducción intercultural en la ecología de saberes, que facilite la
inteligibilidad recíproca entre las experiencias del mundo disponibles y posibles. Ello
facilitará el replanteamiento de la homogeneidad y totalidad.
Multi-, inter- y transdisciplina en la perspectiva etnoecológica
Si el diálogo abre una posibilidad de incorporar, conocer, recontextualizar, reinterpretar y
generar nuevos conocimientos y saberes ¿Qué sucede en la ciencia? ¿En qué momento
establece puentes hacia su interior procurando el diálogo de conocimientos y
transmutando? Para poder responder a ello recordemos que el paradigma científico actual
se basa en la jerarquización del saber disciplinario asignando campos separados y
delimitando objetos de estudio, fundamentándose en una idea acerca de la organización y
del valor del conocimiento. Los límites entre disciplinas cambian al aumentar la
especialización, pero también por la integración de las disciplinas (Hadorn y Hadorn,
2008). Hablar de fronteras del conocimiento que devinieron en “disciplinas” no es fácil
cuando los campos y marcos teóricos empiezan a empatarse, mejor dicho, cuando la
construcción del conocimiento empieza a ser libre. Este empate entre disciplinas de
ninguna manera supone interdisciplina per se. Primeramente, es necesario que el intento de
integración resuelva el conflicto surgido de cada marco teórico y metodológico. Lograr ello
no resulta sencillo, ya que finalmente no son dos disciplinas las que intentarán la hazaña,
sino individuos con perspectivas, habilidades, intereses, lenguajes, experiencias y
conocimientos diversos y diferentes. Al respecto, Francois (2006) menciona que, en
algunos casos, los debates entre disciplinas pueden conducir a malentendidos profundos
dada la utilización de un lenguaje propio y especializado. Aún así, García (2011, p. 70)
señala que las disciplinas tienen una definición histórica y fronteras arbitrarias “…dejando
de lado problemas que cubren dominios de dos o más disciplinas sin pertenecer
íntegramente a ninguna de ellas. Esto ha conducido a establecer “puentes” entre las
diversas disciplinas”.
177
Sin embargo, percibir esta dinámica de la ciencia y su proceso de integración como
un acto meramente epistemológico, es injusto y poco afortunado. La inercia actual que
vemos en el desarrollo de la ciencia se debe, por un lado, al rompimiento de las ataduras
que contenía y limitaba arribar hacia otros horizontes de la experiencia humana. Se ha
reconocido que la realidad es compleja y, con ello, la resolución de los problemas que nos
ofrece requiere un giro autocrítico. Además, asumir esta complejidad conlleva reconocer la
riqueza de pensamiento. Lo complejo asume aspectos del desorden y del devenir como
categorías que juegan un papel constructivo y generativo en la realidad y en el
conocimiento. Es necesario vincular lo que era considerado como separado; al mismo
tiempo es necesario aprender a hacer jugar las certidumbres con la incertidumbre
reconociendo además todas las cosas causadas y causantes. Como decía Pascal: “yo tengo
por imposible conocer las partes sin conocer el todo, así como conocer el todo sin conocer
particularmente las partes”.
Pasemos a ver la manera en que se conceptualizan lo multi-, inter- y
transdisciplinario, no sin antes recordar, como ya se había mencionado, que la ciencia
disciplinaria y especializada tiene su valor por sí misma, aún dentro de su ámbito
epistémico y limitaciones, se reconocen sus aportaciones. Sin pretender linealidad, en una
breve descripción de la evolución de la forma de construcción del conocimiento científico,
diremos que la necesidad de resolver problemas especifico permitió que el conocimiento y
saber amplio diera sus primeros pasos hacia lo que posteriormente sería el abordaje
monodiscilinar. Lo que serían las disciplinas, en estos momentos empiezan a construir y
desarrolar su sustento teórico y metodológico, que les permitió diferenciarse y emanciparse
de disciplina ya determinadas previamente (e.g. la ecología de la biología). Esta perspectiva
disciplinar97 permite el desarrollo y especialización del conocimiento (véase Max-Neef,
2004) pero cada vez fracturándolo de manera más profunda, hasta que teleológica y
metodológicamente y como producto de su propia ontología adquiere su propio feudo desde
el cual realiza sus conquistas a la vez que defiende de todo intento de “invasión”,
proponiendo su “estilo de vida y política particular” a sus habitantes. Dice Carrizo (2012, p.
55): “…lo que se necesita es un nuevo modo de producción de conocimiento, con más
apuesta a la integración que a los territorios, con más vocación federal que imperial”.
97
La ciencia disciplinaria es resultado de la cosmovisión d’cartesiana, no un problema teórico
(véase Saavedra, 2009).
178
La transición hacia otras formas de construcción del conocimiento implica una
visión “intercultural”. Para ello debe reconocerse, primeramente, que vivimos en un mundo
diverso el cual es a su vez interpretado, leído y apropiado de manera diversa. Esto nos lleva
a otra fase en el que conocer el mundo es aceptar que las disciplinas no deberían ser
entidades enclaustradas sino relacionadas entre sí, sin que ello implique renunciar a su
propia naturaleza. Significa que la conjunción entre ellas genera nuevos campos y teorías
que dan cuenta de su interdependencia. Estos acercamientos entre disciplinas estarían
determinados por las competencias para relacionarse adecuadamente entre sí a partir de una
comunicación efectiva que incluso lleve a la reconfiguración epistemológica de ellas. Las
posibilidades de diálogo entonces estarían determinadas por los científicos, no por el
conocimiento disciplinar en sí, por lo que es indispensable tener las capacidades básicas de
escuchar, de tener flexibilidad cognitiva, de desarrollar la empatía, la humildad y la
hospitalidad epistémica. La interculturalidad científica implicaría transitar de la
competencia e imposición, hacia la complementariedad y cooperación en aras del
aprendizaje mutuo y la adaptación. Solo así se podría tener el conocimiento del propio
campo y la capacidad de dar un salto epistémico sin afectar la identidad de una disciplina o
la colectiva. Más aún, implica dar cabida a sistemas de pensamiento que reconozcan tanto
las formas “exotéricas” como “esotéricas” de conocimiento. Para todo ello, se necesita que
en la comunicación intercultural se compartan preguntas fundamentales que permitan
establecer un diálogo entre diferentes formas de conocimiento.
¿Cuál ha sido la evolución de las sinergias disciplinares? El propio tiempo y
necesidad de apertura van derribando muros que permiten la convergencia de diferentes
disciplinas en un “objeto” en particular, pero sin llegar a relacionarse, es decir, cada una
sigue sus propios principios, lenguajes y métodos. A este acercamiento sin diálogo
llamamos multidisciplina que se caracteriza porque la relación entre sus componentes
disciplinares es más bien dialéctica. Max-Neef (2004) menciona que, en la
multidisciplinariedad, aunque reunidas, no existe cooperación entre disciplinas. Golde y
Gallagher (1999) señalan que ésta implica traer teorías, habilidades, información e ideas
inicialmente separadas para resolver un problema. De acuerdo con esta definición, la
multidisciplina implica el acercamiento temático potencialmente realizable. Pero de ser así,
estaríamos más bien hablando de un abordaje multicriterial dado que la ciencia se ha
construido para que las disciplinas sean un patrimonio de un profesionista específico y
179
determinado. Ello hace casi imposible concebir un agente especializado en muchos temas,
por lo tanto, la multidisciplina necesita la intervención de varios especialistas. Hadorn y
Hadorn (2008) señalan que la multidisciplina es una aproximación a un tema desde
diferentes disciplinas, pero cada una de ellas trabaja en su propio contenido con poca
fertilización epistémica entre ellas.
Si lo tomáramos como un proceso lineal, la siguiente fase corresponde a la
interdisciplina, caracterizada por la relación dialógica entre disciplinas o campos98 que
logran coordinarse por conceptos de nivel superior. Surge de concebir que la realidad no es
disciplinaria, sino interdisciplinaria (García, 2011). Según François (2006), la
interdisciplina debería ser usada para describir la integración entre dos disciplinas como la
bioquímica, la astrofísica o la genética de poblaciones, lo cual en nuestro caso pudiera
servir de marco de referencia para la etnoecología, pero habría que tener cuidado de no
perpetuar el babelismo que impide una comunicación franca entre más disciplinas. Muchas
veces la interdisciplina existe sin ser nombrada o reconocida como tal, pero se hace
presente. Para B. Nicolescu, la interdisciplinariedad es el resultado de la revolución
cuántica teniendo como consecuencias el replanteamiento de la existencia de un solo nivel
de realidad, el reconocimiento de diversos sistemas lógicos no-clásicos y el acercamiento al
pensamiento complejo de E. Morin (Saavedra, 2009). Pero también tiene que ver con la
completitud (Leff, 2011) que permite la voluntad teórica de unificar las ciencias. La
interdisciplina implica un diálogo de saberes en el encuentro de identidades conformadas
por racionalidades e imaginarios que configuran los referentes, los deseos, las voluntades,
los significados y los sentidos que movilizan a los actores sociales99. Trascienden a la
relación teórica entre el concepto y los procesos materiales y la abren hacia una relación
entre el ser y el saber y un diálogo entre lo real y lo simbólico (Leff, 2011). La
investigación interdisciplinaria no se parte definiéndola en abstracto y luego aplicándola al
objeto de estudio, sino por el contrario, primero se define el objeto de estudio y luego se
plantea la manera de estudiarlo. Este cambio del punto de partida implica que los sistemas
98
“El campo está circunscrito a una región del saber y sus límites se definen en función del
reconocimiento científico. Es un objeto de estudio empírico que da cuenta de los agentes, de los
tipos de capital científico puestos en juego y de las posiciones hegemónicas y subalternas en una
determinada coyuntura delimitada espacial y temporalmente” (Martínez, 2011, p. 141).
99
Sobre los sentidos, Iglesias (1994), invocando la tabula rasa de Aristóteles y J. Locke, señala que
nada está en el intelecto que antes no haya estado en los sentidos.
180
complejos necesitan estudiarse no solo con una metodología adecuada de carácter
interdisciplinario, sino que determinan, en buena medida, cuáles son las condiciones que
debe reunir dicha metodología (García, 2011).
La interdisciplina es un acto que facilita el análisis de problemas o conjunto de
problemas desde distintas miradas científicas al reconocer una realidad compleja, cuyo
aporte desentraña las distintas dimensiones de la realidad social (Taborda et al., 1998). Por
ello es por lo que García (2011) propone que es la investigación interdisciplinaria el tipo de
estudio que requiere un sistema complejo, pero no excluye de ninguna manera la
posibilidad de incluir algunos elementos de los estudios especializados. Con ello se subraya
el hecho de que la complejidad de un sistema no está solamente en función de su diversidad
o heterogeneidad, sino también de su interdefinibilidad y su mutua dependencia de las
funciones que realiza. Implica que es necesario considerar a dichas interacciones como un
todo, por lo que resulta difícil analizar un sistema fraccionándolo. Ya lo dijo García (2011):
los problemas de la investigación interdisciplinaria no estarían en las disciplinas, sino entre
ellas.
¿Cómo se puede llevar a cabo la investigación interdisciplinaria? La
interdisciplinariedad se construye a través de equipos multidisciplinarios, considerando que
no existen personas interdisciplinarias, porque es imposible abarcar el amplio espectro de
conocimientos
que
requieren
los
estudios
interdisciplinarios.
Entonces,
la
interdisciplinariedad es producto de un equipo, y un trabajo interdisciplinario es siempre el
resultado de un equipo multidisciplinario (García, 2011). De acuerdo con lo anterior, lo
interdisciplinar implica procesos, acciones y dinámicas de integración entre diferentes
campos del saber. El sentido práctico de lo interdisciplinar enfrenta diferentes derroteros.
Para Leff (2011), uno de ellos es su carácter técnico y pragmático condicionado por la
conjunción de los objetos de conocimiento de dos o más ciencias que, por experiencia, no
siempre son viables dada su manera de concebirse.
Pero quizá sea la problemática ambiental la que más aproximaciones ha tenido a la
integración interdisciplinaria a través de las ciencias ambientales, dado que se opta por una
visión global, un paradigma ecológico y un pensamiento complejo guiados por un método
interdisciplinario cuya finalidad sería la reunificación del conocimiento (Leff, 2011). Desde
la teoría del desarrollo también se está reconociendo la importancia de la interdisciplina. Y
es que los problemas surgidos con la sustentabilidad están caracterizados por estar
181
interconectados,
ser
complejos,
sinérgicos,
acumulativos,
altamente
dinámicos,
comúnmente no lineales y determinados por causas y efectos que interactúan en el plano
social y natural. Es por esta razón, que la sustentabilidad es comúnmente inter- o
transdisciplinaria (Schäfer, Ohlhorst, Schön y Kruse, 2010). Lo que se trata es de construir
un nuevo “objeto” científico desde un enfoque multidisciplinario que transite hacia la
interdisciplina y que permita derrumbar los obstáculos epistemológicos y las barreras
disciplinarias que impiden tal articulación científica aperturando los paradigmas
establecidos, dado que la nueva racionalidad ambiental no podrá operarse como un cambio
de paradigma dentro del mismo orden científico (Leff, 2011). Los principales problemas
dentro de la construcción interdisciplinaria no están en el interior de los campos que la
integran, sino en la manera en que estos se relacionan y reconstruyen en la medida en que
emergen de la nueva realidad que se estudia en conjunto con lo que es externo a la ciencia y
forma parte de la vida real de las comunidades. Para Turner y Carpenter (1999, p. 276) “el
objetivo de la investigación interdisciplinaria es que el equipo interdisciplinario debería
ser más que la suma de las partes individuales”. Y quizá lo más importante es enfatizar
que en el abordaje de un sistema complejo está en juego el funcionamiento de la totalidad
del sistema y solo puede ser obra de un equipo con marcos epistémicos, conceptuales y
metodológicos compartidos (García, 2011).
Finalmente está la transdisciplina, producto de la apertura del “…diálogo
intersubjetivo e intercultural que trasciende el espacio de la articulación de las ciencias y
el intercambio interdisciplinario” (Leff, 2011, p. 33). Su referente filosófico está presente
en la Carta de la Transdisciplinariedad (Anexo 1) suscrita en el Convento de Arrábida,
Portugal, en 1994. Dicha epístola señala que la transdisciplinariedad está entre, a través y
más allá de las disciplinas. Suscribe dicha Carta una visión crítica de la producción y
posesión de los diversos saberes y pretende encaminar hacia una nueva comprensión del
mundo a partir de la articulación de éstos, como un movimiento de transición paradigmática
que asume el desafío de construir la unidad con la diversidad (Pineau, 2007 [en Espinosa,
2014]). La transdisciplina no es una ciencia, o una ciencia de las ciencias, o una
metodología, o un currículo de todas las ciencias, sino un reencuentro con “el sentido
original del conocimiento, en cuanto a su objeto –el mundo- y a su objetivo –la
superviviencia y desarrollo de la especie en equilibrio armónico con su hábitat natural y
social (Espinosa, 2014, p. 68). Es entonces “una cosmovisión del mundo, una praxis sobre
182
el mundo, un conocimiento sobre el mundo, una actitud ante el mundo, el ser humano y el
conocimiento” (Espinosa y Tamara, 2001 [en Espinosa, 2014, p. 68]).
La transdisciplina evoca al flujo de conocimientos de disciplinas diversas, de los
sujetos entre sí y con el “objeto” de estudio, así como la inclusión y validación de otras
formas de percibir, concebir y conocer el mundo; sería la coordinación epistémica entre
todos los niveles de conocimientos y saberes. Su definición ha cursado diferentes vías. Por
ejemplo, Naveh (2005) señala que el prefijo “trans” refiere interacción no “entre”, sino “a
través” y “mas allá de” las disciplinas clásicas y su campo de acción, lo que sugiere el
acuñamiento de una especie de “metadisciplina” que trasciende las trincheras de la ciencia.
La transdisciplina es una compleja interacción multinivel y multiobjetivos, pero con fines
en común; es congruente con la complejidad intrínseca de todo fenómeno natural o social,
investigable o enseñable (De la Herrán, 2011). Implica la generación de un nuevo tipo de
conocimiento y manera de construirse, permitiendo establecer relaciones entre
investigadores, profesionistas y otros actores involucrados en el tema, facilitando que cada
uno de ellos aporte con su campo de estudio al cumplimiento de objetivos comunes a través
del diálogo de saberes. Es decir, un reconocimiento de la necesidad de un nuevo saber
basado en el diálogo entre científicos y no científicos, entre el saber científico y otro tipo de
saberes que significa revisualizar el objeto de estudio de la ciencia y la pertinencia de ésta,
reconcibiendo la relación de lo humano con la naturaleza, ambos como entes creativos
(Delgado, 2010). Las posibilidades de cristalización de la transdisciplina están en función
de la dificultad del individuo y de su inteligencia para tolerar y ser abierto a esas
conexiones que se salen de los cauces tradicionalmente establecidos por cada disciplina (De
la Herrán, 2011).
Martínez (2011) señala que la transdisciplina sería un conocimiento superior
emergente, fruto de un movimiento dialéctico de retro- y pro- alimentación del
pensamiento, que nos permite cruzar los linderos de diferentes áreas del conocimiento
disciplinar y crear imágenes de la realidad más integradas y, por consiguiente, también más
verdaderas. Thompson (2012) menciona que la transdisciplina ha sido referida como un
conjunto de axiomas comunes, mientras que para Jean Piaget representaba el nivel
epistemológico más alto de la interdisciplina. Su objetivo y tarea sería la creación de un
nuevo lenguaje, una nueva lógica y nuevos conceptos, sin encerrarla como un concepto
ligado a una nueva disciplina o una herramienta teórica, sino como “la ciencia y el arte de
183
descubrir puentes entre diferentes objetos y áreas del conocimiento.” Conviene señalar, sin
embargo, que la transdisciplina no implica necesariamente lo interdisciplinar si no que se
puede trascender hacia otros sistemas de conocimientos y saberes. Con la transdisciplina
puede establecerse mas bien un diálogo que trasciende el ámbito académico y se comunica
e intercambia con otro cuerpo de conocimientos, saberes, razones y objetivos alejados de la
ciencia clásica. Espina (2007) apunta que los puntos que definen a la transdisciplina pueden
ser visualizados como: a) El estudio de las tramas de relaciones que conforman lo real; b)
El estudio y búsqueda de soluciones a los grandes problemas globales; c) La integración de
valores que implican la dimensión ética aunado a la responsabilidad y creatividad del sujeto
del conocimiento; d) La superación del enfoque hiperdisciplinario; e) El diálogo entre
saberes científicos y no científicos; f) La construcción colectiva-participativa del
conocimiento; g) La integración del conocimiento y su gestión; y, h) Lo multicriterial.
Si bien la transdisciplina es una novedad dentro de la academia, realmente ha sido
practicado un tipo de “transdisciplina” desde hace siglos y deberían servir estas
experiencias como referencia para la transdisciplina que desde la ciencia se pretende
impulsar. Sobre este tema Apgar, Argumedo y Allen, (2009) refieren la existencia de
protocolos de diálogo colectivo (que ellos refieren como transdisciplina) entre
“especialistas” y miembros de comunidades que se han desarrollado a través de
generaciones, particularmente en los pueblos originarios100. Según estos autores y con base
en estudios de casos en Latinoamérica, existe toda una tradición cultural al respecto que
tiene que ver con las habilidades que se inculcan y enseñan a sus líderes, a la par de
conocimientos técnicos y la comprensión del marco cosmológico que rige a sus pueblos. En
estos espacios participativos se celebran reuniones colectivas con discusiones en las que
participan los miembros de la comunidad analizando y tomando decisiones. El diálogo
entonces se convierte en el parteaguas para la definición de la transdisciplina, un diálogo
que deja de lado la soberbia del científico duro. Por ello, Apgar, Argumedo y Allen, (2009)
mencionan que finalmente la transdisciplina es la verdadera interdisciplina, dado que no es
en sí una nueva forma de conocimiento, sino un diálogo entre formas. Ello permite transitar
hacia otro nivel epistemológico, permitiendo la creación de nuevos paradigmas
100
Comunidad indígena es “un grupo de personas que afirman una identidad encapsulada dentro
de fronteras simbólicas que les distingue de manera significativa de otros grupos. Esa identidad es
esencialmente una red discursiva dentro de la cuales, sus miembros viven y están comprometidos”
(Garibay, 2008, p. 37).
184
conceptuales, la inclusión de los intereses sociales (Thompson, 2012) y de otras formas de
conocimiento no surgidas del quehacer científico. La transdisciplina reconoce que la
ciencia forma parte de los procesos que describe y, por lo tanto, se centra en una visión
sistémica de las dinámicas social y natural que están dando forma al mundo. También
considera la pluralidad de las formas de conocimiento, de las visiones del mundo y de los
valores éticos conectados entre ellos dentro de los diferentes grupos sociales y culturales
(véase Rist y Dahdouh-Guebas, 2005). Por tanto, su gran desafío consiste en encontrar las
maneras de fomentar el diálogo y la cooperación entre grupos heterogéneos de actores
sociales con diferentes formas de conocimiento, en lugar de imponer una visión única a
través de un discurso hegemónico. De ahí la importancia de la etnociencia en el avance de
la transdisciplinariedad (Rist y Dahdouh-Guebas, 2005): permite el arribo hacia nuevas
formas de interacción entre la sociedad y su entorno natural bajo propuestas surgidas desde
los propios pueblos originarios expresadas en el buen vivir, el vivir bien o el buen convivir
que apuestan a una vida en plenitud, en armonía y equilibrio con la naturaleza y en
comunidad. Esto coincide con lo mencionado con Francois (2006), para quien la
transdisciplina implica una interconección de conceptos y modelos, una percepción global
de contacto final entre disciplinas. Pero no solo en la ciencia, sino en todas las actividades
humanas en las que diversidad y unidad no aparecen como conceptos opuestos, sino como
perspectivas complementarias. Señala (p. 4): “…lo que necesitamos no son equipos
interdisciplinarios sino conceptos transdisciplinarios; conceptos que sirvan para unificar
conocimiento”.
De acuerdo con lo revisado hasta ahora, la investigación transdisciplinaria implica
comprender la complejidad, considerar la diversidad de la vida y de las percepciones
científicas y desarrollar el conocimiento y las prácticas que promueven el bien común. La
manera en que se puede construir la transdisciplina ha sido debatida y cuestionado la
existencia de una metodología, lo cual Nicolescu (2012) ha calificado como “solo un
frívolo comentario”. Para Nicolescu (1996), desde una perspectiva cuántica, los tres pilares
de la transdisciplina son: 1. Los niveles de realidad (multidimensional y multireferencial);
2. La lógica del tercero incluido (que induce una estructura abierta por lo que enfatiza la
imposibilidad de una teoría completa); y, 3. La complejidad. Para este autor, la
transdisciplinariedad tiene el estatuto de un desvío no tanto de una disidencia, dado que se
aparta de la norma, la lleva a niveles de confusión por el no respeto del papel único y
185
singular de cada nivel de realidad y cada nivel de percepción en una unidad abierta al
mundo. De hecho, Nicolescu reconoce que no es la vía, sino una vía. Por ello sugiere tres
rasgos fundamentales de la actitud disciplinaria: 1. Rigor (la búsqueda del justo lugar en sí
mismo y en el otro en el momento de la comunicación); 2. Apertura (aceptación de la
existencia de ideas y verdades contrarias a los principios fundamentales de la
transdisciplinariedad); y, 3. Tolerancia (mostrar que la superación de las oposiciones
binarias y de los antagonismos es efectivamente realizable).
Dentro de esta construcción cabe aclarar que lo transdisciplinar “sin lo disciplinar”
o “contra lo disciplinar” es pseudo, pura apariencia (De la Herrán, 2011). El punto central
de la transdisciplina es identificar problemas y su estructuración101 considerando que la
complejidad puede ser reducida mediante la identificación de los factores involucrados, lo
que implica creatividad y originalidad (Hadorn y Hadorn, 2008). Según lo acordado en el
segundo
Congreso
Mundial
de
Transdiscilinariedad
(2005),
la
investigación
transdisciplinaria refiere pluralidad epistémica e integración de procesos dialécticos y
dialógicos como productos emergentes que mantienen el conocimiento como sistema
abierto, lo que lleva a plantear que “no puede haber una transdisciplina en sí, lo que resulta
transdisciplinario son las actitudes de los científicos” (Espinosa, 2014, p. 98).
Para lograr el avance de la transdisciplina, es necesario el concierto de científicos,
pueblos originarios y la sociedad en general bajo el entendido que la responsabilidad es
compartida. Para ello precisa el desarrollo y la vinculación de políticas culturales y de
gestión de la ciencia que incluya genuinamente las múltiples perspectivas sociales para lo
cual el diálogo es fundamental y, en este sentido, habrá que reconocer la experiencia
milenaria que los pueblos originarios tienen al respecto. El objetivo debe ser mejorar la
calidad de los procesos de participación redimensionando la dependencia hacia la ciencia
disciplinaria que juzga la calidad de la información o del conocimiento que utilizamos. De
esta manera es que la transdisciplina debe ser enmarcada en las investigaciones que
aborden las demandas de conocimiento para resolver problema de la sociedad con respecto
a las preocupaciones sociales complejas, es decir, la generación de conocimiento al servicio
de la sociedad, aún cuando su desarrollo se esté enfrentando a la realidad de que es más
fácil pregonarla que realizarla. Ello, por la resistencia a esta forma de colaboración dadas
101
Según H. Zemelman (en Espina, 2007), la delimitación e identificación del problema es básico
en el pensar epistemológico y en la metodología de investigación.
186
las preocupaciones acerca de las normas, la calidad, el método, etc., así como su aversión a
prácticarse en un mundo tradicionalmente individualizado y sectario.
La etnoecología y los puentes inter- y transdisciplinarios
Por lo analizado hasta ahora, tanto la interdisciplina como la transdisciplina son algunas de
las opciones metodológicas viables en la investigación etnoecológica. De ninguna manera
significa abstenerse de las disciplinas aisladas y especializadas. Más bien se trata de crear
puentes y dinámicas que faciliten el diálogo entre ellas, entre las llamadas ciencias sociales
y ciencias naturales, entre el conocimiento científico y otras formas de conocimiento y
saberes, y entre las expectativas y objetivos que van más allá de lo epistémico y que
fundamentan la razón del ser humano.102 Se debe reconocer lo que Mumford (1972, p. 185)
había sentenciado que “…ni la vaga totalidad subjetiva adquirida por el hombre primitivo,
ni al otro extremo, la objetividad fragmentaria y precisa investigada por la ciencia, pueden
hacer justicia a todas las dimensiones de la experiencia humana”. El objetivo es construir
vías alternas que permitan la comunicación entre la esfera de los objetos y la esfera de los
sujetos que conciben estos objetos, estableciendo así relaciones (encuentros) entre las
llamadas “ciencias naturales” y las “ciencias humanas”, sin que implique su reducción.103
La interdisciplina y transdisciplina dentro de la etnoecología no surgen del
imperioso llamado que lanzan anatemas a la ciencia de la especialización. No necesita
hacerlo, dado que su esencia es inter y transdisciplinaria. La etnoecología define sus
fronteras temáticas trascendiendo hacia otras formas de conocimiento. De hecho, para el
caso de la interdisciplina, el diálogo disciplinar dentro de la etnoecología es posible a través
de profesionistas de diferentes campos que tiene el reto de integrar equipos que logren la
interdisciplina bajo el argumento de que primero tienen que existir un equipo consolidado,
integrado, abierto al diálogo y tolerante. Implica algunos principios de las propuestas
pedagógicas de Paulo Freire relacionada al respeto a los saberes, el respeto al “yo” derivado
del respeto al “otro”, del proceso de creación y recreación de ideas, de la transformación
mutua entre seres y con el mundo, y del reconocimiento de otras culturas, entre otros
102
Como dice R. García (2011, p. 70): “ni la condena a la “especialización excesiva” conduce, por
oposición, a la interdisciplina, ni es posible prescindir de los especialistas aún en la investigación
interdisciplinaria. Se trata de un problema mal formulado. No toda la investigación es
interdisciplinaria, ni todo profesional necesita ocuparse de interdisciplina.”
103
Véase el artículo de Morin (1982) titulado Por la Ciencia, publicado por Le Monde, 6 de enero.
187
principios. Freire (1970; 1997; 2005) propone un diálogo igualitario, basado en la validez
de argumentos y no en la imposición de un saber culturalmente hegemónico, autoritario y
jerárquico. Para P. Freire, no basta la tolerancia, sino que demanda de los investigadores
una apertura que evite la construcción de preguntas previas y más bien desarrollarlas con
los participantes, es decir, visualizar a las comunidades como sujetos, no objetos,
sustituyendo el “llegar a investigar” por la lógica de formar “comunidades de aprendizaje”.
La etnoecología entonces entraña conocimiento de segundo orden, además del
obligado abordaje interdisciplinario (entre ciencias) y transdisciplinario (con otros
conocimientos y saberes). Denota una complejidad determinada no solo por la
heterogeneidad de los componentes que la estructuran. También por su interdefinibilidad
funcional de y entre sus componentes, lo que se traduce en mutua dependencia. Y es que la
naturaleza de la etnoecología al igual que la etnozoología, la etnomicología, la etnobotánica
o la etnoedafología, por ejemplo, integra cultura y naturaleza desde una perspectiva abierta.
Tiene la necesaria propiedad de aglutinar dentro de su campo otras disciplinas
aparentemente alejadas entre sí e irreconciliables como son, grosso modo, las “sociales” y
las “naturales”, que reflejan la parcelación artificial de la realidad humana en la ciencia
como resultado de prácticas humanas.104 Así, la etnoecología es el crisol donde varias
disciplinas aparentemente alejadas logran amalgamarse en nuevas formas de conocimiento
científico. Sin embargo, percibir así a la etnoecología, tergiversa su propia naturaleza y
minimiza la aportación de actores esenciales sin los cuales, aún cuando lo que se pretende
sea una investigación científica, poco abona al reencuentro del ser humano consigo mismo
(perspectiva transdisciplinaria). En este sentido, la incorporación del sistema de
conocimiento y saber locales inscrito en la mente de agricultores, recolectores, pescadores,
leñadores, curanderos, etc., es el sine qua non de la etnoecología, la que se convierte en un
puente epistémico por el que por igual circulan en ambos sentidos actores, procesos,
historias, razones y territorios. Existen muchos ejemplos de cómo se puede construir este
puente, donde la combinación de conocimientos y actores diversos, permiten una mejor
gestión ambiental: el reconocimiento de sistemas agrícolas tradicionales a escala intensiva
actualmente adaptados y adoptados a condiciones específicas, desde la agronomía; el
rescate de tecnologías indígenas como ocurre con el sistema canales conocido como waru
104
No existe una política de parcelación en la ciencia por capricho de los científicos. Más bien la
práctica política es una actividad parcelada que lleva a separar producción, arte, educación,
actividad científica, vida personal, etc. (Carlos Delgado, 2015, com. pers.).
188
waru, el cual actúa como regulador de la temperatua evitando los efectos de las heladas en
la región andina peruana; la diversificación productiva de cereales claves como el maíz, a
partir de la incorporación del conocimiento local sobre la utilización de pisos ecológicos
diversificados; la incorporación de expertos locales a través de relación respetuosa y
horizontal, en investigaciones biológicas y ecológicas; el mejoramiento de condiciones de
vida locales (salud, vivienda y alimentación, entre otros) a través del intercambio de
conocimiento, tecnologías y gestiones institucionales; contribución a la adaptación al
cambio climático en regiones montañosas a partir del conocimiento y saber locales
referente a gestión de agua y suelo, fortalecimiento de la agrobiodiversidad, herramientas
de planificación agrícola, sistemas de producción y técnicas de posproducción (véanse
Torres, 2014; Altieri, 1996; Toledo, 2000; Tinnaluck, 2004). Ejemplos como éstos se
multiplican al analizar revistas y eventos académicos nacionales e internacionales que
convocan a las disciplinas antropológicas, etnobio- y ecológicas, etnológicas, geográficas,
sociológicas, etc.
Todo ello da cuenta que las barreras infranqueables que separaban dos proyectos de
conocer, percibir y concebir el mundo están siendo derribadas propiciando un rico y
fructífero encuentro que, sin duda alguna, abona a la comprensión del fenómeno humano,
sin que la ciencia deje de ser ciencia o la cultura deje de ser cultura.
De igual manera a lo que sucede en la interdisciplina, también existe un proceso de
diálogo entre los apropiadores de la naturaleza (recolector, agricultor, pescador, ganadero,
etc.). Así, la etnoecología está permeada por los flujos y pulsos epistémicos, en un sistema
abierto, propositivo, transformador, receptor, regenerador y reconstructivo de las
relaciones, conocimientos y saberes humanos.
Bajo el supuesto que la transdisciplina e interdisciplina constituyen los medios para
el quehacer y ser de la etnoecología, entonces finalmente ¿Es un campo emergente? La
respuesta es sí. No únicamente se sacude de la especialización permitiendo el encuentro
entre disciplinas, sino que la incorporación de otros conocimientos y saberes ajenos a la
ciencia sugiere un salto a un nivel epistémico superior. Pero si concebimos a la
etnoecología como inter y transdisciplinar ¿Existen los etnoecólogos o solo son
profesionistas (biólogos, geógrafos, historiadores, antropólogos, etc.) de mente abierta que
realizan investigación multicriterial? La respuesta a esta pregunta no debe poner en duda la
existencia del campo de la etnoecología, sino de la manera en que se es etnoecólogo.
189
El etnoecólogo debe ser un gran gestor del conocimiento, con visión para realizar
investigación en campos aparentemente ajenos a su profesión o bien realizar complicidades
epistémicas con otros profesionistas. Es un artista en el arte de la síntesis. Debe ser
primeramente un ser humano -después un científico- que pretende dimensionar el mundo
real, más allá de realidades preconcebidas. Reconoce que no conoce todo, por lo que se
apoya de otros campos científicos. De ahí la importancia del diálogo.
Figura 4.2 La etnoecología como interdisciplina y transdisciplina.
El puente epistémico entre academia y productores rurales es construido por el
diálogo entre los diferentes conocimientos y saberes científicos y locales. De este encuentro
se crean relaciones cognitivas (al menos) en donde se realizan intercambios y se ven
influenciados por los pulsos propios de esta dinámica que ofrece fenómenos emergentes,
como del entorno que también participa en su determinación (Figura 4.2).
190
Finalmente, la etnoecología tiene como fin el análisis, interpretación y en muchos
casos, vivencia, de fenómenos complejos que exigen “comprender que las relaciones
humanas se desarrollan en condiciones específicas, distribuidas en un espacio y en un
tiempo determinado, lo cual conduce a tomar en cuenta el grado de variabilidad social,
espacial y temporal de la sociedad, así como su carácter de impredicibilidad” (Castellano
y Hinestroza, 2009, p. 688).
La construcción de la perspectiva etnoecológica
Antes de iniciar el tema, precisa reconocerse el quid alrededor del cual se construye la
etnoecología: a) Los sistemas de conocimiento y saberes locales en torno a la naturaleza y
su apropiación (simbólica y material), sus formas de transmisión y distribución, así como
los beneficios que otorga; b) Las relaciones entre diversidad cultural y la biodiversidad a
través del análisis de las formas locales de manejo que generan y conservan dicha
biodiversidad por medio del manejo de plantas, animales, hábitats y ecosistemas; c) Su
relación con las propuestas de desarrollo desde la perspectiva de los pueblos originarios; d)
Las relaciones entre el manejo de los recursos naturales y el acceso y propiedad de los
mismos (Reyes y Martí, 2007); e) La perspectiva del territorio y paisaje dentro de una
dimensión espacio-temporal; y, f) Como frente contra la hegemonía epistémica y
productiva enmarcado en la ecología política que además proporciona sentido de identidad
y pertinencia cultural.
Así pues, se hace necesaria una revisión de las bases ontológicas de la etnoecología
que permitan conocer si los procesos correspondientes a la esfera del mundo material están
relacionados con todos los fenómenos inscritos en los dominios sociales y espirituales de la
vida (ontología dualista), o bien si las manifestaciones sociales y culturales no tienen
conexión con las "leyes de la naturaleza" (ontología materialista; véase Rist y DahdouhGuebas, 2006). Pero la etnoecología y la etnociencia en general, no deben ser materialistas
o dualistas, dado que se encajona algo que por naturaleza es abierto y dinámico, cuando
incluso los propios pueblos originarios encarnan la organización del diálogo entre la mente,
el cuerpo y la materia lo que revive la discusión acerca de la hipótesis de una interrelación
mente-materia. Esto significa que el encuentro de las ciencias sociales y naturales con el
sistema de conocimientos y saberes locales configuran una interfaz de ontologías diferentes
(Rist y Dahdouh-Guebas, 2006).
191
Estos autores se preguntan si la vida social o material se perciben estrechamente
relacionada con el ámbito más amplio de la vida espiritual, o si el ámbito social y espiritual
están determinadas por el dominio central de la esfera material. La realidad es, como
señalan dichos autores para el caso aymara u otros pueblos originarios, que la etnoecología
no debe ser materialista o dualista dado que se encajona algo que por naturaleza es abierto y
dinámico, cuando incluso los propios pueblso originarios señalan encarnan la organización
del diálogo entre la mente, el cuerpo y la materia lo que revive la discusión acerca de la
hipótesis de una interrelación mente-materia. Esto significa que el encuentro de las ciencias
sociales y naturales con el sistema de conocimiento y saber locales configura una interfaz
de ontologías diferentes.
La revisión que se ha realizado de las definiciones de la etnoecología muestra una
tendencia a conferirle un carácter puramente intelectual. Es decir, su enfoque general ha
dado prioridad a lo cognitivo, como si la relación de la sociedad con la naturaleza
practicada por estos pueblos o grupos sociales se redujera únicamente a procesos mentales.
Toledo (2001) ha desarrollado la teoría sobre la importancia de incorporar al corpus de
conocimientos, la influencia de la cosmovisión (kosmos) en la apropiación (praxis) de la
naturaleza. Sin embargo, a pesar de este avance teórico, en la realidad no ha resultado fácil
la integración de estas tres esferas, continuando la percepción de que son meros
compartimentos que hay que llenar con información cuya conexión es escasa, confusa o
nula. De ahí la importancia de un salto de nivel que pretende su integración surgido bajo el
nombre de umblicus (Tree of Life Guardianship, 2012). El umblicus representa entonces el
eje que dimensiona la importancia de articular el kosmos, corpus y praxis en un sistema de
componentes interdependientes y sintetizados, un todo integrado presente en la cultura.
Pero definir la etnoecología en función de la cosmovisión, los conocimientos y las
prácticas es suponer que los sujetos solo “conocen”, “saben” y “practican”. Mas bien se
hace necesario incorporar a la discusión al menos cinco campos científicos o disciplinas: la
historia, la geografía, la politología, la ética y la psicología. El problema de plantearlo de
esta manera es que se corre el riesgo de caer en la criticada especialización. Para la
construcción etnoecológica más bien deberíamos lanzar cuestionamientos básicos: ¿Qué?
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quiénes? ¿Cómo? y ¿Por qué? Hablamos entonces de dinámicas,
espacios, actores y razones. A continuación, se analizarán los diferentes factores que
permean la perspectiva etnoecológica (cosmovisión, conocimiento, práctica, historia,
192
contexto, territorio, sentimientos y ética), como un ejercicio de reflexión que pretende darle
coherencia e integración a conceptos que, aislados, poco aportan a la discusión. Antes de
ello, es necesario explicar la Figura 4.3: dentro de la perspectiva etnoecológica existe un
componente espacial, un componente social, un componente temporal, un componente
intelectual y un componente afectivo que expresan un componente ético.
Relaciones sociales
o
mp
Tie ria)
(his
(institución y comunalidad)
to
Etnoecólogo
Campesino
Cosmovisión
Conocimientos/Saberes
Prácticas
Sentimientos
(te Esp
rr
ito aci
ria o
lid
ad
)
Figura 4.3 La investigación en la perspectiva etnoecológica.
El componente espacial hace referencia tanto a un entorno físico como base material para el
desarrollo de los pueblos, como un territorio sintetizado en la apropiación social, simbólica
y material de un espacio geográfico. El componente social en este caso lo referimos a la
existencia de instituciones como reguladoras y normativas de la sociedad misma y con su
entorno natural. El componente temporal que evidencia la importancia del pasado de un
193
pueblo para poder contextualizar el presente, pero una contextualización viva, con sus
características propias que la definen y la diferencian de su historia, no solo como historia
humana, sino como historia de la evolución de la naturaleza y de ésta con la humana. El
componente cognitivo está inscrito en la mente de la sociedad a través de conocimientos,
cosmovisiones, saberes y creencias. Está también el componente afectivo, generalmente
desechado de la discusión etnoecológica que ha minimizado el papel de las emociones
como las fuerzas que mueven; y, finalmente, el componente ético, que expresa y sintetiza
las particularidades de los anteriores traducido en tomas de decisiones que llevan a políticas
personales o colectivas sobre el hacer, como hacer y sus consecuencias (Figura 4.3). A
continuación, haremos una revisión de cada uno de los factores que integran los
componentes mencionados.
Cosmovisiones en la etnoecología
Iniciaremos diciendo que por cosmovisión se entiende la manera de ver e interpretar el
mundo. Espinosa (2014) señala que el conocimiento, como forma de significar al mundo,
conduce a la construcción de una cosmovisión. Es el “axioma cosmológico” de Rappaport
(1979) que refiere a la relación paradigmática a través de la cual, el cosmos es construido.
Para Fornet (2007, p. 32) hablar de cosmovisión refiere a un saber originario, no
fragmentado que, como también ocurre en muchas culturas de África y Asia, no opera con
esa división de ciencias (filosofía, teología, política, etc.), porque responde a una finalidad
holística, pero también porque no tiene una historia de institucionalización (colegios,
institutos, universidades) como el saber en Occidente.105 Para este autor, las cosmovisiones
otorgan cierta singularidad en sus respectivas culturas y están relacionadas con la
dimensión de la oralidad, dado que es expresión de culturas que conservan cierta
experiencia vital colectiva. Implica saberes transmitidos como sapiencia integral, la que no
es individual ni ligada a un sujeto que detenta el saber, sino que la colectividad es la que la
sostiene como una memoria de todo lo común que es indispensable recordar para organizar
la vida material. La cosmovisión enfatiza aquellas percepciones que trascienden el plano
material, para adentrarse en el mundo mágico de las culturas. Los estudios antropológicos
105
Para Leff (2011) el pensamiento holístico presenta el problema que implica el eterno retorno de
lo homogéneo dado que desconoce la diversidad de lo real y la especificidad de las diferentes
‘miradas’ disciplinarias y culturales que lo observan.
194
en general abordan el cómo los pueblos interactúan práctica y técnicamente con su entorno
natural, pero olvidando cómo su mundo es construido “imaginativamente” a través de
mitos, religión y ceremonias (Ingold, 2000). Es el “conocimiento sagrado” que por su
naturaleza no es verificable ni falseable y es aceptado sin cuestionarse, dado que son
mística o ritualmente aceptados (Rappaport, 1979).
De forma errónea, a la cosmovisión se le ha definido únicamente como el conjunto
de creencias que buscan darle mayor coherencia al mundo a través de explicaciones y
racionalidades que invocan mitos, ritos, entidades sagradas y acontecimientos
sobrehumanos. Realmente también deberían considerarse todas las lecturas (sociales,
políticas, ambientales, culturales, etc.) que el ser humano pone en práctica para entender y
explicarse su realidad. Desde el punto de vista etnoecológico, es común la asignación de la
cosmovisión como mito, pero xisten argumentos ello que buscan dimensionar su
importancia. Al respecto, Delgado (2012b, p. 6) señala:
“En lugar de desestimar los mitos como falsa conciencia, como ‘reflejo
distorsionado’ de la realidad, deberíamos considerar el conjunto de la
formación cultural donde se han forjado. Entonces estaríamos en condiciones
de esclarecer el lugar de lo mitológico en dicha cultura, la jerarquía que le
es propia, y solo desde esta comprensión global y contextualizada, podríamos
entablar diálogo fructífero con la ciencia disciplinaria e incorporar lo
incorporable a una organización no disciplinaria de los conocimientos.”
La cosmovisión posee funciones sociales. Morin (2005) refiere que la mitología
arcaica permite integrar noológicamente en el mundo tanto a la sociedad como al individuo
estableciendo correspondencias analógicas entre el universo ecosistémico y el universo
antropológico que aparece como un microsistema integrado en el macrocosmos, aunque sea
de un modo fragmentario e incompleto. Ahí es donde la organización del espacio-tiempo
social se moldea en base al espacio-tiempo cósmico. No es el tiempo humano presente en el
espacio humano, es el tiempo cósmico presente en un espacio cósmico. Reconocer un orden
significa dimensionar el caos, para lo cual surgen actos como los ritos, que buscan
reestablecer o controlar la entropía del cosmos, técnicas de armonización que junto con el
mito y la magia permite la integración interna de la sociedad al envolver, preceder y
acompañar las actividades prácticas, las operaciones de funcionamiento, orientación y
represión, así como al ciclo vital del individuo desde su nacimiento hasta su muerte, según
195
Morin (2000). Para él, la magia, mito y rito sacralizan las reglas de organización de la
sociedad y precisamente por ello refuerzan la dominación de la clase masculina a proveerla
de una justificación trascendente. La condición humana tripartita (individuo-sociedadespecie) reintroduce lo biológico y lo cósmico como base de la moral, dado que,
particularmente desde su condición de especie, le permite conectar a la sociedad humana
con su ser biológico, éste con la Tierra, que a su vez conecta con el cosmos (Morín, 2005).
Esto posibilita la visión de ida y vuelta permanente, de un único y mismo proceso de
afirmación ontológica, expresión de un tipo de relación matriz, que es compleja, entre las
fuerzas de dispersión y religación (González, 2012). Además, las cosmologías de los
pueblos originarios pueden codificar observaciones importantes con relación a los procesos
ecológicos sin correspondencia al vocabulario y lógica de la ciencia moderna (Hornborg,
1996).
El mito por su lado surge en el imaginario con el relato de la historia, revelando así
el sentido profundo de la costumbre y el saber (Gómez, 2009b). El mito se constituye así en
una creencia que como Villoro (1989, p. 25) señala, sería el componente “subjetivo” del
saber. La mejor manera de analizarla no sería entonces examinar lo creído sino el acto de
creer. La creencia en sí sería importante de manera especial no por su contenido, sino por la
manera es que es construída, dado que solo de esta manera podemos entender la dinámica
que asigna actos en contextos determinados. Las creencias son lo innegable, el dogma de
origen que integra socialmente junto con la magia y el rito, son el relato fundador de un
pueblo. Por lo que “Podemos desconfiar de nuestros propios sentimientos, pero no de
nuestras propias creencias” (Wittgenstein, 2011). Es pues a través del mito, el rito y la
magia, como se logra la integración interna envolviendo, precediendo y acompañando las
prácticas, operaciones, orientación y represión, así como al ciclo vital del individuo desde
su nacimiento hasta su muerte (Morin, 2005). Entonces creer es validar lo que es
considerado como verdadero, lo que se traduce en que la creencia significa saber y
viceversa (Villoro, 1989). Según este autor (pp. 15-16), “creer significa tener algo por
verdadero, pero sin estar seguro de ello, ni contar con pruebas suficientes; sólo a las
creencias que consideramos verdaderas llamamos saberes”; si está desprovista de razones
está fuera del saber. Al respecto, Carlos Marx (1845), en su crítica a Ludwig Feuerbach
decía que el "sentimiento religioso" expresado en mitos, ritos y creencias finalmente es un
producto social, es decir, de un contexto específico y un grupo social determinado cuya
196
interpretación o entendimiento del mundo responde a particularidades. Con ello, la creencia
como expresión de lo verdadero, estaría circunscrita a dicho entorno. Por ello es por lo que
la creencia forma parte de una personalidad; está enlazada con elementos psíquicos como
motivos, propósitos, razones (Villoro, 1989). Barrera-Bassols (2008, p. 77) señala que el
sistema de creencias –que él circunscribe al kosmos del complejo etnoecológico toledianoes importante en la producción y reproducción del significar y del significado:
“El sistema de creencia opera como un complejo de representaciones
perceptivas y simbólicas a través de la interconexión entre memoria y
realidades concretas, dando sentido a las actividades prácticas y objetivos
esperados a nivel individual y social. En síntesis, los sistemas de creencias
producen percepciones (mindscapes) y paisajes; ellos conectan lo invisible
con el contexto visible. Estas eco-cosmologías no constituyen aislados
esquemas teóricos del mundo natural, sino que son estructuradas
abstracciones que dan significado al lenguaje y a la práctica. Estos
sistemas codificados permiten a la gente ‘estar en el lugar’,
interconectando herramientas intelectuales con otras personas en las tareas
cotidianas y encarnando su pasado con sus planes.”
La persistencia de la cosmovisión indígena
¿Por qué no se han extinguido las cosmovisiones fundacionales en los pueblos originarios a
pesar del avasallador y castrante mundo contemporáneo regido por la indomable economía
de mercados? Florescano (1999) responde que se debe a las estructuras internas sobre las
que reposan estos pueblos, esas colectividades vinculadas por prácticas agrícolas
encaminadas a la sobrevivencia. Al centrarse en las ideologías, antropólogos e historiadores
olvidaron que las identidades106 son resultado de prácticas sociales repetidas a través de
siglos. Dice Florescano (1999, p. 314):
106
Para Morin (2005), la identidad refiere no a la pertenencia de un grupo, sino al conjunto de hilos
noológicos que atan al individuo con su parentela real y mítica. Desde esta perspectiva, la identidad
de individuos y de la sociedad no está en función de su propio rostro, sino por oposición al de otros.
Morin señala que existe una suerte de “código cultural” y realiza una analogía con el código
genético. El primero (p. 199), “…vela por la integridad y la identidad del sistema social y asegura
su auto-perpetuación o reproducción invariable protegiéndolo de la incertidumbre, lo aleatorio, la
confusión y el desorden.”
197
“Frente a la evanescente duración de las ideologías debe recordarse que la
práctica de sembrar, regar, desyerbar, proteger, cosechar y almacenar el
maíz ha sido la tarea colectiva absorbente de los indígenas desde hace 5,000
años por lo menos. Esta costumbre fue la que creó el vínculo milenario ente
el campesino y la milpa, ente el ser humano y la tierra que lo alimenta. Esta
práctica cotidiana forjó los lazos de identidad que unieron a un campesino
con otro, y fue crisol donde cristalizaron las formas de vida campesina que
perduran hasta nuestros días.”
La práctica sería entonces el anclaje que contiene a estos pueblos en su cultura. Para
Alfredo López Austin, la cosmovisión está inserta en las actividades cotidianas y
diversificadas de los miembros de una colectividad y es a través del manejo de la naturaleza
y trato social, que integran representaciones colectivas que dan lugar a pautas de conducta
en diferentes ámbitos de acción (Florescano, 1999).
La cosmovisión de los pueblos originarios contemporáneos continúa arraigada a su
pasado. Por ejemplo, el sol sigue siendo relevante como expresión o personificación de sus
principales deidades. Los ritos en la actualidad viene a ser los reguladores de las
actividades colectivas en las cuales el calendario de las fiestas anuales y el calendario
agrícola son el eje histórico y social, a la vez que actúan como activador de la memoria
colectiva (Florescano, 1999).
Los ciclos rituales constituyen y codifican las relaciones de producción. Son una
estructura sagrada dentro de la cual las actividades productivas y reproductivas actúan en
función de las relaciones sociales, políticas y ecológicas que son las que definen y dan
significado. Debido a que el funcionamiento de las sociedades reguladas ritualmente no
implica la estratificación social, el ritual en sí mismo puede constituir un muy viejo modo
de producción, si no es que el primordial (Rappaport, 1979). Y es que la naturaleza es
visualizada por la sociedad a través de una pantalla de creencias, conocimientos y
propósitos. Más que por la estructura de la naturaleza, es a partir de estas imágenes que la
sociedad actúa (cognized model, según Rappaport, 1979). Estas imágenes son siempre más
simples que la naturaleza y en cierto grado inexactas. No es la precisión lo que se busca en
las cosmovisiones locales, sino en la efectividad. De esta manera se hace posible evaluar la
capacidad de adaptación tanto de la conducta humana manifiesta, como de la propia
ideología que sustenta este comportamiento (Rappaport, 1979).
198
Para el pueblo wixárika, el calendario ceremonial implica el compromiso de
armonizar las fuerzas vitales de su universo reconociendo y reconociéndose como parte de
un todo donde un venado antropomorfo se convierte en peyote y en maíz, elementos
nutricionales y a la vez sagrados que simbolizan las tres edades económicas de la tribu: la
caza, la recolección y la agricultura (véase Kindl, 2003). Los purépecha del Michoacán
prehispánico, celebraban un total de 18 fiestas ceremoniales, una cada veintena de días
(meses), resultando 360 días más los cinco días funestos que cerraban el ciclo solar o
juriata miiuka (Chávez, 2009). Durante estas fiestas se realizaban diferentes ceremonias y
rituales dependiendo de factores como el clima, periodo del desarrollo de algunas plantas,
lluvia, ciclo del maíz, etc. Aunque a la fecha, varias de estas festividades se han perdido107,
las festividades con reminicencia mesoamericanas fusionadas con el catolicismo, continúan
vigentes.
La cosmovisión de los pueblos originarios contemporáneos continúa arraigada a su
pasado y a la conservación de sus prácticas y cosmovisión. La naturaleza tiene una cualidad
sagrada que está casi ausente del pensamiento occidental. La Tierra es venerada y
respetada, y su inalienabilidad es reflejada en prácticamente todas las cosmovisiones
indígenas. Los pueblos originarios no consideran a la Tierra meramente como un recurso
económico. Bajo sus cosmovisiones, la naturaleza es la fuente primaria de la vida que
nutre, sostiene y enseña. Ésta es, por lo tanto, no solo una fuente productiva sino el centro
del universo, el núcleo de la cultura y el origen de la identidad étnica. En el corazón de este
profundo lazo está la percepción de que todas las cosas vivas y no vivas, así como los
mundos social y natural están intrínsecamente ligados, lo que activa el sentido de
reciprocidad. Cada acto humano en la naturaleza tiene que ser negociado con todas las
cosas existentes (vivas y no-vivas) mediante diferentes mecanismos como rituales agrícolas
y actos chamánicos (intercambio simbólico)108. Así, los humanos son vistos como una
forma de vida particular participando en una comunidad más amplia de seres vivos
normados por un sólo conjunto de reglas de conducta.
En algunos casos, los pueblos originarios han volteado hacia atrás y han rescatado
parte de su tradición. Por ejemplo, desde 1983, se han estado reuniendo los purépecha para
107
Ejemplo: existía una fiesta que se celebraba en el mes de agosto relacionada con la aparición de
los primeros elotes (tirhiapu) que ya se perdió entre los purépecha, pero que actualmente continúa
siendo celebrada entre los wixaritari.
108
Rappaport (1979) señala que los rituales juegan un papel importante para regular las relaciones
de los humanos con los componentes no humanos de su ambiente.
199
realizar la ceremonia del encendido del Fuego Nuevo (Chijpiri Jimbani), simbolizando el
fin de un ciclo y el inicio de otro, enmarcado en el Jimbani Uéxurhini o Año Nuevo
Purépecha. Para Soto (2008), el resurgimiento de esta tradición está íntimamente
relacionada con los movimientos sociales surgidos por su lucha agraria durante la década
de los 70 y 80 en casos como el conflicto entre la Comunidad Indígena de Santa Fe de la
Laguna y habitantes del pueblo de Quiroga, además de la fundamental y decidida
participación de todo el pueblo purépecha contra las intentonas de instalación de una planta
nuclear en el Lago de Pátzcuaro. Así, este pueblo indígena, reconoció y descubrió
diferentes símbolos culturales propios que, a la fecha, también lo han conducido a un
proceso de recuperación de identidad, además de iniciar un proceso de empoderamiento
como pueblo indígena que, finalmente, les está permitiendo tener un control más directo
sobre diferentes procesos sociales, económicos, políticos, culturales y ecológicos que
ocurren dentro de su territorio; ahí está el caso de la comunidad indígena de Cherán
perteneciente a este pueblo originario. Dentro de esta toma de conciencia cultural se
encuentran símbolos como la bandera purépecha, el apuntalamiento de su lengua y algunos
elementos propios de su cosmovisión. No por nada el lema de los P’urhépecha reza
¡Juchari Uinapikua! (¡Nuestra Fuerza!) referido como la identificación de los Purépecha
Uakúsecha (águilas), con su dinastía cósmica y solar. Festividades como el Fuego Nuevo
en este pueblo originario permite la conexión generacional hacia la sabiduría ancestral lo
cual se traduce en el redescubrimiento de la identidad mesoamericana donde se corresponde
el alma individual con el alma cósmica ancestral de dioses y antepasados, convirtiendo al
ser humano en depositario del espíritu universal (Soto, 2008). Ejemplos de rescate de
formas de organización social y política también están presentes en los pueblos originarios.
Un ejemplo es la Comunidad Indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro que resurgió a
raíz de la aparición del volcán Paricutin dentro de sus tierras durante la década de los 40.
Esta comunidad purépecha fue reubicada y durante la década de los 70 logra una
organización comunal ejemplar tomando como eje la producción forestal. Dicha
organización no hubiera sido posible sin el rescate de la figura institucional de la
comunidad, que a traveas de la Asamblea Comunal, operativiza las decisiones y sueños
colectivos. Está también el caso de la comunidad indígena nahua El Coire, en la costa
Michoacana. Dicha comunidad retomó su forma de organización tradicional de elección de
autoridades comunales que había sido alterada con la presencia de partidos políticos.
200
Pero visto de esta manera, la cosmovisión de los pueblos originarios se traduciría en
la imagen del “buen salvaje”. Entonces ¿Qué bases existen para suponer que dicha
cosmovisión presente en los pueblos originarios y tradicionales actúa como reguladora de la
interacción sociedad-naturaleza? Para Broda (198), el concepto que una sociedad se forma
de la naturaleza depende hasta cierto punto de las fuerzas productivas que ella maneja, de
las relaciones de producción que ha generado, y de su superestructura político-religiosa.
Resulta difícil comprender características esenciales de las culturas mesoamericanas si no
se considera una de sus dimensiones más profundas: su concepción de la naturaleza y la
ubicación dada a la sociedad en el cosmos. La naturaleza no es vista como enemiga, ni se
asume que la realización plena se alcance a medida que se separe de la naturaleza, según
Bonfil (1989). Por el contrario, se reconoce la condición humana como parte del orden
cósmico y se aspira a una integración permanente que solo se logra mediante una relación
armónica con el resto de la naturaleza. Es obedeciendo los principios del orden universal
que el hombre realiza y cumple su destino (Bonfil, 1989). Levi-Straus (1962) menciona que
estas cosmovisiones o representaciones abstractas y profundas, subjetivizadas y encarnadas
en los mitos particularmente desarrolladas en las culturas indígenas, y que se pensaban
permanecían arrancados del mundo material, son sistemas con un enorme valor
ecológico109. Por lo que:
“Dentro de esos calores, ocupa un importante lugar el cuidado de los
bienes naturales y comunales, donde la acción, en el sentido ancestral de
cultivo de la milpa, constituye a la persona en el acto y la vida dedicada a
la tierra. Se cultiva para alimentar el cuerpo y el espíritu, en la acción,
cuerpo u espíritu se impregnan de armonía de la naturaleza que pasa a
formar parte del ser humano allí. El pensar y el sentir del hombre de la
tierra van conformando un sentido de convivencia amorosa hacia la madre
tierra que se expresa en valores de cuidado y respeto…” (Gómez, 2009b, p.
270).
Los ejemplos sobre el papel de la cosmovisión reflejando el vínculo sagrado entre
sociedad-naturaleza, se encuentra especialmente ejemplificado en las culturas amazónicas,
109
Para C. Levi-Strauss, lo que llama “ciencia de lo concreto” debería ser legitimada en sus
principios y reestablecerle sus derechos. El problema de ello es que se corre el riesgo de
cientifizarse (véase Argueta, 2011b). Esta particular cosmovisión relacionada con la naturaleza se
expresa en una serie de principios y pilares básicos del “buen vivir”, de acuerdo con información
copilada en la selva colombiana por Rodríguez, Van der Hammen y Gruezmacher (2007).
201
mesoamericanas y de diferentes partes del mundo (véase Toledo y Barrera-Bassols, 2008).
Para la mayoría de los científicos formales, la subjetivización de la naturaleza demostrada a
través de mitologías y ritos no puede ser demostrada, solamente puede ser inculcada. Su idea
es que, si la ciencia hace a la sociedad potente ante la naturaleza y ante la vida social, la
cosmovisión, en cambio, le desorienta y crea en él un sentimiento de predestinación
adormeciendo su conciencia de clase (Kedrov y Spirkin, 1967). La ciencia ha convertido a la
sociedad más soberbia y despótica ante la Naturaleza y en muchas ocasiones ha olvidado el
carácter moral de la misma; en contaste, la cosmovisión indígena se traduce en un
compromiso social y colectivo a través de preceptos morales y éticos ante la Naturaleza.
Thompson y Starzomski (2007) mencionan que no únicamente la visión utilitaria de los
recursos naturales es un factor que influye para que las sociedades tradicionales conserven
sus recursos. También mencionan que comúnmente estas sociedades atribuyen valores
espirituales positivos a componentes de la biodiversidad sin uso. Esta particular cosmovisión
relacionada con los recursos naturales se expresa en una serie de principios y pilares básicos
del “buen vivir”, de acuerdo con información copilada en la selva colombiana por Rodríguez,
Van der Hammen y Gruezmacher (2007). La situación va más allá: desde su enfoque y
planteamiento, es posible distinguir una semejanza entre tales principios indígenas y los
planteados por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), como
mencionan dichos autores (p. 58):
“1. Existe una cantidad limitada de «energía vital» que debe circular entre
todos los seres de la naturaleza; 2. Todo en la naturaleza tiene su «dueño
espiritual» y nada puede utilizarse sin su permiso; 3. Los «dueños
espirituales» controlan el mal uso de la naturaleza mediante sus armas que
provocan enfermedades; 4. El territorio es un espacio multiétnico en el cual
cada grupo tiene su propio origen o nacimiento y que debe ser mantenido y
bien cuidado; 5. Cada grupo étnico tiene sus tareas rituales que debe realizar
para asegurar la armonía o el equilibrio en el territorio; 6. La maloca o casa
comunal es la unidad básica de interacción con la naturaleza; 7. El chamán
es la persona encargada de establecer una relación equilibrada o armoniosa
con la naturaleza y sus dueños espirituales, mediante pagos y negociaciones
simbólicas y rituales; 8. Cada grupo étnico tiene ancestros espirituales con
determinadas especies del bosque, que son sus abuelos y son considerados
202
especies de alto respeto; 9. Cada animal posee su propio sitio de origen y
territorio de ocupación que debe ser respetado.”
Por otro lado ¿Cómo podemos distinguir las cosmovisiones de los pueblos
originarios y las cosmovisiones importadas con la expansión europea en un contexto de
encuentro? No es sencillo dado el fenómeno de sincretismo que llevó a integrar y
reconstruir elementos culturales, pero resguardando alguno otros de fuerte ascendencia
precuauhtémica (por ejemplo, el cultivo del maíz). El Cuadro 4.2 pretende dar luz al
respecto.
La cosmovisión de los pueblos originarios habla de conciencia de “eco-especie”
habitando un espacio compartido con otros seres vivos y humanos con quienes convive y
construye colectivamente; sus referentes sagrados son vistos, sentidos, y participan en la
construcción de la historia de estos pueblos; viven en un entorno ecológico que se conoce y
se aprovecha, de ahí la necesidad de ofrendar como acto simbólico de reciprocidad, lo que
lleva a un diálogo directo con diosas y dioses a quienes se acude para agradecer y pedir; la
naturaleza es conceptualizada como la dadora de vida, proveedora y satisfactora de las
necesidad humanas; no existe conflictos entre la razón (como acto mental) y la
espiritualidad, dado que disponen de su propias racionalidades; es a partir del trabajo que se
suda como ofrenda a la vida.
Cuadro 4.2 Comparativo entre la cosmovisión de los pueblos originarios y la
cosmovisión europea.
COSMOVISIÓN DE LOS PUEBLOS
ORIGINARIOS
Cosmogónica
Basada en intereses colectivos
COSMOVISIÓN EUROPEA
Antropocéntrica
Basada en intereses predominantemente
individuales
Conjunto de dioses palpables, visibles, Un único dios, aislado en el cielo
sensibles, coterráneos
Origen en un ambiente propio
Origen en un ambiente extraño
Naturaleza: madre de la humanidad
Naturaleza: propiedad de la humanidad
Diálogo directo con los dioses a través de la Diálogo ausente o a través de otros medios
Naturaleza.
Sintetiza la razón y la espiritualidad
Seculariza la razón de la espiritualidad
Trabajo como sinónimo de comunión con los El trabajo es sinónimo de castigo de dios
dioses
El ser humano acude a los dioses
Dios debe acudir al ser humano (filosofía
agustiniana)
Fuente: Alarcón-Cháires, 2004.
203
Por su lado, la cosmovisión europea pone al ser humano (hombre, así, como género
y como especie) como centro de la creación divina; la colectividad ha dado paso al
predominio de los intereses personales, es el “yo”, sobre el “nosotros”; su sacralidad es
fundamentalmente de corte monoteista co n un dios que vive lejos, alto, invisible y
caprichoso, que tuvo su origen en un ambiente hostil, poco productivo y desértico, tan lejos
como miles de kilómetros del resto del mundo, por lo que es dios quien acude a los
hombres; fue quien puso disposición del hombre el resto de la creación, la naturaleza es de
él y debe ser sometida; el diálogo con él no es en espacios naturales, sino en edificios
construidos para tal propósito; existen conflictos irresueltos que confrontan a los individuos
dado que lo que creen se contrapone muchas veces con lo que razonan; y, el trabajo es un
castigo del supremo a la desobediencia.
La praxis
Para Marx (1959), la praxis (a través de su expresión universal: el trabajo), genera
productos que ya existían como constructos en la mente del ser humano representando un
fin consciente (ideal) o intencionalidad a lo cual se supedita la voluntad. Esto último
distingue, de acuerdo con Marx, el trabajo humano del realizado por formas instintivas de
tipo animal. Posterior a Marx, el tema de la praxis ha sido discutido ampliamente. Villoro
(1989) nos previene de no confundir cualquier actividad humana como praxis al
conceptualizarla como aquella acción dirigida por fines o quereres conscientes y acciones
objetivas, es decir, intenciones, no meramente actos instintivos, inconscientes o mentales ni
estados disposicionales. Para algunos autores, la teorización de la praxis refiere la
conceptualización de la acción constitutiva de la conciencia y acción constituyente del
mundo histórico-social (Vázquez, 2012). Las prevenciones sobre la existencia de un
prejuicio hacia la praxis fueron señaladas por Villoro (1989), quien decía que ésta se tiende
a reducir el conocimiento a una actividad teórica, desligada de la práctica. No existe pues,
conocimiento sustentado exclusivamente en percepciones, dado que éstas siempre están
dirigidas o acompañadas por esquemas de acción. Pero el problema se extiende aún más,
dado que el drama que “…encierra la disyunción y separación de los saberes y las
prácticas, conduce a que esta misma fragmentación se presente no sólo en la propia
ciencia, sino en quienes la realizan” (Delgado, 2012a, p. 1). Para Marx (1845), la práctica
204
es una expresión de la vida social y es a través de ella que encuentran solución y
comprensión racional los misterios que desvían la teoría hacia el misticismo. Ello nos lleva
a señalar que toda práctica, en sentido amplio, es social porque “…la acción que se
considera no es la de una persona dirigida por un interés individual, sino condicionada
por las relaciones sociales y que responde a intereses igualmente sociales” (Villoro, 1989,
p. 252). Pero la práctica en sí es un criterio y señal de la verdad del conocimiento, saber o
creencia que se refleja en la transformación de la realidad, no solo del sujeto (el que
practica) y objeto (sobre el que se practica). La práctica, al lograr los fines trazados, es
indicativo que el conocimiento puesto en marcha para tal fin es verdadero (Sánchez, 1967
[en Villoro, 1989]). Una lectura a detalle de tal aseveración nos lleva al campo de la
bioética porque de acuerdo con la filosofía actual dominante y que ya R. Bacon aseguraba,
el valor y la justificación del conocimiento consisten sobre todo en su aplicación y utilidad
práctica; su verdadera función es extender el dominio de la raza humana, el reino del
hombre sobre la naturaleza. Las consecuencias de una praxis que sin más se ligue
conocimientos, las estamos viviendo actualmente en diferentes fenómenos de corte
socioambiental. Por ello, Fornet (2007, p. 64) menciona que “Hay que cuestionar el
conocimiento que está apareciendo en los distintos lugares de producción epistémica y
explicitar la dimensión funcional de nuestros conocimientos a través de funciones
sociales”. Habría que agregar, funciones ambientales.
Pero independientemente a estas contradicciones, el estudio de la praxis implica un
gran reto. Su comprensión, interpretación y los significados otorgados a dichas prácticas en
contextos específicos requieren de “una perspectiva pluriparadigmática que permita
abordar el estudio de las comunidades locales, tomando en cuenta visiones holísticas;
psicológicas y culturológicas, sin excluir la visión sociocultural” (Castellano y Hinestroza,
2009, p. 686).
Desde el marxismo se distinguen tres tipos de praxis en función de cómo se entiende
la actividad material concreta e intencional (es decir, orientada a fines previamente
establecidos de manera ideal) en la cual se transforman los objetos materiales. Los tres
tipos son el trabajo humano, la práctica sociohistórica (mediante la cual se transforman las
instituciones y las relaciones sociales) y el experimento científico (que es una actividad
material concreta que, a diferencia del trabajo, reproduce en condiciones controladas lo que
el trabajo y la práctica sociohistórica realizan de forma directa e inserta en la actividad
205
humana en general; Carlos Delgado, 2015, com. pers.).
Para la perspectiva etnoecológica es importante la contribución sobre la praxis desde
el marxismo. El trabajo humano es el simil a la apropiación/transformación de la naturaleza
que sustenta la investigación etnoecológica110. El corpus etnoecológico es el conjunto de
saberes y conocimientos que sustentan dicha praxis, diferentes, inseparables y
complementarios, enunciados como campo epistémico-práctico. Como complemento a la
práctica sociohistórica referida no solo se transforman instituciones y relaciones sociales,
sino que el propio entorno natural es trastocado y refleja dicho cambio hacia el interior de
la sociedad. La cosmovisión (kosmos) señalada en la etnoecología que influye en la praxis,
está reflejada en la forma de saber y conocer en el sentido amplio del proceso cognitivo que
incluye no sólo formas de pensar, sino de sentir y reflexionar una realidad personal y
colectiva específica. Creencias, mitos, cosmogonías y cosmografías (cosmovisión míticomágica) finalmente están insertas en estos saberes como categorías explicativas que
permiten y dan certeza al actuar (praxis) en el mundo.
Desde la etnoecología, el corpus y praxis están relacionado y dicho vínculo está
presente en cinco actos: reflejar (actúa como espejo de la cultura), clasificar (ordena el
mundo), nombrar (con criterio propios), utilizar (sentido práctico del corpus) y mercadear
(como acto económico de intercambio no siempre monetario; V. Toledo, 2015, com. pers.).
La praxis también implica objetivación, ese atributo indispensable para la
fundamentación y verificación del conocimiento que produce la ciencia. Significa entonces
que las prácticas humanas (como praxis) incluyen formas amplias y diversificadas de
objetivación. La implicación de ello es que estas otras formas también sirven para la
verificación y fundamentación de otros conocimiento y saberes distintos a los inscritos y
surgidos desde la ciencia y su método. Es decir, si bien existen diferencias básicas en las
formas de estructuración y construcción de los conocimientos, no deberían existir procesos
de desligitimación de los otros conocimientos y saberes, sino más bien buscar y reconocer
esas otras formas de objetivación (Delgado, 2012d).
110
Desde la teoría marxista, la forma más universal de práctica es el trabajo, estructurada por
componentes visibles claros: sujeto (ideas del sujeto, conocimiento de los instrumentos, de las
acciones posibles, fines, objetivos), objeto (sobre lo que se actúa), medios (aquello con lo que el
sujeto actúa sobre el objeto), y producto (que es lo que se obtiene como resultado del proceso de
transformación), según Delgado (2015, com. pers.).
206
El tiempo
Por otro lado, la inclusión de la historia es inevitable en la discusión etnoecológica.
Prigogine y Stengers (1990) señalan que no se puede comprender un sistema complejo si no
es refiriéndose a su historia y a su trayectoria. El ¿Cuándo? conlleva a definir contextos y
circunstancias que perfilaron un momento dado. Tiene que ver con la historia ambiental,
social, colectiva e individual de la cual ya hemos hablado y que se entreteje con anécdotas,
vivencias personales, hechos trascendentales para un pueblo, hasta fundirse con los propios
mitos fundacionales. Plantear esta pregunta no implica únicamente un contexto humano,
sino también natural y ambiental. La naturaleza tiene su propia historia que a veces ha
compartido o construido con la propia sociedad. Las dinámicas generadas entre ellas
representan una espiral evolutiva que sitúa en un momento, con sus propias características.
Para Foucault (2013), en el quehacer de la historia existe un desplazamiento de su atención
clásica centrada en el análisis de épocas y siglos, hacia fenómenos de ruptura subyacentes
en las continuidades del pensamiento, de las manifestaciones masivas y homogéneas, de
una ciencia trascendentalista o de géneros, formas, disciplinas o actividad teórica. Es decir,
una historia que multiplica las rupturas y pretende detectar la discontinuidad, más que una
historia de un solo pasado, que pretende borrar la irrupción de los acontecimientos.
Las relaciones entre sociedad y la naturaleza han sido constantes a lo largo del
tiempo, pero no siempre visualizadas con la misma dinámica e intensidad. Por lo que hablar
de historia en términos etnoecológicos se torna imperioso dado que muestra el papel de la
naturaleza en la vida humana y viceversa, lo que conduce a identificar los proceso de las
sucesivas y crecientes modificaciones resultado de la interacción sociedad/naturaleza desde
los orígenes de la humanidad hasta el presente (Worster, 1989). Ello replantea la idea según
la cual, la experiencia humana se ha desenvuelto al margen de restricciones naturales. Para
autores como Camus (2001), hablar de hechos naturales y hechos sociales no tiene sentido.
La tensión entre la sociedad y la naturaleza tiene antecedentes catastróficos a escalas
locales (véase Diamond, 2005) y difícilmente se puede refutar que lo que vivimos
actualmente no sea el resultado tanto de múltiples crisis acumuladas en el espacio y
articuladas en el tiempo por procesos sociohistóricos, como por procesos que definen a la
modernidad. Si bien la interacción material a escala planetaria se ha intensificado de tal
manera que estamos ante un fenómeno nuevo particularmente desde el siglo XX (véase
McNeill, 2011), la interacción global y las consecuencias socioambientales de ello, no son
207
de reciente cuña (véase Crosby, 1991). De ahí la importancia de la inclusión del tiempo en
esta disertación.
Este camino compartido entre la sociedad y la naturaleza ha cursado diferentes
venturas de amor y desamor que reafirman sus vínculos. Pero en pocas ocasiones el
referente histórico oficial ha sido a partir de este vínculo, más bien ha sido de corte
sociopolítico. Foucault (2013) ya había detectado que en el quehacer de la historia existe un
desplazamiento de su atención clásica centrada en el análisis de épocas y siglos hacia los
fenómenos de ruptura subyacentes en las continuidades del pensamiento, de las
manifestaciones masivas y homogéneas, de una ciencia trascendentalista o de géneros,
formas, disciplinas o actividad teórica, aunque sobre la naturaleza no es tan copiosa la
información. Aquí es justamente donde entra la historia (ambiental) que centra su atención
en el papel de la naturaleza en la vida humana. Nace con el objetivo de identificar los
procesos de las sucesivas y crecientes modificaciones resultantes de la interacción
sociedad/naturaleza (Worster, 1989).
Toledo y Barrera-Bassols (2008) mencionan la existencia de una dimensión
atemporal en el proceso de apropiación (intelectual y material) de la naturaleza, a la vez que
refieren una dimensión temporal: la jornada o sucesión noche/día, el ciclo anual (año solar),
el ciclo generacional y los transcursos históricos de carácter transgeneracional. Conciben la
dinamización entre los tiempos y los espacios a través del acto de apropiación de la
naturaleza concatenando los calendarios ritualísticos, cognitivos y el productivos. Según
Toledo y Barrera-Bassols, dichos calendarios son un escenario giratorio que posee una
inercia circular y es doblemente cíclico (ciclo diario y anual), con una particular historia.
Son procesos en espiral, en la medida en que la acumulación de experiencia, memorizada
por las mentes individuales y colectivas de una cierta cultura, son transmitidas a través del
tiempo como círculos cada vez más amplios. Pero esto debe acotarse: suponer una
acumulación progresiva de experiencias y conocimientos corresponde más a la cultura
occidental que a la de los pueblos originarios, donde más bien dichos círculos se expanden
o contraen en función de los pulsos externos determinados por la naturaleza y a la que se
enfrentan con sus constantes cambios y emergencias.
208
Espacio y territorio
De acuerdo con Haesbaert (2011), el concepto “territorio” está determinado por el énfasis
puesto en la perspectiva del abordaje utilizado. Para los pueblos originarios, el territorio
implica lo profundo del ser y del propio pueblo. Shipton (1994, p. 375) menciona que nada
evoca connotaciones simbólicas más variadas o filosofías legales más intrincadas. Nada
provoca pasiones más profundas o da lugar a más derramamientos de sangre que las
discrepancias sobre el territorio, los límites o el acceso a los recursos naturales. El territorio
evoca un espacio físico pero también simbólico y ecológico que trasciende las fronteras de
los espacios geográficos oficialmente reconocidos a los pueblos originarios; es la
jurisdicción de los pueblos originarios bajo control político de un colectivo; implica
espacios geográficos de tierra a demarcar y/o restituir y titular en propiedad; implica
biodiversidad y saberes sobre la naturaleza y su expresión en derechso de propiedad y actúa
como el espacio efectivo de la apropiación de los ecosistemas; es el hábitat de la “especie
cultural” que le permite recrearse y definirse material, cultural y espiritualmente, según el
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo; es el espacio apropiado,
espacio instituido por sujetos y grupos sociales que se afirman a través de él por medio de
procesos sociales de territorialización dando lugar a múltiples territorialidades donde se
naturalizan las relaciones sociales y de poder (Porto, 2009) y otorga identidad colectiva. De
acuerdo con Argueta, Gómez y Navia, (2012), para las comunidades indígenas el territorio
es concebido como el espacio colectivo, vinculado ancestral y divino (territorio sagrado),
de gestión y acción colectiva que implican derechos y obligaciones individuales y
colectivas (ámbito político), además de ser un lugar geográfico. Urquijo y Barrera-Bassols
(2008) se refieren al territorio como aquella unidad espacial socialmente moldeada y
vinculada a las relaciones de poder, en donde confluyen tanto los aspectos biofísicos como
los socioculturales. Pero que mejor que sean Alvarado y García pertenecientes al pueblo
originario kuna de Panamá, quienes conceptualicen territorio (2001, p. 7):
“…se refiere a un área geográfica o un espacio de la naturaleza que se
encuentra bajo la influencia cultural y el control político de un pueblo. Tierra
se refiere a la porción dentro de ese espacio que es apropiable para un
individuo o una persona jurídica. El primero es el derecho de pueblos, y el
segundo, de personas. El primero crea la posibilidad de ejercer control y
autoridad sobre el conjunto de recursos y sobre los procesos sociales que allí
209
se dan, el segundo, el de aprovechar productivamente el suelo sin
interferencias de otras personas”.
El territorio como concepto construido desde los pueblos originarios es el marco
físico de una identidad cultural que implica más que tierra, e incluye bosque, vida silvestre,
agua y todos los recursos presentes en un área dada, además de ser el espacio que le da
pertinencia a lo sagrado. Es pues una representación social, física y cultural que es
transmitida a las generaciones siguientes, donde cada parte del territorio tiene un
significado sacro y colectivo, el cual es defendido de otros grupos e implica el acceso a
recursos comunales, generalmente determinados por el parentesco (Marquette, 1996).
Haesbaert (2011) señala que las sociedades indígenas construyen su territorio como área
controlada para usufructo de recursos, aunque los referentes espaciales también allí forman
parte de su vida de manera indisoluble, indisociable, en la creación y recreación de mitos y
símbolos y sugiere que más que hablar de territorio y considerando el citado orden
simbólico-cultural, de lo que se debe hablar es de territorialidad como dimensión simbólica
del territorio, entendida como la construcción de una red de relaciones (espacio
comunicacional humano), dentro de la cual se dan operaciones que portan el sentido de
agenciamiento, de pertenencia y de identidad, a partir de la cual se configuran los arreglos
espaciales y temporales de una cultura.
Por otro lado, al territorio se le conceptualiza de diferentes maneras: el geógrafo lo
visualiza desde su materialidad en sus dimensiones múltiples; desde la ciencia política está
determinado por las relaciones de poder; para la economía se define como un espacio base
para la producción; desde la antropología destaca la dimensión simbólica; la sociología lo
enfoca desde las relaciones sociales; mientras que la psicología lo hace desde la
subjetividad o identidad personal. Para la etnoecología, es necesario definir y construir el
espacio desde una perspectiva de segundo orden que integre procesos en ámbitos
específicos alejado de los atomismos disciplinarios señalados y que refleje un nuevo
entendimiento del “lugar”. Ello implica transitar de la concepción del espacio como mera
unidad física, hacia su concepción como territorio, no como un ejercicio meramente
reflexivo, sino como reconocimiento y valoración de lo que los propios pueblos originarios
entienden y practican como territorio. Conlleva reconocer una expresión compleja donde
confluyen, interactúan y se determinan mutuamente prácticas, valores, historias, saberes,
identidades, cultura, memoria social, lenguajes, puntos de referencia culturales, reglas
210
sociales, objetos, entidades no humanas reales o virtuales (véase McGregor, 2001). En este
sentido, el aporte que realizan Lavanderos y Malpartida (2001 [en Sotolongo y Delgado,
2006]) a la construcción del territorio desde una perspectiva de segundo orden, le da
pertinencia a la etnoecología. Conciben dos perspectivas epistemológicas: de primer orden
o paradigma objetual (“espacio”, “lugar”) y de segundo orden o paradigma relacional
considerando en la complejidad al territorio, el cual trasciende la visión de la mera entidad
física espacial, para derivar en la territorialidad y su configuración como un proceso
continuo en el mantenimiento de su organización. Por lo tanto, no es un experienciable
como objeto físico (cosa), sino como la construcción de un proceso de equivalencia efectiva
en el intercambio de mapas o paisajes (configuraciones de significado), a partir de la
actividad generada en los entornos de observadores en comunicación y que se hace efectiva
en lo afectivo (espacio comunicacional humano). Para la perspectiva etnoecológica esto es
trascendente, dado que permite reconocer al territorio desde su vertiente política o jurídicopolítica que invoca las relaciones espacio-poder, como representación cultural que prioriza
la dimensión simbólica y más subjetiva, como referente económico que implica la
dimensión espacial de las relaciones económicas y desde una perspectiva natural(ista) que
lo concibe a partir de las relaciones entre sociedad y naturaleza.
Es en los wixaritari donde los cánones de la territorialidad construida desde los
pueblos originarios se hace evidente. En este pueblo originario, el espacio geográfico
deviene un territorio ampliado expresado en el macro y microcosmos bajo la sentencia
hermética “como es arriba, es abajo”. El nanayari representa un sistema de meridianos
ancestrales que emanan la energía reproductiva sagrada, incluyendo el ámbito familiar
(Liffman, 2012). Representa el fuego ceremonial del adoratorio doméstico con el fuego del
conjunto arquitectónico en torno a un gran templo y se extiende por 90 mil kilómetros en el
altiplano y occidente mexicano (Nayarit, Jalisco, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí. Es
el principio organizador de la sociedad que en términos de demandas de reconocimiento de
las prácticas y uso de la tierra llaman kiekari (Liffman, 2012). Los conflictos de los
wixaritari originados por la presencia de mineras en su territorio sagrado de Wirikuta no
pueden ser solucionados sin esta comprensión. La territorialidad extendida, aún en espacios
que desde el punto de vista agrario actualmente no les pertenecen por razones históricas, da
cuenta de que la apropiación simbólica del territorio es tan importante como aquella en la
que se realizan las prácticas productivas. La construcción del territorio cósmico desde la
211
tradición mesoamericana está articulada por cinco puntos. Las míticas ceibas mayas, los
maíces wixaritari o la chía purépecha están designadas en cada punto cardinal (el quinto
punto es el centro) y son el sostén material de su mundo. Las ceibas sostienen como
columnas al mundo, o son el puente de acceso al mundo humano y al mundo mitológico;
entre los purépecha el cultivo de la chía estaba fuertemente vinculado al culto solar y a los
puntos cardinales. Con él se elaboraba un pan con forma de venado con crines y cola
llamado tuitse o tuycen. Se cultivaban diversas clases de chía como parte de la parafernalia
ritualística: la chia roja llamada ahpari-eténgari o charápeti-ahpari, dedicada al oriente; la
chia blanca, ahpari-epes, para el poniente; la chia amarilla llamada ahpari-tiripehtsi,
dedicada al norte y; la chia negra o ahpari-tsirangui, para el centro (Corona, 1973). Entre
los wixaritari, el ser humano está “amarrado” a este territorio cósmico en sus cuatro puntos
cardinales (com. pers. con Julio Robles, marakame o chamán huichol; esta territorialidad
guarda la relación del wixárika con sus mitos de origen, con sus dioses y antecesores). Es
una forma de territorialidad ampliada hacia campos míticos que no siempre son visibles.
Por otro lado, los zapotecos y mixes enfatizan que el territorio, además de ser los suelos,
bosques, costas, aguas y todos los recursos naturales que son aprovechados, conservados,
definidos y desarrollados por la comunidad, comprende también aquellos espacios de la
organización comunal como constituyente básico de la base material y económico-cultural
(Rendón, 2011). Es decir, es el contenido existente en el espacio apropiado y aquellos
lugares construidos socialmente que solo ellos pueden detentar y usar. Por ejemplo, las
asambleas comunitarias son estas construcciones que únicamente pueden ser usadas por los
miembros de la comunidad, a menos que la propia asamblea determine lo contrario.
El ejercico de la territorialidad por los pueblos originarios muchas veces se ha
enfrentado a intereses particulares y a políticas públicas. Un caso concreto es en el tema de
la conservación biológica. Para el caso de México, se calcula que el 80% de la población
indígena se encuentra asentada en las superficies mejor conservadas del país. De las 925
especies animales registradas en categorías de conservación especial según los estándares
de la UICN (en peligro de extinción, amenazadas, con protección especial o raras), 620
están en territorios indígenas, lo que significa que casi dos terceras partes viven y son
protegidas dentro de territorios indígenas. Por otro lado, para 1996, se calculaba que los
ejidos y comunidades agrarias en municipios indígenas, poseían el 60% de la vegetación
arbolada del país. El 25% de las áreas protegidas de México se encuentran dentro de
212
territorios indígenas. Esto, que debería ser una ventaja, en varias ocasiones se ha convertido
en viacrucis para los pueblos originarios. El pueblo originario cucapá ubicado en el Alto
Golfo de California, desde hace años libra una batalla con el gobierno federal dado que, a
pesar de ser pueblos cientos de año habitando el lugar, se les impide su actividad productiva
principal: la pesca. En 1995, se creó una reserva de la biósfera en este sitio con el fin de
proteger a especies animales y vegetales en peligro de esxtinción y endémicas. La zona
núcleo o central de dicha reserva, está donde los cucapá practican su pesca (véase AlarcónCháires, 2010). El territorio de los cucapá, además se encuentra fragmentado por las
disposiciones geopolíticas de los Estado-nación: la frontera con los Estados Unidos dividió
el territorio de este pueblo, incluso, en dos nacionalidades. La construcción de territorio y
su apropiación tiene diferentes aristas que afectan principalmente a los pueblos originarios.
Al concepto de territorio y territorialidad se ha unido el de paisaje. Urquijo y
Barrera-Bassols (2008) sugieren que el término “paisaje” justamente reunifica naturaleza y
cultura dado que constituye un universo en sí mismo inmerso en una red de relaciones
jerárquicas o de poder, dispuesta a diferentes escalas temporales y espaciales, por lo que
deviene concepto polisémico construido por procesos de percepción, apropiación e
intervención del medio, acordes a diversas formas y modos culturales, a diversas
experiencias cognitivas. El abordaje desde este punto de vista permite el entendimiento de
la dinámica de los paisajes y su relación en los cambios sociales, económicos y ecológicos
(Sayer, 2009). Para Maffi (2001), el paisaje es antropogénico no solo en el sentido de que
físicamente es modificado por la intervención humana, sino porque es simbólicamente
llevado a la esfera de la comunicación humana a través del lenguaje, a través de palabras,
expresiones, historias, leyendas canciones e interacciones verbales que codifican y
transmiten las relaciones humanas con el ambiente e inscriben tales historias en la tierra.
Desde un punto de vista cultural, paisaje implica percibir e imaginar el entorno desde la
perspectiva de la gente que habita el lugar; tiene que ver el cómo visualizan, usan y ocupan
la tierra. Se asemeja al concepto de territorio, pero se diferencia de éste en que presenta
mayor énfasis en los procesos ecológicos, según Johnson y Hunn (2010). Para estos
autores, algunos abordajes compatibles al paisaje son la ecología del paisaje, la geografía
cultural y la antropología del paisaje. Proponen el concepto de “etnoecología del paisaje”
para referirse a un tema de interés que incluye la clasificación, la percepción y la
interacción con el entorno complementándose con la dimensión moral. Johnson (2010b)
213
habla de etnoecología del paisaje refiriéndose a la percepción y entendimiento del paisaje,
la biota y relieve, evitando con ello especificar en algún recurso o proceso, y le da una
connotación más local, alejada de la percepción global que implica otro tipo de relaciones
de poder e interacciones.
Desde el punto de vista etnoecológico, hablar de paisaje o territorio debe depender
del interés de la investigación. Si el derrotero es ecológico, debería abordarse desde la
ecología del paisaje, mientras que, si está referido a las relaciones de poder, debería hacerse
desde el territorio. Ambos casos son válidos.
Las instituciones
Cualquier intento por lograr una construcción de la perspectiva etnoecológica, sin duda
alguna debe considerar la “etnopolítica”111 que para este caso centraremos la atención en la
institución como reguladora de los procesos humanos determinando la apropiación de la
naturaleza y que además dicta las relaciones que se establecen entre la sociedad humana.
Esta perspectiva de la institución se asocia al funcionalismo de la antropología ecológica
que enmarcó el papel de la racionalidad institucional con respecto al ambiente (véase
Rappaport, 1979). La palabra “institución” implica el sistema de valores y principios de los
pueblos que finalmente se inscriben en forma de instituciones. Para Ostrom (2000, p. 94)
una institución es “el conjunto de reglas en uso que se utilizan para determinar quién tiene
derecho a tomar decisiones en cierta área, qué acciones están permitidas o prohibidas, qué
reglas de afiliación se usarán, qué procedimientos deben seguirse, qué información debe o
no facilitarse y que retribuciones se asignarán a los individuos según sus acciones”. Es a
partir de este sistema que la acción social dispone de una guía para regular sus actividades
políticas y productivas, individuales y colectivas. La institución se concibe entonces como
un conjunto de reglas formales e informales que regulan las interacciones entre humanos y
con la naturaleza; limitan o facilitan actividades y son necesarias para la interacción social;
promueven la estabilidad de las expectativas y la consistencia de las acciones. En la
construcción de esta normatividad se define quién tiene acceso y uso de los recursos
(Agrawal y Gibson, 1999).
111
Etnopolítica es la acción por el reconocimiento de la diferencia cultural, no obstante, también es
la ideología de cohesión de la diferencia (http://etnopolitica.blogspot.mx).
214
Para Scott (1995), las instituciones son estructuras de tipo regulativo, normativo y
cognoscitivo que dan estabilidad, coherencia y significado al comportamiento social; son
transportadas por diferentes medios: cultura, estructuras y rutinas. Son a partir de estas
reglas que la sociedad pretende convivencia y determinan las políticas de acción. La
institución entonces es un contrato social, acuerdo real o hipotético que dicta los derechos y
deberes tanto de los ciudadanos como de las estructuras y actores presentes en un sistema
de organización o gobierno. Es un acuerdo consensuado, admitido y voluntario en el que se
acepta el sometimiento a tales disposiciones que devienen leyes. Pero el trasfondo de la
institución, aún con sus prerrogativas y medidas coercitivas, es la garantía de la
convivencia en sociedad. Las instituciones podrán considerarse robustas y sustentables en
tanto sus reglas hayan sido diseñadas y modificadas a lo largo del tiempo, de acuerdo con
una serie de decisiones colectivas dentro de los lineamientos institucionales elegidos
(Shepsle 1989 [en Ostrom, 1995]). Cada sistema de normas tiene sus particularidades no
únicamente por el dinamismo que lo reconfigura en el tiempo, sino porque en su
construcción se toman en cuenta los atributos específicos de los sistemas físicos
circundantes, las distintas visiones culturales del mundo, y las relaciones económicas y
políticas que existen en cada región, de acuerdo con Ostrom (1995). Además, agrega que,
sin reglas diferentes, los propietarios no podrían hacer uso de las ventajas que les otorgan
las características positivas de un recurso, ni serían capaces de evitar los errores potenciales
que podrían ocurrir en un lugar, pero no en otros. Los principios que caracterizan a las
instituciones más robustas son: a) Sus límites claramente definidos; b) La congruencia entre
las reglas de apropiación y de abastecimiento, y las condiciones locales; c) Los acuerdos de
elección colectiva; d) La supervisión de su cumplimiento; e) La aplicación de sanciones
graduales; f) La existencia de mecanismos para la resolución de conflictos; y, g) La
posibilidad de reconocimiento al derecho de autoorganización, entre otros (Ostrom (1995).
Para el caso de los pueblos originarios del actual México -como sucede en otros
lugares-, la costumbre jurídica sufrió el sometimiento colonial y fue condenada a la
hoguera, afortunadamente no siempre con éxito. Si existían ordenamientos escritos al
respecto, estos más bien se perdieron en el tiempo, de manera que la producción y
reproducción de la vida jurídica actual de estos pueblos está sustentada en la tradición oral
que revitaliza “el costumbre”, entendido éste como una forma inicial del derecho
consuetudinario que consiste en la repetición constante de un acto que con el paso del
215
tiempo se vuelve obligatorio y por necesidad, el consentimiento colectivo y el apoyo del
poder político llegan a convertirse en ley.112 La etnoecología debería entonces dejar de ser
netamente el “instrumento evaluador” de la ciencia sobre lo que se hace y deja de hacer por
simple comparación. Gran parte de las razones y pautas de comportamiento están inscritos
en la normatividad y se necesitan conocer mas allá del yo, para entenderse en lo colectivo
(lo ético y moral).113
La importancia etnoecológica de las instituciones ya ha sido abordado por diferentes
autores. Por ejemplo, Sevenson (1996 [en Berkes, 1999]) incluye dentro de sus
componentes a los códigos éticos que regulan las relaciones entre humanos y ambiente. En
este nivel, toda institución tiene un cuerpo de conocimiento el cual aporta las conductas y
reglas institucionalmente apropiadas y define el papel que tiene que desarrollarse en el
contexto de esa institución. La apropiación de la naturaleza pasa por el filtro de la
institución como regulador del actuar humano sobre ella. Para la etnoecología esto reviste
importancia dado que, finalmente, la praxis refleja el poder y características de las
instituciones locales y el cómo éstas perfilan la relación sociedad-naturaleza. Es una
manera en que se refleja la gobernanza como la forma de organización de los gobiernos
locales propios para la gestión del territorio y de los recursos naturales.
Pero estas instituciones necesitan instrumentalizarse y operativizarse. Los pueblos
zapoteco y mixe ejemplifican el común de lo que ocurre con los pueblos originarios. Dicha
institucionalidad está fundamentada en estructuras administrativas comprendidas por
autoridades, comisiones y comités. La asamblea comunal define la voluntad de la
comunidad a través de la deliberación y la decisión. Es esta instancia la que da cauce temas
relacionados con el uso y defensa del territorio, el poder plítico, el trabajo colectivo, las
fiestas comunales, las obras públicas y otros aspectos. Es en la asamblea donde se hace
112
Fuente: http://jorgemachicado.blogspot.mx/2010/08/costumbre.html#sthash.GcLY37Px.dpuf
Las instituciones tienen que ver con la gobernanza entendida ésta como el proceso de toma de
decisiones y el proceso por el que dichas decisiones son implementadas o no. De acuerdo con la
UNESCO, la gobernanza engloba el conjunto de los procesos de adopción de decisiones y las
personas que intervienen en ellos, dentro de estructuras formales y no formales, en un contexto
social o político dado. El reconocimiento de la interdependencia de todos esos procesos y personas
pone de manifiesto el vínculo existente entre la gobernanza y el interés que se otorga al capital
social y los elementos que sustentan la cohesión social. Gobernanza refiere las interacciones y
acuerdos entre gobernantes y gobernados, para generar oportunidades y solucionar los problemas de
los ciudadanos, y para construir las instituciones y normas necesarias para generar esos cambios. Se
debe diferenciar de "gobernabilidad" que se refiere a la capacidad de los Estados para gobernar en
democracia. (Fuente: http://www.territorioindigenaygobernanza.com/gobernanza.html).
113
216
evidente el “sufrimiento comunal” y se deciden los destinos de la comunidad (Rendón,
2011).
Comunalidad
Y ya que hablamos de instituciones, precisa hablarse de las relaciones sociales que reflejan
el deseo del bien colectivo sobre el individual, el que teje aspiraciones compartidas a partir
de comportamientos percibidos desde la comunalidad, ese tipo de conducta sobre la que
Maturana (2009, p. 16) dice que “está fundada en la cooperación, no en la competencia”;
ese bien común como principio ético que señala la existencia de sistemas sociales,
instituciones y un ambiente en los cuales todos debemos trabajar para el bienestar común
(Hadorn y Hadorn, 2008). La comunalidad es eso justamente. Implica que no se necesita la
figura agraria de la comunidad (como forma de propiedad) para ser posible. De acuerdo con
Gómez (2009b, p. 270), “es el espacio propio, lugar de vida natural, donde el colectivo se
constituye a través de la acción cotidiana. Como lugar de prácticas y saberes es el sitio
privilegiado de significación de esta diversidad cultural, donde lo que acontece, sea
comprensible o inexplicable; es asunto que también ocupa a la comunidad humana.” Para
este autor, este tipo de organización social presente en los pueblos originarios junto con sus
deberes y conocimientos ejemplifica la integración de la humanidad a la naturaleza, con su
propia versión del espacio que ordena y reconoce como “organizador de la vida y la
convivencia, experimentándose un mundo de aprendizajes y de solidaridades mediante
diversas estrategias éticas y de representación del orden” (Gómez, 2009b, p. 270). Por
otro lado, las relaciones sociales amplían las posibilidades de aprovechamiento de los
recursos naturales disponibles en diferentes ambientes ecológicos, a través de los vínculos
familiares y de compadrazgo establecidos en diferentes puntos del territorio, como courre
con el pueblo nahua de la costa michoacana (Alarcón-Cháires, 2005). Aún cuando el
movimiento migratorio de familias hacia la costa está reconfigurando demográficamente la
región, la presencia de enclaves nahuas en la sierra relacionados con la población de
reciente presencia en la costa, facilita la apropiación de los recursos naturales presentes en
los diferentes pisos ecológicos. Así, las relaciones sociales en este caso insertas en la
construcción de la comunalidad no solo entrelazan familias, sino que también lo hace con
diferentes recursos que satisfacen necesidades básicas de la familia nahua a lo largo del
año. De esta manera, la forma de tenencia de la tierra (comunidad) y la institución que la
217
regula y determina el acceso a los recursos naturales. El carácter individual del usufructo y
manejo de los recursos no implica la desaparición de la propiedad colectiva comunal. Así,
la disponibilidad continua de terreno para la actividad agrícola en diferentes ambientes de
la costa michoacana permite el periodo largo de descanso que necesita el terreno para
recuperarse e incorporar nutrientes, eliminar malezas y disminuir los procesos erosivos.
La comunalidad en los pueblos originarios ha seguido diferentes derroteros, lo que
les ha permitido superar procesos emanados de la racionalidad económica que atentan
contra ellos. Y lo han hecho en forma de enseñanzas que se traducen en focos resilientes
bajo un nuevo ethos comunitario encaminado a la construcción de la autonomía local y
regional (Fuente, 2012).114 Según Fuentes (2004), una de las características de los pueblos
con ascendencia mesoamericana es la puesta en práctica e innovación constante de una
forma de organización comunitaria. De acuerdo con dicho autor, sus características son: a)
La comunalocracia; b) La organización del trabajo comunitario; c) La posesión territorial
comuntaria; d) La construcción de identidad cultural; y, e) La cosmovisión. Ello se traduce
en que la comunalidad no sobrepone los intereses individuales sobre los colectivos, como
sucede en la noción liberal de “contrato social”. El acento está más bien en la organización
social institucionalizada por cada comunidad idealmente sustentada en la democracia
participativa y el poder obediencial. Aquí, la presión externa resulta poco importante para
explicar el cumplimiento en la mayor parte de los casos donde se presenta un manejo
comunitario sustentable de los recursos (Ostrom, 1995). Así es como la perspectiva de la
comunalidad desde la propia comunidad es ineludible.
Desde los pueblos originarios también existe un discurso en torno a la comunalidad
(Rendón, 2011). Para los pueblos zapoteco y mixe, ésta se construye en un eje representado
por una actividad central que articula a la comunidad: la milpa, el café, la caña, el bosque o
la pesca, bajo el entendido que la producción de alimentos es una fuerza política que
constituye la base de una vida libre y que relaciona a este pueblo con su territorio. Desde su
perspectiva, la vida comunal asemeja una flor cuya lectura va de dentro hacia fuera.
Después de las actividades productivas se articulan cuatro “pétalos”: el territorio comunal
(simbólico, ecológico, social y agrario); el poder político comunal (sistemas de cargos que
114
Ethos para los griegos era la manera de ser y la manera de conducirse. Era un modo de ser del
sujeto y un cierto modo de hacerse visible para los otros. El ethos era la manera de cada uno de
traducirse por su vestimenta, por su paso, por su modo de andar, por la calma con la cual él
respondía a todos los sucesos, etc. (Foucault, 2000)
218
incluye autoridades, comisiones y comités, legitimados por la asamblea comunal); el
trabajo comunal (basado en la ayuda mútua, recíproca, solidaria y de carácter familiar y el
tequio, trabajo encaminado a realizar obras de utilidad común); y, la fiesta comunal (con
fines ceremoniales y de adquisición y reforzamiento identitario). De acuerdo con esta
disposición concéntrica de la comunalidad, los siguientes pétalos lo componen: las normas,
valores y leyes comunitarias (reglas, costumbres, conceptos y valores éticos); la educación
tradicional (transmisión de dichas normas y valores); la lengua originaria (usada para
educar a los hijos, tratar asuntos comunitarios, hablar con ancianos y médicos
tradicionales); y, la cosmovisión (experiencias, conocimientos, saberes, mitos y creencias).
El círculo más externo, pero no menos importante lo constituye: la tecnología (agricultura,
la cría de animales, la pesca, la caza y la recolección, la preparación de alimentos, la
artesanía y los oficios y servicios comunitarios); la vida ceremonial; el intercambio
igualitario y recíproco de productos y servicios; la división del trabajo; las relaciones
interpersonales; los servicios comunitarios, las expresiones artísticas e intelectuales; y, la
ocupación del tiempo libre. Bajo esta concepción, la comunalidad vista como una flor, debe
ser regada y cuidada colectivamente, poruqe aún como tiene fuerza histórica, no deja de
estar permeada por contradicciones y conflictos que la hacen vulnerable (Rendón, 2011).
Varios de los atributos hacia los pueblos originarios y los pueblos tradicionales
asignados desde la etnoecología se hacen visibles en la forma y fuerza en que el tejido
social se construye. La comunalidad, referente de cohesión e integración social se expresa
en la apropiación de la naturaleza. Desde la etnoecología, si bien el individuo realiza este
acto, sin duda está legitimado y avalado socialmente, por lo que indirectamente se realiza
un acto colectivo de la apropiación del entorno. Entonces, el entorno natural es una
proyección de las aspiraciones comunes. Esto significa que la naturaleza puede o no ser
prioridad colectiva, es decir, su conservación está en función del interés que tenga hacia
ella esa colectividad cohesionada. De igual manera, la debilidad o carencia del sentido de
comunalidad siempre ha sido un factor para que los esquemas de apropiación de la
naturaleza lleguen a ser motivo de su exfoliación por agentes internos y externos. La
pérdida del tejido social entre los pueblos originarios va en aumento, aún en pueblos que
resistieron el embate europeo al menos hasta mediados del siglo pasado, como los
wixaritari. Para ellos el parewiya (también nombrado “pionadas” o “el apoyo
comunitario”) es la obligación del trabajo como bien colectivo; significa que “entre todos
219
levantamos nuestro pueblo y cuidamos el territorio”, pero reconocen que éste ya no se hace
como los antiguos. (AJAIGI, A.C., 2006, 16).
Estrategia(s) en la investigación etnoecológica
Primeramente, conviene abordar la posible respuesta a la siguiente pregunta ¿Cuál es el
campo de estudio de la etnoecología? Más allá de la crítica con relación a la construcción
de este campo, tratemos de entenderlo dentro de la racionalidad de la ciencia clásica.
Hessen (2007) resalta el papel del sujeto y objeto en el fenómeno del conocimiento. Ambos
constituyen un dualismo correlacionados, donde el sujeto solo es sujeto para un objeto y el
objeto es objeto solo para un sujeto. Resultan así eternamente separados pero dependientes
entre sí para poder ser. Pero el papel de ambos difiere: el sujeto aprehende el objeto,
mientras que éste es aprehendido por el primero. Pero en este acto y solo dentro del ámbito
del conocimiento, el objeto permanece inmutable, mientras que en el sujeto algo cambia
como obra del conocimiento, es decir, el objeto se torna determinante y el sujeto se vuelve
determinado. Contrariamente, en la acción los papeles se invierten: es el sujeto el que
determina al objeto. Para Sotolongo y Delgado (2006), la bipolaridad de la figura
epistímica clásica de la relación objeto-sujeto transita desde posiciones epistemológicas
objetivantes (gnoseologizantes), donde existe un desmedido privilegio al objeto. O bien lo
hacen desde posturas epistemológicas subjetivizantes (fenomenologizantes), las que
privilegian desmedidamente al sujeto.115
En la etnoecología sucede algo similar: el contacto con otras realidades sociales
trastoca al “yo”, al “sujeto”, al etnoecólogo, reconfigurándolo. Ramírez (2001) dice que las
implicaciones de la inclusión del “yo” conducen hacia la autocrítica y la autorreflexión que
derivan en la inclusión del sujeto alejado de la soberbia y orgullo, para llevarlo a
comprender que su punto de vista es necesariamente relativo y parcial. Si como hemos
visto la etnoecología es un proceso de aprendizaje y transformación, entonces la
reconceptualización del objeto transita a “sujetos” (en plural) en constante determinación
mutua. Así, el quehacer etnoecológico debe ser un acto transformador de la realidad en la
115
De acuerdo con Morin (1999), ser sujeto no quiere decir ser conciente, no significa tener
afectividad, sentimientos, aunque la subjetividad humana se desarrolla, evidentemente, con
afectividad, con sentimientos. Ser sujeto es ponerse en el centro de su propio mundo, ocupar el
lugar del ‘yo’. Lo caracteriza por su autonomía, su individualidad y por su capacidad de “computar”
o procesar información; piensa, siente, conoce, valora, actúa y se comunica.
220
que se participa colectivamente de la realidad que se construye individualmente. Dejar de
concebirse un “objeto de estudio” como algo ajeno e intocable está siendo replanteado.
Wittgenstein (2011) afirmaba que “El mundo es la totalidad de los hechos, no de las
cosas.” Esta perspectiva funcionalista de la realidad es particularmente válida en un tema
que incluye procesos inscritos en la relación sociedad-naturaleza, pero que queda corta para
los fines encaminados a elucidar lo que se estudiará.
Por otro lado, existe discusión acerca del método científico conceptualizado como
sustento filosófico que apuntala la acción durante el proceso de investigación, no tanto la
técnica en sí misma empleada. Como métodos estarían, por ejemplo, el experimental, el
fenomenológico y el estructuralista. Las técnicas, en cambio, serían los medios para
instrumentar dichos métodos. Entre éstas encontramos las entrevistas, los talleres
participativos, los cuadrantes en muestreos biológicos y ecológicos, los cultivos de tejido,
etc. Se aclara este punto porque es muy recurrente encontrar en tesis y en trabajos de
investigación que se confunden método y técnica. Tiene que ver con que antes de hacer
planteamientos operativos en la investigación, se deben tener principios claros que lo
sustenten. O bien como señala Hessen (2007, p. 37): “…antes de filosofar sobre un objeto
es necesario examinar el mismo con todo detalle: una exacta explicación y descripción del
objeto debe preceder a toda explicación e interpretación”. Esto permite revisualizar el
objeto/sujeto y reconceptualizarlo logrando un nuevo posicionamiento epistemológico que
se presente:
“…como un obstáculo o como un potenciador en la construcción de un
objeto científico. El posicionamiento epistemológico que asumido por el
investigador permita ver determinados objetos y al mismo tiempo hace
invisible otros. Un cambio de territorio hace posible que esos mismos objetos
adquieran visibilidad. Así pues, la construcción de un objeto científico está
directamente relacionada con el territorio que ocupa.” (Martínez, 2011, p.
141). 116
¿Existe un método o más bien una estrategia? ¿Es un método o son varios métodos?
Espina (2007) especifica que cada realidad exige una construcción metodológica como
sugerencia instrumental que permita pensar la realidad desde los problemas relevantes que
116
A diferencia del campo “…el territorio está ligado a las miradas epistemológicas de los agentes,
a los supuestos valorativos (conscientes o inconscientes) puestos en juego para demarcar criterios
de legitimidad científica (Martínez, 2011, p. 141).
221
conduzcan hacia la construcción del procedimiento o procedimientos. De lo que se trata es
de lograr una epistemología rupturista que logre un desplazamiento epistémico capaz de
alumbrar nuevas facetas de lo real, no de la realidad (véase a Martínez, 2011). Esta ruptura
incluye la dicotomía que dividía a las ciencias sociales y su narrativa, de las ciencias
avocadas a la búsqueda de las leyes de la naturaleza, como señala Prigogine (1999). Se
trata, incluso, de trascender hacia la epistemología ambiental de E. Leff (2009; 2011;
2013), que lleva a trascender los límites de la racionalidad de la ciencia normal
aprehendiendo al saber ambiental, para ir construyendo el concepto propio del ambiente y
configurando el saber que le corresponde en la perspectiva de la racionalidad ambiental. Su
destino sería un saber que desborde el campo de las ciencias y lleve a cuestionar la
racionalidad de la modernidad supeditada a la articulación de las disciplinas, a la
construcción de generalidades y de un pensamiento globalizador, y que la creación de un
método integrador del conocimiento disciplinario, no sea la prioridad. Un saber ambiental
que, según E. Leff, fuera de la idea de lo uno, de lo absoluto, del todo (logocentrismo,
holismo
e
interdisciplina);
que
(estructuralismo/postestructuralismo,
tienda
puentes
entre
aparentes
modernidad/posmodernidad;
dialécticas
ciencia/saberes
populares; ética/conocimiento)117; que su condición emergente sea producto de la
extraterritorialidad del logos científico; que metodológicamente olvide “dejar ser al ser”
que descubre esencias, orígenes y verdades, para resignificar el mundo más allá de las
verdades legitimadas por la legalidad científica; que pretenda una política del saber que
vincule esencias humanas con las condiciones del planeta y de la diversidad, y la
diferencia; que le otorgue emergencia a los saberes subyugados significando valores,
cosmovisiones e identidades a favor de un diálogo de saberes que confronte, entrecruce,
hibride, complemente y antagonice diferentes racionalidades y tradiciones; que critique la
retórica del desarrollo sustentable y la intención de ambientalizar a las ciencias,
proponiendo además la refundación de una nueva racionalidad social y productiva, es decir,
el saber ambiental como un cambio de episteme que permita una nueva relación entre el ser
y el saber. En otras palabras, el saber ambiental como producto del encuentro de
cosmovisiones, racionalidades e identidades, derivado de apertura del saber a la diversidad,
117
Es importante señalar que “las oposiciones binarias (como la de Sociedad y Naturaleza) no son
invenciones malévolas de Occidente, pero lo que sí hay que poner en tela de juicio es su
universalidad” (Descola, 2009 [en Argueta, 2012, p. 64]).
222
a la diferencia y a la otredad, como cuestionamiento a la historicidad de la verdad y
abriendo el campo del conocimiento hacia la utopía, al no saber que alimenta a las verdades
por venir (Leff, 2011). Por ello, el “giro constructivista” o “la inauguración de nuevas
corrientes” (teoría del intercambio, etnometodología, fenomenología, interaccionismo
simbólico), posicionan nuevamente al actor en el centro del análisis y a la cultura y a la
construcción social de la realidad (constructivismo) como procesos determinantes
(Saavedra, 2009).
Para Morin (1999) es desde la epistemología compleja donde se replantea la idea de
método. De acuerdo con este autor, dicho método clásicamente está relacionado con un
programa que implica la organización predeterminada de la acción que repite lo mismo en
lo mismo (necesidad de condiciones estables para su ejecución); evita improvisar e innovar,
por lo que sólo puede experimentar una dosis débil y superficial de alea y de obstáculos en
su desarrollo; es poco tolerable a los errores en su funcionamiento, lo que torna necesario el
control y vigilancia computante. Como propuesta alternativa, E. Morin habla de
“estrategia” que encuentra recursos y rodeos; que realiza inversiones y desvíos; que saca
provecho de sus errores, lo que la hace ser abierta y evolutiva, siempre afrontando lo
improvisto y nuevo; que se despliega en las situaciones aleatorias, utiliza el alea, el
obstáculo y la diversidad. Además del control y vigilancia, necesita de competencia,
iniciativa, decisión. Este replanteamiento del método por parte de Morin, sin duda alguna
rompe con los cánones de la ciencia, lo que llevaría a cuestionar, desde esa perspectiva, la
veracidad y el carácter de los conocimientos generados a partir de la estrategia. Pareciera
que se ha apostado a que el carácter de verdadero de alguna explicación solo encuentra
fundamento en el método utilizado, y no en la explicación por sí misma y su pertinencia
con la realidad.
Pero también existen objeciones a las críticas a estas propuestas. Por ejemplo,
Bunge (1983) señala que los problemas de la metodología empirista radical es que al
proclamar el fracaso de toda metodología como lo hizo P. Feyerabend (1982), se cae en una
suerte de anarquismo metodológico o anarquismo gnoseológico que carece de principios y
que pueden derivar milagros, telepatía, psicoquinesia, magia, etc. Por ello sugiere disponer
de un marco teórico referente a hechos lógicamente posibles que, adoptando reglas,
permita, por ejemplo, investigar todo hecho anómalo en lugar de ignorarlo o racionalizarlo.
La respuesta correcta a una metodología autoritaria y dogmática no es la antimetodología,
223
sino una metodología que ayude a buscar la verdad profunda y que evalúe propuestas de
reforma o de revolución en materia de conocimiento (Bunge, 1983). Esto implicaría un
escepticismo metódico o moderado de carácter constructivo en el que la duda sea un
tránsito y no el punto de llegada. Para Santos (2009) el naciente nuevo paradigma del
conocimiento debe ser relativamente a-metódico para llegar a ser desde la pluralidad
metodológica, dado que cada método es un lenguaje y la realidad responde en la lengua en
que es preguntada. Es a partir de una constelación de métodos que se puede captar el
silencio que persiste entre cada lengua que pregunta. En el momento de análisis del
quehacer científico como el que atravesamos, esa pluralidad de métodos solo es posible
mediante la transgresión metodológica, dice Santos (2009). Esto significa, que la transición
de “método” (singular) a “métodos” (plural) está relacionada con la liberación de un
procedimiento específico lo que influye el modo en que se percibe el fenómeno.
Particularmente en los estudios etnoecológicos, no se trata de variables sino de enfoque
integradores de procesos, tiempos, actores, instituciones y espacios.
Morin (1999) señala que existen varios métodos para hacer y pensar la complejidad.
Argumenta que no existe el pensamiento complejo, no hay receta, filtro mágico, aplicación
y programa. Ante la carencia de un método se debe disponer de un anti-método donde
ignorancia, incertidumbre y confusión se vuelven virtudes, según E. Morin. Por ello apela a
la estrategia para enfrentar el mundo con el conocimiento y con la acción, por lo que el
pensamiento complejo en sí no es la solución, sino más bien una vía no trazada y que
debemos hacer para caminar hacia el arte de la vida, para ver las cualidades de la vida. Esto
será el fin del comienzo. De ahí la invocación recurrente de Morin a la frase de Antonio
Machado: “…caminante no hay camino, se hace camino al andar.” El abordaje
etnoecológico implica comprender una realidad compleja la que, según Saavedra (2009), va
más allá del pensamiento y de la cual no podemos tener ningún conocimiento directo, sino
fenoménico. La alternativa es construir un ‘método’, como camino articulador, de
autoconstrucción y autoorganización del conocimiento que vincule lo desvinculado y
orientado hacia lo complejo y que nunca intenta reducir nada (Saavedra, 2009). En
resumen, dada la naturaleza de la etnoecología que implica procesos sociales y
ecológico/ambientales y de naturaleza intrínsecamente humana, las propuestas de Edgar
Morin (pensamiento complejo y perspectiva sistémica), los aportes de Paulo Freire
(comunidades de aprendizaje y diálogo de saberes) y los desarrollos de Basarab Nicolescu
224
(transdisciplina desde el enfoque de nuevas y diferentes realidades118, inclusión del tercero
y complejidad), resultan ser las aproximaciones más convenientes hacia las estrategias
metodológicas en la construcción de la investigación etnoecológica. Después de ello, los
problemas se reducen porque implica que se tiene la facultad de replantear y reafirmar los
pasos que se estén dando en la investigación etnoecológica.
Si el supuesto es que la etnoecología necesita un abordaje desde el pensamiento
complejo ¿Cuál sería la propuesta para clarificar su método(s)? La complejidad es ante todo
una noción lógica, epistemológica y política, antes que cuantitativa (Saavedra, 2009), por lo
que su estudio es más discursivo que numérico. Al respecto, Mariaca y Castro (1999) nos
dicen que lo más apropiado es cuantificar lo cuantificable y describir a detalle lo
cualificable.
Para Bohm (1992 [en Saavedra, 2009, p. 74]), “Hay una belleza y
conocimiento que proporciona la cuantificación y otra que aporta lo no cuantificable; y
quizá lo más importante, la mayor parte de lo humano escapa a la cuantificación.”
¿Cuáles son las consideraciones y criterios para realizar investigación dentro de la
etnociencia relacionados al fenómeno sociedad-naturaleza? El campo más desarrollado
dentro de la etnociencia es la etnobiología, la cual se utilizará como referente para señalar
las directrices para la investigación etnoecológica. Primeramente, Mariaca y Castro (1999)
mencionan que uno de los principales retos en la definición del cuerpo teórico y
metodológico de la etnobiología es que mientras no sea considerada como ciencia, tendrá
que ser considerada como un vínculo transversal entre la antropología y la biología (para la
etnoecología sería entre la primera y la ecología). Estos autores mencionan que, si bien es
difícil tener teóricamente conceptos determinados y acotados, estos deben incluir, entre
otros, a la cultura, la transculturación, la cosmovisión, la domesticación, la evolución
orgánica, la evolución cultural, los recursos bióticos, la diversidad biológica, el valor de
uso, los procesos de producción, la ciencia occidental, la ciencia tradicional (sic) y el
conocimiento empírico, entre otros. El problema [de la etnobiología] es que se ubica casi
siempre en la frontera de la ciencia clásica, insistiendo en describir con su metodología
fenómenos que no necesariamente son compatibles con los postulados de ésta (Mariaca y
Castro, 1999). En este sentido la etnoecología no sería la excepción, dado que la lógica y
racionalidad que determinan el proceder de culturas diferentes a la occidental. La
118
Existen realidades individuales, sociales, planetaria y cósmica (D’Ambrosio, 2014).
225
causalidad de los fenómenos es diferente y, por lo tanto, difícilmente puede probarse con
los elementos e instrumentos desarrollados por y para la ciencia occidental.
Más concretamente, Argueta (1999, p. 25) menciona que una agenda de
investigación etnobiológica se debe dedicar al análisis del corpus y de las instancias
significativas de la praxis, pues poco se conoce de su organización interna, ni nada tampoco
de él como sistema (conocer el conocimiento etnobiológico). Argueta conmina a no separar
los análisis del corpus del sistema de creencias, símbolos y percepciones. Sugiere analizar
la dimensión cultural del uso y transformación de los ecosistemas, o la apropiación
simbólica de plantas y animales de alto significado cultural y propone estudiar las
perspectivas de esos sistemas y modelos de aprovechamiento sustentable de la diversidad
biológica y los recursos genéticos. Barrera-Bassols (2008) señala que las implicaciones de
incorporar el cosmos, corpus y praxis dentro del sistema de conocimientos y saberes locales
[él los llama sistema de conocimiento ecológico indígena] es que se acepta a éste como
complejo, conformado por diferentes capas culturales que integran significados y valores.
Entonces, es importante reconocer dicho sistema como una cultura ecológica que da sentido
y racionalidad económica como la base de las estrategias de subsistencia campesina. Para
Barrera-Bassols, estos tres dominios culturales están ligados a cada concepción de lo
sagrado y mundo viviente en un alto compromiso contextual, espacial y temporal, por lo
que es básico reconocer que el contexto ecológico es altamente diverso, incierto y
construido socialmente, pero altamente propenso a riesgos.
Barrera-Bassols (2008) insiste en que el etnoecólogo debe evaluar y validar la
información obtenida, para lo que propone otra serie de pasos: 1) La exploración de la
codificación local y el desempeño con el mundo vivo; 2) La exploración de las
representaciones locales y los compromisos con la visión del mundo; 3) La interpretación
de las prácticas y epistemologías locales; 4) La valoración del impacto ambiental y la
evaluación del uso del suelo, por parte del investigador; 5) La comparación y validación de
ambos modelos; y, 6) La integración de ambos modelos a través de una aproximación
participativa. Para Barrera-Bassols este tipo de metodología necesita ser representativa de
actores de diferente edad, género, especialización y estatus social. Su integración reflejaría
los dominios de la naturaleza, la producción y la cultura. Además de ellos, para este autor
es importante explorar, interpretar y validar la implementación de representaciones de
sistemas locales de creencias y sistemas cognitivos, particularmente las relacionadas con la
226
heterogeneidad espacial, la variabilidad temporal de factores y fenómenos biofísicos, los
procesos y dinámicas naturales y las interrelaciones biofísicas.
Como se ha señalado con anterioridad, desde la complejidad esta concepción de la
perspectiva etnoecológica es limitada y poco consistente, por lo que se hace necesario
complementarla con factores temporales (historia), espaciales (territorialidad), sociales
(comunalidad) e institucionales, al menos. No significa que una investigación entoecológica
deba obligatoriamente abordar todos estos aspectos. Más bien se reconoce el carácter
complejo y definitorio, por tanto, multifactorial, inter- y transdisciplinario de la relación
cultura y naturaleza. El etnoecólogo junto con el campesino (productor, familia campesina,
pescador, recolector, etc.) registra tanto el ecosistema (manejado, conservado o
transformado; véase González de Molina y Toledo, 2011), como el conjunto de saberes. Es
importante señalar que es una labor en equipo y de intercambio entre ellos. La forma de
colaboración y los medios para la integración determinan la estructura y la intensidad de los
intercambios. Un intercambio intenso requiere conocimiento y comprensión profunda de
las otras perspectivas, así como una actitud flexible (Hadorn y Hadorn, 2008). La
investigación etnoecológica no es o no debería de ser la imagen que se tiene del
investigador social que grabadora en mano, libreta de campo y cámara fotográfica realiza
las pesquisas. La realidad no es así. Cualquiera que haya realizado este tipo de trabajo
estará de acuerdo en que termina siendo un intercambio: conocemos y somos conocidos,
aprendemos y enseñamos, evaluamos y somos evaluados, etiquetamos y somos etiquetados,
damos y recibimos. Esto significa que en la etnociencia la postura neutral y ajena del
investigador es imposible e indeseable. Si fuera así, se perdería una oportunidad no solo de
realizar una mejor investigación, sino de enriquecimiento personal. De hecho, el quehacer
etnoecológico es un camino que lleva a evaluar la objetividad, a construir la subjetividad y
a actuar en consecuencia. Lo subjetividad es comúnmente relacionada de forma antagónica
a lo racional. Sin embargo, en la sociedad humana el desarrollo del intelecto es inseparable
de la afectividad. No existe entonces un estado superior de la razón, sino un bucle intelectoafecto que visualiza que la emoción es indispensable para el establecimiento de
comportamientos racionales (Morin, 2000). La razón virtuosa (humanísitica y crítica) evita
los leviatanes del implacable orden y la homogeinización, pero también evita la niebla que
oculta la coherencia.
227
Freire (2005) señala que vivir es un constante ir y venir entre subjetividad y
objetividad y que fácilmente se puede sobreestimar la subjetividad en detrimento de la
objetividad o sobreestimar a esta última en detrimento de la primera, por lo que se tiene que
tener una inmersión crítica en la historia. Esto es así porque como señala Freire (2005, p.
20), la subjetividad y la objetividad están en “…aquella dialéctica de la que resulta un
conocer solidario con el actuar y viceversa. Es precisamente esta unidad dialéctica la que
genera un pensamiento y una acción correctos en y sobre la realidad para su
transformación”. Esta irreductible relación entre subjetividad y objetividad se hace
evidente en el quehacer etnoecológico, donde la objetividad surgida como base de la
ciencia clásica, es transformada en las comunidades de aprendizaje para dar paso a la
omnijetividad que expresa subjetividad/objetividad.
Y es que el etnoecólogo no solo va a conocer, sino también va a convivir y ser
partícipe de lo que investiga. Sus conclusiones tienen mucho de autorreflexión traducida en
mayor sensibilidad y pertinencia social. Esto significa que el etnoecólogo no es el sujeto
ajeno, externo, distante, frío e indiferente. Una café, un mezcal, un cigarro o una plática al
atardecer inevitablemente derriban la innecesaria barrera que inicialmente separaría al
etnoecólogo de la realidad que investiga, que lo envuelve y lo marca, así como de los
actores de la comunidad de estudio, que finalmente también se convierten en etnoecólogos
dado que participan en creación de conocimiento. Es en esos momentos en que, incluso un
apodo que nos es designado, implican aceptación e inclusión en un círculo social. Es
cuando se tiene la oportunidad de realmente iniciar la verdadera investigación
etnoecológica que acerca a las profundidades materiales y existenciales. El etnoecólogo es
sujeto de la institución que investiga y a la cual debe someterse, por lo que sus actividades
son normadas, pero también disfruta y participa en la reconstrucción del tejido social
comunitario, reconceptualiza el espacio desde la cultura y valora la influencia generacional
que ha determinado la situación actual. Una investigación bajo esta y otras características,
transforma y obliga. El etnoecólogo se da cuenta que su trabajo no es evaluar y entender
(como varios autores aseguran), sino comprender, porque ha dado pasos con los zapatos de
otros. Empuñar el machete, compartir el fogón o servir de confidente reconfiguran y le dan
sentido profundo a la investigación etnoecológica. Y aún cuando no se quiera, no hay
fuerza que impida que estas vivencias se vean reflejados en los resultados de la
investigación. Y celebro que sea así, porque la etnoecología no debe ser un contacto
228
exclusivamente entre el académico y el campesino, sino preponderantemente entre seres
humanos. Tiene que ver con la comprensión, donde las personas se perciben no sólo
objetivamente, sino como otro sujeto con el cual uno se identifica y que no identifica en sí
mismo, un ego alter que se vuelve alter ego. “Comprender incluye necesariamente un
proceso de empatía, de identificación y de proyección. Siempre subjetiva, la comprensión
necesita apertura, simpatía, generosidad” (Morin, 2000, p. 48). De esta forma, la
comprensión va más allá de la explicación referida a lo intelectual y objetivo. Es más bien
sensibilidad, identificación, contextualización, reconocimiento.119
El reto es no considerar la investigación como un proceso natural que es concebido
como no inteligible, es decir, basado en la causalidad y por lo tanto independiente de
cualquier humano, categoría social o significado espiritual (véase Risty Dahdouh-Guebas,
2006). La investigación etnoecológica debe ser sistémica, por lo que debe enfatizar las
interacciones entre las partes, no solo en ellas, reconociendo además los patrones
producidos por la autoorganización y los bucles de retroalimentación que conducen a la
conducta adaptativa tanto de la sociedad como de la naturaleza (véase Apgar, Argumedo y
Allen, 2009). El abordaje etnoecológico desnuda una realidad que contiene problemas
sociales y naturales de carácter complejo, haciendo insuficiente y complicado su análisis
que implican dimensiones sociales de la conceptualización y el comportamiento. La
comprensión humana de cómo las personas que están directamente involucradas y
afectadas construyen su visión del mundo y su compromiso con él, se convierte en un
problema que está más allá de la investigación, que incluye a la sociedad, la acción social y
los procesos de toma de decisiones (Apgar, Argumedo y Allen, 2009).
Pero lograr esta visión del quehacer y sentir del etnoecólogo implica sortear
obstáculos que incluso existen entre los etnocientíficos. Se teme que los procedimientos
aplicados para llegar a los resultados obtenidos clausuren posibilidades de ser dados a
conocer en el concierto internacional de la ciencia clásica (producción de “papers”).
La etnoecología es un campo multidisciplinario que integra técnicas de la biología,
la antropología, la etnología, la lingüística, la economía y otros campos (Gerique, 2006).
¿Qué debe incluir la investigación sobre conocimientos y saberes locales? Greiner (1998)
119
Realizar este tipo de abordajes está cargado de un curriculum oculto que trasciende lo
académico, quedando como conocimiento tácito. Conocimiento tácito es un concepto de Michael
Polanyi para referir al conocimiento informal, personal o social, a veces poco visible por lo que
difícilmente puede expresarse de forma sistematizada o utilizando los medios tradicionales.
229
dice que cada sistema de conocimientos y saberes locales (que él llama conocimiento
indígena) tiene su particular cuerpo de conocimiento y que existen diferentes tópicos que
son estudiados. Dentro de éstos, dicha autora señala: a) Los sistemas de aprendizaje; b) La
organización local, controles y aplicaciones; c) La clasificación local y cuantificación; d)
La salud humana; e) Los animales y sus enfermedades; f) El agua; g) Los suelos; h) La
agricultura; i) La agroforestería y agricultura tradicional; y, j) Otros (artesanías, conversión
energética, herramientas, etc.). Toledo et al. (2001) incluyen en estos temas a la
cosmovisión (cosmos, mito, rito), al corpus de conocimiento (astrononomía, botánica,
hidrología, micología, zoología, ecogeografía, clima, taxonomía, geología, agroforestería) y
a la praxis (agricultura, ganadería, forestería, artesanía, agua, recolección, caza,
acuacultura, extracción, pesca y pastoreo; véase Cuadro 4.3).
Para la investigación etnoecológica se utilizan herramientas ya conocidas dentro de
la investigación social, aunque las posibilidades de innovar son grandes y tienen como
límites la creatividad, los recursos y las circunstancias. Una de estas herramientas útiles
para determinados abordajes etnoecológicos es la investigación participativa (véase
Ardón, 2001). Su filosofía se sustenta en entender que la investigación sobre los actores y
su territorio, su dinámica y su historia, es un proceso que los involucra no solo para dar
forma a la investigación, sino para ser partícipes de ella. La investigación participativa es
también un medio de captar y dimensionar la complejidad de un problema, de poner a
prueba la relevancia de la situación y la transferibilidad de los resultados o de encontrar
soluciones, por lo que es percibida como una práctica orientada a hacer más eficiente la
puesta en práctica de los resultados (Hadorn y Hadorn 2008).
Es justo y necesario decir que también existen críticas a la etnoecología. La
referenciación de las prácticas, saberes y creencias de los pueblos originarios ha llevado a
un atrincheramiento desde el cual se pretende hacer frente a la hegemonía cultural, pero se
da por obvio que tales referenciaciones “son” por sí mismas sin discusión y análisis
profundo. Al respecto, Toledo (2001) menciona que la etnoecología, como nueva disciplina
híbrida, debe realizar una evaluación ecológica de las actividades intelectuales y prácticas
de un grupo determinado durante el acto de apropiación de la naturaleza.
230
Cuadro 4.3 Campos de estudio de los tres grandes temas (kosmos, corpus y praxis) que
componen la perspectiva etnoecológica.
TEMA
KOSMOS
CORPUS
PRAXIS
CAMPO DE
ESTUDIO
Cosmos
Mitos
ENFOQUE
Representación y función de deidades
Tradición histórica sobre dioses, héroes y diferentes
elementos del ambiente
Ritos
Prácticas de vinculación con entidades divinas
Otros
Cuentos, fábulas, anéctdotas
Astronomía
Dinámica lunar, de la Tierra y constelaciones
Botánica
Caract., ecología, dinámica, uso de la flora
Zoología
Caract., ecología, dinámica, uso de la fauna
Edafología
Características y dinámica de los suelos
Hidrología
Caract. y dinámica de ríos, mar, lagos, etc.
Micología
Caract., ecología, dinámica, uso de los hongos
Ecogeografía Relación entre diferentes elementos del paisaje
Clima
Patrones de lluvias, sequías, temperatura, etc.
Taxonomía
Clasificación de elementos vivos y no vivos
Geología
Caracterización y dinámica de rocas
Mineralogía
Caracterización y dinámica de los minerales
Agroforestería Prácticas agrícolas vinculadas a manejo de sistemas
forestales
Agrícola
Agricultura principalmente enfocada a cultivos
tradicionales
Ganadería
Producción animal de especies menores y mayores
Forestal
Conserv., manejo y uso de bosques y selvas
Pesca
Peces, reptiles, invertebrados y mamíferos
Artesanía
Producción de utensilios de uso doméstico y de arte con
fines comerciales
Medicina
Uso de flora y fauna, así como prácticas tradicionales
(shamanismo) como terapia
Agua
Manejo de cuerpos de agua, lluvia
Vivienda
Materiales utilizados para la construcción de viviendas.
Recolección
Principalmente flora (semillas, frutos, vainas, raíces, etc.);
estacionalidad, técnicas
Caza
Técnica de captura, conservación y manejo de especies
animales
Acuacultura
Técnica y especies producidas bajo sistemas de
producción acuícola tradicional
Extractiva
Actividades como la minería
Pastoreo
Estacionalidad, recursos, distribución de trabajo
Alimentación Tipo de insumos, su origen y procesamiento
Toledo (2001), señala, además, que la investigación etnoecológica debe cubrir las
siguientes tareas: el diálogo entre el actor local y el investigador guiado por la exploración
231
del mundo vivo (corpus y praxis) y el punto de vista del mundo (kosmos); el etnoecólogo
debe evaluar desde el punto de vista científico, los proceso ecológicos que involucran dicha
apropiación y compararlos con las prácticas y epistemologías locales. Para Toledo, los retos
que sustenta la investigación etnoecológica están relacionados con la comparación de
sistemas de conocimiento ecológico diferentes, así como la revelación de una ventaja
ecológica de los productores tradicionales y el rompimiento del esquema clásico entre
valores y hechos durante el proceso de investigación. Debemos entender que los valores no
existen en sí, es decir, fuera del sujeto, sino que son en la medida de los deseos, intereses y
las circunstancias del sujeto. La subjetividad expresa entonces un valor en la medida del
interés otorgado y en ese sentido, el quehacer científico responde a una carga valorativa. Lo
que diferencia entonces en esa subjetividad es la jerarquización otorgada a cada uno de
estos valores. Para Durand (2000), tal posicionamiento le ha impedido enfrentar problemas
teóricos importantes. Por ejemplo, no ha problematizado lo que es tradicional y subjetivo
en un contexto que lo lleve a vivir lo moderno, lo racional, y lo universal. Agrawal (2009) y
Durand (2000) señalan, por su lado, que los objetivos de la etnoecología deberían ser otros.
Más allá de comparaciones gastadas sobre ciencia y los conocimientos y saberes locales, o
si existen prácticas sustentables, debería asumirse un compromiso social más profundo con
nuestros interlocutores (no son únicamente informantes) poseedores de conocimientos y
saberes, considerando la prioridad que se le da a la naturaleza y a la relación que se
establece con ella ante la irrupción de otro tipo de valores. La inclusión y estructuración de
una nueva perspectiva etnoecológica derivada de una mirada compleja, supone
horizontalidad en los considerandos valorativos. Esto le otorga a la etnoecología un carácter
iconoclasta que lleva a humanizar a la naturaleza, naturalizar a la humanidad y humanizar
lo humano. En ese acto replantea la llamada objetividad del quehacer científico. La
pregunta es si la perspectiva etnoecológica resiste su construcción como disciplina
científica rompiendo los cánones establecidos. Personalmente creo que esto se puede
dirimir si nos quitamos la “camisa de fuerza” de la pauta clásica en la investigación. El
intento etnoecológico va en este sentido y bajo una perspectiva transdisciplinaria. No
debería ocasionar conflicto cuando se tiene una lectura clara del contexto (espacial,
temporal, social, cultural, etc.). Aquí es donde la dialógica moriniana cobra sentido: la
realidad se expresa en múltiples lógicas y tratarlas aisladamente carece de sentido dado que
dificultan su comprensión. En este caso lo objetivo y lo subjetivo desde la perspectiva
232
etnoecológica asocian dos términos complementarios y antagonistas, de carácter
indisociable y necesariamente articulados, lo que se traduce en la dualidad en la unidad y la
dependencia mutua dentro de lo antagónico. Ya Imre Liakatos intentó alejarse de la
interpretación logicista en su construcción teórica, incluyendo elementos de la subjetividad
humana.
La etnoecología en acción
Una característica del manejo de los ecosistemas que realizan los pueblos originarios y
tradicionales es su perspectiva a largo plazo fundamentada en un profundo énfasis en la
conservación, siempre pensando en las generaciones venideras. Por desgracia, la absorbente
racionalidad occidental está permeando hacia el interior de muchos pueblos originarios, los
que adoptan pautas culturales externas que progresivamente desplazan la propia. Diferentes
ejemplos en todo el mundo han mostrado que estos pueblos y diferentes actores rurales
usan y manejan los ecosistemas calculando un nivel de perturbación. Reichel-Dolmatoff
(1976) menciona que el conjunto de principios ecológicos elaborados por los pueblos
originarios y tradicionales, combinado con particulares esquemas sociales y reglas
económicas, permite el equilibro entre la continuidad de los recursos disponibles y las
demandas de la sociedad.
Existen diferentes vertientes en la investigación etnoecológica. Un estudio del
estado del arte de la etnoecología realizado por V. M. Toledo y P. Alarcón-Cháires (2012)
para el periodo 1954-2011 a escala global, registró 526 investigaciones, un número que
puede aumentar con otras estrategias y herramientas de investigación120. Sus resultados
permiten distinguir un aumento en el número de registros de investigaciones desde la
perspectiva etnoecológica a través del tiempo, siendo 2010 el pico máximo registrado (49);
para un análisis de la numeralia, se sugiere revisar dicha investigación. Lo que destaca de
los registros obtenidos, es que el uso del concepto “etnoecología” varía y se amolda a
diferentes circunstancias. Por igual puede ser utilizado para un espacio geográfico en
particular, que, para una especie animal o vegetal, una comunidad biótica, un pueblo
originario o un determinado periodo, lo que implica la existencia de diferentes perspectivas
120
Los autores realizaron búsquedas por Internet de investigaciones (tesis, libros, artículos,
conferencia, reporte, capítulo de libro, monografía y ponencias) en cuyo título estuvieran las
palabras: etnoecológica, etnoecología, utilizando el Google Académico; la búsqueda de estas
palabras se realizó en los idiomas castellano, portugués, inglés y francés.
233
etnoecológicas, o bien, diferentes “etnoecologías”. También da cuenta que es un término
muy flexible y moldeable a diferentes abordajes, por lo que no es raro que se realice
investigación etnoecológica sin siquiera hacerse mención de ello.
Epistemología(de(
segundo(orden(
Reflexión(hacia(el(
interior(de(la(ciencia(
Sistema(
de(C.S.L.(
Pensamiento complejo
y
conocimientos y saberes
locales
Rebeldía(epistémica(
(pueblos(originarios)(
Conceptos(y(definiciones,(
a(análisis(
ETNOECOLOGÍA(
Figura 4.4 Puntos de encuentro entre el pensamiento complejo frente al conocimiento
y saber locales.
En resumen , el pensamiento complejo frente al conocimiento y saber locales, se
encuentran relacionados, al menos por: 1. La consideración de éstos últimos como un
sistema; 2. El conocimiento del conocimiento (no solo científico) es una epistemología de
segundo orden; 3. Implican una profunda reflexión sobre el quehacer cientofico; 4. Ponen a
prueba y análisis definiciones y conceptos aparentemente inamovibles; y; 5. Los
conocimientos y saberes locales finalmente representa la reivindicación de otras formas de
conocer el mundo. Todo ello en su conjunto permite avanzar hacia la construcción teórica y
metodológica de la etnoecología (Figura 4.4).
234
Los desafíos de la etnoecología
Como todo campo en construcción y de frontera, la(s) etnoecología(s), enfrenta desafíos.
Desde el punto de vista epistemológico, la construcción teórica y la definición
metodológica son cruciales. No es únicamente las posibilidades de lograr el diálogo entre
disciplinas y que se otorgue importancia a la investigación disciplinar, ni únicamente las
posibilidades de lograr la generalidad y la replicabilidad o el posicionamiento ético referido
al uso y conservación de los recursos naturales y el patrimonio biocultural como señalan
Reyes y Martí (2007). Lo básico sigue en el aire: el ¿Qué? ante la diversidad de enfoques;
el ¿Cómo? donde lo objetivo y subjetivo se reconstruyan así mismos; y el ¿Para qué? en el
sentido de los usuarios directos y potenciales de los saberes y conocimientos locales. Otros
retos de la etnoecología está en función de su relación con otros conocimiento y saberes y a
su capacidad heurística por lo que deberá ser: 1) Abierta, de tal manera que le evite
prejuicios, la limite y/o la excluya; 2) Atrevida, dado que se debe dar la oportunidad de
explorar otros campos científicos y prácticas humanas, con el entendido de que es
inevitable la equivocación; 3) Creativa, como expresión lúdica de la inteligencia que lleve
no tanto al conocimiento del mundo per se, sino al replanteamiento de nuestra relación
personal y colectiva con él; 4) Imaginativa, para trascender la lógica y acartonamiento del
rigor científico y con ello emprender vuelo hacia nuevos horizontes epistemológicos; y, 5)
Irreverente, como acto reivindicativo de la interculturalidad y diversidad humana, como un
¡ya basta! al coloniaje profundo que se vive en el Sur, referido por Boaventura de Sousa
Santos.
235
CONCLUSIONES
1. La etnoecología representa un salto de nivel epistemológico de segundo
orden que integra la perspectiva de las disciplinas sociales con las
disciplinas naturales, reconociendo así, el complejo integrado por la
sociedad y la naturaleza. En este sentido, el pensamiento complejo es
crucial en su construcción porque acerca al entendimiento de múltiples
realidades humanas.
2. La etnoecología como disciplina en proceso de construcción, precisa
aclarar conceptos y fundamentos teóricos. Más que reducir la
polinomia y polisemia que le caracteriza, debe enriquecer su contenido
a partir de las diferentes experiencias bioculturales. Esto también
significa que discusiones sobre conceptualizaciones, teorías y métodos
esgrimidos únicamente desde la ciencia clásica necesitan ser
trascendidos,
no
como
resolución
de
conflictos,
sino
como
planteamientos profundos que aclaren posicionamientos y principios.
3. No existe una sino varias “etnoecologías”, dado que la investigación
etnoecológica actual refiere diferentes abordajes y perspectivas. Pero
requiere investigarse a mayor detalle para reconocer si dicha pluralidad
surge realmente por la falta de bases teóricas, o bien, es una señal del
reconocimiento del complejo biocultural que naturalmente está
ofertando diferentes rutas para la construcción etnoecológica.
4. La construcción de la etnoecología debe integrar cosmovisiones, saberes
y prácticas, pero es ineludible el abordaje de las dimensiones histórica,
territorial, institucional y comunalidad, lo que permite visualizarla
como una construcción epistemológica de segundo orden, estructural y
funcionalmente entretejida e interdeterminada.
236
5. Los conocimientos y saberes locales son sistemas de carácter dinámico,
evolutivo, adaptativo, heurístico y práctico. Su construcción y
validación solo es posible bajo los contextos y particularidades que los
originan.
6. En la experiencia humana, tanto los conocimientos y saberes locales
como los surgidos desde la ciencia clásica, son complementarios entre
sí. Se trata entonces de derribar los muros que los han convertido en
falsas antinomias como contradicciones irresolubles producto de
relaciones de poder.
7. Los conocimientos y saberes desde la etnoecología se visualizan como
un continuum difícilmente separables entre sí, a diferencia de lo que
ocurre desde los criterios de la ciencia clásica cuyos límites para el
conocimiento y el saber, son claros. Desde la etnoecología, el
conocimiento surge de la experiencia directa y los saberes son
creencias verdaderas transmitidas o asimiliadas por experiencia propia
o indirecta.
8. Los conocimientos y saberes locales existen en la medida que son
tangibles en la cotidianidad práctica, emocional e intelectual de los
pueblos originarios y tradicionales donde se producen, reproducen,
reinterpretan, reconstruyen y/o desechan.
9. La multidimensionalidad en la etnoecología representa el domus
complexus que entreteje las propiedades sociales y naturales como
unidad integrada, cuyos cambios y evolución de sus componentes
permean y perfilan un enfoque sistémico.
10. El carácter polisémico, polivalente, polinómico y polinuclear de
conceptos claves en la definición, teorización e investigación
etnoecológica,
plantea
la
necesidad
237
de
generar
diálogos
transformadores de carácter inter- y transdisciplinarios, más que arribar
a definiciones enclaustradas.
11. En este sentido, aún cuando existen críticas hacia la manera en que se
ha posicionado el quehacer científico epistemológica y políticamente,
dichas críticas todavía muestran resabios centralistas. Conceptos como
conocimiento y experimentación necesitan trascenderse más allá de la
perspectiva científica, hacia otros ámbitos donde igualmente se
construyen e instrumentalizan.
12. Más aún, la etnoecología da cuenta de que el discurso y los elementos
que construyen la ciencia clásica pueden resultar obsoletos, lo que hace
necesaria la creación de una nueva forma de llamar a fenómenos y
elementos emergentes que carecen de sentido desde la citada ciencia y
no aplican para el abordaje etnoecológico (i.e. sujeto-objeto).
13. La etnoecología representa una oportunidad hacia la transición
epistemológica de la ciencia clásica, dado que permitirá a ésta última
abjurar de prioridades científicas en muchas ocasiones ajenas al interés
común y humanitario, lejos del sometimiento y la diferenciación. En
este sentido, la etnoecología también viene a recapitular la importancia
de la integración de conocimientos y saberes que están aparentemente
aislados por razones teleológicas y ontogénicas.
14. La etnoecología entonces participa en la transformación de las
relaciones asimétricas de poder al evidenciar otras prácticas, lógicas,
racionalidades, conocimientos y saberes. Devienen resistencia cultural
y reivindicación identitaria para los pueblos originarios y tradicionales.
15. En este sentido, la etnoecología viene a contradecir el quehacer
científico como única apelación válida del mundo. La integración del
pensamiento
crítico
(político)
y
el
pensamiento
complejo
(epistemológico), la posicionan más allá de un mero acto científico,
238
para incursionar en la transformación comprometida y directa de la
realidad socioecológica.
16. Dado que está en proceso de definirse a sí misma, la etnoecología –y la
etnociencia en general- no tiene claro la instrumentalización de su
teoría y método, en dado caso de que eso fuera lo que buscan. Pero en
eso reside su riqueza, debido a que no tiene atavismos que la limiten, lo
que lleva a concluir que el momento más creativo en el proceso de
definición de una disciplina científica es cuando está en proceso de
hacerlo.
17. La etnoecología plantea la necesidad de continuar el camino hacia una
nueva ciencia que sea autocrítica, con principios y valores éticos que
den énfasis a la interfase entre cognición y acción, y que redimensionen
su aparente neutralidad, imparcialidad, verdaderismo, su carácter
impersonal y positivista, y su reduccionismo, como única apelación
para explicar el mundo.
18. Se hace necesaria una epistemología de segundo orden que lleve a la
etnoecología a conocer su propio conocimiento, facilitando con ello
identificar y evaluar su instrumentación metodológica y su teoría.
19. La congruencia de la investigación etnoecológica será más en la forma
en que sus métodos trabajen. Dadas sus implicaciones intrínsecas,
difícilmente podrá construirse alejada de los actores/sujetos con los
cuales realiza sus pesquisas. Su manera de ser disciplina científica será
abjurando a las definiciones convencionales de la ciencia clásica,
construyendo a partir del sujeto-sujeto, de la humildad ante el
fenómeno complejo, de la comprensión verdadera del fenómeno
humano-naturaleza como sistema.
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